Si se pretende
sintetizar el papel de los vascos en la literatura de los Estados
Unidos de este siglo, debe tenerse en cuenta, en primer lugar,
que la presencia de este grupo étnico en dicha literatura
no resulta en absoluto uniforme, pudiéndose distinguir
incluso dos etapas claramente diferenciadas. La primera de ellas
se extiende aproximadamente hasta finales de los cincuenta y
está caracterizada por una muy limitada representación
de los vascos en el corpus literario de los EE.UU. Sin embargo,
la publicación de la obra de Robert Laxalt, "Sweet
Promised Land" (Dulce tierra prometida) en 1957 marcará
el inicio de una segunda etapa, en la que los temas vascos alcanzarán
una presencia más significativa en el panorama literario
norteamericano.
Durante
la primera mitad de siglo la actividad literaria entre los vascos
emigrados a los EE.UU. se reduce prácticamente a su mínima
expresión y apenas si cabe mencionar un par de relatos
de Mirim Isasi, exiliada vasca en aquel país y autora
de "Basque Girl" (Chica vasca, 1940) y "White
Stars of Freedom" (Estrellas blancas de libertad, 1942-
obra escrita en colaboración con Melcena Burns Denny).
Esta inactividad literaria de la diáspora vasca en aquel
país obedece fundamentalmente a los escasos recursos económicos
y a las limitaciones culturales de estos emigrantes. Se trata
en su mayoría de vascos empleados en el sector primario,
pastores itinerantes en particular, cuyos objetivos básicos
son la supervivencia y el ahorro, y que tienen con frecuencia
dificultades en el aprendizaje de la lengua inglesa debido al
aislamiento físico derivado de su oficio. Incluso la mala
imagen social con la que a menudo se les asocia (de hecho, se
les llega a acusar de ser meros vagabundos extranjeros usurpadores
de la tierra), también contribuye a que los vascos rehusen
a hacer ostentación pública de su origen y. lógicamente,
a escribir sobre él.
Durante
estas primeras décadas del siglo XX los vascos tampoco
logran despertar un interés literario significativo entre
los autores de la mayoría anglosajona en los Estados Unidos.
En efecto, por un lado, se trata de una mera cuestión
demográfica ya que los vascos emigrantes en aquel país
constituyen una minoría muy reducida, que apenas destaca
en el "crisol étnico" de los EE.UU. Además,
su escasa presencia en el panorama literario se corresponde también
con su prácticamente nula visibilidad socio-cultural,
fruto de la presión de la sociedad norteamericana de aquellos
años en favor de la homogeneización o asimilación
y de la ocultación de las señas de identidad étnicas.
A estos factores explicativos de la débil incidencia literaria
de los temas vascos durante este período habría
que añadir además la ya referida mala imagen social
de los vascos, debido al oficio de pastores itinerantes con el
que comúnmente se les asocia, a pesar de que irónicamente
su valía profesional no es puesta en entredicho. De hecho,
a menudo se les atribuye la condición de mejores pastores
del Oeste. Será precisamente en este territorio, el de
mayor presencia demográfica vasca, donde estos emigrantes
alcanzarán su primera representación literaria
de cierta entidad, fundamentalmente a través del llamado
género "western", por ejemplo, de las novelas
publicadas en los años veinte por Henry Sinclair Drago.
De todas formas, en estos relatos los vascos desempeñan
habitualmente un papel secundario y a menudo la visión
que se suele ofrecer de ellos resulta un tanto estereotipada
y sesgada (por ejemplo, aparecen representados como personajes
honrados e infatigables, a la vez que simples e inocentes por
su mera condición de inmigrantes).
La única
excepción realmente relevante a esta invisibilidad literaria
de los vascos en los EE.UU. durante la primera mitad del siglo
XX la constituye una obra de renombre universal y que, significativamente,
no describe a los vascos emigrantes en Norteamérica, sino
a los del Viejo Mundo. Nos estamos refiriendo a la novela de
Ernest Hemingway "The Sun Also Rises / Fiesta" (1926),
un libro ambientado en buena parte en los San Fermines y que
contribuyó decisivamente al conocimiento internacional
de estas fiestas. Aunque los protagonistas de la novela no son
vascos, en ella aparecen destacadas referencias a lugares vascos,
a sus habitantes y a sus costumbres, en las que, Hemingway combina
los elogios a la tierra vasca y a sus gentes con el afán
por describir con precisión minimalista aquellas escenas
que, desde su perspectiva norteamericana, resultan más
llamativas. En un libro posterior, "Death in the Afternoon"
(Muerte en la tarde, 1933), una obra de no ficción frecuentemente
definida como tratado de tauromaquia, Hemingway también
incluirá algunas breves referencias a las capitales vascas,
sobre todo, en relación con sus diversas ferias taurinas.
