Irse a América
Estudiar a la inmigración
vasca decimonónica no es tarea sencilla. Las fuentes para
recuperar sus experiencias no sólo son escasas y parcas
en información, sino que en la mayoría de los casos
los presentan bajo las nacionalidades española y francesa.
A esto debe sumarse que el estado español no registró
hasta casi fines del siglo pasado las salidas de quienes marchaban
por sus puertos y recién a principios del s XX comenzaron
a anotar un dato fundamental para rastrear a los vascos: la provincia
de origen. Como si fuera poco, los emigrantes vascos ilegales
(que eran muchos) escapaban sin registro alguno o por puertos
lejanos a sus caseríos.
De todos modos, podemos imaginar
algunas cifras de los vascos que marcharon para hacernos una
idea de la magnitud del fenómeno. Teniendo en cuenta la
cantidad de emigrantes para algunos años concretos, pero
sobre todo la opinión que nos dejaron algunos contemporáneos
del fenómeno, podemos arriesgar que alrededor de 200.000
vascos abandonaron Euskalerría (hablamos de las siete
provincias originales) entre 1840 y 1920. Si tenemos en cuenta
que buena parte de los inmigrantes vascos se dirigió (alrededor
del 60%) preferentemente a Buenos Aires y Montevideo, y que de
este último sitio un porcentaje importante siguió
luego rumbo hacia la pampa húmeda, podemos concluir que
más de 60.000 vascos se asentaron en suelo argentino entre
1840 y 1930. Luego llegaría, a partir de 1939, una última
y pequeña oleada conocida como del exilio que no incidiría
en nuestros cálculos.
Como grupo migratorio el vasco
no presenta mayores diferencias respecto a la mayoría
de los conjuntos nacionales o regionales. Se trató, en
general, de hombres solteros -aunque con una presencia interesante
de familias- en edades que rondaban los veinte años; durante
buena parte del siglo XIX estuvo mayormente conformado por gente
que provenía del sector rural, tendencia que se revierte
a fines del siglo pasado y principios del presente cuando lo
hacen principalmente de pueblos y ciudades. Su llegada temprana
a la Argentina es acaso la primer diferencia que observamos respecto
a grupos nacionales mayores como italianos y españoles;
una característica clave para comprender el desarrollo
peculiar de sus experiencias de inserción e integración
en el litoral rioplatense e incluso para imaginar como un grupo
reducido de inmigrantes pudo plasmar una presencia tan duradera
e impactante a lo largo del tiempo.
¿Cuándo y porqué
marcharon los euskaldunes de sus caseríos? El período
que abarcó el fenómeno emigratorio no deja mayor
lugar a dudas; 1830 marca levemente el inicio, mientras que 1920/25
hace lo propio con el declive del flujo migratorio. Las causas
de la emigración vasca englobaron desde problemas individuales
o familiares concretos hasta fenómenos regionales, pasando
por problemáticas que motivaban la partida de un sector
social determinado hasta otras que alcanzaban con sus efectos
todos los rincones del pueblo vasco. Las causas más citadas
por los estudiosos del tema hablan de eludir el conflicto carlista
o evitar el servicio militar; también de desahogar el
caserío que no podía contener a todos y que heredaba
sólo el hijo mayor; pero también de otras más
puntuales como escapar de las crísis del maíz de
1856-57 y la filóxera que atacó las vides a partir
de 1880...
 Grupo de vascos reunidos
en la euskal etxea de Macachin, La Pampa.
Pero tener un problema no significaba
convertirse automáticamente en emigrante. Difícilmente
encontremos casos aislados de emigración en contextos
que no hubo un movimiento más o menos generalizado. También
entraban en juego el conocimiento de un lugar donde existían
mejores posibilidades y los recursos -o mecanismos- mínimos
para el traslado hacia él. Muchos campesinos y artesanos
atrasados tecnológicamente que no podían enfrentar
los nuevos tiempos o que pretendían continuar como artesanos
y agricultores lejos de sus tierras y de la revolución
industrial, formaron parte también de aquel movimiento
impresionante de personas. Aunque en Euskalerría los problemas
eran reales y concretos, pareciera que entre los vascos predominó
la atracción por sobre la expulsión; en definitiva,
que avisoraban en otro sitio (menos intuitivamente que por noticias
concretas de los que habían marchado antes) un futuro
más promisorio que en sus aldeas.
Los vascos y el trabajo
Como dijimos, Argentina (y dentro
de ella la zona pampeana) fue uno de esos destinos preferenciales.
Desde 1840, tanto en un barrio porteño como en los nuevos
pueblos de una campaña que se extendía sobre territorio
indio, se podía ver a un número considerable de
vascos desempeñándose en un abanico de actividades
autónomas (carpinteros, comerciantes, panaderos, zapateros),
ya desde un principio o luego de reunir algún ahorro;
no obstante, los altos salarios y la falta de calificación
de la mayoría convertía inicialmente a muchos en
dependientes o jornaleros. Hasta 1870, los que marchaban a la
campaña podían insertarse en la progresiva producción
lanar y capitalizarse en poco tiempo. Los vascos eran particularmente
bienvenidos a ella por ser portadores del conocimiento sobre
la cria lanar que era novedosa a los nativos. