Tradicionalmente,
todos hemos conocido y a veces hemos tenido contacto con tres
funciones clásicas de la psicología aplicada en
nuestra sociedad como han sido la psicología escolar y
de la educación en nuestra época de formación
escolar y universitaria, la psicología del trabajo y de
la organización en nuestra época de vida laboral
y profesional y la de la psicología clínica y de
la salud cuando hemos vivido problemas de prevención o
cuidado y rehabilitación en la calidad de vida respecto
a la salud en general, y específicamente en el estrés,
y más en concreto en la salud mental si ha habido un deterioro
en ella. Y a medida que la psicología ha ido madurando,
también han aumentando el número de campos donde
la psicología se va especializando, siendo uno de ellos
el que en estos momentos nos ocupa como el del psicólogo
que interviene en situaciones de emergencias, desastres y catástrofes.
El licenciado en
Psicología ha llegado a disponer de la formación
científica y de las capacidades técnicas necesarias
para la resolución de los problemas psicológicos
de relevancia social tanto en los ámbitos de la salud,
de los servicios sociales, de la educación, del trabajo
y de las organizaciones como en cualquier otro que, generado por
la dinámica social en interacción con los avances
de las ciencias del comportamiento, exije su intervención.
Se podría decir que es lo que está sucediendo en
una área emergente y de actualidad, como son las catástrofes
en que fenómenos infaustos e imprevistos afectan a una
colectividad de forma global, incluidos sus sistemas de respuestas
institucionales, por lo que los individuos afectados en un primer
momento deben hacer frente a las consecuencias del fenómeno
con sus propios recursos.

Si obervamos un poco
el pasado, nos encontramos con que los accidentes han sido sumamente
frecuentes. Y no obstante, que suelen ser sucesos no intencionados
y desagradables que se pueden manejar con la rutina diaria, se
acuñó el término de personas psicológicamente
predeterminadas a los accidentes, ya que se encontró que
las causas psicológicas desempeñaban un papel importante
en los que están expuestas a los accidentes industriales
y en vehículos de motor, debido a circunstancias psicosociales
personales o al cansancio, o inquietudes emotivas, como la ruptura
de alguna relación, la pérdida del empleo o de apoyo
social. Se vió la necesidad de desempeñar un cierto
papel preventivo y evaluativo de los accidentes, advirtiendo de
que hay que comportarse con más cautela mientras se está
en el trabajo, y si por desgracia ocurriera el accidente, saber
evaluar las consecuencias y posibles trastornos de estrés
postrauma, secuelas psicopatológicas e intentos de suicidio.
Y esto sin pensar en la mala suerte sino más bien en el
continuo de nuestra vida cotidiana ante los diferentes estresores
a los que estamos sometidos.
Cuando el suceso
viene de improviso e inesperado ante un siniestro en que la vida
cotidiana de la colectividad no se ve alterada, es cuando se da
la emergencia que conlleva escasez de tiempo y de recursos y pone
las vidas y/o propiedades en peligro y que además, requiere
una respuesta inmediata. Aquí, se pueden producir situaciones
de crisis, mientras los sistemas de respuesta y de ayuda actúan.
Ante todas estas
situaciones es cuando el psicólogo puede tener una función,
así como en los desastres en que la vida social cotidiana
se ve alterada, porque se exceden los recursos disponibles ante
un suceso infausto, localizado en el tiempo y en el espacio, en
el cual la comunidad lo mismo que toda la población se
enfrenta a un peligro severo de una forma indiscriminada, y a
pesar de que las respuestas institucionales pueden ayudar a la
colectividad afectada, a nivel psicosocial afecta en las pérdidas
externas o materiales y en las internas en cuanto se producen
y aparecen ansiedades continuas, miedos, duelos e incluso cambios
en las percepciones de la realidad, de las creencias y de los
valores, pues, la estructura social se rompe.
De una u otra manera,
en todas estas situaciones, el psicólogo no sólo
se pregunta qué hace y puede hacer sino que también
cómo, dónde y cuándo debe intervenir psicológicamente
de una manera estricta, aunque también colabore en otras
tareas no psicológicas como prestar auxilio, ayuda y actuación
física a lo más emergente y necesario en el momento,
en colaboración con otros profesionales en equipo inter
y multidisciplinar dentro del encuadre de un mando organizativo
de emergencias que coordina las operaciones en un claro proceso
que aplica los recursos para conseguir objetivos específicos
dentro de un plan, esquema o método ya formulado de antemano
para hacer algo.
