Bordondantza y la batalla de Beotibar
Fernando Rojo Tolosa

Estos días la Villa de Tolosa, del mismo modo que muchos pueblos, barrios y txokos de Euskal Herria y otros tantos lugares de Europa; celebra el primer solsticio de verano del nuevo milenio tomando como fecha institucionalizada este 24 de junio del calendario gregoriano.

Pero en el caso de la antigua capital foral, una de las manifestaciones culturales de signo identitario más sublimes, depositora y transmisora de la herencia de nuestros mayores -gure asabak- tiene lugar este día.

Siguiendo un rito antiquísimo, perdido en nuestra memoria, pero que se remonta en documentos más de 300 años, en la Villa gipuzkoana se ejecuta la Bordondantza. Una tradición barroca ha venido asociando ésta con la victoria que los tolosanos ejercieron sobre un ataque de castigo y venganza navarro el 19 de setiembre de 1321, en un contexto banderizo y que se ha venido denominando "La batalla de Beotibar" por ser éste el lugar en el que presuntamente acaecieron los trágicos sucesos. Nada más lejos de la realidad. Esa relación no deja de ser una excusa histórica al uso de la época. Un pretexto en el sentido de la búsqueda de unas raíces. Debemos ajustarnos a unos mínimos criterios de objetividad y con capacidad de análisis, bajo soporte documental y evitando juicios apriorísticos, llegar a conclusiones más científicas y actualizadas que las que han rodeado esta teoría, simplista per se, durante los últimos siglos.

Ya hace casi dos décadas el prestigioso historiador de Artaxona José María Jimeno Jurío hablaba de contemplar este tipo de interpretaciones con espíritu crítico e incluso con escepticismo. Aprovechando estos días, cantidad de publicaciones llenan sus páginas ad nauseam de la misma forma, vinculando danza-batalla. Éstas y el abuso del término tradición, prostituido hasta la saciedad y a la que a menudo vacían de contenido cuando ni es ni debe ser entendido como un dogma de fé o un fenómeno involucionista sino como algo que recogemos y entregamos en proceso natural, me conducen a escribir este artículo.

El primer escrito vinculando nuestra danza de bordones (sic) y la batalla que se libró en Beotibar, viene de la mano del jesuita vallisoletano Gabriel de Henao en "Averiguaciones de las Antigüedades de Cantabria" (Zaragoza, 1637). Casi 4 siglos más tarde, aún hoy, sin atender al rigor científico, se intenta justificar desde la misma óptica nuestra danza. Un sinsentido. Deshagamos lo que se ha magnificado. Es más que improbable que la "Batalla de Beotibar" y la Bordondantza tengan un nexo en común más que lo que folkloristas como Iztueta, historiadores de la talla de Pablo Gorosabel y demás interesados hayan querido asignarle. Comienzo lanzando una pregunta: si realmente el pueblo desea celebrarla, ¿por qué no lo hace en el aniversario de la propia batalla?



La Bordondantza responde coreográficamente a una Ezpatadantza, a pesar de haberse realizado tradicionalmente con bordones (y actualmente con alabardas) en lugar de espadas. Recordemos que Caro Baroja nos decía que el día de San Juan se caracteriza porque durante él salen comparsas de hombres armados en una gran porción de Europa. Se han conocido danzas de armas por San Juan en Lesaka, Zugarramurdi, Torralba del Río, Oiartzun, Balmaseda, Lakua... sin olvidar que el andoaindarra Padre jesuita Manuel de Larramendi en su "Coreografía de Guipúzcoa" (1754) nos recuerda que la Bordondantza conocida anteriormente como Alagaidantza se bailaba en otros pueblos del Beterri gipuzkoano: Andoain, Hernani, Urnieta, Orereta. E incluso tenemos datos de su ejecución en Alegi. Si es así echa al traste la teoría de la batalla.

Pero, ¿por qué razón vincular la significación de la danza a un motivo bélico? Son producto de una época. Teorías al uso en el Antiguo Régimen intentando legitimar determinadas situaciones, en un ambiente cultural concreto y con las mitificaciones y mistificaciones como herramienta de trabajo. Pero con el consabido éxito en el transcurso de los siglos. Ha resultado un tópico buscar el origen de ciertos ritos en hazañas bélicas mediatizadas por una ideología concreta. Ahí radica el tan extendido mito del Cantabrismo en Euskal Herria, el de la indómita raza de heroicos habitantes descendientes de Túbal, nieto de Noé, el de los prístinos primeros pobladores de Iberia, rebeldes e irreductibles en un territorio nunca hollado por invasor alguno y que fue alimentado por doctos historiadores como el arrasatearra Esteban de Garibay o escritores del romanticismo decimonónico como Juan Venancio de Araquistain, aficionados a recargar los colores de su estilo con una aureola de mitos y leyendas que en nada reflejaban la realidad. Deformando un pasado para justificar un presente. Manipulación de la historia.

