El
euskera está íntimamente vinculado a los distintos
aspectos de mi vida: emociones, palabras, amor, trabajo, amistades...
en definitiva, a toda mi vida. E interpreto el mundo a partir
de mi identidad vasca. Es un rasgo intrínseco. Y no se
trata de ninguna memez, sino de una característica que
envuelve a todos mis sentidos, de una perspectiva ante la vida,
de una profunda y singular perspectiva. Es mi propia magia. Es
la luz que guía las transformaciones, una luz sin igual
que me libra de vagar perdida por el mundo. Por eso, uno de mis
más preciados sueños consiste en compartir la alegría
de mi condición vasca.
Así es como siento mi identidad.
Y deseo vivir la inigualable turbación que nuestra lengua
provoca a los demás a través de simples actos. La
extrañeza que el euskera provoca cuando lo hablamos en
el extranjero o cuando alguien que lo desconoce tiene la ocasión
de oírlo puede dar lugar a una curiosa y bonita lectura.
Lo he podido comprobar con los euskaldunberris, cuando experimentan
la sensación de ser capaces de expresarse en euskera y
les invade una positiva emoción que induce al cambio.
Creo que me encuentro ante una nueva
etapa, en la que trato de vivir la lengua de nuestro país
con naturalidad, desde las fundamentadas emociones hasta el razonamiento,
con confianza, motivación, libertad, fe, alegría
y ternura.
Considero necesario preparar entornos
y ocasiones especiales en los que podamos reagruparnos cómodamente
y acercarnos al ambiente lúdico de las aventuras emocionales
de la transformación vasca, porque bien en el cultismo,
bien en el lenguaje coloquial, se puede reflexionar sobre el euskera
y mantener conversaciones naturales.
Con frecuencia sentimos la flaqueza
suscitada por la emoción vasca, cuando para mí supone
un punto de partida histórico, porque el conocimiento de
los puntos fuertes y de las debilidades puede llegar a ser beneficioso.
Nos encontramos en un momento plagado de problemas, dificultades,
infravaloraciones, alienaciones, etc., pero también de
esfuerzos, logros, de nuevos aires para el futuro. El euskera
se está desarrollando. El hecho de que haya problemas indica
que también existen el desarrollo y las iniciativas, ya
que la inmovilidad y el estancamiento son sinónimo de pasividad
y ausencia de emociones, y una vida carente emociones se encuentra
más ligada con la muerte que con la aptitud.
No tengo fe en la enseñanza
obligada del euskera, sino en las maneras naturales y acogedoras.
Nuestro idioma tiene que deslumbrar. Soy consciente de que la
Historia está llena de casos de imposición de lenguas,
pero no es ésa mi aspiración. Me encuentro mejor
siendo partícipe de la dignidad de las minorías.
Además, ¿no somos las minorías mayoría en
el mundo?
El euskera está presente en
el mundo, es algo palpable, como también lo somos los vascos,
pero da la impresión de que andamos buscando el euskera
en casas ajenas, cuando no tenemos por qué buscar nuestra
identificación. Nuestra ley es la naturaleza. Estamos en
Euskal Herria y somos vascos.
Los vascos nos sentimos también
miembros del mundo, pero no de uno cualquiera, sino, emocionalmente
hablando, de un mundo compartido, de un paraíso lingüístico
natural donde toda lengua seduce y se rodea de respeto, en un
entorno emocional que nos ayuda a superar nuestras debilidades,
lejos de deplorables lenguas que se tiñen de imposición
y abuso.
Me gustaría sentir la solidez
cultural de la sociedad vasca constatando la fuerza del euskera,
porque es la fuerza interna la que, a través de la comunicación,
da lugar a una recíproca admiración mediante las
emotivas palabras que empleamos en nuestras relaciones. Las conversaciones
son una simbiosis del idioma y de las emociones, una combinación
que, como vascos que somos, experimentamos al hablar en euskera.
Necesitamos interlocutores vascos,
porque es mediante las conversaciones como el euskera se enaltece.
Soy receptora de las emociones que el euskera ha ido atesorando
a través de la Historia, y no tengo intención de
desembarazarme de ellas; todo lo contrario, me gustaría
poder seguir degustando ese dulce manjar. Empleo la energía
de la mejor manera posible y mantengo las puertas abiertas a las
emociones y cuestiones que encierran tanto mis palabras como las
de mi interlocutor.
Me siento, ante todo, defensora de
la persona vasca. Admiro las palabras basadas en la conversación
emocional que mantenemos con nosotros mismos y con los demás.
Porque con nuestras afirmaciones, dudas y reflexiones, todos resultamos
ser seres emocionales.
Mi idioma es el euskera, y jamás
cuestionaré el pleno derecho que tengo a emplearlo en mis
conversaciones. Es una cuestión que no admite discusión;
se trata de una afirmación natural y biológica.
Consciente de la necrofilia que me rodea, abogo por la biofilia.
Puedo constatar que el euskera está vivo, y quisiera, a
partir de dicha observación, ser embajadora de la cultura
vasca erigida en los diálogos de las generaciones precedentes.
Arantxa
Ugartetxea, pedagoga |