El proceso de institucionalización de las cofradías guipuzcoanas durante la Edad Moderna: Cofradías de mareantes y podavines
Alvaro Aragón Ruano y Xabier Alberdi Lonbide

Los estudios históricos sobre las cofradías de mareantes y, sobre todo, de podavines son muy escasos, de manera que diversos aspectos de su devenir histórico continúan aún abiertos a la investigación. Muchas de las aportaciones provienen de investigaciones sobre la pesca y otras actividades desarrolladas en el litoral vasco -también escasas-, en las que las cofradías han sido estudiadas como un elemento institucional relacionado con tales actividades. En estrecha relación con la tendencia descrita, son también habituales los estudios sobre cofradías de localidades concretas, que parten generalmente del estudio de sus ordenanzas, alcanzando en ocasiones conclusiones de carácter general. Los estudios sobre los gremios y las cofradías, salvo algunas excepciones, son muy recientes. Destacan ante todo las investigaciones de Erkoreka, centradas en cuestiones de carácter institucional, o las de García Fernández, tendentes a indagar en sus orígenes. Los Consulados de Bilbao y Donostia-San Sebastián, organismos que tenían estrechos vínculos con las cofradías, tampoco han sido estudiados profusamente por la historiografía, pero contamos con algunas obras clásicas. Todos los trabajos mencionados insisten en la idea de que las cofradías eran instituciones de origen, características y evolución común.

Esta investigación pretende demostrar que bajo el término "Acofradía" se englobaban instituciones de origen diverso, fruto de la combinación de intereses y coyunturas concretas, de manera que sus características y evolución institucional fueron también muy variadas. Se incluyen en un mismo estudio las cofradías, tanto de mareantes como de podavines, que en principio, pueden parecer muy dispares, siendo las primeras asociaciones de gentes del mar, y la segunda de trabajadores agrícolas. Pero ambos tipos de cofradías comparten un denominador común: el de constituir asociaciones de amplia base social, marineros-pescadores y agricultores, que componían la mayoría de los habitantes de las localidades del litoral. De manera que a diferencia de otros gremios y cofradías de oficios de carácter muchas veces minoritario, englobaban, en ocasiones, a la mayoría de los habitantes de algunas localidades eminentemente marineras. Además, los podavines o agricultores hermanados en la Cofradía de Santiago de los Podavines de Donostia-San Sebastián habitualmente se dedicaban a actividades marítimas, especialmente la pesca, de manera que las relaciones entre ambos tipos de cofradías eran muy estrechas.

En general, fueron diversas coyunturas de carácter crítico las que impulsaron la institucionalización de las cofradías. A medida que se oligarquizaban los gobiernos municipales, no sólo dejaron de ser atendidos los intereses, en este caso de los podavines y de los mareantes, sino que incluso adoptaron medidas opuestas. De este conflicto de intereses contrapuestos y de los intentos de los poderes políticos por controlar las actividades de los gremios y de someterlos a su conveniencia surgió la necesidad de crear e institucionalizar asociaciones que defendieran los intereses de sus miembros frente al intervencionismo político municipal.

En primer lugar, a partir de la Baja Edad Media, dentro del contexto de reacción antiseñorial de la época, tanto la legislación (real, provincial y local) como las autoridades políticas mostraban una actitud recelosa frente a las cofradías. Estas medidas, en principio, buscaban evitar la formación de ligas y monipodios, es decir de grupos de presión que impusieran decisiones políticas y económicas favorables a sus intereses. Pero paradójicamente esta reacción consistió, además de en acciones contra los abusos de señores particulares, en la monopolización por los oligarquizantes gobiernos municipales de diversas prácticas economicas, que hasta entonces fueron ejercidas libremente por la totalidad de los vecinos. Las medidas adoptadas al respecto constituyeron un eficaz medio para someter todos los oficios y grupos profesionales de las villas a los intereses de las élites gobernantes. La redacción y posterior confirmación real de las ordenanzas municipales, emprendida en las villas guipuzcoanas a partir de estas fechas, servían para sancionar las restricciones impuestas a los vecinos, de ahí su carácter eminentemente restrictivo y coercitivo. En efecto, las ordenanzas municipales, la mayoría surgidas entre finales del siglo XV y mediados del XVI, fueron el instrumento que los nuevos poderes locales utilizaron para licitar el proceso de señorialización que inciaron sobre el poder y los bienes municipales; los poderes y grupos que controlaban los concejos guipuzcoanos acabaron con el monopolio que venían ejerciendo los Parientes Mayores y las familias solariegas e iniciaron un proceso de apropiación, extendido hasta el siglo XIX, en el que se dejaba a los vecinos y moradores fuera de la representación (paso de concejo abierto a concejo cerrado, exigencia de millares) y el disfrute de los bienes concejiles (creación de ejidos propios en los bosques concejiles, arrendamiento de tierras, ferrerías o molinos concejiles, etc.). De ahí que los últimos viesen en las cofradías el único modo de ver representados sus intereses.

En segundo lugar, el desarrollo de la industria escabechera iniciado durante las décadas finales del siglo XVI, motivó que la Provincia, con objeto de asegurar el abastecimiento barato de pescado fresco del interior, emitiera decretos ordenando que el precio del pescado se sometiera a tasas y prohibiendo la elaboración de escabeches de besugo. En consecuencia, como medio de obviar estas prohibiciones, los mareantes redactaron y buscaron la aprobación de sus ordenanzas, que en gran parte regulaban las actividades relacionadas con el escabeche.

