En la tradición intelectual occidental,
la especulación sobre las universales lingüísticas
suscitada por los filósofos de la Edad Media siempre ha
estado vinculada con la relación entre la mente y el idioma.
Los modistas de la citada época adoptaron el punto de
vista de Aristóteles y de quien fuera su discípulo,
el gramático Prisciano, según el cual las categorías
de una lengua (el principal objeto de reflexión de Aristóteles)
reflejan las categorías mentales (de ahí el origen
de la denominación del trabajo de los modistas Gramatica
Speculativa, Lyons, 1968, pág. 15), y los medios gramaticales
empleados para su conjugación son directos delatores de
las operaciones del pensamiento (véase, entre otros, Seuren,
1998, pág. 30-41), con lo cual el idioma es una especie
de ventana abierta a la mente. De la mano de Brocense, profesor
durante el Renacimiento en Salamanca (véanse Lazaro Carreter,
1949; Lakoff, 1968; y Mitxelena, 1975), esta perspectiva medieval
llegó hasta los gramáticos de Port Royal, cuya
obra ha sido ampliamente divulgada y a los cuales se les considera
pioneros de determinadas ideas sobre la gramática generativa
del último renacimiento (Chomsky, 1966).
En otra muy distinta vertiente,
el movimiento romántico de finales del siglo XVIII definió
el idioma y el pensamiento como dos facultades diferenciadas
interinfluyentes. El idioma, lejos de considerarse una secundariedad
de las operaciones mentales (a juicio de Herder, por ejemplo,
el idioma demasiado defectuoso como para que fuera considerado
prolongación de la mente), se convierte así en
un elemento activo de la mente. Las diferencias entre los idiomas,
formas superficiales derivadas de la única y universal
base del pensamiento según la tradición "cartesiana",
son en opinión de Humboldt (indudablemente, la figura
más característica de este romanticismo) promotores
del pensamiento y expresión de la identidad cultural,
idea ésta que abundó bastante entre los filósofos
de la ilustración en el París en que Humboldt viviera
entre 1797 y 1801. La cuestión de las universales lingüísticas
toma una completamente distinta dirección en esta perspectiva
en la cual el pensamiento y el idioma están separados
aunque interactuando y limitándose mutuamente, ya que
Humboldt mantiene que los idiomas hacen su elección dentro
de una serie de categorías y combinaciones universales;
el resultado, no obstante, tiene una directa influencia sobre
la capacidad creativa de la mente: así como unos estimulan
la mente (los idiomas de flexión), otros son limitativos.
Es bien conocida la aversión que tenía a los idiomas
aislados, como por ejemplo al chino (a este respecto, véase
Aarsleff, 1988, y Seuren, pág. 108-120). El estrecho vínculo
existente entre el pensamiento y el idioma (siendo este último
es el causante de la influencia, y el pensamiento, por su parte,
receptor pasivo) se ha visto materializado en el siglo XX en
la hipótesis Sapir-Whorf, si bien actualmente se considera
marginal. Dos recientes obras que darían fe de su no absoluta
desechabilidad son la de Levinson (1996) sobre los sistemas deícticos,
y la de Chierchia (1995), sobre los "parámetros semánticos".
Gracias al empujón de
la gramática comparativa e histórica, la lingüística
ha devenido en el siglo XX una disciplina científica.
Con la precisión filológica, la lingüística
histórico-comparativa la acogió como una más
de sus ciencias, gracias principalmente a los neogramáticos
de finales de siglo, dejando atrás la infundamentada especulación
e integrándola en la investigación empírica.
Mientras, la cuestión de las universales lingüísticas
abría paso a la búsqueda de afinidades fonológicas
y a la especificación de familiaridades históricas.
A principios del siglo XX, la inquietud sobre la forma de la
gramática (qué es y qué no es una lengua
humana; es decir, una teoría de la gramática) se
vio reforzada con la Escuela de Praga, si bien durante la primera
mitad del siglo, y especialmente en América, preponderará
la relatividad lingüística en contraposición
a la hipótesis de las universales, debido principalmente
a dos acontecimientos: por una parte, la expansión de
los citados ámbitos lingüísticos (en especial
de las lenguas amerindias; primero por iniciativa de Boas y más
tarde de Sapir y Bloomfield), la cual originó el escepticismo
en torno a los tradicionales modelos gramáticos; y por
otra parte, la supremacía del behaviorismo y la desconfianza
que éste suscitó en beneficio de todos los mecanismos
de compleja apariencia, susceptibles de ser considerados elementos
integrantes de la mente. El célebre y radical dicho del
lingüista Martin Joos recoge la esencia de tal espíritu:
"los idiomas se distinguen entre sí ilimitadamente
y de modos impensables". La agitación de los lingüísticos
universales se introdujo en América de la mano de los
miembros de la escuela de Praga, en especial a través
de la figura de Jakobson, entre cuyos discípulos se encuentra
Chomsky, para quien la función de la lingüística
se concreta en buscar las propiedades subyacentes y rasgos universales
de la competencia lingüística del orador. La obra
de Greenberg, un gran trabajo tipológico en torno a los
universales y a sus implicaciones, se basa en las aportaciones
de la escuela de Praga representada por Jakobson, tal como el
propio Greenberg expresa (1974, pág. 42-43).
