El
19 de octubre de 1999, la fusión del Banco Bilbao Vizcaya
y de Argentaria dio lugar a la creación de una nueva entidad:
el BBVA. Unos años antes, en 1998, se acordaba la fusión
entre dos de las entidades bancarias más importantes del
Estado, el Banco de Vizcaya y el Banco de Bilbao, para dar lugar
a la constitución del BBV. Al cumplirse el centenario de
la creación de la primera, el Banco de Vizcaya sigue siendo
un claro referente en la industria bancaria.
La próspera situación
económica de comienzos del siglo XX favoreció la
creación de nuevas entidades crediticias, tales como el
Banco del Comercio (1891), el Banco Guipuzcoano (1900), el Banco
de Vitoria (1900), el Banco de Crédito Unión Minera
(1901), y el propio Banco de Vizcaya, este último creado
el 26 de marzo de 1901 con un capital de 15 millones de pesetas.
Al igual que otras muchas entidades de la época, el Banco
de Vizcaya adoptó desde sus comienzos el doble sistema
bancario, conforme al cual gestionaba simultáneamente los
depósitos y operaciones tanto de corto como de largo plazo.
Gracias a este sistema que le permitía invertir en actividades
industriales, el Banco de Vizcaya jugaba un decisivo papel en
el desarrollo de la industria.
Objetivo: la extensión Las
máximas del Banco de Vizcaya consistían en ofrecer
un servicio competitivo y en situarse lo más cerca posible
del cliente. En su afán por erigirse como una poderosa
institución, durante sus primeros años procedió
tanto a la apertura de sucursales como a la absorción de
otras entidades, como es el caso del Banco Vascongado, en 1903,
año en que trasladó sus oficinas a la Gran Vía
de Bilbao. En 1915 se hacía con la Casa de Banca C. Jacquet
e Hijos, de Bilbao, y tres años más tarde con la
Banca Rey Sobrino, que se convirtió en su primera sucursal
en Madrid.
Durante la década
de los años veinte, el Banco de Vizcaya vivía un
espléndido momento. En 1921 abrió sus primeras sucursales
en Donostia, Barcelona y Valencia, y fue extendiéndose
por todo el Estado. En 1922, cuando el Banco de Vizcaya contaba
con una extensa red entre Bizkaia, Gipuzkoa, Levante y Cataluña,
la mitad de las reservas de la banca española se encontraba
en manos de las instituciones vascas. Un año más
tarde procedía a la apertura en Bilbao de las primeras
agencias urbanas, un sistema totalmente pionero. Para 1935 contaba
con 200 oficinas. A finales de la década realizó
varias operaciones internacionales, e incluso participó
en la creación, en París, de la Banque Française
et Espagnole.

Sin embargo, las restricciones impuestas
por el gobierno a la implantación de nuevas oficinas en
1940 frenó las expectativas de expansión del Banco
de Vizcaya y le obligó a adoptar una política de
fusiones. Así, en 1958 absorbió la Banca de Palacio,
con sede en Logroño, y diez años más tarde
la Banca Villela, que contaba con una amplia red en Cataluña.
Al amparo de la Ley de Ordenación del Crédito y
de la Banca de 1962, el Banco de Vizcaya constituyó Induban
como su banco industrial.
A mediados de la década de
los sesenta y a lo largo de los años setenta, a medida
que el Banco de Vizcaya consolidaba su presencia en el panorama
internacional, fue configurándose como un destacado grupo
financiero. De esta época son la creación de la
sociedad de inversión mobiliaria Finsa (1965), de la sociedad
de gestión de patrimonios Gesbancaya (1970) y de la compañía
de leasing Liscaya (1972), así como de la compañía
de seguros del grupo. Por otra parte, se abrieron sucursales en
México, Nueva York, Amsterdam y Londres. En 1974, gracias
a la liberalización del mercado bancario, el Banco de Vizcaya
se sumergió en una nueva expansión geográfica.
Durante esta década, la red del Banco pasó de 305
oficinas a 904, instalando además oficinas operativas en
París y San Francisco, y oficinas de representación
en Frankfurt, Tokio y Río de Janeiro.
