Estos
días la Villa de Tolosa, del mismo modo que muchos pueblos,
barrios y txokos de Euskal Herria y otros tantos lugares de Europa;
celebra el primer solsticio de verano del nuevo milenio tomando
como fecha institucionalizada este 24 de junio del calendario
gregoriano.
Pero en el
caso de la antigua capital foral, una de las manifestaciones culturales
de signo identitario más sublimes, depositora y transmisora
de la herencia de nuestros mayores -gure asabak- tiene lugar este
día.
Siguiendo
un rito antiquísimo, perdido en nuestra memoria, pero que
se remonta en documentos más de 300 años, en la
Villa gipuzkoana se ejecuta la Bordondantza. Una tradición
barroca ha venido asociando ésta con la victoria que los
tolosanos ejercieron sobre un ataque de castigo y venganza navarro
el 19 de setiembre de 1321, en un contexto banderizo y que se
ha venido denominando "La batalla de Beotibar" por ser
éste el lugar en el que presuntamente acaecieron los trágicos
sucesos. Nada más lejos de la realidad. Esa relación
no deja de ser una excusa histórica al uso de la época.
Un pretexto en el sentido de la búsqueda de unas raíces.
Debemos ajustarnos a unos mínimos criterios de objetividad
y con capacidad de análisis, bajo soporte documental y
evitando juicios apriorísticos, llegar a conclusiones más
científicas y actualizadas que las que han rodeado esta
teoría, simplista per se, durante los últimos siglos.
Ya
hace casi dos décadas el prestigioso historiador de Artaxona
José María Jimeno Jurío hablaba de contemplar
este tipo de interpretaciones con espíritu crítico
e incluso con escepticismo. Aprovechando estos días, cantidad
de publicaciones llenan sus páginas ad nauseam de la misma
forma, vinculando danza-batalla. Éstas y el abuso del término
tradición, prostituido hasta la saciedad y a la que a menudo
vacían de contenido cuando ni es ni debe ser entendido
como un dogma de fé o un fenómeno involucionista
sino como algo que recogemos y entregamos en proceso natural,
me conducen a escribir este artículo.
El primer
escrito vinculando nuestra danza de bordones (sic) y la batalla
que se libró en Beotibar, viene de la mano del jesuita
vallisoletano Gabriel de Henao en "Averiguaciones de las
Antigüedades de Cantabria" (Zaragoza, 1637). Casi 4
siglos más tarde, aún hoy, sin atender al rigor
científico, se intenta justificar desde la misma óptica
nuestra danza. Un sinsentido. Deshagamos lo que se ha magnificado.
Es más que improbable que la "Batalla de Beotibar"
y la Bordondantza tengan un nexo en común más que
lo que folkloristas como Iztueta, historiadores de la talla de
Pablo Gorosabel y demás interesados hayan querido asignarle.
Comienzo lanzando una pregunta: si realmente el pueblo desea celebrarla,
¿por qué no lo hace en el aniversario de la propia
batalla?
La Bordondantza responde coreográficamente a una Ezpatadantza,
a pesar de haberse realizado tradicionalmente con bordones (y
actualmente con alabardas) en lugar de espadas. Recordemos que
Caro Baroja nos decía que el día de San Juan se
caracteriza porque durante él salen comparsas de hombres
armados en una gran porción de Europa. Se han conocido
danzas de armas por San Juan en Lesaka, Zugarramurdi, Torralba
del Río, Oiartzun, Balmaseda, Lakua... sin olvidar que
el andoaindarra Padre jesuita Manuel de Larramendi en su "Coreografía
de Guipúzcoa" (1754) nos recuerda que la Bordondantza
conocida anteriormente como Alagaidantza se bailaba en otros pueblos
del Beterri gipuzkoano: Andoain, Hernani, Urnieta, Orereta. E
incluso tenemos datos de su ejecución en Alegi. Si es así
echa al traste la teoría de la batalla.
Pero,
¿por qué razón vincular la significación
de la danza a un motivo bélico? Son producto de una época.
Teorías al uso en el Antiguo Régimen intentando
legitimar determinadas situaciones, en un ambiente cultural concreto
y con las mitificaciones y mistificaciones como herramienta de
trabajo. Pero con el consabido éxito en el transcurso de
los siglos. Ha resultado un tópico buscar el origen de
ciertos ritos en hazañas bélicas mediatizadas por
una ideología concreta. Ahí radica el tan extendido
mito del Cantabrismo en Euskal Herria, el de la indómita
raza de heroicos habitantes descendientes de Túbal, nieto
de Noé, el de los prístinos primeros pobladores
de Iberia, rebeldes e irreductibles en un territorio nunca hollado
por invasor alguno y que fue alimentado por doctos historiadores
como el arrasatearra Esteban de Garibay o escritores del romanticismo
decimonónico como Juan Venancio de Araquistain, aficionados
a recargar los colores de su estilo con una aureola de mitos y
leyendas que en nada reflejaban la realidad. Deformando un pasado
para justificar un presente. Manipulación de la historia.
