Disertación de Ramiro Larrañaga
en Santiago-Etxea de Zumaya, con motivo del anuncio de edición
del libro EL DAMASQUINADO DE EIBAR el 19 de septiembre de 1981.
Pienso que la reunión
de este año, en este recinto al que bien pudiera llamarse
«Mansión del Arte Vasco», difiere en algún
sentido de los actos culturales que se han venido celebrando
aquí otros años.
Hoy, entre estas pinturas y piezas
damasquinadas que alcanzan su máxima expresión,
intentaremos perfilar la ascendencia netamente armera de Ignacio
Zuloaga, así como a través del arte del damasquinado,
de igual origen, y en el que su padre y abuelo fueron los creadores.
Evitaré repetir conceptos
y criterios que se han detallado en el libro que, bajo el título
EL DAMASQUINADO DE EIBAR, se está terminando de imprimir
y que, por causas de fuerza mayor, lamentándolo muchísimo,
no ha sido posible presentar en este acto. Pero lo importante
es que se haya editado.
He
dicho que esta reunión es diferente a otras, porque hoy,
en cierto modo, tratamos de rescatar, por unos momentos, la figura
de Ignacio Zuloaga del ámbito en que generalmente se le
considera, y traerlo «a casa», a su ambiente inicial,
entre los suyos, haciendo que sus cuadros huelan algo a pólvora
quemada; perciban el eco de los chasquidos de las llaves de chispa
que forjaron sus antepasados, así como el repiqueteo del
martillo que su padre y abuelo emplearon para damasquinar.
En este sentido, me inclino a
observar su figura como al final de un proceso, cuyo desarrollo
va «in crescendo» desde su bisabuelo Blas de Zuloaga,
al que tras la guerra de la Independencia, en la que toma parte
como maestro armero, vemos en la Real Armería de Madrid
ocupando un puesto muy codiciado. Después Eusebio, al
que su padre envía a aprender el oficio junto a su hermano
Ramón, maestro examinador de mucho prestigio en las RR.FF.
de Armas de Placencia, que acoge a su sobrino y le alecciona
en el arte de la arcabucería y la decoración de
ejemplares especiales. Y de las inquietudes que se producen en
Eusebio. Zuloaga al ver las incrustaciones que se hacían
en las armas de lujo, nace probablemente su singular descubrimiento
del damasquinado actual, del que se hace depositario su hijo
Plácido, que no sólo mejora los procedimientos
de ejecución, sino que lo aplica para ornamentar objetos
tan ajenos a las armas, como son toda la gama de artículos
damasquinados que ahora podemos contemplar. Ante tales antecedentes
familiares, cabe esta pregunta: ¿Hubiera sido Ignacio
Zuloaga un pintor estelar o simplemente pintor de
no haber vivido ese ambiente de artistas y heredado de ellos
esa disposición para el arte? Difícil es la respuesta.
Pero si es cierto lo que dice el refrán de que el artista
nace, no se hace, podría afirmarse que el arte le
venía de casta; que lo heredó en su sangre.
También deseo mencionar
otros aspectos genealógicos de los Zuloaga, porque afectan
al tema que nos ocupa. Aunque el cuadro familiar que compuso
sobre Ignacio Zuloaga su biógrafo Enrique Lafuente Ferrari,
comienza con Manuel de Zuloaga, padre de Blas y Ramón,
de los que se ha hablado, existen otros antecedentes, que en
su día me facilitó el P. José Ramón
Eguillor, archivero del Santuario de Loyola, cuyos datos, conjugados
con otros de mi propia investigación, quizá puedan
ser relacionados con los anteriores, por las siguientes razones:
Pedro de Zuloaga y su esposa Mariana de Ibarlucea, son vecinos
de Eibar en 1596, con antecedentes inmediatos en Ermua y Oñate.
