¿Por
qué el artista crea? ¿Qué es crear? ¿Qué
es arte? En torno a estas tres preguntas o a algunas similares,
los teóricos han escrito más libros, más
artículos que posiblemente obras han realizado los artistas
a lo largo de la historia. "Una obra de arte que encierre
teorías es como un objeto sobre el que se ha dejado la
etiqueta de precio" decía Proust. Sin hacer caso al
gran Marcel, críticos, filósofos, museólogos,
publicistas, estéticos, historiadores, pedagogos, semióticos,
antropólogos, arqueólogos, psicólogos, psiquiatras,
e intelectuales en general hablan y escriben sobre la creación
artística. Y por supuesto, aunque más tímidamente,
también los artistas teorizan sobre el arte. Probablemente
la opinión de estos últimos sea la que más
interesa al público en general porque muchas veces se tiene
la impresión de que su visión sobre este tema es
la más directa, la más sentida, la más divertida.
Y lógicamente al artista, quiera éste o no, siempre
se le pide que se explique, que hable de sus motivaciones, que
desvele sus secretos, en definitiva: que defienda teóricamente
su obra. Ante estas demandas en algunas ocasiones el "creador
profesionalizado" se siente cohibido porque él se
siente artista, cómodo en lo visual pero incómodo
en lo verbal. Otras veces el artista intenta ponerse a la altura
de lo que se le pide: lee, estudia, se empapa sobre teórica
del arte para poder disertar largamente sobre su obra. Y en otras
mínimas ocasiones el creador profesional intenta ser coherente,
sabe que él no es el más indicado para desentrañar
los secretos últimos de su obra (de la misma forma que
la mejor persona para explicar nuestra propia psique, nuestra
propia personalidad, no somos nosotros mismos sino los psicólogos
con su mirada distanciada) y cumple su tarea de artista-humildemente-explicando-su-trabajo.
La creación artística
no encierra ningún misterio especial porque todo ser humano
es ontológicamente ser humano-creador, de la misma forma
que se es ser humano-sexuado, o ser humano-lúdico, o
ser humano-violento. No hay más que observar pintar y dibujar
a los niños pequeños para ver que lo creativo forma
parte de la vida del hombre hasta que la sociedad nos hace abandonar
lo artístico, lo divergente, a favor de lo eficiente, lo
convergente. Y así como lo creativo es imaginativo, divertido,
plural, por contra el trabajo, la mayoría de las veces,
es impersonal, aburrido, singular. Los artistas sólo se
diferencian del resto de la población en que en su "creatividad
profesionalizada" lo que más se valora es que sigan
siendo niños. "A los doce años sabía
pintar como Rafael, pero necesité toda una vida para aprender
a pintar como un niño" dijo Picasso.
Explotar el lado creativo es sano para el individuo.
Escribir, pintar, sacar fotos, son actividades que funcionan como
terapia en, por poner dos ejemplos, sanatorios y escuelas de reinserción
social. Y funcionan como terapia porque la creatividad es una
vacuna contra la racionalidad y el "pensamiento único"
imperantes en nuestra civilización. Aunque suene a tópico
creo firmemente que habría que educar a los niños
en la creatividad, en la divergencia de respuestas ante
situaciones concretas, en la improvisación, en la creación.
El gran problema es: ¿quien educa a los educadores para que eduquen
a los niños? Porque los maestros de escuela, vía
oposición pública, acaban dando clases de "educación
plástica" a unos niños que son mucho más
creativos "per se" que sus educadores.
En definitiva todo esto que critico del sistema educativo es
bueno para el sistema social pero malo para el individuo. Una
sociedad llena de artistas sería posiblemente más
divertida y con menos individuos depresivos, pero también
sería seguramente mucho menos eficiente y competitiva.
Fotografías:
Zuriñe Velez de Mendizabal, y de las páginas web de
las Ikastolas Anaitasuna y San Viator |