En tercer lugar, la creciente presión de la Corona para proveerse de marinería para la Armada, fue la que impulsó la institucionalización de diversas cofradías como por ejemplo Getaria (1658), Zarautz (1759-1781) o Pasaia (1800).

De todas maneras, hay que aceptar que en algunas ocasiones las acusaciones de constituir ligas y monipodios, de que se valían las autoridades políticas para oponerse a las cofradías, eran reales. El poder que las cofradías podían alcanzar era de consideración y especialmente en el caso de las cofradías de mareantes y podavines, que englobaban a parte importante, cuando no a la mayoría, de los habitantes de las localidades costeras. Efectivamente, algunas de las acciones de las cofradías eran propias de los monipodios.

En primer lugar, trataban de controlar el desarrollo de sus oficios, por una parte en lo que se refiere a las tareas realizadas para personas ajenas al gremio, como es el caso por ejemplo de los propietarios de tierras que demandasen los servicios de la Cofradía de Podavines, quienes no podían escoger a los empleados que deseasen, sino que debían aceptar a todos los que acudiesen. Y por otra, con la excusa de mantener la igualdad de todos sus miembros, éstos debían someterse a una serie de normas que eliminaban las competencias entre sí.

En segundo lugar, las cofradías de mareantes progresivamente trataron de monopolizar todos los procesos de captura, comercialización e incluso conservación del pescado. En consecuencia trataban de imponer cargas al pescado de pescadores foráneos, preferían vender el pescado a compradores al por mayor que a regateras, aunque estas ofrecieran mayor precio, provocando en consecuencia que la mayor parte del pescado fuese adquirido por arrieros o escabecheros, para su exportación o conservación. Avanzado el siglo XVIII, ante la crisis pesquera-escabechera producto en gran parte de la desviación del capital a otras actividades como la Compañía de Caracas, algunas cofradías procedieron a la construcción de escabecherías, en principio, con objeto de dar salida al pescado de sus miembros. Pero pronto se produjo en esos casos la monopolización por parte de las cofradías de los procesos de elaboración de conservas de pescado.

Por último, en Gipuzkoa las cofradías constituyeron los organismos que gestionaban las levas de marinería para la Armada. Pero esta facultad fue un eficaz medio, por una parte para que los propietarios de las embarcaciones, que detentaban el gobierno de las cofradías, eludiesen sus deberes militares, y por otra para imponer el fraude en los sorteos de las levas de marinería, enviando a la Armada en sustitución de los mareantes a campesinos deseosos de emigrar a América, para los que el servicio en la Armada era la puerta que les daba acceso a la posibilidad de emplearse en mercantes que les sirvieran de pasaje a las Indias. De todas formas, las cofradías nunca constituyeron un contrapoder exento del intervencionismo de los poderes políticos, en especial municipales. Los concejos intervinieron de manera activa en la elaboración de las ordenanzas de las cofradías, incluso fomentando en algunos casos su redacción y aprobación real. Las elecciones de los mayordomos y otros cargos de las cofradías se efectuaban siempre con la asistencia de los alcaldes, todo ello con objeto de ejercer su control en las cofradías. Se puede afirmar por tanto que las ordenanzas de las cofradías eran una especie de contrato entre los concejos y las cofradías, por las que los primeros consentían algunas ventajas a las segundas, a cambio de que éstas acatasen los monopolios impuestos por la oligarquía concejil.

En definitiva, las cofradías en origen son entes de carácter consuetudinario, meras congregaciones de personas con una dedicación productiva común. Con el proceso de fortalecimiento de las villas, que se extiende desde la baja Edad Media hasta el final de la Edad Moderna, surgen dos modelos o respuestas. En aquellos lugares donde se instituyen villas, los vecinos concejantes van progresivamente monopolizando la vida municipal, dejando de lado las necesidades e intereses del resto de vecinos y moradores, a través de la redacción de ordenanzas municipales, claramente restrictivas, punitivas y monopolizadoras de los usos comunales libres. Para la defensa de los mencionados intereses, aquéllos se ven abocados a la búsqueda de la institucionalización de las mencionadas reuniones consuetudinarias. Ante este proceso irreversible, los concejantes tratan de atraer, dirigir y controlar dicho movimiento, fijando los límites en los que se puede mover, a través de ordenanzas propias de las cofradías -que sintomáticamente siempre son redactadas a continuación de las concejiles- y de las ordenanzas municipales. En el caso de aldeas y núcleos de población que, en principio, no consiguen acceder al villazgo, permaneciendo sometidos a la jurisdicción de una villa, partiendo así mismo del modelo consuetudinario, desembocan en entidades que, a falta de jurisdicción propia, ejercen las funciones de un concejo y una cofradía simultáneamente. En el momento que acceden al villazgo, se erige la cofradía como una institución diferenciada.

Las cofradías-gremios surgen en coyunturas críticas: fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI, coincidiendo con la salida de la crisis bajomedieval y el fortalecimiento de los señoríos colectivos; fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, cuando el modelo pesquero entra en crisis y la Provincia trata de monopolizar dicha actividad; a partir de la segunda mitad del siglo XVII, como consecuencia de la progresiva presión que la Corona ejerce para obtener levas de marinería. Coyunturas en las que los colectivos que las componen ven en peligro sus intereses, siendo la única posibilidad de encauzar sus demandas, dentro del limitado marco político-institucional de la época. Esto provoca el endémico enfrentamiento con las autoridades, siendo su resultado el control que éstas acaban ejerciendo.


Alvaro Aragón Ruano - Xabier Alberdi Lonbide

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