Su hijo Celedón, casado
con María de Arzamendi, también lo es. Los hijos
de estos son: Juan, Diego, Celedón y Manuel. El primero,
emigra a Sevilla y aparece como dueño de una respetable
fortuna en 1860, y precisamente un hijo de éste, que tiene
por nombre Alonso de Zuloaga, es maestro armero de profesión,
en Sevilla, lo que hace suponer que sus antecesores, padre, abuelos
y tíos, también lo serían en Eibar. Y como
muchas veces se repiten nombres iguales en las familias, volvemos
a encontrarnos con otro Manuel, quizá hijo de uno de los
anteriores, que es vecino de Eibar en 1709, y que en igual fecha
también lo son Ambrosio y José, quizá sus
hermanos. Y precisamente este José Zuloaga Rezábal,
maestro cañonista integrado en los gremios de las Reales
Fábricas de Guipúzcoa y Vizcaya, con sede en Placencia,
fue ayudante del diputado gremial Damián de Bustindui,
también eibarrés, el año 1712. Labor de
un buen genealogista sería ahora hallar un posible entronque
de los dos Manueles de este siglo XVIII, relativamente poco distanciados.
A pesar de que en el libro, que
próximamente se presentará, se explican con bastante
amplitud los distintos métodos del grabado y su diferencia
con lo que hoy se entiende por damasquinado, hay que añadir
que son bastante usuales las versiones abultadamente erróneas
que se hacen sobre estas labores. Digo esto porque cualquiera
de los presentes podrá apreciar diferencias si compara
las definiciones que en distintas publicaciones se han dado.
También se verá en dicha obra la amplia información
que sobre los Zuloaga y sus primeros discípulos aporta
D. Pedro Celaya en su trabajo literario. ¿Conclusión
a la que se llega mediante la documentación tributada?
Que Toledo no nos enseñó a damasquinar, sino al
revés. Aunque aquí mismo, en nuestra tierra, muchísimos
ignoren esta circunstancia.
En relación con estas
labores decorativas y como antecedente directo de ellas, se ha
solido arrancar de una cita o frase que escribió Jovellanos,
a raíz de la visita que hizo a Eibar en 1791: «Los
cañoneros saben incrustar perfectamente las miras y puntos
de plata y las piezas de adorno en el hierro».
Pienso, sin embargo, que si esa
visita se hubiera producido muchos años antes, hubiera
escrito lo mismo. Porque en nuestras fábricas de armas
había grabadores, digamos, desde siempre. Se hacían
las marcas de estampación, los rótulos y emblemas
en las armas de cierta categoría, los adornos en las guarniciones
de las espadas, etc. El oro y la plata, como metales nobles,
figuraron entre los componentes más solicitados para la
confección de adornos de todo género, aunque esas
labores nada tenían que ver con lo que se entiende actualmente
por damasquinado. Y aunque en el libro se toca algo este punto,
añadiré que, aunque aquí no fue excesiva
la tendencia a exhibir adornos, en las Juntas Generales celebradas
en Deva, el año 1738, se dictaron reglas de moderación
para que no se abusara de ellos. Pero no tardaron en aparecer
metales sustitutivos o de igual apariencia que el oro, bajo los
nombres de «similor», «metal del príncipe»,
etc., lo que motivó que por los junteros, doce años
después, es decir, en 1750, en las Juntas Generales celebradas
en Motrico, se prohibiera todo metal que fuese producto de mezclas
con el exclusivo fin de suplantar la apariencia del oro verdadero,
aunque no se entendiera tal prohibición y éste
es el dato que quería resaltar «cuando se
utilizase en pequeñas proporciones para completar algunos
trabajos que se hicieran en oro, cobre, hierro y acero para ornamentar,
entre otras cosas, las distintas guarniciones y aderezar toda
clase de armas».Resulta extensa la exposición de
este documento, pero se trasluce el deseo de evitar fraudes y
de conservar la pureza de la artesanía decorativa. Es
un antecedente más de que aquí, en nuestra armería
vasca, ya se practicaba la decoración de determinados
ejemplares.
