Los vascos de Brasil
*  Traducción al español del original en euskera
Arantxa Ugartetxea
Desde mi condición de vasca con influencia brasileña, para mí es todo un honor expresarme sobre los vascos de Brasil. Antes de empezar he de hacer constar que la redacción está basada en mis propias vivencias. Llegué a São Paulo en verano de 1982, alentada por la llama del amor, conque no es difícil imaginarse que el aterrizaje me colmó de alegría. Mi marido, getxotarra, reservaba sus mejores palabras para Brasil, país en el que había saboreado la libertad en toda su intensidad, pero en los cerca de treinta años que pasó en São Paulo, desde que llegara en la posguerra, jamás dejó de considerarse euskaldun. En 1963 construyó junto con otros emigrantes vascos la Casa Vasca GERNIKA KUTTUN, provisto de frontón y todo.

Conocí esta Casa cuando ya estaba terminada, aunque no en sus mejores momentos; actualmente, sin embargo, gracias a una nueva generación identificada con el carácter vasco, está recuperando su esplendor. El hecho de que hoy por hoy sea la única Casa Vasca existente en Brasil no tiene que inducirnos a pensar que los vascos de São Paulo sean gente despreocupada. Durante los ocho años que viví allí, domingo tras domingo una docena de euskaldunes nos dábamos cita en el GERNIKA KUTTUN, para por la mañana disputar partidos de pelota y por la tarde partidas de mus, con chácharas de por medio.

He dejado de hacer distinción entre euskaldunes y brasileños; en mi opinión somos complementarios. Al referirme a los vascos de Brasil necesariamente me veo obligada a mencionar a los brasileños, porque la preservación del carácter euskaldun está ligada a la afable acogida de la cultura brasileña. La primera impresión que me llevé al llegar a esta colosal ciudad fue que había sitio para todos, no sólo para las personas, sino incluso para las culturas. Me pareció, y sigue pareciéndome, un positivo y singular enclave multicultural.

Creo los vascos residentes en Brasil, en general, a pesar de que algunos todavía no hayan llegado a dominar el idioma oficial (el portugués), viven en consonancia con el pueblo brasileño; claro que con el Portoñol uno se las apaña para atravesar el país, ¡no por méritos propios, sino gracias a la inteligencia y paciencia de los brasileños!. La condición vasca se puede llevar con absoluta normalidad; toda cultura individual es respetada y considerada como referente dentro de la pluralidad. Pero aun cuando se conviva entre tanta heterogeneidad cultural, este pueblo se aferra con garras a su condición brasileña.

La mayoría de los euskaldunes que residimos fuera de nuestro país con frecuencia volvemos la mirada hacia Euskal Herria; ahí es donde localizamos la mayoría de nuestras conversaciones, que giran en torno a la niñez, infancia, juventud, madurez, etcétera. ¡La de domingos que habré pasado charlando con los vascos de Brasil! Con todas nuestras anécdotas bien que se podría trazar la historia real, ya que a fin de cuentas somos sujetos y objetos partícipes de la cultura e historia vasca. Allá donde hay un euskaldun se encuentra un trozo de la historia de Euskal Herria, y puesto que la historia se compone tanto de interpretaciones densas como de individuales, la lectura realizada a partir de múltiples rasgos y culturas resulta muy enriquecedora.

Los hijos de los vascos que partieron a Brasil, habiendo crecido entre constantes alusiones y referencias sobre Euskal Herria, se muestran deseosos por conocer nuestro país. La posibilidad de comparar el conocimiento histórico que han adquirido con la realidad actual resulta magnífica, y no sólo para los hijos, sino incluso para los propios padres. La vida, sin embargo, sigue adelante, y el curso de la historia no conoce de interrupciones, con lo cual la Euskal Herria con que uno se encuentra a su regreso no es la misma que un día dejó, como tampoco la persona es la misma. Cambia tanto el país como nuestro propio ser. Se impone la necesidad de adaptarse, que no siempre llegamos a aceptar, de actuar con flexibilidad, respeto y tolerancia. Nos vemos obligados a aceptar que Euskal Herria no es una realidad estancada, sino que está sumida en una constante evolución.