No trato de
restar méritos a la ingente obra de estos historiadores,
sino de estudiarlos en los aspectos en los que manejan un rigor
histórico; precisamente su valor reside en la visión
que nos dan de su época, en el testimonio escrito del espacio
contemporáneo a ellos que nos han legado; y, por otro lado,
de reconocer la labor de otros eruditos que han estado apartados
durante muchos años aún cuando rechazaban estas
teorías desde el siglo XVII, como Arnaud D´Oihenart.
¿Qué
significado tiene entonces, la Bordondantza? El universo simbólico
que rodea la fiesta de San Juan, en opinión de los clásicos,
es de carácter agrario y naturalista, de culto a la vegetación
(Vegetationsdämonen en la pluma de Manhardt); de orígenes
precristianos y relacionado al solsticio estival, como lo verifica
el antropólogo escocés J.G. Frazer en su "Rama
dorada" (1890), donde establece paralelismos entre diversas
fiestas y los relaciona con ritos arcaicos agrícolas.
Parece que
también la Bordondantza se inserta en ese ideario simbólico
del ámbito solsticial aunque su sentido en origen sea una
auténtica terra incognitae para nosotros. Pero nada más
lejos de
excusas bélicas y hechos históricos, la Bordondantza
no pretende, de ninguna manera teatralizar un representación
de naturaleza militar -a pesar de la solemnidad, cadencia y uniformidad
que la caracterizan
actualmente-. Además, independientemente de toda interpretación,
la variante coreográfica realizada hace 20 años
y la adopción de la alabarda como herramienta de baile
no implica un gesto de objetivos y fines guerreros medievalistas,
sino la adaptación al gusto determinado resultado del estudio
de una época concreta.
La danza antiguamente utilizaba bordones (varapalos que le llamara
Larramendi). Fue Tolosa, in illo tempore, vía de paso de
la ruta Jacobea, al parecer y según Urroz, en su "Compendio
Historial de la Villa de Tolosa" con una antigua ermita de
la Orden del Temple (los archiconocidos monjes-soldado Templarios),
precedente de la actual capilla de San Juan de Arramele, y a la
que acuden los Bordondantzaris a la hora de las Completas. Aunque
sólo sea el dominio de la hipótesis se me plantea
otra pregunta, ¿no se relacionará más el
uso del bordón, útil de los peregrinos en su largo
caminar hacia la villa compostelana, al hecho mencionado que a
la batalla de Beotibar?
Sirva de paso
este artículo para subrayar por mi parte la escasa importancia
que tuvo dicha batalla, ya que no fue más que un simple
episodio inscrito en el marco de los conflictos entre los
diferentes bandos liderados por sus Ahaide nagusiak y abanderados
estos, a su vez, por sus respectivos intereses. La respuesta a
una de
las numerosas y continuas incursiones y que la leyenda y algunos
escritores han querido revestir de sobrante importancia. Aunque
sea cierto que Tolosa obtuviera la Carta Puebla (acta de fundación
sobre una población preexistente, no se nos olvide) entre
razones de otra índole, para defender la frontera de malhechores
de ataques "extraños" y aunque ese conflicto
Castilla-Navarra/Oñaz-Ganboa y la dualidad villas- Tierra
llana existiera, hoy por hoy no celebraríamos ni evocaríamos
una batalla que, al margen de ser facienda de poca entidad, ha
sido sobredimensionado por determinados historiadores hasta alcanzar
la categoría de leyenda (caso del bachiller Zaldibia),
y realmente había sido una contienda fratricida (como opina
Fausto Arozena) en la que se
vertió demasiada sangre vasca defendiendo intereses cuasifeudales.
De todas formas,
¿tan urgente es la necesidad de conocer el verdadero origen
de la danza?; realmente, ¿hasta qué punto nos interesa?
¿Responde realmente al survival de un rito tan antiguo
como pretendemos -o deseamos- que sea? Prefiero considerarlo,
en la línea de estudio de Caro Baroja, un elemento de fusión,
sincretismo y
transformación dentro de una forja de siglos, y es ahí
donde reside su riqueza. Para una correcta comprensión
del porqué se sigue ejecutando en estos tiempos de globalización
y modernización donde nos quieren dar a entender que este
tipo de actos están caducos y son extemporáneos,
recurramos a la objetividad histórica, a fuentes fidedignas,
a los bordondantzaris de hoy.
Movidos por
motivos culturalistas más que historicistas (sin la renuncia
a nuestro pasado, por entendido), lo seguimos haciendo porque
lo hacían nuestros mayores y deseamos que lo hagan nuestros
siguientes. Por costumbre como ley no escrita y por tradición
(de tradere, transmisión o entrega). Lo hacemos para cumplir
el rito convertido en obligación y disfrutamos con ello
(¿por qué olvidar el sentido lúdico de la
fiesta?). Por ser un patrimonio heredado de forma natural, parte
importante de nuestra identidad y del folklore del pueblo vasco.
Por la propia vivencia de la danza y de la fiesta, expresión
de sentimiento (recordemos que el ejercicio del baile y la danza
como práctica colectiva es un recurso histórico
de los pueblos para expresar alegría). Y como no, para
ofrecer en compañía de escopeteros, banda de música
y corporación municipal un cuadro sin igual a Tolosa el
día de San Juan. Biba San Juan!
Fernando Rojo Tolosa (Bordondantzaria eta Historian
lizentziatua) |