Desde
que Elorza publicara su ya clásico estudio "Ideologías
del nacionalismo vasco", se ha convertido en un lugar común
hablar del fracaso de los éuskaros. Pese a todo, sería
excesivo calificar a este fracaso de absoluto. Como asociación,
ciertamente, la Euskara no logró perdurar más allá
de veinte años y sus logros, tanto en lo que se refiere a
la conservación del vascuence como en lo que atañe
a su plano más político, no fueron demasiado relevantes.
Sin embargo, en tanto que corriente literaria los éuskaros
obtuvieron, aunque relativo, un éxito nada desdeñable.
En esta artículo
no voy realizar un análisis pormenorizado del legado éuskaro
entre los discursos políticas existentes en Navarra a lo
largo de todo este siglo que termina. Voy a ceñirme al
tema de la ideología sobre la lengua vasca en una revista
que nace casi 90 años después de que lo hiciera
la famosa Revista Euskara que, como es sabido, fue el órgano
de la Asociación Euskara. Me refiero en concreto al Suplemento
en vascuence de Príncipe de Viana.
Hay que comenzar
diciendo que el propio nacimiento de la Institución Príncipe
de Viana allá por el año 1939 y de su revista homónima
un año después no puede desligarse del legado éuskaro,
por extraña que pueda parecer esta afirmación en
un principio. De entrada está la circunstancia de que la
nueva institución prolongara, con muchos más medios,
la acción de la Comisión de Monumentos Históricos
y Artísticos de Navarra, en cuyo trabajo tanto habían
tenido que ver los éuskaros. En realidad, el nuevo organismo
se funda con la intención expresa de solventar la agonía
de Navarra que habían denunciado los éuskaros 70
años antes y, como tal, el recuerdo de sus nombres estuvo
muy presente en los primeros tiempos de la institución.
Es significativo que en la presentación de los propósitos
de la nueva revista, el Conde de Rodezno dirigiera una elogiosa
mención a esa "pléyade de navarros inolvidables",
formada por Iturralde, Gaztelu, Ansoléaga y "el gran
maestro Campión, honor [...] del solar navarro, a quien
la buena literatura y la investigación histórica
han de rendir homenaje imperecedero". La principal misión
de Príncipe de Viana en los próximos años
se centrará precisamente en restaurar del olvido aquellos
lugares que los éuskaros habían erigido a la categoría
de "sagrarios de Navarra". Lugares como Leyre, Olite,
Roncesvalles, La Oliva, Irache, etc., sobre cuya ruina habían
articulado todo un discurso en torno a la agonía de Navarra.
Con estas restauraciones, Navarra parecía encontrar una
redención, dejando de ser ese "pueblo de las ruinas"
descrito por Campión.
Pero fuera por desidia
o por las circunstancias políticas del momento, esta política
restauradora de la identidad de Navarra dejó de lado una
"ruina" cuya suerte había angustiado profundamente
a los éuskaros. Me refiero, claro está, al euskera.
Esta circunstancia
comenzó a subsanarse hacia 1957. En esa fecha, la Diputación
navarra crea dentro de Príncipe de Viana una sección
destinada al fomento del vascuence. El momento que quiero analizar
es algo posterior, y viene marcado, como he dicho, por la publicación
en 1966 del primer número del Suplemento en vascuence
de Príncipe de Viana.
El primer número
del Suplemento llevaba por título "Roncesvalles",
pero este nombre no perduró, quedándose con el poco
atractivo título de Suplemento en vascuence de Príncipe
de Viana. Constaba de 4 páginas y su periodicidad era
mensual. Más adelante la extensión de la revista
anduvo en torno a las 6 y 10 páginas. En junio de 1978
dejó de publicarse hasta marzo de 1980. De nuevo volvió
a desaparecer hasta julio de 1981. El último número,
el 149, se publicó en 1985. Durante todo este período
sus firmas más habituales fueron José Mª Satrustegi,
Mariano Izeta, Angel Irigaray, Bernardo Estornés y desde
luego su director hasta 1973, Pedro Díez de Ulzurrun.
