Título de la publicación: Revista
Internacional de los Estudios Vascos
Páginas
del artículo: 102-106 |
Entre
los numerosos y variados motivos con que se trata de enriquecer,
en nuestros días los estudios peculiares a la Etnografía
del País, resalta por su interés, desde diversos
puntos de vista, la presencia de construcción tan sencilla
y típica como es el hórreo.
Bien es verdad que son muy pocos
los hoy existentes, y sobretodo conocidos, pero también
es cierto que el caso anotado, lejos deconducir al olvido de su
estudio, merece por su actual singularidad que la investigación
se dirija hacia este tema, de suyo atrayente.
Iniciada ésta puede decirse,
en la obra Hórreos y Palafitos de laPenínsula
Ibérica (1918) de Eugeniusz Frankowski, celoso explorador
del País Vasco y admirador de su patrimonio solariego,
se debe aprovechar de aquel trabajo el comentario de sus teorías,
al objeto de que sirva de acicate poderoso para proseguir la tarea
emprendida.
Dejando de lado la detallada exposición
que en la obra citada concierne a la extensión y condiciones
que el hórreo, en diversa tipología, se manifiesta
dentro de la Península en las regiones asturiana, gallega
y portuguesa, zonas en las que respectivamente se muestra en nuestros
días de mayor a menor número y uso —, conviene fijar
la atención acerca de su existencia en el País Vasco.
En este sentido, cabe referir a tres
puntos de vista el trabajo de Frankowski:
1.º Asiento y subsistencia actual
del hórreo en el País.
2.º Antigüedad de implantación
en porte y uso, con relación a la teoría sustentada
por el autor respecto del hórreo, considerado como fase
derivada del sistema palafítico.
3.º Supervivencia de las características
del hórreo, más o menos veladamente, en el arte
de construcción rural vasca.
***
En cuanto al primer caso, no puede
menos de causar extrañeza el marcado contraste que se obtiene
de la referencia de Iturriza —señalada por Frankowski —y
la escasa proporción de datos positivos, hoy existentes
en suelo vasco, de los que ha podido disponer éstepara
su estudio comparativo.
En efecto, la muy interesante nota
de Iturriza en su Historia de Vizcaya determina para cada
caserío, y de él muy poco distante, la existencia
de un hórreo (garaya, según el autor), de
modo análogo a lo que en su época observó
en Asturias y Galicia. Pero, no deja de añadir que «sinduda
se perdió la costumbre de edificarlos a principio del siglo
XV ».
Frente a tan reveladora noticia,
resulta en extremo lamentable el menguado fruto obtenido de la
exploración en estos últimos años. Así
Frankowski, después de describir los «garaixes de
Ibargüen e n Marquina —Echeberria (Vizcaya)» lo refleja en
su escrito. «Hasta borrados ——casi por completo de la memoria
de sus ha babitantes, se han conservado como reliquias de las
antiguas construcciones, algunos hórreos en los rincones
montañosos del país, alejados de las glandes vías
de comunicación, apartados de nuestros antepasados ».
Y justo es añadir, que los
descubiertos recientemente, cuyos datos conservan inéditos
conocidos etnógrafos del País, no constituyen número
suficiente para rectificar este juicio.
El resultado, pues, no puede ser
más significativo, y digno de una inmediata revisión
del País, que proporcione el mayor número de datos.
De otro modo, no es posible emprender el obligado estudio comparativo.
Obtenidas las pruebas de una completa
investigación, llega la ocasión propicia para establecer
los puntos de relación entre la facies del hórreo
vasco y las correspondientes a los implantados en zonas colindantes,
más aún con aquéllos de regiones en las que
continúa en nuestros días el uso de tales construcciones.
Mientras el trabajo propuesto no
se realice, resulta difícil, por ejemplo, armonizar la
frecuencia de las cuatro vertientes en el hórreo asturiano
con respecto a las dos únicas que aparecen en el vasco,
por lo menos, en las exiguas pruebas que se conocen de este último.