La crisis bancaria
de la década de los setenta, a pesar de originar graves
daños a numerosas entidades, no hizo sino impulsar la actividad
del Banco de Vizcaya, que adquirió varios bancos sumidos
en problemas financieros: el Banco de Crédito Comercial
(1980), el Banco Meridional (1981), el Banco de Préstamo
y Ahorro (1982), el Banco Occidental (1982), y la Banca Catalana
(1984), lo que permitió al Banco de Vizcaya consolidarse
como una amplia y diversificada organización con altos
índices de rentabilidad y solvencia. Dentro de la banca
española, fue pionero en implantar el servicio de banca
de particulares y los nuevos medios de pago. En 1970, poseyendo
una participación mayoritaria en Eurocard, promovió
el uso de las tarjetas de crédito e implantó a lo
largo del Estado los cajeros automáticos y los cheques-gasolina.

A finales de los años ochenta,
el Banco de Vizcaya dio uno de sus pasos más importantes
al suscribir el 27 de enero de 1988 el protocolo del acuerdo de
fusión con el Banco de Bilbao. El Banco Bilbao Vizcaya
se constituyó a efectos jurídicos el 1 de octubre
de aquel mismo año en el Registro Mercantil de Bizkaia.
El Banco de Vizcaya contaba por aquel entonces con 3,2 billones
de pesetas de activo, y el Banco de Bilbao, por su parte, con
5,2 billones de pesetas. Este segundo banco, creado en 1856 por
iniciativa de varios industriales y comerciantes bilbaínos
integrados en la Junta Mercantil, ocupó durante varios
años el primer puesto de bancas del Estado.
El 19 de octubre de 1999 tenía
lugar la fusión entre el Banco Bilbao Vizcaya y Argentaria,
la más importante operación bancaria de la Historia
española.
El proyecto de
la Hidroeléctrica Ibérica Tal como se ha mencionado,
el Banco de Vizcaya adoptó desde un principio el carácter
de banco industrial. Al presentársele la ocasión
de realizar inversiones en el sector industrial, destinó
la mayor parte de los beneficios obtenidos de los depósitos
de largo plazo al sector eléctrico. En un momento dado
incluso llegó a ser partícipe de 14 empresas hidroeléctricas:
Hidroeléctrica Ibérica, Aguas y Saltos del Zadorra,
Altos Hornos de Vizcaya, Babcock & Wilcox, General Eléctrica
Española, Naviera Bilbaína, Naviera Vizcaína,
Sociedad General Azucarera de España... Por otra parte,
hay que destacar el importante papel desempeñado por el
Banco de Vizcaya en la nacionalización del sistema ferroviario
del Estado, gran parte del cual residía en manos extranjeras.

Con el fin de atender a la demanda
de energía eléctrica de una de las principales regiones
del Estado, el 19 de julio de 1901 el ingeniero alavés
Juan Urrutia fundó en Bilbao la Hidroeléctrica Ibérica,
contando para ello con la ayuda del Banco de Vizcaya y con un
capital de 20 millones de pesetas. La primera actuación
de la Hidroeléctrica se dirigió a abastecer el mercado
vasco, para lo cual puso en funcionamiento los Saltos de Quintana
sobre el río Ebro. En 1904, la Hidroeléctrica comenzó
a suministrar a Bilbao energía eléctrica. La producción
energética era durante aquel año de tres millones
de KWH, y en 1908 de treinta millones. La línea energética
que une Quintana y Bilbao, de aproximadamente 70 km, fue durante
un tiempo la más larga de toda Europa. Tras la puesta en
marcha de los Saltos de Quintana y Leizaran, la Hidroeléctrica
se dispuso a preparar su siguiente proyecto, la central de Lafortunada
del sistema hidrográfico Cinca-Ara, inaugurada el 1 de
enero de 1923.
Los años treinta
y cuarenta fueron especialmente duras para las empresas hidroeléctricas.
Al estallar la Guerra Civil, el desarrolló hidroeléctrico
se vio prácticamente paralizado, y los años siguientes
la situación no hizo sino empeorar. La Primera Guerra Mundial,
por una parte, y el aislamiento internacional de España,
por otra, dejaron a la energía hidroeléctrica española
sin medios para subsistir. Sin embargo, el 30 de septiembre de
1944 se producía la fusión de Hidroeléctrica
Ibérica y Saltos del Duero para dar lugar a Iberduero,
acontecimiento que permitió a la Hidroeléctrica
mantener su liderazgo en el Estado.