No trato de restar méritos a la ingente obra de estos historiadores, sino de estudiarlos en los aspectos en los que manejan un rigor histórico; precisamente su valor reside en la visión que nos dan de su época, en el testimonio escrito del espacio contemporáneo a ellos que nos han legado; y, por otro lado, de reconocer la labor de otros eruditos que han estado apartados durante muchos años aún cuando rechazaban estas teorías desde el siglo XVII, como Arnaud D´Oihenart.

¿Qué significado tiene entonces, la Bordondantza? El universo simbólico que rodea la fiesta de San Juan, en opinión de los clásicos, es de carácter agrario y naturalista, de culto a la vegetación (Vegetationsdämonen en la pluma de Manhardt); de orígenes precristianos y relacionado al solsticio estival, como lo verifica el antropólogo escocés J.G. Frazer en su "Rama dorada" (1890), donde establece paralelismos entre diversas fiestas y los relaciona con ritos arcaicos agrícolas.

Parece que también la Bordondantza se inserta en ese ideario simbólico del ámbito solsticial aunque su sentido en origen sea una
auténtica terra incognitae para nosotros. Pero nada más lejos de
excusas bélicas y hechos históricos, la Bordondantza no pretende, de ninguna manera teatralizar un representación de naturaleza militar -a pesar de la solemnidad, cadencia y uniformidad que la caracterizan
actualmente-. Además, independientemente de toda interpretación, la variante coreográfica realizada hace 20 años y la adopción de la alabarda como herramienta de baile no implica un gesto de objetivos y fines guerreros medievalistas, sino la adaptación al gusto determinado resultado del estudio de una época concreta.



La danza antiguamente utilizaba bordones (varapalos que le llamara Larramendi). Fue Tolosa, in illo tempore, vía de paso de la ruta Jacobea, al parecer y según Urroz, en su "Compendio Historial de la Villa de Tolosa" con una antigua ermita de la Orden del Temple (los archiconocidos monjes-soldado Templarios), precedente de la actual capilla de San Juan de Arramele, y a la que acuden los Bordondantzaris a la hora de las Completas. Aunque sólo sea el dominio de la hipótesis se me plantea otra pregunta, ¿no se relacionará más el uso del bordón, útil de los peregrinos en su largo caminar hacia la villa compostelana, al hecho mencionado que a la batalla de Beotibar?

Sirva de paso este artículo para subrayar por mi parte la escasa importancia que tuvo dicha batalla, ya que no fue más que un simple episodio inscrito en el marco de los conflictos entre los
diferentes bandos liderados por sus Ahaide nagusiak y abanderados
estos, a su vez, por sus respectivos intereses. La respuesta a una de
las numerosas y continuas incursiones y que la leyenda y algunos
escritores han querido revestir de sobrante importancia. Aunque sea cierto que Tolosa obtuviera la Carta Puebla (acta de fundación sobre una población preexistente, no se nos olvide) entre razones de otra índole, para defender la frontera de malhechores de ataques "extraños" y aunque ese conflicto Castilla-Navarra/Oñaz-Ganboa y la dualidad villas- Tierra llana existiera, hoy por hoy no celebraríamos ni evocaríamos una batalla que, al margen de ser facienda de poca entidad, ha sido sobredimensionado por determinados historiadores hasta alcanzar la categoría de leyenda (caso del bachiller Zaldibia), y realmente había sido una contienda fratricida (como opina Fausto Arozena) en la que se
vertió demasiada sangre vasca defendiendo intereses cuasifeudales.

De todas formas, ¿tan urgente es la necesidad de conocer el verdadero origen de la danza?; realmente, ¿hasta qué punto nos interesa? ¿Responde realmente al survival de un rito tan antiguo como pretendemos -o deseamos- que sea? Prefiero considerarlo, en la línea de estudio de Caro Baroja, un elemento de fusión, sincretismo y
transformación dentro de una forja de siglos, y es ahí donde reside su riqueza. Para una correcta comprensión del porqué se sigue ejecutando en estos tiempos de globalización y modernización donde nos quieren dar a entender que este tipo de actos están caducos y son extemporáneos, recurramos a la objetividad histórica, a fuentes fidedignas, a los bordondantzaris de hoy.

Movidos por motivos culturalistas más que historicistas (sin la renuncia a nuestro pasado, por entendido), lo seguimos haciendo porque lo hacían nuestros mayores y deseamos que lo hagan nuestros siguientes. Por costumbre como ley no escrita y por tradición (de tradere, transmisión o entrega). Lo hacemos para cumplir el rito convertido en obligación y disfrutamos con ello (¿por qué olvidar el sentido lúdico de la fiesta?). Por ser un patrimonio heredado de forma natural, parte importante de nuestra identidad y del folklore del pueblo vasco. Por la propia vivencia de la danza y de la fiesta, expresión de sentimiento (recordemos que el ejercicio del baile y la danza como práctica colectiva es un recurso histórico de los pueblos para expresar alegría). Y como no, para ofrecer en compañía de escopeteros, banda de música y corporación municipal un cuadro sin igual a Tolosa el día de San Juan. Biba San Juan!


Fernando Rojo Tolosa (Bordondantzaria eta Historian lizentziatua)

Euskonews & Media 129.zbk (2001 / 6-29 / 7-6)


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