"Objetos de Eibar"
Jarrones y arqueta damasquinadas. (Arch. J. San Martín)
El alcanzar las mejores propiedades
para el acero con el que se han de ejecutar numerosas labores,
ha sido permanente preocupación y objeto de estudio por
parte de nuestros artesanos. Cuando Eusebio Zuloaga ocupaba su
destino en la Real Armería de Madrid, ya realizó
curiosos experimentos para descubrir la composición del
acero damasquino (no hay que confundir el término
con el damasquinado) de algunos alfanjes. Pero esas inquietudes
no eran nuevas. Durante el reinado de Felipe II, a fines del
siglo XVI, a raíz de la pugna competitiva que se traían
durante muchos años los ferrones venaqueros de Mondragón
y los espaderos de Tolosa, fueron los armeros soraluzetarras
y hay que incluir también aquí a los eibarreses,
puesto que bajo el nombre de Reales Fábricas formaban
un único conjunto laboral entre varios pueblos de la cuenca
del Deva los que elevaron al monarca un curioso dictamen
sobre las propiedades que debía reunir el acero para que
fuera considerado como tal para que las armas que se forjaban
alcanzasen la mejor calidad posible.
A mediados del XVIII, el ilustre
mondragonés Diego de Aranguren, al que el rey nombró
Director de las aludidas Reales Fábricas por despacho
firmado en Aranjuez el 9 de junio de 1742, dirigió unos
experimentos, para mejorar la calidad del acero, que se verificaron
en las ferrerías de Eibar y Oñate, con cargo a
la Hacienda Real, porque se trataba de construir con dicho acero
una armamento superior con destino a los Guardias de Corps. Efectivamente,
se llevó el intento a buen fin, porque en el extenso documento
cuyo contenido estoy estudiándolo durante estos
días constan datos variadísimos, como, por
ejemplo, que se consiguió mayor alcance con un canon más
corto; quiénes fueron los maestros que trabajaron los
fusiles, carabinas y pistolas del nuevo modelo; sus pruebas en
el probadero de Placencia y otros muchísimos detalles.
Este asiento puede servir de curiosidad:«Por poner el tablero
que sirvió de blanco para tirar y probar el alcance de
el fusil, y clavos que se emplearon, 10 reales de vellón».
Años después, entre
1771 y 1793, fueron los Caballeritos de Azcoitia, es decir,
los miembros de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País
los que, a pesar del tilde de aristócratas que se les
ha dado, trataron profundamente la cuestión del acero
con los «caballeros ferrones» así los
nombran y consideran entendiendo que la sidero-metalurgía
constituía uno de los más firmes pilares de la
economía del País Vasco. En este aspecto y bajo
ese concepto se han recogido ya en una obra de Joaquín
Almunia, los experimentos, fórmulas y hasta los atisbos
de «espionaje industrial» que como en todo tiempo
se practicaba entonces, según consta en los «Extractos»
de la Bascongada.
Todo cuanto he dicho es parte
complementaria muy importante de la industria armera, de la nuestra
en particular. Y quiero hacer hincapié en ella porque
quizá es la materia más desconocida, la gran ignorada,
dentro de la Historia del País Vasco. Así opinó
en cierta ocasión, hace bastantes años D. Julio
Caro Baroja, cuando recomendó que se investigase sobre
esta materia.
En efecto, se da el caso de que
los antecedentes de nuestra industria armera no sólo la
desconocen hasta los mismos que siguen la práctica en
el oficio heredado de sus padres y abuelos, sino también
gran parte de las anteriores generaciones, que jamás se
ocuparon de recoger y de legarnos datos suficientes, sino tan
sólo de trabajar, considerando como secundario todo lo
demás. Y este detalle lo observamos también en
los Zuloaga, padre e hijo, cuando, en lugar de ocuparse de poner
un nombre específico a la modalidad de incrustación
del oro sobre acero que habían descubierto, se conformaron
en que se llamase damasquinado, incluso potenciándolo
así, sin darle importancia alguna.