El primer rasgo
que unía al Suplemento en vascuence de Príncipe
de Viana con el discurso éuskaro era la conciencia de la
dramática pérdida del idioma. Para los éuskaros,
en efecto, el vascuence corría un grave peligro de muerte.
Campión, por ejemplo, sintió hasta tal punto próxima
la desaparición de la lengua que llegó a temer que
en el plazo de un siglo los navarros se convirtieran en otros
tantos castellanos o aragoneses. Similarmente, los animadores
del Suplemento se lamentan amargamente de la previsible
extinción del euskera. "El vascuence se muere en Navarra":
esta es, de hecho, la dramática declaración con
la que se inicia precisamente la nueva revista. Y, "una vez
muerto", se recuerda, "no se podrá restaurar
como los Monasterios y los Castillos". Especialmente en los
primeros años del Suplemento abundan los artículos
que se refieren al alarmante retroceso del euskera: "Euskarak
atzera egiten du, atzeraka dijoa", escribe dolido uno de
sus colaboradores. "¿Cuánto tiempo le queda al vascuence
en Navarra?", se pregunta en tono pesimista Urmeneta.
Así pues,
tanto los éuskaros del XIX como estos euskalzales del XX
comparten esa sensación de angustia por la pérdida
del idioma, una angustia que nace de la toma de conciencia de
esa realidad inadvertida o ignorada hasta entonces: Navarra puede,
en un plazo corto de tiempo, perder irremediablemente su viejo
idioma. Tal vez ni 1877 ni 1966 constituyen hitos claves en la
historia de su abandono. Pero es ahora, en estos dos momentos,
cuando se produce una percepción diáfana de la suerte
del vascuence y se aglutinan una serie de esfuerzos para evitarlo.
Hay que señalar
que para los éuskaros la decadencia del euskera era tan
sólo un aspecto concreto de la decadencia general de Navarra
o Vasconia. A su entender, esta decadencia se ejemplificaba muy
especialmente en las ruinas de los monumentos históricos:
castillos, palacios, iglesias, monasterios, etc.. De alguna manera,
estas ruinas evidenciaban el origen de todos los males que sufría
Navarra: el olvido. El olvido de la propia historia, el olvido
de la raza, de las viejas costumbres, de los fueros, el olvido
de la casa del padre, de la fe de los mayores y, desde luego,
el olvido de la lengua. Por eso, la suerte de todos estos elementos
se hallaba a su modo de ver estrechamente relacionada, su retroceso
se explicaba por el mismo factor, por la misma amnesia.
En el Suplemento
parece predominar una lógica parecida, contradiciendo el
discurso oficial de Diputación, según el cuál
Navarra ha recuperado la memoria y solventado su problema de identidad.
Entre estos euskalzales, en cambio, reina la sensación
de que Navarra continúa siendo "el pueblo de las ruinas".
Lugares como Leyre, Olite o la Oliva, admiten, han sido reconstruidos.
Pero el éxodo rural está convirtiendo a muchos pueblos,
a muchos valles, en ruinas. Varios colaboradores del Suplemento
se hacen eco de esta tragedia. Y de igual manera que, para
los éuskaros, los monumentos históricos son algo
más que meras construcciones arquitectónicas notables
desde el punto de vista artístico y adquieren un valor
simbólico, como legado y morada de los ancestros, los pueblos
abandonados son también aquí algo más que
meros núcleos de población. Son asimismo, a su manera,
relicarios de las esencias históricas de Navarra, legado
de los antepasados. Y como entre los éuskaros, se produce
una relación cruzada entre todos aquellos olvidos.
"Erderak hasi diren
euskal herrietako umeak (...) hirira begira jartzen dira;
beren herria, herri txar bat baizik ez da eta lotsatu
egiten dira nungoak diren esaten"
"Ordu da konturatzen
asteko, euskara gibelerazten den lekuan... sinesmena ere
atzeraka joaten dela. Non dago sinismena bizi eta sendoago,
Naparroako erdal Erriberan...edo mendiari josita dauden
euskal errietan..?"