Saltos del
Duero.
Con el objeto de aprovechar el Duero
y sus afluentes Esla y Tormes, el 3 de julio de 1918 se constituyó
la empresa Saltos del Duero. Detrás de este proyecto se
encontraba el ingeniero donostiarra José Orbegozo, quien
contó con el apoyo financiero del Banco de Bilbao y con
un capital social de 150 millones de pesetas. El primer director
de la institución fue el propio Orbegozo.
Los comienzos de esta empresa fueron
en todo caso bastante irregulares, dada la inicial oposición
manifestada por Portugal. Sin embargo, el 11 de agosto de 1927
el gobierno lusitano llegaba a un acuerdo con el gobierno español,
autorizando a Saltos del Duero emprender las obras, a las que
se dio comienzo el mes de mayo de 1929 para finalizarlas en enero
de 1935. La energía se destinaba a Bizkaia y a Madrid a
través de las redes Esla-Valladolid-Madrid y Esla-Valladolid-Bilbao,
respectivamente.
A lo largo de la década de
los cincuenta, y fundamentalmente en los sesenta, las empresas
hidroeléctricas acometieron un enorme esfuerzo para aprovechar
al máximo el potencial hidroeléctrico de los ríos
españoles, en el cual Iberduero e Hidroeléctrica
Española desarrollaron el papel más destacado. Hidroeléctrica
Española se constituyó el 13 de mayo de 1907, siendo
su principal impulsor Lucas de Urquijo, junto con Juan Urrutia
y el respaldo del Banco de Vizcaya. El objetivo inicial de la
empresa fue abastecer los mercados de Madrid y Valencia mediante
el aprovechamiento de los ríos Júcar y Mijares.
Finalizada la guerra y superados
los problemas para la importación de la tecnología,
Hidroeléctrica Española e Iberduero procedieron
a la construcción de grandes centrales térmicas.
Iberduero dio comienzo a las obras de construcción de la
central de Santurtzi en 1957, la cual entró en funcionamiento
en 1969.
Iberduero, en el momento de su constitución,
contaba con 1.000 empleados en su haber y un capital social de
530 millones de pesetas. En 1970, la empresa producía el
20% del total de la energía eléctrica consumida
en el país, y el 27% en lo que a filiales se refiere. Con
el propósito de coordinar la producción y el transporte
de la energía eléctrica, las empresas eléctricas
del Estado fundaron Unesa.
La controvertida
expansión de la energía nuclear A finales de los años
cincuenta y principios de los sesenta, la subida del precio del
petróleo y la dura crisis energética que este hecho
originó abrieron las puertas a la introducción de
la energía nuclear. En 1971 se puso en funcionamiento la
central nuclear de Santa María de Garoña, en la
que Iberduero participaba en un 50%. En todo caso, la apuesta
por la energía nuclear era tan ambiciosa como polémica,
tal como demostraba la disconformidad de un gran número
de agentes sociales. Con la llegada en 1982 de los socialistas
al gobierno, se produce la revisión del Plan Energético
Nacional, que supuso la paralización de las obras en determinadas
centrales nucleares. Esta decisión afectó especialmente
a la Hidroeléctrica Española e Iberduero, pues la
primera participaba en la construcción de la central nuclear
de Valdecaballeros y la segunda era propietaria de la central
nuclear de Lemoiz, clausurada sin que llegara a ponerse en funcionamiento.
En 1985, con el objeto de equilibrar
la producción del sector eléctrico y de mejorar
la situación económica y financiera de las empresas,
el sector eléctrico procedió a realizar con la aprobación
del Ministerio de Industria y Energía el intercambio de
activos. De tal forma, el 30 de abril de 1991 Hidroeléctrica
Española e Iberduero iniciaron un proceso de integración
que finalizó con la fusión de ambas sociedades el
1 de noviembre de 1992, dando lugar a Iberdrola, la mayor empresa
eléctrica privada de España.
Estibalitz Ezkerra, periodista |