Exposición de objetos
de Eibar, en 1975. (Arch. J. San Martín)
Y ahora ocurre que debido a tal
despreocupación de los nativos de esos pueblos-taller,
como han sido Eibar, Placencia, Ermua, Elgoibar, etc., en dejar
noticias escritas aunque hay que tener en cuenta la dificultad
del idioma nos encontramos con que cierto libro escrito
a fines del XVIII por un arcabucero de la Corte, Isidro Soler,
bajo el título HISTORIA DE LOS ARCABUCEROS DE MADRID,
se ha convertido en una especie de catecismo armero del que todos
los escritores copian y copian sin pararse a comprobar e investigar
algunas aseveraciones. Pero tal publicación, que ciertamente
es útil para conocer las marcas y épocas de los
armeros reales, entre los que hay bastantes vascos, aunque no
los cita como tales, porque parece que, como en otras ocasiones,
el decir vasco ha sido palabra tabú, no refleja
la realidad histórica cuando se refiere a nuestros artesanos
que trabajan aquí, en la tierra. En las jornadas de las
III Semana de Antropología Vasca, del año 1973,
en Deusto, el erudito en esta materia, Antonio de Aldecoa, calificó
de tendenciosa esta publicación en la parte que nos afecta.
Y así es. Aunque más bien en este sentido la calificaría
de ignorante. Y digo esto porque da la casualidad de que en el
mismo período, ilustres personalidades de las Letras,
de la Política y de la Ciencia, como Jovellanos, el corregidor
Cano Mucientes, el veedor Florencio José de Lamot, y muchos
más, de los que he tomado nota, no sólo califican
a nuestros armeros de artistas, que sirven y confeccionan, además
de las contratas para fines militares, valiosos ejemplares para«los
príncipes y nobleza de los reinos de Europa», sino
que la industria armera misma es calificada como «la mejor
de Europa».
Alude ese libro a Agustín
de Bustindui, canonista eibarrés, del que dice que merced
a que aprendió en Madrid, creó escuela y linaje
armero. Porque lo que no sabía el autor del libro al mencionar
al padre del famoso Juan Esteban y del no menos famoso José
Joaquín, que fue maestro examinador, es que ciento cincuenta
años antes, a principios del siglo XVII existía
esta estirpe de armeros en Eibar según me informó
Juan San Martín y lo mismo en Placencia, en que
hacia el año 1612 aparecen dos arcabuceros de este apellido.
Y también algo más tarde en Elgoibar, en 1656.
Resumiendo: que se ignora totalmente
nuestra propia historia armera; sus dos etapas principales de
funcionamiento, con cabecera de zona en Placencia durante la
época gremial más caracterizada, siglos XVI, XVII
y XVIII, y en Eibar durante estos dos últimos siglos en
que prepondera la liberalización industrial; que al hablar
sobre los linajes armeros destacados en la comarca, además
de los Zuloaga y Bustindui ya citados merecen especial mención
los Guisasola, Aldazábal, Astiazarán, Gabiola,
Aranguren, Ibarzábal, Zarandona y demás de esta
misma época.
Que
antes, muchos años antes de que según señala
esa publicación trajera el emperador Carlos V al
armero alemán Marcuarte a enseñar la armería
de fuego en España, existían aquí, en nuestra
cuenca armera, destacados fabricantes que servían armas
de fuego a sus abuelos los Reyes Católicos. Y así,
en esa guisa, podía citar muchas más noticias fidedignas.
Resulta absurdo que escritores
actuales con respaldo de título universitario, al tocar
este tema, ignoren los más elementales conceptos. Nadie,
espada en mano, vino aquí con la orden de fundar una industria
armera, de la misma manera que se ha solido representar la fundación
de algunas ciudades. Surgió de la propia necesidad de
subsistir.
En cambio sí se estableció
por Real Disposición esta misma industria en Asturias,
pero mediante armeros vascos. Y es preciso que no se oculten
estas cosas, hay que decirlas, porque continuamente se está
tergiversando la historia y si les conviene hasta los apellidos.
