Hablar, desde una perspectiva global,
de la novela vasca en la década de los 60, exige no olvidar
a algunos novelistas vascos en castellano que a lo largo de esos
años escribieron novelas importantes y en algún
caso decisivas para la renovación de la narrativa española
contemporánea. Me voy a limitar a tres autores y otras
tantas novelas, que me parecen de especial significación
y que completan de algún modo una reflexión que
está centrada fundamentalmente en la novela euskérica
y en el sentido de su renovación en los años 60.
En 1960, el vizcaíno Ramiro
Pinilla gana el Premio Nadal con su novela Las ciegas hormigas,
una novela que por el tema y su desarrollo semántico tiene
un indudable carácter épico, pero que Pinilla ha
sometido a un tratamiento narrativo que podemos calificar de
lírico, ya que en lugar de confiar el relato a un narrador
típicamente épico, externo y objetivo, lo confía
a los diferentes personajes que en sucesivos monólogos
dan al relato un tono perspectivista, que interioriza la aventura,
y enriquece la densidad humana y psicológica del personaje.
Más decisivo sin duda
es el dato de la aparición en 1962 de la novela Tiempo
de silencio, del donostiarra, aunque nacido en Larache, Luis
Martín Santos.
Se trata de un texto que marca
la frontera entre la novela social, típica de la década
de los 50 y la novela posterior que Sobejano ha bautizado como
"novela estructural"; a partir de Martín Santos,
la novela española hace estallar el marco estrecho del
realismo social y busca nuevas vías de expresividad narrativa;
sirva citar, a modo de ejemplo, Señas de identidad
de Juan Goytisolo, Cinco horas con Mario de Delibes, o
San Camilo 36 de Cela; y, naturalmente, el "boom"
de los latinoamericanos.
Por fin, hay que citar Parte
de una historia, del vitoriano Ignacio Aldecoa, publicada
en 1969.
Tras ese espléndido fresco
épico que es la novela Gran Sol (1958), Aldecoa
se sitúa claramente en el marco de una novela renovada
, donde, sobre la historia de esa pequeña isla del archipiélago
canario donde localiza la acción de la novela, flota de
manera intermitente la "biografía sumergida"
del propio narrador y resulta contada al mismo tiempo aventura
de la propia escritura novelesca.
La renovación de la novela
euskérica debe inscribirse, en primera instancia, en el
marco de los cambios que se producen en la sociedad y la cultura
vascas de la época.
En
el caso concreto de la novela, la renovación no se apoya
en una tradición novelesca anterior, casi inexistente,
fuera de la novela costumbrista, que no sirve para exigir y proyectar
desde sí misma la búsqueda de nuevos caminos narrativos.
La referencia para la renovación de la novela vasca, tal
como la protagonizan escritores como Txillardegi o Saizarbitoria
hay que buscarla necesariamente en la narrativa europea de esos
años.
Además, es preciso señalar
la importancia del nuevo contexto socio-político, cultural
e ideológico que hace posible lo que podríamos
llamar "la llegada de los heterodoxos" Aresti,
Mirande o Mikel Lasa en poesía, Txillardegi, Saizarbitoria
y el mismo Mirande en novela -, que materializan, desde la literatura
una necesaria e higiénica corriente cultural, estética,
ideológica y hasta política, como expresión
de una nueva intelectualidad vasca.
No estaría de más
recurrir también a la infraestructura urbana e industrial
del país, al pluralismo ideológico vigente en la
nueva sociedad vasca e incluso en las alternativas de resistencia
al franquismo que se van diseñando en esa época.
La novela es entonces la materialización literaria de
una ruptura más global, frente a la interpretación
dualista, idealizada e ingenua que de la realidad vasca había
venido haciendo la novela costumbrista.
Asistimos a un despegue real
de la novela en el interior del sistema literario vasco; si en
la década de los 50 son 8 las novelas que se habían
publicado en euskera, este número se dobla exactamente
en la década siguiente; y el aumento crecerá en
progresión casi geométrica a partir de los 70.
Pero
este aumento cuantitativo no es sino la expresión estadística
de un profundo cambio cualitativo, de un proceso acelerado que
se opera en la narrativa vasca en el contexto de las literaturas
desarrolladas de Europa y América. No es por esto extraño
que sea en la narrativa y no en la poesía donde, en el
año 1989, se consagre esa especie de "puesta de largo"
de la literatura vasca con la concesión a Obabakoak
de Bernardo Atxaga del Premio Nacional de Narrativa.
En este proceso, y con referencia
a la década de los 60, hay algunos textos que pueden considerarse
emblemáticos y a los que merece la pena dedicar unas breves
consideraciones.
En primer lugar, la novela de
Txillardegi Leturiaren egunkari ezkutua; aunque se publica
en 1957, pertenece sin duda a este esfuerzo de renovación
de la narrativa vasca a que nos estamos refiriendo, mejor incluso
que otras novelas posteriores de su autor.
