La década de los sesenta se podría
considerar la del despertar del cine vasco. Si bien la producción
cinematográfica no había sido grande en el País
Vasco antes de la guerra civil, tampoco era despreciable, pero
desapareció totalmente como consecuencia de la misma,
pues la censura franquista no podía consentir la existencia
de cines nacionales y menos nacionalistas o en lenguas que no
fueran el castellano.
Sin embargo, en la década
que nos ocupa, la actividad de los cine-clubs y la influencia
de los Festivales de San Sebastián y Bilbao crearon el
caldo de cultivo que permitío que afloraran bastantes
vocaciones cinematográficas.
En
1961, Antton Ezeiza y Elías Querejeta forman la productora
Laponia Films y realizan el cortometraje A través de
San Sebastián, contando con la colaboración
de la banda sonora del músico bilbaíno Luis de
Pablo.
Este proyecto no tuvo continuidad
por la vinculación de la productora con Uninci, productora
de Viridiana, de Luis Buñuel, prohibida por la
censura franquista y cuya clausura alcanzó de rebote a
Laponia Films.
Así
Ezeiza y Querejeta tuvieron que emigrar a Madrid, como tantos
otros, forzados también por la inexistencia de una mínima
estructura de producción en nuestra tierra, entre los
que se pueden destacar los nombres de Javier Aguirre, Pedro Olea,
Jose Luis Egea, Victor Erice, Antonio Mercero, Eloy de la Iglesia,
etc.
El cine que se realiza en estos
años es obra de francotiradores, consecuencia de esa nula
infraestructura, hecho con pocos medios y normalmente de carácter
documental y casi siempre cortometrajes.
Este carácter tiene la obra, continuada
en el tiempo, de Francisco Bernabé y Rafael Trecu, que
comenzaron dentro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, realizando
los cortometrajes en 16mm. La charca, Natrix y Urinatores
y que continúan después creando la productora Ormix
Films especializada en documentales de naturaleza.
Caso distinto fue el de Gotzon
Elorza, que cayó en la cuenta del papel fundamental que
podían jugar los medios audiovisuales en la pervivencia
del euskera y realizó entre 1960 y 1964 los cortometrajes
documentales, en dialecto vizcaíno,Ereagatik Matxitsakora,
Aberria y Erburua: Gernika.
La experiencia que más
influencia tuvo en años posteriores, sobre todo en el
sentido de que era posible hacer cine profesional en el País
Vasco fue la del místico Fernando Larruquert y el escultor
Néstor Basterretxea, que fundan en 1964 la poductora Frontera
Films, cuya primera realización fue Pelotari, cortometraje
rodado en cinemascope en homenaje al más unviersal de
nuestros deportes autóctonos, al que seguiría Alquezar,
rodado en el Pirineo oscense.
 Nestor Basterretxea, Julio
Amostegi y Fernando Larruquert, en el
rodaje de Ama Lur.
Pero la película por la
que pasarán a la historia del cine vasco sería
Ama Lur, largometraje documental, con comentarios en euskera
y castellano, que pretendía rescatar para las nuevas generaciones
la identidad del pueblo vasco, su cultura y tradiciones. Fue
financiada por suscripción popular y, como era de esperar,
sufrió interferencias de la censura franquista. Se estrenó
con gran éxito en el Festival de Donostia de 1968 y se
exhibió comercialmente sólo en Euskalherria.
Dentro del cine político
se realizó este mismo año, 1968, en la diáspora
vasca, en Venezuela, financiado por el Partido Nacionalista Vasco,
el mediometraje Los hijos de Gernika. Lo dirigió
Segundo Cazalis y mostraba "la lucha del pueblo vasco por
la libertad", como rezaba su subtítulo.
Este tipo de cine proliferaría
a raiz de la muerte de Franco, a la vez que se iba consolidando
el cine vasco.
Xabier Arlaban,
ex-presidente de la sección de cinematografía de
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