Además, resuelta favorablemente
la actual incógnita vasca, queda por zanjar la laguna montañesa,
en cuya región, si ya Frankowski señala referencia
alguna acerca de la supervivencia del hórreo en la actualidad,
no deja el caso de presentar una semejanza con el problema afín
al territorio vasco;constituyendo, por tanto, un nuevo motivo
de expansión del estudio señalado.
Este particular bien merece algunas
consideraciones. Porque si las condiciones naturales del clima
y suelo en relación con el uso de tales depósitos
—por lo general —de granos, han sido los determinantes de su construcción,
y siendo aquéllas, poco más o menos iguales para
toda la faja cantábrica, no deja de ser extraño
el escaso número de hórreos en la zona santanderina,
a no ser que el presente, en analogía con el País
Vasco, no patentice los restos del pasado.
Sin embargo, bien cabe reconocer
una variante climatológica en esta última zona,
como más sometida al azote de fuertes vientos; precisamente,
se ve reflejada en la construcción rural de nuestra época;
parece indicarlo así, la diferencia que se advierte entre
el pronunciado alero del caserío vasco, el más recogido
de la casería asturiana y el muy somero, con sus enmasadas
tejas, de la casa montañesa.
Tales características de hoy
¿no pueden traducir las propias de otros tiempos?.
Desde luego la variante aludida,
no es factor capaz de poderse limitar al reducido período
actual de la época contemporánea. ¿No ha podido,
pues, influir sobre la zona montañesa, en el empleo y condiciones
del hórreo, reduciendo mucho su construcción en
primer momento, y de ahí su escasez actual? En otro caso
¿hubo de acomodarse el hórreo montañés, en
forma, a su influencia?
He aquí problemas, entre otros,
a que da lugar el estudio del hórreo en las zonas colindantes
al País vasco, y de los que no puede hacerse abstracción,
en interés del estudio propuesto.
***
Obtenida una completa revisión
de datos acerca del hórreo vasco, está el caso en
condiciones de relacionarlo con otro género de investigación,
que bien puede simultanearse con la primera, y cuya coordinación
podrá traducir la teoría sustentada por Frankowski.
Juzga al hórreo, el citado
etnógrafo, como una especie de edificios palafíticos
«, y añade, que «estos graneros puede considerarse como
reliquias del antiguo modo de edificar, «como consecuencia delas
condiciones antropogeográficas naturales de ciertos lugares
».
Según mi parecer —añade
—, estos hórreos representan una supervivencia de la antigua
usanza de construcción de madera, en un tiempo palafítica;
que hace siglos estaba generalizada en estos lugares, y cuyas
huellas no han desaparecido por completo, perdurando hasta hoy
en algunos caracteres particulares de las viviendas populares
de estas comarcas ».
En prueba de sus teorías,
desarrolla Frankowski un documentado estudio sobre los palafitos
actuales de distintas partes del globo y los prehistóricos
hallados en Europa.
En este enunciado, no deja de incluir
las escasas noticias que acerca de ciertas construcciones —referidas
a palafitos no con gran precisión por los autores de fin
del siglo pasado —, han sido señaladas en la Península.
Sin embargo, supone que el género de construcción
de viviendas sobre estacas debió de estar «en su tiempo,
muy generalizado » de cuya condición no se exceptúa
al País vasco sino todo lo contrario.
Y al objeto del punto de vista propuesto
¿de qué época data la construcción palafítica
en el País? Difícil es, hoy por hoy, dar una contestación
positiva a la pregunta. Ahora bien, dejando a un lado el supuesto
con que Frankowski en uno de sus capítulos, dedica a buscar
analogías representativas del palafito en ciertos dibujos
prehistóricos todavía no descifrados, bien puede
suponerse que en la época neolítica estaba implantado
el régimen de construcción palafítica en
el suelo vasco, perdurando hasta época muy avanzada, con
las consiguientes variaciones, y más, si en su desarrollo
evolutivo, con arreglo a aquellas teorías, se cifra el
origen del hórreo de tiempos pasados.
