Es propia de las sociedades urbanas desarrolladas
la mitificación del mundo rural tradicional, en cuanto
que éste se concibe como sistema estable. Con independencia
de que tal estabilidad no deje de ser las más de las veces
un mero cliché, lo cierto es que la fascinación
por su representación sintética, es decir, por
el paisaje rural, crece en la misma medida que lo hacen la masificación,
la contaminación, la inseguridad... de la urbe. Sobre
la vertiente atlántica peninsular de Euskal Herria Bizkaia
y Gipuzkoa, el mencionado proceso adquiere una relevancia
particular porque, como consecuencia de una industrialización
violenta y carente de cualquier
tipo de planificación, congestionadas áreas residenciales
e industriales se encanjan sin orden ni concierto sobre los fondos
de estrechos valles; la población que allí se amontona
sólo tiene que levantar la vista hacia las laderas para
reencontrarse con el otro escenario: el del mundo que fue, aquel
en el que los caseríos se desperdigan sobre praderas.
Tal interpenetración, la vecindad entre "lo mejor"
del mundo rural y "lo peor" del urbano acentúa
aquí la valoración del paisaje rural y, por consiguiente,
la sensibilidad hacia su conservación.
En sintonía, las Directrices
de Ordenación del Territorio (D.O.T.) señalan que
"Teniendo en cuenta el reducido tamaño territorial
del País Vasco y la alta densidad demográfica,
las áreas rurales adquieren un valor estratégico
que supera la mera contribución de las actividades primarias
al producto bruto. Las áreas rurales son un complemento
imprescindible de los densos asentamientos urbanos e industriales
que de forma casi continua se extienden por los principales corredores
de los Territorios Históricos de Bizkaia y Gipuzkoa"
(Gobierno Vasco, 1997, p. 98). De acuerdo con este principio
de partida, las DOT están impregnadas por la necesidad
de conservar el paisaje rural.
Sin embargo, la conservación
del medio rural y su paisaje no depende únicamente de
la voluntad social, incluso si ésta se halla sancionada
por la política de ordenación territorial. Con
frecuencia se concibe el espacio
rural como una postal, un escenario que permanecerá inmutable
en la medida en que prohibamos que sobre él se intervenga.
Pero el paisaje es un resultado formal, aquel que sobre un espacio
de características ecogeográficas concretas propicia
la conjunción de determinados usos del suelo, usos que
vienen dados por las funciones económicas que las estructuras
que gestionan ese suelo le asignan.
Sobre el espacio rural vasco-atlántico
existe una estructura de gestión fundamental: el caserío.
El caserío entendido no como mera casa-bloque de labranza,
de piedra y entramado de madera con tejado a dos aguas sobre
caballete perpendicular a la fachada principal, sino como unidad
de producción agraria que cuenta, además de con
la casa, con tierras afectas constituidas por la heredad y el
monte, hoy destinadas a la producción herbácea
y forestal respectivamente y que en su conjunto raramente alcanzan
las 10 Has. Dichos usos del suelo tienen por consecuencia paisajística
el mosaico de praderas y pinares que junto al hábitat
disperso que caracteriza al caserío dan lugar a ese paisaje
rural que querríamos conservar, incluso mejorar a partir,
por ejemplo, de la sustitución
de las coníferas de repoblación por robledades
y hayales que, aunque desaparecidos hace tiempo suficiente como
para que ni siquiera las generaciones de los mayores los hayan
conocido en plenitud, por diversas circunstancias parecen formar
parte de la memoria colectiva.
No se les escapa a las Directrices
de Ordenación la transcendencia del caserío y así
señalan: "Los caseríos vascos son parte integrante
del paisaje rural de la Comunidad Autónoma debiendo favorecerse
su permanencia en actividad" (Gobierno Vasco, 1997, p. 123).
Cabría matizar que el caserío no es parte integrante
del paisaje rural, sino el autor principal de tal paisaje, a
partir de un proceso de colonización que parece remontarse
hasta la Edad Media, y su actual gestor en cuanto que decide
el uso del suelo que otorga a la tierra que tiene adscrita, según
se señalaba más arriba. Una decisión que
no es arbitraria, sino que viene dada por razones de rentabilidad
económica. Y en este sentido, el hecho de que la política
territorial abogue por su mantenimiento en actividad es significativo.