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Con el euskera,
por tanto, se despueblan los valles, se pierde la fe, se abandonan
las costumbres. Con el euskera muere, en definitiva, todo cuanto
compone el propio etnos, la idiosincrasia privativa de
Vasconia.
Tanto los éuskaros
como los animadores del Suplemento temen que el cordón
umbilical con la tradición esté a punto de romperse.
Se vive, por tanto, un momento crítico, agónico
para la identidad. En este sentido, resulta suficientemente significativa
la pregunta que retóricamente lanza Ibarrondo, un colaborador
del Suplemento: "Eriotzara daramagu aspaldiko bizia?".
También lo es el amargo diagnóstico realizado por
Satrustegi, una de sus firmas más habituales: "Egunetik
egunera Eskualerria estutuz dijoa".
Aunque la retirada
del vascuence sea sólo una muestra de la amnesia y decadencia
de todo lo antiguo, de todo lo propio, lo cierto es que, tanto
para los éuskaros del XIX como para los euskalzales del
XX, posee una especial relevancia dentro de ese proceso. Sin el
vascuence el carácter de los navarros muda y su identidad
se diluye en el océano del mundo, en todo ese mar de pueblos
que comprenden la "Erdal Erria". El euskera, escribe
Campión "es, sin duda, la nota más profunda,
cualificativa y patente de la personalidad baska", "la
divisa fundamental, inconfundible e insustituible de los Baskos".
Muerto el idioma pirenaico, escribe en otro lugar, los vascos
se añadirán a la lista de pueblos muertos: los galeses,
los highlander, etc.. El euskera, por tanto, viene a ser para
el más brillante de los éuskaros el numen,
la esencia del etnos. Entre los colaboradores del
Suplemento de Príncipe de Viana aparecen puntos
de vista muy similares. Escribe, por ejemplo, Yon Gortari: "Erri
batek bere izkuntza galtzen badu, dena galdua dauka". Otro
tanto opina Lizarrusti: "Nortasunaren oinarria izkera da.
Izkera galdu ez-gero, guzia ondatu da". Por eso, sentencia
Harizpe, "Euskara zainduaz.. gure espiritua zaintzen degu".
Es asimismo interesante
anotar cómo, tanto para los éuskaros como para los
animadores del Suplemento, el principal motivo del retroceso
del idioma reside en el descuido y desinterés de los propios
navarros. Recuérdese, por ejemplo, en este sentido, cómo
el maestro que tan violentamente trabaja para borrar el euskera
de la novela Blancos y Negros de Campión es de origen
montañés. Autores como Iturralde, Olóriz
y Aranzadi atribuirán también a los navarros la
principal responsabilidad en el retroceso del vascuence. Para
los colaboradores del Suplemento de Príncipe de
Viana, la culpa está también dentro del propio etnos,
que es a la vez y víctima y verdugo de sí mismo. El primer número del Suplemento, por ejemplo,
afirma con rotundidad: si el vascuence "se muere en Navarra,
será porque los navarros son indiferentes a la extinción
de este misterioso legado de nuestra antigüedad". En
varios de sus polémicos artículos Hernandorena declara
sin ambages: "errua guria eta bakarrik guria dala".
"Euskaldunak", explica amargamente, "bere izkuntza
bazterreratzen dute, etxeko traste zar bat, ganbarako zoko batera
bazterreratzen dan eran". Y recoge a propósito del
tema una anécdota sangrante: una chica de la Ulzama, a
la pregunta de si cabe vascuence responde: "No sé
el vasco ni... falta que me hace".
Una de las preguntas
más incómodas a la que han tenido que responder
los vascófilos de 1877 y de 1966 (y de ahora) es la de
para qué sirve el vascuence. En efecto, ¿por qué
conservarlo?, ¿de qué sirve hablar una lengua que tiene
poca literatura, todavía sin normativizar y que, en comparación
con sus vecinas, tiene un número insignificante de hablantes?
Es doloroso confesar que las respuestas nunca han sido demasiado
convincentes, acaso porque han tendido a pecar de abstractas.
