Una visión de
conjunto, a modo de balance
La
historia política de la Baja Edad Media ofrece rasgos definitorios
y peculiares en relación con otras monarquías hispanas.
Desde 1234 hasta su incorporación a la Corona de Castilla
en 1512, Navarra esta regida por dinastías francesas. Este
hecho marca decisivamente el devenir político-institucional
del reino.
El siglo XII
se había caracterizado en lo exterior por el difícil
ejercicio de supervivencia frente a los reinos peninsulares vecinos,
y en el interior por la configuración de una sociedad tripartita
y la cristalización de unos incipientes mecanismos de gestión
pública, de corte tradicional. Nada hacía suponer
que Navarra se iba a incorporar, al principio de modo lento, y
después rápida y expeditivamente, a un estilo de
gobierno, de corte europeo, novedoso entre los reinos hispanos,
tanto en la concepción del poder, como en los usos administrativos,
y desde luego, con una radical reorientación de intereses
exteriores y estrategias dinásticas.
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Reino
de Navarra en tiempo de Sancho VII el Fuerte (1194-1234).
El rayado marrón indica las sucesivas conquistas castellanas
en tiempos de Sancho VI el Sabio y las nuevas durante el reinados
de Sancho el Fuerte. -1194. Recuperación de la Baja Navarra;
-1198. Alfonso VIII de Castilla invade el Reino de Pamplona.
-1200. Cerco y rendición de Vitoria: -1200. Caída del Durangeusado
y Alava; -1201. Caída total de Guipúzcoa; -1204. Bayona bajo
protección navarra; -1204. Alfonso VIII invade Gascuña desde
San Sebastián; -1212, Batalla de las Navas de Tolosa. |
En poco más
de un cuarto de siglo después de la muerte de Sancho el
Fuerte, Navarra se había perfilado como una monarquía
moderna que vivía una etapa de transición entre
las costumbres del viejo reino altomedieval y las instituciones
renovadas y consolidadas de la Baja Edad Media. Teobaldo I y sus
hijos (1234-1274) introdujeron, con la nueva dinastía,
un nuevo talante político. Reforzaron la autoridad del
soberano y, al mismo tiempo, la adaptaron hábilmente a
las tradiciones del reino. Sus reformas de los resortes administrativos
y la proyección exterior hacia la cristiandad occidental,
dieron a Navarra un carácter "europeo", que nunca antes
había tenido. Este sistema presentaba aspectos positivos,
como la administración racional y eficaz, la apertura y
el prestigio internacionales del reino y el dinamismo económico,
y resultados desfavorables, como el autoritarismo monárquico,
las ausencias prolongadas de los reyes en sus señoríos
franceses y el desequilibrio producido entre las fuerzas sociales,
que condujo a una inquietud estamental, endémica durante
casi un siglo.
La unión
personal de las coronas navarra y capeta (1274-1328) se reveló
aún más perjudicial para los intereses propios del
reino. La inmersión en los asuntos franceses, la omnipresencia
de funcionarios extranjeros, el descontento de todos los grupos
sociales, venía fraguando una peligrosa tensión
interna en un momento en el que asoman los primeros síntomas
de la depresión del siglo XIV. El deterioro de la armonía
social fue frenado momentáneamente por el afincamiento
de nuevos monarcas "navarros", los Evreux. Las esperanzas que
suscitó el gobierno de los primeros soberanos de este linaje
(1328-1349), con su reordenación general jurídico-administrativa,
y medidas correctoras de pasados abusos, venían acompañadas
de un acercamiento a los reinos hispanos, postergados desde hacía
una centuria en las relaciones exteriores.
Carlos II (1349-1387)
rompió, en cierto modo, estas expectativas para volcarse
en la recuperación de su patrimonio ultrapirenaico y sumergirse
en el avispero de la Guerra de los Cien Años. El precio
que el rey y el reino pagaron fue muy alto. Todos los azotes posibles,
vigentes en la Europa del momento, se hicieron presentes: desequilibrios
climáticos, crisis de subsistencia, alza de precios y salarios,
hambre y peste produjeron una fatal sangría humana, de
la que ciertamente el monarca no era responsable, pero que empeoró
financieramente con su desatinado esfuerzo bélico. Exenciones
tributarias puntuales y la socorrida devaluación monetaria,
no podían paliar el efecto desastroso del reiterado y "ordinario"
recurso a los impuestos extraordinarios. Sólo un segmento
de la nobleza se benefició de la actividad militar, y la
versátil oligarquía urbana, con intereses económicos
diversificados y dueña de las administraciones municipales,
medró relativamente en medio de la crisis general. Los
grandes propietarios del siglo anterior, las instituciones eclesiásticas,
vieron mermados sus patrimonios de diversos modos, mientras perdían
derechos e ingresos, usurpados por caballeros y burgueses. El
sector más desfavorecido fue, como en Europa, el de los
pequeños y medianos campesinos de señorío,
que, incapaces de sostener la rentabilidad agraria y por ende
de soportar las cargas fiscales, pechas señoriales, impuestos
públicos y tributos extraordinarios, abandonan las tierras
o malviven en ellas, endeudados o pidiendo reiteradamente exenciones
y rebajas. La escrupulosa gestión escrita de la administración
no mejoraba per se las posibilidades del Tesoro, y la compleja
maquinaria burocrática aún añadía
una carga más a la esquilmada hacienda real. Convencido
del fracaso de sus proyectos franceses, Carlos II trazó
en los últimos años de su reinado nuevas alianzas
con monarcas hispanos, que van a marcar decisivamente la política
exterior de sus sucesores.