Ahí tenemos al maestro José Ramón Larrosa,
asturiano, autor de modificaciones en los fusiles, pero de familia
ermuarra, Larrosa-Iturbe, con su apellido cambiado en Rosa, cual
si fuera un buen ejemplar de un jardín botánico,
casado con una Guisasola, de familia eibarresa, cuyo hijo vendría
a la fábrica de fusiles «Euskalduna» como
especialista. Y para qué seguir con más reivindicaciones...
Y terminaré con unas sugerencias;
sugerencias que están en la mente de esa Comisión
que hemos formado espontáneamente para la edición
del libro sobre el damasquinado: Es ya hora de que se establezca
en Eibar un Museo del damasquinado, una vieja aspiración
que quedó al aire, tras haberla solicitado al gobierno
el año 1910, en cuya instancia se pedía también
el establecimiento del Banco Oficial de Pruebas, la Escuela de
Armería y el Museo de Armas. Aunque este último
existe, tenemos que aspirar a que esté ubicado en una
planta de fácil acceso para el público visitante
y a que se concedan ayudas para ello. Muy pocos saben que precariamente
y sin medios, sólo por vocación, se vienen realizando
trabajos de clasificación y terminología moderna,
al objeto de poder editar un catálogo general, digno de
una de las más caracterizadas y antiguas industrias de
Euzkadi, porque hace años se agotaron las ediciones anteriores.
Pero hace falta ayuda por parte de los organismos culturales
para poder divulgar una realidad histórica, por una parte,
y para mantener el prestigio de la actual armería, por
otra. Y hay más. Está el beneficio que generarían
estas exposiciones en Eibar, así como esta misma de Santiago-Etxea
en verano, si se programaran por las organizaciones vascas del
Turismo y por las Agencias del ramo esas excursiones que itineran
por Loyola, Guernica, Oñate, Aránzazu, etc., que
tendrían en Eibar un punto más de interés.
Y por último, tras mis
excusas por haberme alargado quizá mas de la cuenta en
esta disertación, desearía rogarles a mis compañeros
de Comisión, en particular a Joxé Zuloaga, que
con su dinamismo y valía nos ha hecho danzar a todos y
es lo que hace falta en estos casos que no cese aquí
la actuación; que hay mucho quehacer y que investigar,
y que hay que continuar en estas tareas culturales aunque como
pago recibamos crítica maliciosa e incompresión.
El próximo objetivo del que ya se comentó
algo, el museo y su catálogo. Si la Comisión
funciona, aparecerán más colaboradores; es una
fuerza que suele arrastrar a muchos indecisos que luego resultan
también útiles. Por mi parte, espero que sigamos
viéndonos, proyectando, discutiendo y... hasta tomándonos
el pelo; que es también algo muy nuestro.
Revólveres con incustraciones
de oro. Obras de mediados del s. XIX,
de Teodoro Ibarzabal. Museo de la Escuela de Armería de
Eibar.
Presentación
del libro EL DAMASQUINADO DE EIBAR en el Salón de actos
del Ayuntamiento de Eibar. 30 de noviembre de 1981
No sé si lo que hoy estamos
celebrando aquí es un «requiem» por el damasquinado
o el inicio de su resurrección. De todas formas, ambas
circunstancias son festejables por estos contornos. Si resucita
el arte del damasquinado, el acontecimiento sería de primera
magnitud porque habríamos recobrado el bastón de
mando de esta singular artesanía, que no debe estar en
otro lugar que en Eibar. Y si es el «requiem», también
sería motivo de celebración, pero bajo un aspecto
bien distinto; a modo de aquellas «onra janak», las
célebres comidas de entierro con que en tiempos no tan
lejanos, también formaban parte del tributo póstumo
que se rendía al desaparecido. Bajo este aspecto, este
acto que hoy nos reúne constituiría un testimonio
de homenaje y recuerdo para esta peculiar labor artesana eibarresa.
Pero procuremos que no sea así y que el damasquinado vuelva
a resurgir con ímpetu.
Y por eso estamos aquí.
