Las alusiones a la piedra son muy frecuentes
en la poesía vasca. En 1963 se publicó Harri
eta Herri, justo un año después de que Celso Emilio Ferreiro editara
A longa noite da piedra. Han sido muchos los que han tratado
de encontrar en la literatura de Aresti la influencia del poeta
gallego; sin embargo, al examinar detenidamente a uno y otro
se constata que, si bien la poesía de ambos guardó
en un momento dado ciertas semejanzas, en realidad son distintas.
La larga noche de la piedra, de Celso Emilio, está
más relacionada con la larga noche de los místicos
que con la piedra de Aresti. Basta con leer el siguiente poema
para percatarse del contraste de la misma imagen que emplearon:
"Bilatu zintudan
mundua harri moldegabea zenean.
Gauzak izen bila zebiltzanean
ni zure bila nenbilen".
"Te busqué
cuando el mundo era una tosca piedra.
Cuando las cosas buscaban su nombre
yo te buscaba a ti".
La piedra de Celso Emilio forma
parte de un mundo mítico, es la huella del recuerdo de
la niñez. La larga noche de la piedra no es sino
el nombre que se le otorga al miedo. Blas de Otero -quien recurría
con frecuencia a la figura de la piedra, al igual que T.S. Eliot-
, Gabriel Celaya, Celso Emilio Ferreiro y otros cuantos poetas
fueron encasillados dentro
del grupo de los poetas sociales, y, que yo sepa, ellos nunca
lo negaron, aunque sí trataron de ser más precisos
en sus trabajos.
En la poesía, como en
otros campos, la perspectiva empleada resulta decisiva para dar
una definición. Hoy en día la poesía social
no es de tan rabiosa actualidad como lo era por aquel entonces,
pero hace tiempo escribir poesía social no sólo
era una cuestión de moda, sino una necesidad. La campaña
menospreciadora de la poesía ha llegado a todos los campos,
y la más perjudicada ha sido la poesía social.
Pero he de decir a su favor que fue ella quien aportó
poetas a la sociedad y al mundo. Todo poeta sabe que su canto
ha de ser escuchado en todo el mundo, pero es consciente de que
su destino es el de la soledad, puesto que para conocer las desavenencias
de los hombres y mujeres ha de permanecer alejado del mundo,
en ninguna parte. La era romántica dejó al descubierto
la contradicción entre la sociedad y los creadores. El
poeta partió en busca de la libertad que lo mantendría
libre de ataduras. Los poetas sociales nos ofrecieron un discurso
moral muy humano, lejos de la moral de los ricos y poderosos,
pero sin llegar a ser una religión. En los tiempos de
miseria los poetas sociales quisieron que su voz fuera la voz
de todos; por eso buscaron otros hombres y mujeres.
Además
de Aresti, también Bitoriano Gandiaga ha de ser considerado
poeta social, en especial en el libro Hiru gizon bakarka.
"Elorri no fue muy bien recibido por parte de algunas
personas, pues decían que era simbolista, intimista, etc.
Después de haberlo escrito me enteré de que lo
que estaba de moda era lo social, y la poesía de Elorri
resultaba anticuada, pasada de moda".
Pero la poesía no corresponde
a un momento concreto. Si lo de hoy se considera poesía,
también lo será la de mañana, igual que
la de pasado mañana. El escritor tiene que superar las
fronteras del tiempo, y, sabiéndose mortal, sueña
con la inmortalidad de sus palabras. Si la poesía derriba
la barrera del tiempo es gracias a la labor del poeta. De ahí
la primera de las contradicciones con que se encuentra el poeta:
el escritor no está solo en el mundo, pero sí lo
está en el momento de escribir. Para poder conocer otras
experiencias, el escritor debe basarse en sus conocimientos y
sus propias experiencias. Y a pesar de que la escritura sea un
ejercicio individual, el libro ya es colectivo. El escritor escribe
en su época, pero no siempre para sus contemporáneos.
Tanto aquí como en el extranjero, la lectura es una especie
de conversación con los muertos vivientes. La literatura
y la poesía tienen una gran fuerza, pasan los siglos como
si fueran segundos, y la buena literatura, aun habiendo sido
escrita largo tiempo atrás, nos sigue provocando emociones.
Leemos la Iliada y nos resulta sobrecogedora. En ese aspecto,
estoy seguro de que, a diferencia de otros muchos libros, el
Elorri de Gandiaga perdurará.
Gandiaga es optimista. Aresti
no. Gandiaga es inocente. Aresti no. Gandiaga no conocía
el mal cuando escribió Elorri; estaba lejos de
su vida. A excepción de Arantzazu y de su tierra natal,
Gandiaga no conocía ninguna ciudad, salvo por los libros.
Gandiaga vive feliz en su religión;
no teme a Dios. Lo percibe en la armoniosa Naturaleza, no en
un mundo desequilibrado. Le duele ver el sufrimiento humano,
aunque ignora su origen. El canto de Gandiaga es, sin lugar a
dudas, el canto de la tierra. Elorri es la más
bella canción que se haya dedicado a la tierra, equiparable
al significativo Hojas de hierba de Walt Whitman, aunque
siendo conscientes de las diferencias existentes entre uno y
otro. Dice Gandiaga:
"Lurrezkoak gara.
Busti ta tristeak.
Pozak, noizik-bein, otzik,
labur ikertzen ditu,
landerren umeak."
"Somos de tierra.
Húmedos y tristes.
La alegría, en ocasiones, fríamente,
investiga por un momento
a los hijos de los pobres."
Aresti, martillo en mano, cantó
a la piedra. Gandiaga, por su parte, hace lo propio con la tierra,
con la arcilla.
Por entonces había una
gran brecha entre Aresti y Gandiaga, pero la fuerza de la poesía
es precisamente ésta, puesto que gracias a ella se produce
un acercamiento entre los distanciados entre sí.
Felipe Juaristi, escritor y periodista
Fotografías: Enciclopedia Auñamendi |