SITUACIÓN
El municipio de Añana
se encuentra en la zona occidental del territorio
alavés, en la comarca denominada Valles Alaveses y ocupando
el centro del reducido valle de Añana.
Dista 29 kilómetros de
Vitoria, desde donde se accede, a través de Nanclares
de la Oca, por la carretera L-622 que pasa por la localidad de
Pobes. Desde Salinas de Añana, la carretera L-622 continúa
hacia Espejo, donde enlaza con la carretera N-625, Burgos-Bilbao.
RELIEVE
La comarca presenta un relieve
quebrado de vertientes empinadas hacia el norte y pendientes
suaves hacia el sur.
La alternancia de materiales
duros, fundamentalmente calcáreos, con otros más
blandos crea una serie de valles originados por la erosión
fluvial.
El
valle de Salinas de Añana, drenado por el río Terrazos
o Muera, se va abriendo hacia el oeste hasta enlazar con la cuenca
del Omecillo en la zona de Espejo.
La estructura del valle de Añana
está determinada por la emergencia de materiales interiores
que, debido a los empujes orogénicos, han atravesado una
serie de estratos superiores y han roto la corteza terrestre.
Este fenómeno, al que se denomina diapiro, ha dado lugar
a la existencia de manantiales salados, así como al afloramiento
de yesos, explotados en las proximidades, y de características
arcillas de color rojo con tonalidades violáceas.
EL VALLE SALADO
Es el espacio en el que se realizan
las labores de extracción de la sal. En él se disponen
unas sencillas plataformas, llamadas "eras", que están
sostenidas por pilares de madera y muros de piedra. Están
ordenadas formando grupos de 20 o 30, que constituyen lo que
se denomina una "granja"; cada granja dispone de uno
o dos depósitos o "terrazos" situados bajo las
eras, en los que se va almacenando la sal obtenida durante la
temporada de trabajo.
El
agua salada o muera brota de los manantiales situados en el extremo
sur del valle. Desde un depósito cercano a esas fuentes,
llamado "partidero", se reparte el agua en dos canales
de madera: el "Rollo de Suso" conduce la muera por
la margen izquierda del valle y el "Rollo de Quintana"
discurre por la margen derecha; éste último transporta
mayor cantidad de caudal y se subdivide posteriormente. La muera
se almacena en los pozos de cada granja y desde allí se
llenan las eras para que la acción del sol y el viento
logren la cristalización del cloruro sódico.
HISTORIA DE
LAS SALINAS.
En el entorno de Salinas de Añana
se han encontrado restos arqueológicos del Eneolítico-Bronce,
de la Edad del Hierro y de la Romanización. Se desconoce
cuándo y cómo se descubrieron los manantiales de
agua salada.
La sal, además de condimento
alimenticio, era imprescindible para la conservación del
pescado y la carne, para alimentación del ganado,
para el curtido de cueros, en la medicina y en otros usos menores;
esto explica que fuera uno de los artículos primordiales
en el comercio medieval y el temprano interés de monasterios
y particulares por poseer pozos y eras.
Inicialmente las salinas fueron
explotadas por pequeños propietarios libres agrupados
en diferentes "consilios"; progresivamente se irán
concentrando las propiedades, fundamentalmente en manos de monasterios,
y se irá estableciendo un régimen de explotación
señorial en detrimento de los antiguos poseedores particulares,
que se verán obligados a adaptarse a la nueva forma de
explotación.
Todos
los propietarios constituían la "Comunidad de Caballeros
Herederos de las Reales Salinas de Añana". Desde
finales del siglo XII el Concejo y los Herederos de las Salinas
de Añana tomaban parte conjuntamente en los pleitos; a
partir de finales del siglo XVI será la Comunidad sola
la que intervenga en todos sus asuntos.
En 1564 se incorporan todas las
salinas, pozos y manantiales de agua salada a la Corona, estableciéndose
una especie de monopolio real sobre el comercio de la sal. Con
ello se buscaba una acertada distribución del producto,
poniendo orden en los precios y liberalizando la venta y consumo.
Con la ley del desestanco de la sal, en 1869, quedó libre
cada propietario para elaborar y vender la sal que pudiese.
LA ELABORACIÓN
DE LA SAL.
La tarea comienza hacia el mes
de abril con la reparación de las eras que han sufrido
derrumbamientos o se han agrietado como consecuencia de las lluvias
y heladas invernales.