Se ha editado un libro sobre el damasquinado. Un libro que en
lugar de la fecha de 1981 debiera haber tenido, por lo menos,
la de hace ciento cuarenta años, porque hubiera recogido
amplias y directas declaraciones de sus creadores Eusebio y Plácido
Zuloaga, padre e hijo, con todos esos pequeños detalles
que, generalmente, escapan cuando la recopilación de datos,
en forma monográfica, como en este caso, se verifica con
semejante retraso.
Pero el libro está ahí,
realizado con todo interés, con respeto y veneración
hacia ese conjunto de artesanos que inclinados sobres sus correspondientes
bolas de hierro colado crearon tantas y tan maravillosas obras.
La edición ha sido espontánea;
casi sin premeditación, algo así como cuando nace
una planta silvestre. Análogas inquietudes por mantener
y amarrar el exponente artístico más peculiar de
Eibar, hizo que todavía no me explico cómo
nos reuniéramos una tarde en la Escuela de Armería
los que inicialmente formamos ahora parte en el Patronato del
Museo, aportando ideas y preocupaciones muy parecidas. Y así
ha resultado este libro, fruto de unas inquietudes coincidentes.
Juan San Martín, D. Pedro
Celaya y yo, veníamos escribiendo algo sobre este tema
del damasquinado desde hace algunos años, pero de forma
aislada, aunque no faltó entre nosotros el comentario
sobre los respectivos puntos de vista. Esto explica el que en
los textos puedan existir algunos conceptos reiterativos que,
por otra parte, creo que caen bien donde están situados.
Y he aquí que si para
algunos ha sido la pluma el medio de salir en defensa de este
arte para situarlo en su origen, en el mismo manantial de donde
surgió, la colaboración de los demás compañeros no ha sido menos
destacada: la imagen, los gráficos y su selección,
son factores que delatan el entusiasmo e interés de Joxé
Zuloaga, Antxón Aguirresarobe, de la misma María
Rosa que representa en línea directa la estirpe
de los Zuloaga, los creadores del damasquinado así
como los demás miembros de este improvisado Patronato,
en otros aspectos de esta edición. En consecuencia, se
ha de considerar este libro bajo una realización conjunta,
cuyos textos y gráficos posibilitarán que, si no
resurge este arte, al menos quede algo en conserva, en hibernación,
para que posteriores generaciones sepan o tengan una noción
de cómo se verificaban estas labores, quiénes fueron
sus creadores y cuál fue su cuna.
Pero el damasquinado no
pudo ser de otro modo esta vinculado desde su origen a
la industria armera, porque el uso que desde su comienzo se le
dio no fue otro que el de embellecer las armas blancas y de fuego,
en la misma línea ornamental que se seguía mediante
parecidas labores como la ataujía, el nielado y otras
más. Pero todo esto ya se explica en el libro.
Y dentro de este concepto artístico-laboral-armero,
como anticipo noticiable, he de señalar que antes de quince
días va a salir otra publicación, editada por la
C.A.P., cuya materia afecta de lleno a toda nuestra comarca en
particular, pues lleva por título SINTESIS HISTORICA DE
LA ARMERIA VASCA, donde se recogen de forma bastante apretada,
a pesar de sus 570 páginas, quinientos años de
nuestra propia historia; de unas noticias que en gran parte han
permanecido en el olvido y que con su correspondiente respaldo
documental podrán ser invocadas para situar la categoría
laboral de nuestros antepasados en el lugar que históricamente
les corresponde. Ellos fueron, con sus organizaciones gremiales
y sus peculiares normas, los verdaderos precursores del movimiento
cooperativo y social. Asombra el ver cómo se anticiparon
en la aplicación de unas fórmulas laborales que
ahora se nos presentan como de nuevo cuño.
En el acto cultural del 19 de
septiembre en Santiago-etxea, de Zumaya, hice alusión
a ciertos experimentos que, en distintos tiempos, realizaron
nuestros artesanos para mejorar la calidad del acero,
experiencias cuyos registros constan desde el siglo XVI. Citaba
las pruebas que a mediados del XVIII se verificaron en la ferrería
de Olaerreaga y cómo, también, pocos años
después, la RSBAP desde sus primeros tiempos, se ocupó
de proporcionar los medios científicos adecuados para
estos mismos fines. Todo esto enlazaba con las pruebas que también
en este mismo aspecto realizó Eusebio Zuloaga.
