La
tradición gramatical vasca no tiene un corpus excesivamente
amplio, al menos si lo comparamos con las grandes tradiciones circundantes
(española, francesa, inglesa, etc.); pero en el ámbito
europeo no es ni mucho menos de las más escasas, ni tampoco
de las más recientes. Téngase en cuenta que muchas
lenguas no dispusieron de una gramática escrita hasta el
siglo XIX (por ejemplo, el noruego y el búlgaro). Es sabido
que la primera gramática vasca publicada
es El imposible vencido de Larramendi (Salamanca, 1729);
no es éste, sin embargo, el primer texto escrito acerca de
la gramática del euskera. A partir de finales del siglo XVI
encontramos textos de diversa extensión, tanto en el País
Vasco como fuera de él, dedicados a este tema: Garibay, Voltoire,
Oyhenart, Micoleta (puede verse un estudio de la mayoría
de ellos en Oyharçabal 1989).
Nuestro siglo XVIII
es también parco en cuanto a la producción gramatical,
a pesar de contar con figuras de la talla de Larramendi o Etcheberry
de Sara. En cambio, durante el siglo XIX el número de textos
gramaticales vascos aumenta de forma apreciable, de la mano de
los vascólogos locales durante la primera mitad del siglo
(Astarloa, Darrigol, Abbadie, Chaho, Zavala, etc.) y en la segunda
gracias principalmente a los vascólogos extranjeros (Bonaparte,
van Eys, Vinson, Schuchardt, etc.). En todo este tiempo hallamos
textos de muchos tipos: algunos que pretenden ofrecer una descripción
completa de la gramática vasca (la de Larramendi es un
buen ejemplo), las gramáticas escolares (son muy pocas,
ya que la escolarización en lengua vasca es un fenómeno
reciente), los trabajos para el aprendizaje del euskera (pertenecen
a este tipo, entre otros, las obritas de Voltoire y Micoleta)
o los artículos y notas gramaticales de diversa índole
(podemos mencionar aquí los de Vinson o Schuchardt, entre
otros muchos).
Estos viejos textos
fueron escritos hace mucho tiempo. Sin embargo, hoy en día
no carecen de interés para nosotros. Sin olvidar los valiosos
datos que ofrecen tanto a los gramáticos como a los dialectólogos
actuales, los textos gramaticales antiguos son fundamentales para
conocer la historia de la lengua vasca, siempre que se utilicen
con la debida cautela (véase al respecto Gómez 1997).
Finalmente, resultan sin duda imprescindibles para elaborar la
historia de la gramaticografía vasca. Por todo ello, es
necesario tener fácil acceso a estos textos, para lo cual
parece indispensable disponer de ediciones modernas adecuadas.
Pero, como es sabido, hay diferentes formas de editar un texto.
Los principales tipos de edición son las ediciones facsimilares
o mecánicas, las llamadas paleográficas o diplomáticas
y, por último, las ediciones críticas. No es éste
el lugar para detenernos en las características de cada
tipo (véase, para ello, Blecua 1983), pero debo decir,
antes que nada, que no existe un único modo correcto de
editar. Cada texto nos pide, por decirlo de algún modo,
la forma de realizar su edición.
Las
ediciones facsimilares se realizan por medios mecánicos:
fotografía, reprografía, microfilm, digitalización,
etc.; por lo tanto, se ofrece el documento (manuscrito o impreso)
con todas sus propiedades, incluídos los errores. Así,
no tienen en cuenta la tradición del texto, ni lo corrigen.
En el País Vasco el hábito de publicar ediciones
facsimilares estuvo muy extendido hace unos veinte años,
principalmente a cargo de la editorial Hordago. En mi opinión,
esos facsímiles ayudaron considerablemente al conocimiento
de algunas gramáticas antiguas (las de Larramendi, Inchauspe
e Ithurry), pero quizás obstaculizaron en parte que se
realizaran ediciones más adecuadas. De hecho, las ediciones
facsimilares resultan un método válido para publicar
textos gramaticales antiguos, pero siempre y cuando estén
acompañadas de una introducción explicativa (fuera
de nuestro país es una práctica muy común
y existen colecciones dedicadas en su totalidad a este tipo de
trabajos, como la de Friedrich Frommann en Stuttgart).
En las ediciones
diplomáticas se intenta reflejar de la forma más
fiel posible un escrito (por lo general un manuscrito). Por esta
razón, el editor no realiza ningún cambio en el
texto: no corrige los errores (ni siquiera los más evidentes),
no procura completar las lagunas, ni rectifica la partición
de palabras; tampoco se modifican la grafía y la puntuación
y generalmente se señalan los límites de página
y las líneas del documento utilizado. Esto es, se da el
texto sin interpretar o reconstruir nada, se trata de una simple
transcripción. Básicamente lo único que las
diferencia de las ediciones mecánicas es que son más
fáciles de leer, principalmente en el caso de textos muy
antiguos para los que el lector no necesita ya conocimientos de
paleografía.
Sin duda las ediciones
más apropiadas, en principio, son las ediciones críticas.