Durante los últimos veinte
años la gramática generativa de Chomsky ha abierto
nuevas vías de investigación y derribado fronteras
en el panorama de las universales lingüísticas, habiendo
trazado el camino de la constatación de los universales
hasta la hipótesis de los lingüísticos de
facultades natas, donde el concepto "pobreza del estímulo"
juega un papel clave. Una universal lingüística por
sí sola, por muy extendida que esté, no es evidencia
suficiente como para afirmar que forma parte de la capacidad
lingüística nata del niño. Pero cuando su
mero contexto lingüístico es incapaz de proveer el
conocimiento que esa universal supone, es evidente que es el
mismo niño quien brinda hegemonía al proceso, y
que, en tal caso, nos hallamos ante una propiedad nata, es decir,
ante un conocimiento que el contexto no ha sido capaz de estructurar.
Expliquémoslo con un claro ejemplo: imaginemos una simple
propiedad gramatical, como por ejemplo la estrategia que empleamos
para formular una pregunta. En base a esta estrategia, solemos
extraer el objeto directo del lugar que ocuparía en las
frases "normales" (1):
(1) a. No creo [que Xabier vaya
a venir]
(1) b. ¿Quién no crees [que (quién) va a
venir]?
En el ejemplo (1b) parece que
hayamos extraído el objeto directo del lugar que le corresponde,
y que la hayamos trasladado a la parte izquierda de la frase
superior. A esta propiedad general se le llama informalmente
(y sin ningún afán de originalidad) "propiedad
desplazadora", y, dado que se puede escuchar, se puede aprender
directamente del contexto lingüístico. La cuestión
es que, tal como Ross demostrara hace tiempo (1967), el idioma
humano establece una interesante serie de límites a este0
aparentemente simple procedimiento (el 2 da cuenta de ello, entre
otros). Parece ser que hay ciertos desplazamientos que no son
aceptables:
(2) a. No he oído [que
hayan detenido a Xabier]
(2) b. ¿Quién no has oído [que hayan detenido
(a quién)]? (¡Madre mía!)
El problema de (2b) no sólo
es que hayamos movido demasiado, tal como demuestra el (3):
(3) a. No creo [que Jon haya
dicho [que Xabier vaya a venir]]
(3) b. ¿Quién no crees que haya dicho [que (quién)
vaya a venir]?
Podría parecer, tal como
Ross demostrara, que el problema del traslado del (2b) radica
en la imposibilidad de completarlo sobre ciertas estructuras,
mas esta información no se encuentra en el contexto lingüístico
(para empezar, se carece de una correcta información sobre
la estructura), con lo cual no es posible aprender del contexto.
En tal caso, se debe buscar en la mente del niño. Se diría
que esta propiedad es puramente lingüística; difícilmente
podría provenir de otra clase de conocimiento. En el supuesto
de ser nata y puramente lingüística, debería
ser universal (al no ser posible su aprendizaje, habremos de
encontrar lo mismo en cualquier otro idioma), como efectivamente
parece serlo (Huang, 1982, y la serie de trabajos posteriores).
Por lo tanto, la investigación
sobre las universales se puede emplear, y, de hecho, se emplea,
para formular explícitas hipótesis en torno a la
organización mental, y, en especial, en lo que respecta
al apartado del idioma (véase, entre otros, Chomsky, 1988,
primer capítulo).
Referencias:
- Aarsleff, H. Introduction. In: W. Humboldt On
Language. The Diversity of Human-Language Structure and
its Influence on the Mental Development of Mankind.
Traducción de Peter Heath, Cambridge: Cambridge University
Press, 1988.
- Chierchia, G. Plurality of mass nouns and the notion
of "semantic parameter". Manuscrito. Universidad
de Milán, 1995.
- Chomsky, N. Lingüística cartesiana,
Madrid: 1969, Biblioteca Románica Hispánica, Gredos.
- Chomsky, N. El lenguaje y los problemas del conocimiento,
Madrid: Visor Lingüística y Conocimiento, 2, 1988.
- Greenberg, J. Language Typology: A Historical and
Analytical Overview, The Hague: Mouton, 1974.
- Huang, J. Logical relations in Chinese and the theory
of grammar. Tesis doctoral. MIT, 1982.
- Lázaro Carreter, F. Las ideas lingüísticas
en España durante el siglo XVIII, Madrid, 1949.
- Levinson, S. Relativity in spatial conception and description.
In: J.J. Gumperz y S.C. Levinson (ed.), Rethinking Linguistic
Relativity, Cambridge: Cambridge University Press, 1996.
- Mitxelena, K. El Brocense hoy. In: Lengua e Historia,
Madrid: Colección Filológica, Paraninfo, 1985.
- Ross, J.H. Constraints on variables in syntax.
Tesis doctoral, MIT, 1967.
- Seuren, P. Western Linguistics: an Historical Introduction,
Blackwell Publishers, 1998. |
Ricardo Etxepare |