Esto supone que existe
un tiempo anterior a la emergencia en la cual el psicólogo
debe entrar dentro de los equipos educativos y de prevención
con el fin de mitigar el impacto de una futura emergencia e informar
de una manera adecuada y continua sobre la posibilidad y manera
de actuar ante un evento catastrófico que no se espera.
Técnicamente y de un modo específico es interesante
entrenar en inoculación de ansiedad y estrés y demás
reacciones del miedo.
La preparación
es un proceso continuo que no agota un Plan en un documento escrito,
pues, los planes necesitan de una revisión continua ya
que ésta identifica y asigna dominios de responsabilidad
a entidades y organizaciones capaces de desarrollarlos. Y a veces,
un plan no actualizado es peor que no tener un plan. Preparar
supone reducir la ansiedad ante la incertidumbre y lo desconocido
durante una emergencia, aumentando nuestra capacidad y seguridad
para manejar lo desconocido que pueda ocurrir. Preparar es una
actividad psicoeducativa y comunitaria que se debe hacer familiar
para los individuos, grupos y organizaciones, y además,
es fundamentar nuestros conceptos sobre el conocimiento de la
realidad y no sobre los mitos, al mismo tiempo que sugerimos acciones
y respuestas apropiadas que es más importante que la rapidez
inapropiada.
Y ¿qué hacer
cuando la emergencia y el desastre se nos echa encima con todas
sus connotaciones y la catástrofe nos hace impotentes?
. Ha llegado el momento de dar una respuesta activando el plan
de emergencias que ya se había planificado y actuar según
nuestros conocimientos en medio de la evacuación, de la
búsqueda, del rescate, etc., con el fin de restaurar un
sistema mínimo vital con una atención psicológica
y acogida temporal para que a más largo plazo se restaure
la vida normal y se facilite la vuelta a ella.
Es fundamental que
un equipo de respuesta psicosocial identifique las necesidades
psicológicas y active redes de respuesta y apoyo social
en coordinación con otros profesionales como los pertenecientes
a los equipos de salud física y mental y con los servicios
sociales y voluntariado posible e ilesos de la comunidad afectada
o leves, pues, para éstos sería también una
forma adecuada de responder sin olvidar sus necesidades de supervivientes
como individuos y de sus familiares.
Ayudar al alivio
y desahogo de los supervivientes con el debido respeto es la primera
atención psicológica que el profesional de la psicología
debe dar. Después tratar de identificar a los grupos con
necesidades especiales como suelen ser los niños, los ancianos,
los minusválidos, enfermos mentales, etc.

El conjunto de la
atención psicológica en el momento de la emergencia,
está unido al choque emocional que se encuentre en las
personas, pues, se sabe que generalmente un 15% de individuos
manifiestan reacciones psicológicas patentes, un 15% conservan
su sangre fría y el 70% restante manifiesta un comportamiento
aparentemente calmo, pero con un grado de deterioro emocional
y de iniciativa aunque no alcancen una patología. Por ello,
es objetivo prioritario para el psicólogo en tales momentos,
saber atender a las reacciones psicológicas que son normales
en toda emergencia y distinguir los comportamientos patológicos
tanto individuales como colectivos de las víctimas, así
como las actitudes y reacciones inadaptadas de los componentes
de los equipos de emergencias y posible cansancio físico
y psicológico.
El conjunto de víctimas
comprende no sólamente los heridos sino también,
los supervivientes físicamente indemnes que tienen o no
que deplorar la pérdida de un familiar y a éstos
hay que añadir los familiares, amigos, etc., que van llegando.
Entonces, hay que tener en cuenta las reacciones emocionales efímeras,
tanto en cuanto todas las personas normales en tales situaciones,
pueden adoptar un comportamiento inmediato inadaptado que se suele
presentar bajo la forma de agitación psicomotriz incoordinada
como correr, no saber dónde se va, etc., o también,
a través de una cierta agresividad, o de un gesto suicida
o de una actitud de estupor. Estas reacciones no suelen tener
una gran duración temporal, pero pueden dar lugar a sentimientos
de culpabilidad, por ejemplo. Sin embargo, existen otras reacciones
más graves en los que ya eran propensos, como la neurosis
traumática, la de angustia, la fóbica, la histérica
que necesitan evacuación inmediata, vigilancia y tratamiento
eventual, caso de que no necesiten un tratamiento más durable,
y entretanto, controlar también cualquier comportamiento
que pudiera provocar la desintegración del grupo social
que socorre en tales situaciones de forma que no se cambien o
pierdan los roles de cada actuante bajo la presión del
fuerte schoc emocional que provoca la llamada procesión
de los fantasmas o el peligro de descontrol a través de
reacciones primitivas colectivas. De todas formas, todas estas
reacciones ceden generalmente de una manera espontánea,
cuando llegan unos socorros seguros y con una buena dirección,
cuando los cuidados y atenciones son apropiadas y las informaciones
son objetivas y la comunicación de malas noticias es adecuada.
