Resulta
difícil imaginar el agroturismo sin la presencia de la
mujer, siendo como es el alma de la casa, la infatigable hormiga
trabajadora. Basta con aproximarse a una casa que ofrece este
tipo de servicios para enseguida percibir el toque femenino.
Y es que la interrelación
entre la mujer y el agroturismo, muy sustanciosa y beneficiosa
por lo general, siempre resulta interesante.

¿Qué ha proporcionado el agroturismo
a la mujer del caserío? Principalmente, un rayo de luz
de cara al futuro. Una brizna de ilusión en medio de la
crisis que durante tantos años ha venido azotando a la
agricultura. Una nueva ventana entre la diversificación
de los caseríos que siempre ha caracterizado a la mujer.
Una actividad complementaria que incremente los ingresos y mantenga
al caserío con vida, sin que sus actividades y productos
corran peligro.
El desarrollo de esta empresa, que
no tiene por qué limitarse a proporcionar alojamiento,
permite a la mujer descubrir cómo tareas que ha venido
realizando amorosamente y con frecuencia por mera diversión
pueden incluso originar beneficios, como bien pueden ser la elaboración
y venta de productos históricamente elaborados principalmente
por la mujer y que en no pocos casos han ayudado a salir adelante,
o la venta de artesanía y otro tipo de servicios. Siempre
y cuando la mujer se muestre dispuesta -y realmente le apetezca,
esté capacitada, y así se lo permitan la ubicación
y características del caserío- , el agroturismo
permite desarrollar varias actividades simultáneamente.
Por otra parte, y a pesar de que
por el momento no se hayan realizado investigaciones al respecto,
desde el punto de vista de la situación jurídica
y social de la mujer, el agroturismo ha supuesto un importante
adelanto. Es por todos conocido el histórico problema aún
por solucionar de la falta de equiparación de la situación
de la mujer en el caserío con el estatus de trabajador,
dado lo cual, y a falta de una ley reguladora, por lo general
no se la considera más que ayudante del titular. Son muy
pocas las mujeres que ostentan la titularidad de un caserío
y gozan de derechos sociales reconocidos.
Como consecuencia de las citadas
circunstancias, la mujer se ve rodeada de dificultades a la hora
de encontrar su lugar en el caserío. Al dedicarse a tal
pluralidad de actividades sin estar especializada en un aspecto
en concreto, su identidad, o al menos el reconocimiento a su labor,
se disuelve como un terrón de azúcar.
Sé de muchos casos en los
que la actividad agroturística ha ayudado a la mujer a
superar esos problemas, habiéndole permitido encontrar
su sitio en el caserío.
Lo que en todo caso resulta evidente
es que, por una vez, la mujer se siente recompensada por el trabajo
realizado (ya que muchas veces es ella la que tiene que cargar
con el trabajo), tanto por lo que aporta a su economía
(las restantes actividades del caserío apenas generan beneficios),
como por la gratitud que manifiesta la clientela (importantísimo
factor que fomenta la autoestima y anima a seguir adelante, especialmente
cuando la agricultura ha sido durante tantos años un ámbito
menospreciado).
El agroturismo (siempre y cuando
se trate de una actividad complementaria en un caserío)
es posiblemente una clara prueba de todo lo que la agricultura
aporta a la sociedad: produce alimentos y servicios, preserva
el medio ambiente, y salvaguarda la cultura y las características
propias de la agronomía.
El visitante que se acerca a estos
caseríos y tiene la posibilidad de apreciar personalmente
cómo el agroturismo cumple todas esas funciones, normalmente,
suele manifestar su reconocimiento. Nada hay mejor que conversar
con las ancianas de estos caseríos para darse cuenta de
la alegría y esperanzas que tales agradecimientos brindan.
Esa ilusión lleva, además,
a cultivar otro importante aspecto: el de la formación.
Y es que el deseo de ofrecer este servicio lo más idónea
e impecablemente posible anima a la mujer a ahondar en otros aspectos,
tales como la recuperación del patrimonio, la restauración,
la decoración, la jardinería, el paisajismo, la
alimentación, la cocina, los idiomas, las relaciones humanas...
Todo, desde el orden de la casa hasta la psicología. Este
aprendizaje, a pesar de que suponga un gasto (tiempo, idas y venidas,
dinero...), resulta altamente provechoso para la mujer.
Desde el punto de vista espiritual,
y junto al mencionado enriquecimiento cultural, habría
que hacer alusión a la red de relaciones que se va tejiendo,
no sólo con respecto a los visitantes-clientes, sino incluso
entre los propios agricultores involucrados en esta actividad.
