Álava,
Guipúzcoa y Vizcaya en los siglos XIII a XV: De los valles
a las provincias |
José
Ángel García de Cortázar |
La
historiografía de tema medieval de Álava, Guipúzcoa
y Vizcaya ha seguido parecidos derroteros a la de otras regiones.
El esfuerzo erudito del siglo XVIII sirvió para deslindar
el ámbito de la historia respecto al de los mitos y leyendas.
Más tarde, el interés del Romanticismo por las identidades
individuales y colectivas impulsó el amor a la tierra y
a sus raíces antes de que las corrientes positivistas depuraran
los testimonios documentales. Desde mediados del siglo XX, nuevos
historiadores formados en la universidad y seguidores del estructuralismo,
el materialismo histórico o la llamada Escuela de los Annales,
han renovado el interés por todos los temas del pasado
medieval y enriquecido su conocimiento al añadir a los
datos proporcionados por los textos escritos los procedentes de
los registros arqueológicos. Sobre esta base, los estudios
relativos a Vizcaya medieval tomaron una cierta delantera en los
años 1960 a 1980. Después, han sido los referentes
a Álava y, particularmente, a Guipúzcoa los que
han pasado a ocupar la vanguardia de la historiografía
relativa a estos territorios en los siglos XIII a XV.
En ese período
entre los años 1200 y 1500, las líneas maestras
del argumento de la historia de Álava, Guipúzcoa
y Vizcaya las situamos en torno al proceso de constitución,
dentro del reino de Castilla, de tres espacios político-administrativos
diferentes. En cada uno de ellos, unos mismos grupos sociales
(labradores, hidalgos, población de las villas) se combinaron
en proporciones desiguales y se organizaron en torno a dos modelos
político-sociales: el de las estructuras señoriales
con proyección colectiva de carácter regional y
el de las estructuras de vecindad villana de proyección
local y tendencia a la agrupación a escala respectiva de
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
Cada uno de los dos
modelos trató de garantizar y, en lo posible, ampliar su
proyección territorial y, consiguientemente, su jurisdicción
y el control de los recursos del espacio (agricultura pobre, bosques
abundantes, facilidades para la pesca marítima, ricas vetas
de hierro, vías de comunicación). Y debió
hacerlo en el marco de una economía cada vez mejor articulada
en dos ámbitos, el atlántico europeo y el del reino
de Castilla, y en el marco de una evolución condicionada
por la coyuntura eufórica del siglo XIII, la depresiva
de la segunda mitad del XIV y la creciente recuperación
del XV. Rasgo distintivo de esa economía fue, sin duda,
el fervor mercantil (basado en la exportación de la lana
castellana y navarra y en la producción y venta del hierro)
que impregnó a todos los grupos de la población.
Las respuestas sociales, magnificadas por una fuente cronística
muy concreta, las Bienandanzas e Fortunas de Lope García
de Salazar, propiciaron que, durante mucho tiempo, la historiografía
caracterizara el período con el cómodo y simplificador
título de "la lucha de bandos".
En ese proceso,
durante los siglos XIII a XV, se afinaron y afirmaron los perfiles
de cada uno de los componentes sociales y de los tres espacios
político-territoriales. Por lo que respecta a los primeros,
encontró su estímulo en la decidida política,
por parte de los reyes castellanos en Guipúzcoa y Álava
y del señor (desde 1379, el mismo rey de Castilla) en Vizcaya,
de creación de villas. La población de éstas,
en especial, la de las más grandes, se constituyó
en paladín de uno de los modelos político-sociales,
claramente hostil al otro propuesto por los parientes mayores.
Por lo que
hace a los espacios, las circunstancias históricas (señorío
de Vizcaya; realengo de Guipúzcoa; realengo/señorío
de la cofradía de Arriaga en Álava) propiciaron
una cristalización política en tres territorios.
Las líneas de aglutinación, a la vez sociales, geográficas
y políticas, muy claras en el caso de Guipúzcoa
(entre Navarra y el Señorío de Vizcaya) y Vizcaya
(por su condición de Señorío), lo fueron
menos en el de Álava, lo que explica una estructura social
menos homogénea y un nivel de cohesión política
más bajo que en los otros dos territorios. En el conjunto,
la Edad Media concluyó sin que se hubiera resuelto la adscripción
de unos cuantos señoríos (Ayala, Aramayona, Orozco,
Oñate) periféricos a una u otra de cada una de las
tres formaciones territoriales mayores.

Zaloa, Orozko.
Ésa
fue una de las herencias que la sociedad medieval legó
a sus descendientes. De las restantes, tres parecen especialmente
descollantes. La primera, la consagración de tres espacios
políticos (Álava, Guipúzcoa, Vizcaya) como
marcos de encuadramiento de ámbitos más reducidos,
algunos de ellos dotados todavía de la individualidad que
les otorgaba la conservación de un corónimo. Cada
uno de los tres fue escenario adecuado para las relaciones internas
de las respectivas sociedades y para las del conjunto de cada
una de éstas con el monarca. En una palabra, Álava,
Guipúzcoa y Vizcaya constituyeron tres marcos de integración
política de la sociedad vasca en el ámbito de la
monarquía castellana.
La segunda herencia
legada por la Edad Media en aquellos territorios fue una sociedad
compleja, geográfica, jurídica y profesionalmente
diversificada, en la que, como criterios de ordenación
social y política, se estaban imponiendo dos: la riqueza
y el arraigo local más que comarcal o regional. La abundancia
del número de villas (una por cada cien kilómetros
cuadrados) y la febril actividad mercantil contribuyeron a ese
desenlace. Y, por fin, una última herencia medieval fue,
sin duda, el conjunto de las bases para la creación de
dos imaginarios de enorme efectividad práctica (jurídica
y política) y trascendental importancia en las Edades moderna
y contemporánea: la hidalguía universal de los pobladores
de Guipúzcoa y Vizcaya y los pactos originarios de cada
uno de los territorios con la monarquía. En los dos casos,
se había producido, o a la altura del año 1500 estaba
a punto de producirse, la conclusión de un proceso. El
de la traslación y extensión al conjunto de los
habitantes que residían en un territorio de algunos de
los rasgos y de las situaciones definidas por el vínculo
de relación personal propio del código vasallático,
y, por tanto, hasta ahora, exclusivas de los parientes mayores
y los hidalgos.
José
Ángel García de
Cortázar, Catedrático
de Historia Medieval-Universidad de Cantabria-39005
Santander |