Pero se me quedó algo
por decir. Y lo diré ahora: es el hecho de que esta entidad,
la RSBAP, creada, como se ha dicho, durante el XVIII, y a la
que algunos de los aquí presentes tenemos el honor de
pertenecer, fundase en aquellos años ciertas escuelas
gratuitas de dibujo industrial, con prioridad en esta cuenca
del Deva, donde es ocioso decirlo radicaba la flor
y nata de la artesanía manufacturera; donde la transformación
del hierro y el acero, particularmente a través de la
armería, tuvo sus más destacados artífices.
En efecto, esas escuelas de dibujo pueden ser consideradas como
antecesoras, de igual naturaleza, respecto a la Escuela de Armería
y otros centros de forma ción profesional. La noticia
está recogida por Landázuri en los Extractos de
las Juntas Generales de Vitoria de 1789, y dice:
«Producción feliz
de esta Real Sociedad y de singular utilidad han sido las escuelas
gratuitas de dibujo que se han erigido, además de la de
Vergara en el territorio de esta provincia de Guipúzcoa,
la una en la ciudad de San Sebastián, fundada por los
socios que residen en aquella república y fomentada y
sostenida a expensas de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos
del País. La otra, aunque erigida en la Real Fábrica
de Placencia y con aprobación de S.M., tiene la gloria
de la Real Sociedad Vascongada de haberse debido su erección
a influjos y desvelos del socio supernumerario, el gobernador
de estas reales fábricas, D. José María
de Lardizábal, su director, quien le dictó las
órdenes con que se gobierna. Estas utilísimas escuelas
darán el adelantamiento y enseñanza de que tanto
necesitan muchas de las artes mecánicas que se ejercen
en el País...»
Debo aclarar a quienes desconozcan
el funcionamiento y la composición de tales Reales Fábricas,
unas veces llamadas de Placencia, otras de Cantabria y también
de Guipúzcoa y Vizcaya, que a la sazón, Eibar,
no sólo era parte integrante de ellas, sino un componente
de mucha importancia dentro de su organización gremial,
cuestión a la que antes me he referido.
No podemos, en consecuencia,
dejarnos arrebatar las más importantes facetas de nuestra
historia laboral. El damasquinado, la industria armera, deben
permanecer siempre como firmes baluartes demostrativos del tesón,
la iniciativa y la creatividad de tantos y tantos artesanos que
se sucedieron al pie del banco de trabajo ininterrumpidamente
durante estas últimas centurias.
Me gustaría, como detalle
anecdótico, mencionar algunos casos curiosos que reflejan
la manera de ser de nuestras gentes, y aunque son más
propios para una sobremesa que para este acto, no me resisto
a relatar con brevedad la de aquel eibarrés que a primeros
de siglo, al llenar las hojas del censo de habitantes puso, profesión:
ninguna, porque de tantas ocupaciones distintas que ejercía
no quiso menospreciar en beneficio de una todas las demás.
O la de aquel sacerdote placentino, a quien yo mismo conocí
hace muchos años, que después de sus obligaciones
religiosas, tiraba de lima, en «bitxartes» como aquí
decimos, ajustando básculas de escopetas o realizaba a
la perfección una culata para las mismas.
He dicho todo esto para reflejar
de alguna manera las virtudes de nuestros operarios. No creo
que venga ahora al caso citar los defectos, que también
los hay, pues todo hay que decirlo en su momento respectivo.
Para
finalizar esta disertación, me he permitido tomar algunos
fragmentos de la instancia que el día 1 de febrero de
1910 elevaron al Ministerio de Fomento los representantes del
Ayuntamiento de Eibar y de la Junta Patronal Siderúrgica,
cuyo contenido afecta de lleno a la cuestión que nos ocupa.