Es necesario entablar relaciones solidarias, ayudarse mutuamente,
aprender los unos de los otros y organizarse para poder seguir
avanzando.
Pero, ¿y qué recibe el agroturismo
de la mujer? Para empezar, es obvio que al frente de una iniciativa
de este tipo se encuentra normalmente un caserío habitado
por una familia cuyos miembros contribuirán, cada cual
dentro de sus posibilidades, por ofrecer un servicio lo más
completo posible. En ocasiones será el hombre quien asuma
la mayor responsabilidad, pero dado que la mayoría de las
veces esta actividad queda en manos de la mujer, es a ellas a
quienes voy a referirme, aunque partiendo de los casos que conozco,
sin basarme en ningún dato científico.
Detrás de
los miles de detalles que llevan a que una estancia resulte agradable
y con frecuencia inolvidable, por lo general suele estar una mujer.

Es ya tradicional la hospitalidad
vasca de acoger al visitante como si se tratara de un miembro
más de la familia, y procurar que se sienta, más
que como en un hostal, en su propia casa.
Es obvio que el agroturismo no es
un hotel. Es, cuanto menos, diferente. Se trata de enseñar
y compartir lo mejor que tenemos: la geografía, los bellos
parajes, la gastronomía, la historia, las costumbres, todo
cuanto tenga un interés artístico o arqueológico,
actividades de ocio... En resumen, nuestra propia cultura e identidad.
Cuando más cuando menos, en
todas las relaciones con los turistas suele haber que tratar alguno
de esos temas, a veces incluso con maestría. Por eso, bien
puede afirmarse que todas las personas que se dedican al agroturismo
se convierten, al llevar a cabo esta misión, y sin ni siquiera
salir de su propia casa, en embajadores de Euskal Herria.
Sin embargo, hay otras tareas que
realizar, como por ejemplo acondicionar, embellecer y cuidar el
caserío y su entorno. Lamentablemente, debido a la escasez
de formación, a la irrupción de otro tipo de intereses,
o a la falta de sensibilidad, aspectos tan valiosos como la arquitectura
y los aperos de los caseríos han sufrido un considerable
deterioro. Muchas mujeres, preocupadas a este respecto, hacen
lo posible por conservar y recuperar estos valiosos objetos. En
cualquier caso, es de agradecer el esfuerzo que las casas rurales
han realizado por recuperar las herramientas que dan fe de la
identidad y la historia del caserío vasco, y por cuidar
la decoración de la casa y los alrededores, puesto que
también estos aspectos testimonian el amor por un país
y por un determinado modo de vida. En todas partes se pueden observar
parajes, jardines, balcones y rincones amorosamente cuidados que
reflejan la belleza interior de las mujeres.
La mujer, además, intentará
conquistar al cliente mediante exquisitos manjares. Ya sea en
el desayuno, en la comida o en la cena, y sin olvidar su condición
de baserritarra, le ofrecerá los mejores productos de la
tierra y del ganado vascos, contribuyendo así a que los
turistas aprecien nuestra extendida cultura gastronómica.
Es posible que la lectura de estas
líneas lleve a alguien a pensar que el agroturismo y las
casas rurales están rodeadas de un halo de color rosa.
Sin embargo, siempre suele haber alguna que otra espina. A buen
seguro no toda mi exposición se ajusta a la realidad de
las iniciativas que se están desarrollando; no hay que
olvidar que algunas casas, tras haber invertido grandes dosis
de ilusión y cuantiosas sumas para ofrecer estas actividades,
reciben menos clientes de lo esperado. Ojalá estas líneas
sirvieran para fomentar la oferta turística, ya que en
todos los parajes hay hermosas cosas que merecen ser vistas.
También hay mujeres que, bien
por no haber sido suya la idea de involucrarse en el agroturismo,
bien porque hubieran preferido organizar el caserío de
otra forma, ven esta actividad como una carga que viene a sumarse
a las tareas que venía desarrollando con anterioridad.
Evidentemente, la
relación entre el agroturismo y la mujer presenta múltiples
y muy diversas facetas, y si bien en esta redacción he
tratado de exponer sólo las más destacables, no
me cabe la menor duda de que a partir de las experiencias de quienes
han visitado estos caseríos se podría escribir todo
un libro. De modo que no hemos hecho más que empezar.
Maite Aristegi, Nekazalturismoa
Fotografías: Joseba Olalde |