La
obtención de la sal mediante la evaporación de
agua salada exige una serie de labores bien diferenciadas: llenar,
revolver, regar, recoger y entrar la sal; este proceso requiere
un ciclo aproximado de dos días.
Para que la temporada de explotación
de la sal sea rentable es imprescindible que el sol -"el
mejor obrero" según los salineros- y el viento aporten
la fuerza necesaria para lograr la evaporación del agua
y la cristalización.
LA VILLA
DE SALINAS DE AÑANA
El aprovechamiento de los manantiales
de agua salada debió impulsar el establecimiento de población
en una zona relativamente apartada de las principales vías
de comunicación.
La población estaría
repartida en pequeños núcleos en torno al Valle
Salado. Ermitas y topónimos atestiguan diversos asentamientos
antiguos: Villacones, Fontes, Olisares, Fuentes-Salinas, Orbón,
Terrazos, Villanova...
En
1126 Alfonso el Batallador mandó poblar Salinas en el
lugar que ocupa. En 1140 Alfonso VII de Castilla, confirmando
los viejos fueros dados por Alfonso I cuando los mandó
poblar, otorgó el fuero de población a Salinas
de Añana.
En la segunda mitad del siglo
XII la zona y el castillo de Salinas quedaron incluidos en el
reino de Castilla. Los monarcas siguieron añadiendo términos
y privilegios al concejo y vecinos de Salinas de Añana,
favoreciendo siempre el establecimiento de población y
evitando la disminución de las rentas de la corona.
En 1370 Enrique II entrega el
señorío de Salinas de Añana a su sobrina
Leonor de Castilla; a partir del matrimonio de ésta con
Diego Gómez Sarmiento, el linaje de los Sarmiento irá
dominando las principales rutas salineras, gracias a las donaciones
de los monarcas con los que mantenían estrechos vínculos
y para quienes desempeñaban altos cargos en la corte.
En 1460 Salinas de Añana
se incorporó a la Hermandad de Alava, a instancias del
Conde de Salinas. Formó parte de la Cuadrilla de Vitoria
hasta 1840, año en el que se creó la Cuadrilla
de Añana, pasando Salinas a formar parte de la Hermandad
de Valdegobía.
EL NÚCLEO
FORTIFICADO
En el año 865 la primitiva
fortaleza fue destruida en una de las aceifas de los árabes.
En el siglo XII la población
se concentró sobre el cerro. El desaparecido templo de
San Cristóbal, situado en el extremo occidental, reforzaba
las defensas que suponían las murallas.
Actualmente se conserva, en parte,
el trazado urbano del antiguo recinto amurallado, que constaba
de tres calles principales, que recorrían longitudinalmente
la cima, y algunos cantones transversales que las ponían
en comunicación.
Además de la visita a
las salinas (que deben contemplarse desde fuera del Valle Salado,
caso de no contar con el adecuado acompañamiento), esta
villa conserva un buen número de elementos de épocas
pasadas.
La
Iglesia de Santa María de Villacones se reconstruyó,
en su mayor parte a finales del siglo XV y principios del XVI,
sobre otro templo medieval del que conserva algunos restos. Alberga
en su interior varias imágenes medievales y un retablo
mayor del siglo XVI.
Cerca del antiguo recinto amurallado
se encuentran la Plaza del Mercado y el rollo con el escudo de
los Sarmiento que nos recuerdan la importancia de Salinas de
Añana en la Edad Media.
Junto con otros restos de casas
solariegas y buenos ejemplos de arquitectura popular, la casa
de los Ozpinas y la de los Herrán son dos buenos ejemplos
de arquitectura doméstica barroca.
El Monasterio de San Juan de
Acre perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén
o de Malta. Su capilla es una construcción barroca que
alberga un retablo del siglo XVIII dedicado a San Juan Bautista.
Los habitantes de Salinas de
Añana han sabido rentabilizar una tierra árida
y tortuosa, tienen a sus espaldas una historia singular y privilegiada
y mantienen viva la huella de una actividad inmemorial; han forjado
un carácter laborioso y tenaz, amable, acogedor y capaz
de reírse de sus propias dificultades y de las de los
demás con fino humor.
Clara I. Ajamil
y F. Javier Gutiérrez
Fotografías: Arantza Cuesta Ezeiza. (1996) |