Parece
acertada la adscripción de un texto como Leturia
a la literatura existencialista, tan en boga en Europa y sobre
todo en Francia en los años de la posguerra del 45. Es
verdad que Leturia es un existencialista "a la vasca";
su problemática, de raíz efectivamente existencial,
no tiene ni la radical conflictividad vital, ni la angustia existencial
de los personajes típicos de la novela existencialista
francesa. Leturia no es desde luego hijo del inefable pastor
Joanes de Garoa, de Txomin Agirre,pero tampoco pertenece
a la estirpe del Roquentin sartriano de La nausée,
o del Mersault de Létranger de Albert Camus.
De cualquier manera, Leturia
es el primer "héroe problemático" de
la novela vasca, el conflicto que vive es de raíz existencial
y su final trágico hace especialmente significativo este
carácter.
Esta
función renovadora de la narrativa euskérica es
más evidente y más radical al mismo tiempo en la
primera novela de Ramón Saizarbitoria, Egunero hasten
delako, de 1969, es decir, doce años después
de la novela de Txillardegi, doce años en los que han
ocurrido muchas cosas en el marco de la novela europea y ésta
es la referencia, el "intertexto" más evidente
de la obra narrativa de Saizarbitoria, ya desde su primera novela.
La
estructuración de la intriga novelesca sobre un doble
eje de acción, la historia del aborto de Gisèle
y el diálogo, o monodiálogo, de ese extraño
y anónimo personaje en cuyo discurso interminable se materializa
la posibilidad misma de la palabra, ponen de relieve la modernidad
de una novela como Egunero hasten delako, en la que adquiere
una importancia decisiva el proceso mismo de generación
del texto, el contar y no la historia contada, la enunciación
y no el enunciado.
A los nombres de Txillardegi
y Saizarbitoria, con los que ya es tópico personalizar
la renovación de la novela euskérica en la década de los 60, añadiríamos
aquí el de Jon Mirande. Normalmente, Mirande suele formar
pareja con Gabriel Aresti para explicar la renovación
de la poesía vasca y no se ve muy claro que con una sola
novela, novela corta más bien, haya podido hacer algo
importante en la renovación del género novelesco.
Su única novela, Haur besoetakoa, aunque escrita
en 1959, no se publica hasta 1970.
Los comentaristas suelen relacionar
esta novela de Mirande con la famosa Lolita, del ruso-americano
Vladimir Nabokov, por el tema - la ambigua relación amorosa
entre un hombre maduro y su ahijada, una niña todavía
-, pero señalando al mismo tiempo las evidentes diferencias
entre ambos textos.
Pero
en mi opinión, un texto como el de Haur besoetakoa,
"viene de París", como los niños;
quiero decir que trae el aire de una cierta literatura, de una
"escritura" , en el sentido barthesiano, francesa,
que sin duda le resultaría familiar a ese vasco-parisino
que era Mirande. Y no precisamente el "nouveau roman"
francés, sino el refinado clasicismo de autores anteriores;
yo pienso en el André Gide de Coridon y sobre todo
de Les nourritures terrestres. El aquilatamiento de un
lenguaje novelesco clásico o "clasicizante",
la importancia del análisis psicológico del personaje
principal, su interioridad como filtro de percepción de
la realidad y como medida de los valores definen una escritura
novelesca personal y nueva, en el contexto de la narrativa vasca,
aunque es verdad que Jon Mirande no ha abierto vías nuevas
a la evolución de la novela vasca, como es el caso de
Txillardegi y sobre todo de Saizarbitoria.
A lo largo de la década
que nos ocupa y en concreto en los autores que aquí se
han estudiado de manera más monográfica, la novela
vasca de nuestros días ha cambiado también el sistema
de referencias literarias y culturales, el "intertexto"
en el que se había venido moviendo con anterioridad. Los
referentes de nuestros narradores de hoy, no sólo los
temáticos o ideológicos, sino los específicamente
literarios, no son los de Txomin Agirre, ni siquiera los de Etxaide
o Erkiaga.
Lo que une a estos autores con
un Txillardegi, un Saizarbitoria o un Mirande es, ni más
ni menos, el euskera; nada menos que el euskera; pero también
nada más que el euskera. Porque no sólo la problemática
tratada y la visión del mundo que ese tratamiento supone,
sino la misma escritura como compromiso del escritor consigo
mismo y con su mundo es totalmente diferente. Los referentes
literarios de nuestros narradores actuales, de aquellos que se
están moviendo en el marco de la modernidad, o de la "postmodernidad",
si se quiere, son los de cualquier escritor de otras literaturas:
el mundo de hoy y la escritura novelesca como forma específica
de percepción y de compromiso del escritor con ese mundo. Jesús
María Lasagabaster, profesor de la Universidad de Deusto |