Así, es posible restaurar el equilibrio y la estuctura
de las personas y de los grupos.
Al considerar las
reacciones de las víctimas es normal que experimenten disconformidad
y reacciones intensas psicológicas de estrés, con
sentimientos de shock, de no creencia, de confusión, no
ayuda y vulnerabilidad. En tales reacciones, se pueden incluir
altos niveles de miedo, respuestas de evitación, enfados,
rabia y sentimientos de autoculpabilidad. Y posteriormente, en
el después de la emergencia, del desastre y de la catástrofe,
muchos individuos experimentarán también, disturbios
psicológicos, como pesadillas, flahsbacks o repeticiones,
lloros incontrolables, etc., que pueden constituir el síndrome
del estrés postrauma y que necesitaría una terapia
más específica.
Por todo ello, finalizando
este breve artículo en que no se pretende hablar de todas
las posibles funciones del psicólogo en tales situaciones
y eventos, es necesario que la psicología y el psicólogo
sepan dar cobertura a las necesidades básicas de:
- Seguridad para la víctima
y para los demás, sintiéndonos todos que estamos
razonablemente protegidos de nosotros mismos, de otros y/ del
ambiente.
- Confianza en nosotros mismos y
en los demás en relación a seguir nuestro propio
criterio y el de los demás dentro del orden y plan organizado.
- Control de nosotros mismos y con
los demás haciéndonos responsables de nuestras
propias acciones y de la influencia que podemos ejercer sobre
los demás con el debido respeto a sus valores humanos.
- Estima de nosotros mismos y de
los demás valorando lo que sentimos, pensamos y creemos,
al mismo tiempo que sabemos valorar y no juzgar a los otros.
- Intimidad con nosotros mismos
y con los demás al sabernos conocer y aceptarnos en nuestros
propios sentimientos y pensamientos y sabernos aceptados también,
por los demás.
Con estas últimas
ideas tomadas de Rosenbloom, esperamos que sepamos cumplir con
nuestro objetivo de orientar a las personas afectadas, conseguir
un clima adecuado con rapidez, escuchar repetidamente lo que los
supervivientes y víctimas nos quieren comunicar sin ser
juzgados ni criticados, transmitir el mensaje de que no se encuentran
sólos y que la vida continúa después de la
emergencia y del trauma.
Es así, como
podemos dar un espacio mental y un esquema de referencia que pueda
responder a todos los interrogantes que en tales situaciones se
plantean las víctimas y supervivientes como ¿qué
me ha sucedido?, ¿qué va a ser de mí?, ¿qué
pasará si no mejoro?, ¿estoy a salvo? y en una primera
atención psicológica bajo dos variables de escucha
y atención que nos da lugar a seis pasos como el de definir
y evaluar la situación, garantizar la seguridad y proporcionar
apoyo psicológico dentro de la escucha, y en la acción,
examinar alternativas, construir planes y conseguir un compromiso
involucrándose en la situación como colaborador
responsable.
Pero, no olviden
nunca que evitar las zonas de riesgo constituye y es la mejor
estrategia. Y si lo bueno se convierte en tragedia y adversidad,
afortunadamente, a pesar de los desagradables y adversos efectos
del trauma, se observan a menudo reacciones positivas, como apreciar
más la vida, durante las fases de recuperación y
rehabilitación. A pesar de que estas reacciones nunca compensan
todas las cicatrices emocionales que las emergencias, desastres
y catástrofes dejan, es importante que sepamos facilitar
e identificar cualquier cambio positivo, para que los supervivientes
puedan superar su sufrimiento y recuperar su sentido de esperanza
en la vida.
Dr.
Luis de Nicolás, vocal de la Delegación del Colegio
Oficial de Psicólogos de Euskadi y Coordinador de la Comisión
de Intervención Psicológica en Emergencias, Desastres
y Catástrofes |