En prácticamente dos tercios de los caseríos la
actividad agraria presenta a día de hoy un carácter
residiual y las perspectivas de futuro apuntan hacia una recesión
aún mayor de la misma. Y sin actividad ganadera, por ejemplo,
no hay praderas, esa parte de nuestro paisaje más valorada.

La causa de la recesión de la actividad agraria en el
caserío radica en su deficiente tamaño como unidad
de producción ganadera. Con independencia de que existan
notables excepciones, la escasa base territorial del caserío
hace prácticamente inviable su constitución en
explotación eficaz según los parámetros
en que actualmente se desenvuelve la ganadería. La posibilidad
de la agricultura a tiempo parcial dificulta extraordinariamente
cualquier intento de redimensionamiento del caserío por
lo que las D.O.T. sugieren "...diversificar la renta de
los agricultores, es decir, la puesta en marcha de líneas
de actuación para el desarrollo rural y conservación
del medio natural aprobadas en el Plan Estratégico Rural
Vasco" (Gobierno Vasco, 1997, p. 123).
Se trata de propiciar alternativas
fuera ya del modelo productivista, ligadas a la producción
agroalimentaria de calidad y a la pluriactividad. En esa vía
de acción debe insertarse la política de calidad
agroalimentaria centrada en la creación de marcas de garantía,
labels y denominaciones de origen, que pretende complementarse
mediante redes propias de distribución. Respecto a la
pluriactividad, el acento se ha puesto en el agroturismo, concebido
como un servicio de alojamiento, restauración y actividades
de ocio ofrecidos por agricultores y ganaderos en sus propios
caseríos. En ese caldo de cultivo, es posible encontrar
caseríos que hacen gala de tales estrategias, sin embargo,
si hubiera que evaluar el número de los involucrados en
ellas podría señalarse, con poco error, que no
llega al 2% del total. En cuanto a las tendencias de futuro,
todo es posible, pero a la hora de atisbarlas conviene no perder
de vista las condiciones bajo las que tendrán que desarrollarse.
En
ese sentido, el caserío está atado a un espacio
y, bajo ese punto de vista, buena parte de las claves de su futuro
están ligadas a la política territorial que sobre
él intente implementarse. Ya se ha señalado el
interés de ésta por cuidarlo y protegerlo, no obstante,
se percibe cierta dificultad para conciliar ese reto con el objetivo
general que la anima: la reordenación equilibrada del
territorio. Las D.O.T. parten de la necesidad de superar un modelo
de ciudad industrial densa, comprimida en estrechos valles, que
no se adecua ni a las nuevas necesidades económicas, ni
a las aspiraciones de una sociedad que a pasos agigantados busca
una mayor calidad ambiental, tanto para el lugar de residencia
como para el de trabajo.
Sin duda, las nuevas áreas
residenciales e industriales de nuevo cuño habrán
de surgir en los denominados "mosaicos de campiña
cantábrica", es decir, sobre las praderas de los
caseríos, porque no hay más espacio. La categoría
de ordenación en la que éstas se incluyen aboga,
primero que nada, por su conservación, de modo que el
criterio general es el mantenimiento de la capacidad agrológica
de los suelos y las actividades agroganaderas, al que debe supeditarse
cualquier otro uso. En esa línea de protección,
el uso residencial aislado sólo se permitirá cuando
esté vinculado a la actividad agraria, mientras el resto
del crecimiento urbanístico deberá apoyarse en
los núcleos preexistentes.
Sin embargo, habida cuenta el
tipo de hábitat de la vertiente vasco-atlántica,
los núcleos preexistentes, constituidos por pequeñas
agrupaciones de caseríos, son muy númerosos. No
hay más que ver los planes urbanísticos municipales,
que con arreglo a las nuevas directrices de ordenación
vienen confeccionándose, para comprender lo que el hecho
significa. En torno a los barriadas de caseríos se constituye
una primera aureola de suelo urbanizable de baja densidad, asentada
sobre parcelas de pradera contiguas a las viviendas de los caseríos
y a las infraestructuras viarias.