El euskera suscita verdadera curiosidad. Los estudiantes universitarios y amigos me piden con frecuencia que pronuncie unas palabras en euskera. El renombrado pedagogo Paulo Freire me solía pedir que hablara en euskera ante toda la clase, y eso que no entendía nada. Pero lo dejaba atónito. A pesar de conocer siete idiomas como mínimo, ninguno de ellos le servía para encontrar alguna semejanza con el euskera. Esta admirable lengua nuestra me ha dotado en la acogedora cultura brasileña de un toque de encanto, y gracias a vascos y brasileños, mi euskera se ha visto fortalecido en medio de una cultura extranjera. Me viene a la memoria una curiosa anécdota.

El primer año que estudié en la Universidad Católica Pontificia de São Paulo, de la mano de Freire, un día tuvimos que entregar nuestros trabajos al profesor. Cuando unos días más tarde nos los devolvió uno por uno, al llegar mi turno me comentó que le pareció "un trabajo crítico e inteligente", y que debería animarme a publicar los artículos en mi país y en mi idioma. Ante mi cara de asombro, volvió a pronunciar las mismas palabras. De vuelta a casa, comenté aquella sugerencia con Joxerramon, y decidí enviar mi primer artículo en euskera a la revista Argia. A los quince días recibí un ejemplar con mi trabajo publicado. Hoy todavía sigo poco a poco haciendo mis pinitos en la misma línea de la fructífera transformación vasca.

La mayoría de los vascos de Brasil, al menos los de hace un tiempo, trabajaban en el sector de la metalurgia -algunos llegaron a ser propietarios de empresas- , otros en la construcción, etcétera. Tras años de trabajo, hoy casi todos disfrutan del merecido descanso. Pero la situación no es la de antes; la economía obliga a apretarse el cinturón incluso a los que vivían holgadamente. La globalización nos está conduciendo hacia un nuevo proceso de adaptación. Esta serie de acontecimientos nos llevan a fijar nuestra mirada en Euskal Herria, pero el trabajo y la adaptación que han costado años y años no se abandonan de la noche a la mañana, en buena parte porque los hijos y nietos de la familia se sienten brasileños.

Ya que estoy hablando sobre Brasil, es obligado hacer alusión a sus carnavales. Expreso mi opinión desde mi condición de vasca y a partir de mi personalidad, claro está. La primera vez que vi los carnavales de Río de Janeiro por televisión, aquel bello lenguaje corporal me produjo una especie de temblor físico. Se trata de una fiesta del cuerpo, mediante el cual se expresa y se vive simbólicamente. Aquel espectáculo tan alegre, colorido, musical, creativo y dotado del característico sentido crítico popular me hizo darme cuenta de la vacuidad que tenía el cuerpo en mi formación. A primera vista, el carnaval de Brasil podría catalogarse como tópico, pero a mí me parece que junto con el hermoso aurresku que pervive en mí forma un binomio sin igual.

Soy una euskaldun que fue a Brasil prendada por el sentimiento del amor, pero ahora siento que tengo un divertido y enriquecedor toque brasileño. Por eso, al hablar sobre los vascos de Brasil lo hago refiriéndome a nuestro carácter vasco-brasileño. Cuando estoy allí pienso constantemente en Euskal Herria, y cuando estoy aquí sueño con volver a Brasil, y creo que estas palabras las corroborarían muchísimos vascos brasileños. No es que tengamos el corazón partido; se trata de una forma de vivir en el ir y venir de la cultura vasca a la brasileña. Una forma de vida, en mi opinión, realmente saludable.


Arantxa Ugartetxea

Euskonews & Media 103.zbk (2000 / 12 / 15-22)


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