Se señala que sin él se pierde la identidad, se
habla de su valor intrínseco, de su antiguedad venerable,
de su condición de lengua de los ancestros, de su vinculación
con las costumbres privativas de este pueblo, de que es el tesoro
más preciado de Vasconia, etc. En resumidas cuentas, los
argumentos en favor del euskera son esencialmente de orden histórico
y sentimental, como si se diera por supuesto que desde una perspectiva
estrechamente utilitaria no tiene ningún valor. Estas respuestas
llegan a tener un aire un poco vergonzante, en una época
– recordémoslo- donde la ideología franquista juega
su principal baza en el desarrollismo y donde imperan los fetiches
de lo práctico y lo moderno. Es sintomático a este
respecto que se recoja en varias ocasiones una célebre
cita de Campión: no se tira a una madre por inútil.
Escribe, por ejemplo Urmeneta:
"El vascuence debe ser
querido, entre otras razones, por haber sido (y serlo,
en gran medida) el idioma popular de la inmensa mayoría
de los navarros desde su Prehistoria. No podemos estimar
el argumento de su mayor o menor utilidad comparativa.
Nadie rechaza a su madre por inútil."
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El polémico
Hernandorena cita asimismo a Campión para defender la supervivencia
del euskera: "Aunque el vascuence fuera un idioma desabrido
y torpe le amara yo como a la niña de mis ojos". Satrustegi
apela también a esa vinculación sentimental, familiar,
íntima, cuando responde a ese incómodo "Euskera
zertarako?" con otra pregunta: "Gutxi al da ama onaren
seme gerala agertzeko?".
La sensación
de fracaso que invadió a los euskaros a causa de los escasos
resultados de la Asociación, estuvo también presente
entre algunos de los colaboradores del Suplemento. Así,
Hernandorena en una la larga polémica con San Martín,
constata con gran pesimismo el fracaso de Euskaltzaindia y demás
organismos euskalzales. El euskera vive sus "azken atsak".
Los eruditos discuten entre sí sobre la introducción
de la "h", mientras día a día el vascuence
pierde la calle.
A mi modo de ver
este fracaso comparte, hasta cierto punto, una circunstancia común
con el fracaso de los éuskaros. Éstos dirigieron
su atención a dos ámbitos: el popular y el erudito.
Esto se percibe diáfanamente en el contenido de la Revista
Euskara. En ella, la producción en euskera suele
ser de pretensiones más bien modestas, dirigida a un público
poco culto. Mientras, para hablar a un nivel científico
se utiliza el castellano. A finales de la década de los
60, Urmeneta, en una dramática carta dirigida a Diputación,
constataba esto mismo. Se tenía, por un lado, el Suplemento:
la revista sin demasiadas pretensiones para el campesino, o los
niños, etc. Y, por el otro, la revista para los eruditos,
el Fontes Linguae Vasconum, fundada en 1969. Se saltaba
por tanto de un extremo a otro, dejando en medio a la mayoría
de la población que no estaba formada ni por sesudos filólogos
ni por sencillos pastores. Se dejaba, en definitiva, un hueco
"entre los sabios y los campesinos".
Para terminar quiero
insistir en que todas estas coincidencias no significan que los
animadores y colaboradores del Suplemento se limitaran
a seguir a los éuskaros. De hecho, en su discurso entraron
muchos temas nuevos, como el deporte, la política internacional,
etc. Es significativo que la novela del controvertido Jon Mirande,
Haur besoetakoa, que aborda el tema de la pedofilia, recibiera
una buena crítica en el Suplemento, algo difícil
de imaginar en la revista de la Asociación Éuskara.
Del mismo modo, no se puede reprochar a los animadores del Suplemento
el haber hablado del euskera pero no haberlo apenas utilizado,
algo de lo que se suele acusar, con bastante fundamento, a los
éuskaros. Como conclusión se puede decir que de
alguna manera, la línea del Suplemento de Príncipe
de Viana se situó entre los éuskaros y la actualidad,
una actualidad que, al menos a mi modo de ver, se encuentra esencial
y felizmente alejada de la visión de aquéllos. Iñaki Iriarte López,
Departamento de Derecho Constitucional e Historia de la Teoría
Política-Universidad del País Vasco / Euskal Herriko
Unibertsitatea |