El arte no es una nacionalidad
pero, asimismo, no es un
desarraigo. El arte no es irreductible a la tierra, al pueblo
y al momento que lo produce: no obstante, es inseparable de ellos.
El arte escapa de la historia, pero está marcado por ella. Octavio Paz
Ese nudo de tensiones y paradojas que
señala Octavio Paz como constitutivos del arte me parece
que es muy pertinente para referirme
a eso que llamamos «arte vasco». Los artistas y sus
obras se inscriben en grados muy diversos con el contexto más
próximo: el que corresponde al de su pertenencia o al
de su lugar de trabajo o residencia. Ni la noción «arte»
ni la de «vasco» remiten al mismo campo de significados
que tenían en los años sesenta y setenta, de ahí
que fijar la identidad de ambos términos resulte problemática
en la actualidad. Si las identidades en cualquiera de sus determinaciones
sean colectivas, nacionales, de género, artísticas,
etc... no son estables ni universales sino que se construyen
desde valores relativos, inestables, plurales y locales-globales,
¿cómo hablar entonces de una identidad reconocible
en el arte vasco? Quizá sea imposible llegar a un acuerdo
generalizado que vaya más allá de su sentido exclusivamente
localizado, a saber: arte vasco podría considerarse al
realizado por artistas nacidos en Euskadi y por artistas que
viven o trabajan aquí. Pero, esta denominación
tropieza con otras posiciones ideológicas, pues ¿a
qué ámbito ciudadano y territorial denominamos
Euskadi? La respuesta variará dependiendo de quién
responda y desde qué criterio prevalezca: el de la realidad
jurídico-política
vigente o el del sentimiento de pertenencia, de este modo un
artista de Iparralde o de Navarra también podría
ser considerado vasco.
En el momento actual lo vasco
designa tres ámbitos de sentido: el primero abarca exclusivamente
a la comunidad lingüística euskaldun; el segundo
sentido corresponde a la comunidad política vasca como
proyecto a conformar desde el reconocimiento de la sociedad real
y su pluralidad de procedencias, culturas y sentimientos de pertenencia;
y el tercero se refiere a la cultura también plural de
esa comunidad política. Así definido lo vasco,
integrando paradójicamente los rasgos singulares que más
le diferencian de otros pueblos y otros rasgos que emanan legítimamente
de la sociedad heterogénea y de su devenir en un contexto
en el que las identidades construyen su car·cter múltiple
y movedizo en una experiencia simultánea de un mundo local
y global, no resulta extraño que el arte vasco actual
se manifieste más desconectado de las polémicas
excluyentes y sectarias sobre lo vasco que se manifestaron en
el pasado.
 Rafael Balerdi. Tizas,
s.f., cera y tiza sobre papel.
El escenario del arte vasco revela
una gran complejidad social, política y cultural, aunque
se han atemperado gran parte de los conflictos que se avivaron
en el régimen franquista. Las diferentes expresiones artísticas
de los años sesenta y setenta estaban moduladas en una
gran medida por sus implicaciones con el contexto político:
oposición a la dictadura, afirmación nacional,
reivindicación de las libertades políticas. La
transición hacia un régimen democrático,
aún persistiendo algunas contradicciones, ha provocado
cambios importantes. El reconocimiento del autogobierno, la recuperación
del euskera, la afirmación de emblemas identitarios por
toda la sociedad, son algunos logros políticos que han
reducido la intensidad dramática de épocas pasadas.
Con todo, para una parte de la sociedad sigue vigente un conflicto
no resuelto entre las aspiraciones nacionales plenas y el Estado.
 "Monumento a Iztueta"
y "Monumento a los pescadores", de Néstor Basterretxea.
La historia reciente del arte
vasco está recorrida por mútiples conflictos sobre
lo que se entiende por tal denominación. Por ejemplo,
en la escena de las vanguardias artísticas de los años
treinta, y de modo más acentuado en la experiencia de
los Grupos de la Escuela Vasca surgidos en 1966 y en el
que tuvieron una participación destacada Jorge Oteiza
(1908), Eduardo Chillida (1924), Agustín Ibarrola (1930),
Remigio Mendiburu (1931), Nestor Basterretxea (1924), Rafael
Balerdi (1934), José Antonio Sistiaga (1932), Amable Arias
(1927), José Luis Zumeta (1939), así como
a principios de los años ochenta con la constitución
de las secciones de la Asociación de Artistas Vascos,
o en los colectivos de artistas visuales surgidos hace unos años
como es el caso de MEDIAZ se han formulado diferentes concepciones
sobre el sentido de la identidad "arte vasco".
Los
artistas contemporáneos más jóvenes tienen
una condición más nómada: la red internacional
de centros de arte contemporáneo, las ayudas institucionales
a la creación, la labor de centros como Arteleku, los
programas Erasmus de las universidades, los proyectos de cooperación
transfronteriza.., todo ello unido a una creciente implosión
de las artes en nuevas prácticas artísticas y las
nuevas configuraciones de las implicaciones entre el arte y la
vida viene a afectar a esa noción de arte vasco. Txomin
Badiola o Pello Irazu, que participaron de aquella experiencia
de la nueva escultura vasca en los años ochenta,
y que han residido varios años en Nueva York, y que han
vuelto de nuevo a residir en Bilbao condensan bien la travesía
paradójica de "la Identidad del arte vasco"..
o lo que es lo mismo representan el estallido de sentidos que
puede cobijar esa travesía. Un arte deslocalizado y al
tiempo localizado, ligado y desligado a ciertas tradiciones artísticas,
inscrito en la autonomía del arte y también cuestionándola,
atento a valores estéticos y a su problematización,
afirmado en las "poéticas individuales" pero
fraterno también con derivas colectivas... Así,
en este estado de las artes actuales, la cuestión planteada
en esta breve nota al principio queda resemantizada en el encuentro
con cada artista. Un debate abierto, pero menos trufado de ideología
que en décadas pasadas.
Fernando Golvano, crítico de arte
y comisario de exposiciones
Fotografías: Enciclopedia "Nosotros Los Vascos"
de Lur y catálogo de Pello Irazu |