Son los siguientes:
«El Ayuntamiento que representamos
decían entre otras cosas viene sosteniendo
desde hace tiempo una Academia de Dibujo, plantel de hábiles
artistas; pero para marchar al unísono con los adelantos
modernos, es preciso ampliar la enseñanza al obrero, procurando
que el grabado del trabajo artístico denominado "Trabajo
de Eibar" se extienda a otras aplicaciones. Es también
propósito del Municipio crear en Eibar una Escuela de
Armería, similar a las que existen en Lieja y Birmingham,
etc.
Es necesario también en
Eibar un Probadero de armas y un Museo permanente comercial e
histórico; y su creación es otro de los proyectos
del Ayuntamiento.
El Museo comercial será
una Exposición permanente de los productos que se fabrican
en la zona armera, donde cada industrial podrá exponer
muestra de lo que fabrique, con indicación de los precios,
al objeto de que el comerciante o el particular, sin necesidad
de recorrer todos los talleres o fábricas pueda conocer
cuanto le interese para la compra de sus géneros. En la
sección histórica de dicho Museo podría
estudiarse en todo momento la evolución adquirida por
la industria eibarresa en las distintas épocas.»
Y terminaba la instancia con
el... «Suplicamos a V.E. se sirva conceder al Ayuntamiento
de Eibar una subvención con cargo a los fondos del Estado
de cinco mil pesetas anuales a ser posible, o en la cuantía
suficiente con destino a la instalación y sosteniemiento
de un Pro-badero Municipal de armas, un Museo Comercial e Histórico
de las industrias de armas y damasquinado y, especialmente, para
la creación y gastos de enseñanza de una escuela
de aprendizaje de obreros armeros y ampliación de la Academia
Municipal de dibujo ya establecida».
Y aquí vemos cómo,
a pesar del tiempo transcurrido, no se han completado todavía
las aspiraciones de aquellos entusiastas eibarreses de primeros
de siglo, cuyas ideas constituyen toda una doctrina de previsión
y de creación de riqueza intelectual, cultural y laboral.
Falta ese museo del damasquinado y ese otro museo comercial que
tantos beneficios hubiera reportado en todos estos años
si nuestra industria se hubiera desarrollado sin altibajos desmesurados,
pues resulta que en los momentos de euforia suelen olvidarse
con facilidad todos estos detalles, mientras que en los de decadencia
y crisis se recuerdan y se lamenta la falta.
De
todas formas, es conveniente atemperar estas iniciativas que
quedaron pendientes. Y es lo que se pretende. Creo que es preciso
sacudirse del prolongado letargo padecido.
El tal ministro de Fomento, que
ayudó e hizo posible las aspiraciones o buena parte de
ellas, no fue otro que el donostiarra D. Fermín Calbetón.
Ahí tenemos bien cerca una calle en su recuerdo como gran
benefactor de Eibar. Y también quedan vestigios fotográficos
del banquete campestre celebrado en su honor en el castaña1
de Olarreaga el 23 de julio de 1911, al aire libre y en un ambiente
de fervor popular de agradecimiento y simpatía hacia él.
Ahora que se han puesto de moda
en las altas esferas políticas las comidas y cenas de
trabajo así se nos informa en crónicas y
por la misma televisión diría yo en torno
a este asunto o nueva costumbre, que aquel ágape también
lo fue. Y es que aquí, en nuestra comarca, no resulta
nada nuevo ni especial eso de las cenas de trabajo, porque frecuentemente
en los manteles y servilletas de papel de las sociedades populares
se dibujan durante la sobremesa, tras darle el culto debido al
contenido del plato, diseños o croquis que pueden representar
desde la profundidad de una rosca, el módulo de un engranaje
o la figura de un resorte. Son improvisaciones laborales, actitudes
espontáneas, cuya paternidad, lo mismo que la del damasquinado,
no se nos puede negar.
Total; que nos hemos dejado copiar
y arrebatar muchas cosas.
Ramiro Larrañaga
Fotografías: Enciclopedia Auñamendi |