Dicho brevemente, el objetivo de una edición crítica
es reflejar el texto que el autor quiso escribir (que suele denominarse
original ideal). De este modo, siempre debemos considerar
una edición crítica como provisional, como una hipótesis
de trabajo, un trabajo que el propio editor u otra persona pueden
mejorar una y otra vez. Una edición crítica toma
en consideración todos los testimonios del texto, no un
único ejemplar, y tras examinar las relaciones entre ellos
propone un texto crítico (que pretende acercarse al original
ideal). En la introducción deben describirse los testimonios
del texto y establecer sus relaciones, así como detallar
todos los criterios utilizados para la edición. Finalmente,
el aparato crítico contiene las variantes del texto, los
errores encontrados y las notas aclaratorias sobre la lengua y
demás aspectos.
Tanto
si se utiliza el método mecánico, paleográfico
o crítico, las ediciones de trabajos gramaticales vascos
antiguos deberían contener una buena introducción
explicativa. Creo que en dicha introducción habría
que tratar al menos de los siguientes temas (no necesariamente
en este orden): la gramaticografía contemporánea
al texto; el autor y sus demás obras; el objetivo y la
estructura del texto gramatical; las ideas gramaticales expuestas
en el texto; sus fuentes, su tradición y su influencia
y, finalmente, los criterios para la edición (si se trata
de un facsímil, se especificaría de qué ejemplar
se trata y su ubicación).
Si atendemos a las
(re)ediciones modernas de las gramáticas antiguas, puede
observarse que entre nosotros carecemos casi por completo de ediciones
críticas adecuadas —tan solo conozco dos, las ediciones
modernas de Micoleta y de Voltoire (Zelaieta 1988 y Lakarra 1997,
1999, respectivamente)— y que la mayoría son ediciones
facsimilares (14 facsímiles y 12 ediciones paleográficas).
Es de destacar, por encima de todo, la cantidad de gramáticas
antiguas inéditas aún, o que esperan una edición
moderna (son 26, y solamente he tenido en cuenta los trabajos
gramaticales más destacados).
Entre los filólogos
que se reunieron este año en los Cursos de Verano de San
Sebastián para hablar sobre la edición y la historia
de los textos vascos hubo un asunto que suscitó las discusiones
más acaloradas; se trata de la conveniencia de adecuar
o no el aspecto externo del texto al lector actual. En efecto,
las ediciones críticas tienden a modificar ese aspecto
externo del texto (grafía, puntuación, partición
de palabras, etc.) —es la labor que suele denominarse dispositio
textus— a fin de que resulte más asequible al lector
moderno, pero sin anular las cualidades sustanciales de ese texto
(y en esto estriba la dificultad, en descubrir cuáles son
las cualidades sustanciales de un texto). Algunos de los que tomaron
parte en la discusión defendieron las ventajas de no alterar
el texto, mientras que otros sostenían que cambiar la "corteza"
del texto no sólo no resulta un perjuicio, sino que más
bien mejora ese texto. Aunque
me adhiero a estos últimos, creo que los textos gramaticales
son bastante peculiares en este aspecto. El interés primordial
de estos textos reside en la lengua, como he dicho al principio,
y, por ejemplo, muchos de ellos dedican una parte a la ortografía,
donde proponen un sistema ortográfico. Si cambiáramos
la grafía en nuestra edición, vulneraríamos
considerablemente la coherencia interna del texto. Por ello, y
recordando nuevamente que no existe un modo único de realizar
una edición, querría proponer las siguientes modificaciones
externas para los textos gramaticales: no alterar la grafía
(excepto en los pares v / u, s / "+,
que pueden actualizarse); actualizar la partición de palabras,
la puntuación y el uso de las mayúsculas; completar
las abreviaturas; corregir los errores evidentes (advirtiéndolo
en nota, por supuesto) y manifestar en el aparato crítico
los demás errores posibles. Como se ha dicho, el aparato
crítico debe contener las variantes textuales, los errores
y demás aclaraciones. Además, una edición
poco elaborada, un texto poco "cambiado", deberían
estar equilibrados por un aparato crítico robusto y por
una introducción prolija.
Bibliografía:
Blecua,
Alberto. 1983. Manual de crítica textual.
Madrid: Castalia.
Gómez,
Ricardo. 1997. "Euskalaritzaren historiarako ikerketa-norabideak:
zenbait proposamendu". ASJU 31:2.393-409.
Lakarra,
Joseba A. 1997. "Hizkuntz eskuliburuen tradizioa
Euskal Herrian: I. L'interprect ou Traduction du François,
Espagnol & Basque (~1620)". ASJU 31:1.1-66.
__________.
1999. "Hizkuntz eskuliburuen tradizioa Euskal Herrian:
II. L'interprect ou Traduction du François,
Espagnol & Basque (~1620)". ASJU 33:1
(en prensa).
Oyharçabal,
Beñat. 1989. "Les travaux de grammaire basque
avant Larramendi (1729)". ASJU 23:1.59-73.
Zelaieta,
Angel, ed. 1988 [1653]. "Rafael Micoleta Çamudio:
Modo Breue de aprender la lengua vizcayna".
Hizkuntza eta Literatura 7.133-214. Reed. corregida
y aumentada: Rafael Mikoletaren era llaburra. Bilbao:
AEK, 1995.
|
Ricardo Gómez, profesor
de la UPV |