En un país en el que probablemente
el recurso más escaso es la tierra, la política
territorial se debate entre el principio establecido de mantener
el caserío como unidad de explotación agraria viva,
y con él el paisaje rural, y la obligación de dar
salida a esa imperiosa necesidad social que llamamos desurbanización.
La materialización de ambas aspiraciones pasa por la misma
tierra sobre la que, sin embargo, una y otra no presentan la
misma capacidad de apropiación.
Es cierto que la parte más
débil no queda abandonada a sus propias fuerzas; tanto
desde la política territorial vasca como desde las sectoriales,
se ha generado un conjunto de "... bases jurídicas
que muestran una decidida voluntad de salvaguarda de los suelos
agrarios y del equilibrio en la ocupación del suelo"
(Ruiz Urrestarazu, 1998, p. 9). No obstante, el mismo autor recuerda
que las posibilidades reales "... de mantenimiento de las
tierras agrarias en gran manera dependen, además del convencimiento
de la plurifuncionalidad de estos espacios y de su valor como
recurso sostenible que debe conservarse, del dinamismo de las
explotaciones agrarias, dinamismo que se puede ponderar en una
doble vertiente. Por un lado,
la vigencia económico-social de la propia explotación
en relación con su valor económico productivo y
su viabilidad social... Por otro, la capacidad de control que
los agricultores posean sobre el espacio. Esto es, el grado de
control sobre el mercado de tierras o sobre la gestión
territorial a través de su fuerza en organismos públicos
de decisión" (p. 6).
En ese último sentido,
el sector agrario profesional tiene un escaso peso relativo en
el conjunto de la economía, si bien por diversas razones
su peso específico en la esfera social y política
es proporcionalmente mayor, de modo que no puede decirse que
su voz no se deje oír y que sus posturas y denuncias a
este respecto resulten del todo desconocidas. Más preocupante
es, en este caso concreto, la primera de las vertientes a que
el autor aludía: la que hace referencia a la vigencia
económica y social de la explotación. Si la actual
falta de vigencia económica del caserío viene dada
por su escaso tamaño y las enormes dificultades que existen
para remediarlo, de cara al futuro sólo cabe prever su
merma, no ya sólo por causa de la expansión de
la desurbanización que irá progresivamente recortando
sus heredades, sino por la quiebra del sistema de trasmisión
hereditaria tradicional, del mayorazgo. Una vez que el caserío
deja de ser el sostén económico y social de la
familia, el mayorazgo pierde sentido. Hoy, en ese conjunto mayoritario
de caseríos en que el proyecto reproductivo familiar no
pasa por la explotación agraria, se considera a todos
los hijos por igual a la hora de heredar el caserío, lo
que a la postre implica su partición.
En definitiva, la falta de vigencia
económica del caserío unida a la extraordinaria
presión desurbanizadora dificulta seriamente la voluntad
de mantener un medio rural vivo del que dimana ese paisaje que
querríamos conservar. En este sentido, como en otras regiones
europeas también aquí es previsible la progresiva
destrucción del paisaje rural ligado a la tierra productiva
y su sustitución por otro derivado de "la urbanización
del campo". Un paisaje nuevo que en alguna medida nos recordará
al primero, en cuanto que el modelo arquitectónico del
caserío prima en la mayor parte de las construcciones
unifamiliares que, con el mismo patrón de la dispersión,
van derramándose sobre los mosaicos de praderas en las
que la yerba da paso al cesped. Un proceso sobre el que quizá
no quepa más actuación que el de su conveniente
canalización.
Bibliografía
citada:
GOBIERNO VASCO (1997): Directrices
de Ordenación Territorial de la Comunidad Autónoma
del País Vasco. Departamento de Ordenación
del Territorio, Vivienda y Medio Ambiente, Vitoria-Gasteiz.
RUIZ URRESTARAZU, E. (2000): "El conflicto urbano-rural
por la apropiación del uso del suelo". DEPARTAMENTO
DE INDUSTRIA, AGRICULTURA, PESCA Y ALIMENTACIÓN: Congreso
Internacional sobre comercio y desarrollo rural. Gobierno
Vasco, Vitoria-Gasteiz. |
María José Ainz Ibarrondo, profesora de Geografía
Humana. UPV/EHU
Fotografías: Páginas web "Baserririk ederrenak
(Lea-Artibai) y Turismo rural de Debaldea |