A
la hora de proceder al estudio de los valores ligados al paisaje,
resulta obligado adentrarse en el campo de la percepción.
La tierra alcanza la cualidad paisajística cuando el ser
humano se apodera de su entorno y le otorga una serie de valores
que dan fe de su vinculación a la tierra. Estos vínculos
y valores pueden ser de muy diversa índole, al igual que
el carácter de estos vínculos y valores (emotivo,
identificador, estético, simbólico, espiritual,
etc.).
Los
paisajes simbólicos o icónicos surgen, precisamente,
al dotar al entorno de este tipo de valores. Cuando los vínculos
con un determinado tipo de paisaje pasan a formar parte del patrimonio
común de una sociedad, ésta pasa a considerarlos
un componente más de su identidad y parte integrante de
su patrimonio cultural.
También en el caso de Euskal
Herria ha tenido lugar un similar proceso en lo que respecta a
los paisajes forestales, dado que las montañas y los bosques
adquieren especial protagonismo en no pocos paisajes vascos icónicos
que forman parte de la vida cotidiana. La literatura, la pintura,
el cine y demás expresiones artísticas, los lugares
relacionados con la prehistoria, con acontecimientos especiales,
con la mitología y la religión, con la cultura vasca,
guardan, en buena parte, directa relación con las montañas
y los bosques, razón por la cual este tipo de paisaje reviste
especial importancia en Euskal Herria y merecen ser examinados
con detenimiento.
Según relatan los cuentos
y las leyendas, antaño las montañas y los bosques
albergaban a las positivas y negativas fuerzas de la naturaleza
y eran escondite tanto de tesoros como de terribles fieras. En
la actualidad, sin embargo, los bosques y las selvas sólo
se vinculan con valores positivos, se consideran refugio de las
últimas tribus que, lejos del estrés, la corrupción
y la maldad, viven en armonía con la naturaleza, conocen
remedios para males incurables, y protegen plantas y animales
en peligro de extinción... Son, en resumidas cuentas, los
guardianes de la Naturaleza en los países más industrializados.
Al
sostener que las montañas, los bosques y las selvas forman
parte de la Naturaleza, obviamente los paisajes que los conforman
habrán de ser naturales. Pero, ¿qué entraña
exactamente esta naturalidad?
A partir de la combinación
de los cada vez mayores conocimientos sobre los bosques y las
selvas naturales y del estudio del proceso de percepción
humana, se pueden extraer una serie de condiciones que bien pueden
servir de ayuda en la gestión de los bosques:
- Como consecuencia de las características
del suelo del bosque natural, del relieve y de las distintas
circunstancias que condicionan su desarrollo, los bordes exteriores
de las masas contraen lobuladas, traviesas y curvosas formas.
La presencia en la naturaleza de líneas rectas, paralelas
o perpendiculares, así como de ángulos rectos,
es totalmente inusual y delatora de la intervención del
hombre.
- La localización natural
de los árboles, arbustos y plantas suele ser irregular,
tanto en lo que respecta a la distancia a la que se encuentran
los ejemplares entre sí, como a la distribución
de las distintas especies. Cuando el ser humano planta árboles
y arbustos, lo hace marcando una determinada distancia entre
uno y otro ejemplar, con el fin de que las labores de plantación
y recogida de la cosecha resulten más cómodas.
A la hora de plantar distintas especies, además, lo hará
ajustándose a un esquema de combinación regular,
dotando al paisaje de antinaturales líneas rectas.
Si bien desde el punto de vista de
la ecología y la botánica la tan extendida planta
de árboles que se realiza en Euskal Herria no puede considerarse
forestal, es innegable que la presencia de árboles en el
paisaje lleva a gran parte de la población a buscar en
ellos un rastro de naturalidad. El desarrollo de la política
y de las actividades ligadas a la protección y mejora del
medioambiente y de la naturaleza ha llevado a la gestión
paisajística a fijar entre sus objetivos el incremento
de valores naturales en el proceso de la planta de árboles.
Por
lo tanto, con el objeto de reflejar la mejora de las mencionadas
características naturales en la calidad paisajística
de los bosques y plantaciones de árboles gestionados por
el hombre, habría que impulsar las siguientes actividades:
- El empleo fórmulas lobuladas.
Esta técnica requiere el previo consenso de los propietarios
de tierras limítrofes, dado que el terreno que adopta
el aspecto de una sola unidad paisajística forestal con
frecuencia resulta ser la suma de distintos terrenos. Es importante
evitar la realización de líneas rectas paralelas
o perpendiculares, o líneas paralelas o perpendiculares
con respecto a las curvas de nivel, ya sea en líneas
divisorias de masas, en pistas, en cortafuegos o en otro tipo
de vías.
- Es necesario dejar de emplear
las líneas rectas de los paisajes (cortafuegos, líneas
eléctricas, etc.) como referentes para el establecimiento
de otra serie de elementos; en caso contrario, no se haría
sino acentuar aún más el efecto de la regularidad.
- Los bosques deberían surcar
el horizonte lo más lejos posible de las cimas, siguiendo
un eje diagonal respecto al relieve y a la vista principal.
Al no ser posible ni en todos los bosques ni desde todas las
perspectivas, habrá que primar determinados bosques y
perspectivas.
- Los bosques, en general, deberían
ajustarse a la escala del paisaje, de modo que en los casos
en que la escala sea amplia y las unidades paisajísticas
ocupen extensos terrenos, también los bosques lo sean,
mientras que en los paisajes de forma mosaica, formados por
pequeñas unidades, los bosques deberían fraccionarse
en pequeñas unidades para llegar a una idónea
integración paisajística.
Hay que tener en cuenta que estas medidas tendentes
a proteger el paisaje apuestan por el valor natural y que, gracias
a los pasos que se dan en pos de la calidad paisajística,
las características naturales de los bosques no hacen sino
mejorar. Miren
Askasibar Bereziartua, trabajadora de Pasaia, S.M. |