| Navarra.
Carlos, príncipe de Viana, según un códice de 1480 conservado
en la Biblioteca Nacional. |
El largo reinado
de Carlos III (1387-1425) fue un relativo remanso de sosiego:
la paz interior y exterior favorecía los reajustes socioeconómicos,
mientras la monarquía se prestigiaba y adornaba con cuantos
recursos simbólicos y materiales ofrecía la mentalidad
dinástica coetánea, especialmente francesa. Entre
tanto, en algunas zonas del reino y en algunos sectores más
dinámicos se iniciaba una "reconversión", que habría
desembocado en una recuperación bastante generalizada de
no haber mediado la guerra civil. El gobierno de la reina Blanca
(1425-1441) fue el último momento de esplendor de Navarra.
A su muerte, tras una etapa de difícil equilibrio entre
su hijo y sucesor Carlos, Príncipe de Viana, y el rey consorte
Juan de Aragón (1441-1451), la banderización y ruptura
social polarizaron el reino, causaron devastación y desórdenes
por espacio de dos generaciones y precipitaron el marasmo político
(1451-1461). El balance artístico y cultural de la dinastía
es mucho más positivo: el gótico, en sus diversas
manifestaciones y estilos, se impone por todo el reino, con obras
de gran calidad, muchas de ellas de corte francés. Los
únicos escritores bajomedievales conocidos viven también
en este periodo, aunque en este caso la cantidad y calidad de
sus obras no pueda compararse con el coetáneo florecimiento
de las letras hispanas.
Con los reyes
de las casas Foix y Albret (1479-1512) y antes de que se cerrara
la guerra civil, a las tensiones internas se sumaron, en una fatal
conjunción, las presiones de Francia, Castilla y Aragón.
Las servidumbres políticas se hacen insostenibles desde
que se unen las coronas de Castilla y Aragón y los reyes
de Navarra, con compromisos patrimoniales y vasalláticos
en Francia, optan por este reino. La pérdida de la independencia
política de Navarra, incorporada a la corona de Castilla,
marca el final de una época. Desde 1512 los mecanismos
administrativos se desarrollan y adaptan a la nueva realidad política,
patente también en otros aspectos institucionales y sociales.
La población y la economía se recomponen a lo largo
del XVI y las corrientes renacentistas inscriben a Navarra definitivamente
en la órbita hispana. El final del reino privativo de los
Foix-Albret es, para Navarra, el final de la Edad Media.
Iparralde está
básicamente articulado en tres unidades a lo largo de la
Baja Edad Media: dos bajo soberanía inglesa, Soule y Labourd,
y una en la órbita navarra, la Baja Navarra o Ultrapuertos.
Las tres comparten una misma base social y una análoga
escasez de recursos económicos, hecha excepción
de la actividad portuaria y comercial de Bayona. Las tres fueron
escenario de una inquietud nobiliaria, orientada en Labourd hacia
la difícil colaboración con la autoridad anglo-aquitana,
y en Ultrapuertos frenada y capitalizada por las empresas políticas
de los Evreux. Sólo la Baja Navarra resistió a la
suerte común de estas regiones al concluir la Guerra de
los Cien Años: la anexión al reino francés.
Ultrapuertos vivió dos generaciones más bajo sus
reyes franco-navarros. En 1530 se incorporaba a los señoríos
de los Albret, los "otros" reyes de Navarra desde 1512. Finalmente,
la compleja política del siglo XVI terminó encuadrándolos
en la Francia de los Borbones, que también ostentaron hasta
la Revolución el titulo de "reyes de Navarra".

San Juan Pie
de Puerto (B. Nav.) Foto del primer cuarto del siglo XX.
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Mª Raquel García
Arancón , Universidad de Navarra. Pamplona |