Es, por tanto, en este punto, en
el que la investigación actual, a que antes se alude, presenta
un vasto campo de acción.
En efecto, denuncia el País
vasco en virtud de los continuos estudios que en estos últimos
años se realizan, una positiva prueba del firmeasiento
en su territorio de una población neolítica, que
en la misma proporción, se mantiene en época posterior,
ya iniciado y desenvuelto el conocimiento de los metales.
Sin duda que las condiciones antropogeográficas
del País, afines a las expresadas edades, respondían
—como el resto del Norte de la Península —, al empleo de
viviendas construídas, en más o en menos, dentro
de un plan palafítico; y bien puede decirse que ha reunido
el País la diversidad de condiciones necesarias para patentizar
los dos tipos de construcción sobre estacas, que con respecto
a la situación geográfica, señala Frankowski.
Parece verse asentado el uno, tierra
adentro, en las explanadas de las altas sierras que cruzan su
territorio, en los sinuosos valles que contornean sus montañas
como reductos de apacible clima, donde poriniciarse los regatos
que desde las crestas vecinas afluyen al ya encauzadorío,
se mantienen encharcados durante gran parte del año, sin
que les alcance la propia situación pantanosa.
Probablemente, este tipo, ha debido
de continuarse por los estrechos barrancos de sus reducidas cuencas
en dirección de la costa cantábrica; otro tanto
ha podido ocurrir en las márgenes de los ríos de
afluencia meridional.
Sin duda, a distinto género
de construcción ha debido corresponder el régimen
palafítico propiamente costero, para cuya implantación
guardó el litoral vasco apropiadísimas riberas,
inmediatas a las desembocaduras de los ríos, pantanosas
en más de un caso.
Es lamentable que, con respecto a
cuanto acabo de exponer, se haya llegado a nuestros días
sin haber logrado descubrir con precisión absoluta un solo
dato positivo como resto de semejantes viviendas; sin embargo,
si a primera vista asombra esta falta de pruebas, conviene no
olvidar al efecto los trastrueques que, desde hace siglos, ha
experimentado el suelo del País, como consecuencia de sus
variados aprovechamientos, alterándose por tanto la disposición
de sus capas superficiales, y dando, involuntariamente, de lleno
contra aquellos fondos de vivienda que guardaron tan preciado
tesoro, hoy desparramado, y en difícil tarea de reconocimiento
y acopio.
La densa población que nos
atestiguan los recintos dolménicos, debió hacer
uso de viviendas de tal naturaleza, cuya supervivencia parece
mantenerse en las chozas humildes de las zonas pastoriles de nuestros
días.
En cuanto a la zona costera, se desconoce
todavía dato alguno referible al numérico de su
población en aquellas épocas remotas, pero todo
hace presumir que no pasó deshabitada.
Lo expuesto es suficiente a mostrar
el enorme estudio de investigación que está por
llevarse a cabo.
***
Si sugestivo es el problema que implica
la teoría de Frankowski, admitiendo al hórreo como
un derivado palafítico —para cuyo estudio evolutivo se
muestra el País vasco en favorable situación —,
no deja de guardar éste análoga característica,
en cuanto a la comparación que el autor establece entre
el hórreo destinado a vivienda y las edificaciones rurales
construídas a este objeto, hoy existentes.
Al efecto no deja de sospechar hasta
en una supervivencia, en gran parte de los caseríos vascos,
de huellas que reflejan el estilo palafítico. Funda su
hipótesis en el destino que se hace del hórreo cerrado
en su planta baja y piso superior, con relación a la distribución
y uso propios de los distintos compartimientos del caserío
en ambas plantas de edificación.
A este propósito, no deja
de anunciar un próximo y detenido estudio acerca del caserío
vasco.
Mientras tanto nada se opone a cultivar
la investigación etnográfica que sugiere la teoría
expuesta por Frankowski; todo lo contrario, es momento oportuno
de coadyuvar firmemente a la recopilaciónde datos, que
en día próximo sirva de fundamento científico
sobre el que cimentar tan interesante cuestión.
ENRIQUE DE EGUREN |