Los vascos
de Norteamérica romperán por fin su invisibilidad
literaria, e incluso social, con la publicación en 1957
de la obra de Robert Laxalt "Sweet Promised Land",
un relato de no ficción en torno a su padre Dominique,
pastor suletino emigrante en Nevada, que representa también
la historia de buena parte de la diáspora vasca en aquel
país. En el libro, traducido al euskera como "Dominique"
(Elkar, 1988), se reivindicaba la figura del pastor vasco emigrante,
ofreciéndose una imagen atractiva de él, con un
especial hincapié en su tesón y sacrificio para
superar la experiencia de la emigración con honradez y
dignidad. De este modo, Laxalt consiguió que los norteamericanos
"descubrieran" a los vascos de EE.UU. como un grupo
étnico diferenciado, capaz de integrarse en la sociedad
norteamericana, sin renunciar por ello a sus señas de
identidad. La favorable acogida de esta obra por parte del público
y crítica norteamericanos, junto a la creciente atención
prestada a las minorías étnicas en los EE.UU. a
partir de los años sesenta, propiciaron un aumento del
interés por los temas vascos en este país, que
lógicamente también tendrá un reflejo literario.
Así, Laxalt consolidará su posición como
intérprete literario por excelencia de los vascos de Norteamérica
(ver "Euskonews & Media", nº 55) con brillantes
novelas semiautobiográficas como "The Basque Hotel"
(El hotel vasco, 1989, nominada al Premio Pulitzer) o "The
Governor's Mansion" (La residencia del gobernador, 1994),
además de presentar lúcidos retratos de la sociedad
rural vasca en obras tales como "In a Hundred Graves"
(En un centenar de tumbas, 1972) o "A Cup of Tea in Pamplona"
(Una taza de té en Pamplona, 1985- nominada también
al Premio Pulitzer y traducida al euskera como "Kafea hartzea
Iruñean, Elkar, 1986).
El éxito
de "Sweet Promised Land" permitirá también
a otros autores de origen vasco escribir sobre la experiencia
de la emigración en el Nuevo Mundo o sobre su pasado en
el Viejo Mundo. Algunos de estos relatos, como las autobiografías
de Louis Irigaray, Beltran Paris, Joseph Eiguren o Maita Floyd,
emigrantes vascos todos ellos, resultan especialmente interesantes
desde un punto de vista cultural o sociológico, aunque
no llegan a alcanzar el nivel artístico de otras obras
de las últimas décadas, escritas en su mayoría
por nuevas generaciones de vasco-americanos, y entre las que
cabe destacar los renombrados poemas de Frank Bidart, las excelentes
novelas neorrealistas de Frank Bergon o la brillante "The
Deep Blue Memory" (Un recuerdo azul intenso, 1993), la única
novela publicada hasta la fecha por Monique Laxalt Urza, hija
de Robert Laxalt.
Junto
a este importante aumento de la producción literaria de
la diáspora vasca en los EE.UU., también debe señalarse
el mayor protagonismo adquirido en esta segunda mitad de siglo
por los personajes y temas vascos en las obras escritas por autores
norteamericanos. En particular, destaca la progresiva consolidación
como arquetipo literario de la figura del pastor vasco emigrante
en obras ambientadas en el Oeste americano como, por ejemplo,
"Kinsella's Man" (El hombre de Kinsella, 1994), de
Richard Stookey. Otros autores prefieren centrar su atención
en la Euskal Herria contemporánea, recurriendo con frecuencia
al tema de la violencia como complemento para una trama convencional
de aventuras e intriga. Se trata, en su mayoría, de clásicos
ejemplos de literatura popular, sin excesivas pretensiones artísticas,
que, sin embargo, alcanzan con frecuencia un importante éxito
de ventas. Tal es el caso, por ejemplo, de la novela de Tom Clancy
y Steve Pieczenik "Op-Center: Balance of Power" (Op-Center:
equilibrio de poder, Planeta, 1998), obra en la que se ofrece
una visión muy peculiar de los vascos y de sus relaciones
con otras comunidades étnicas de la Península,
y cuya calidad literaria resulta a todas luces deficiente.
Esta mayor
visibilidad literaria de los vascos en los Estados Unidos en
las últimas décadas tampoco puede sobredimensionarse
y equipararse a la de otras minorías con mayor peso demográfico,
cultural y socio-económico en aquellas tierras, como la
afro-americana, la chicana, la nativo-americana, la judía
o la asiática. Todas ellas tienen en común con
la vasca el hecho de haber sido rescatadas del olvido y del silencio
en fechas relativamente recientes, aunque cada una de ellas ha
alcanzado un grado diferente de desarrollo literario. En el caso
de la literatura escrita en EE.UU. en torno a los vascos, resulta
evidente que su carácter minoritario ha impedido que sus
valores culturales y sus méritos artísticos hayan
alcanzado el reconocimiento debido. Incluso en nuestro país
la escasez de traducciones, tanto al euskera como al castellano,
tampoco ha facilitado la divulgación de esta literatura.
Sin embargo, ya es hora de reivindicar la importancia de este
legado cultural y de prestar, por tanto, una mayor atención
a unas obras y autores que constituyen, al fin y al cabo, el
principal testimonio de la imagen literaria proyectada por los
vascos a lo largo de este siglo en una nación cuya literatura
y cultura en general han adquirido en la actualidad una dimensión
casi universal. David Río Raigadas es profesor de la UPV/EHU |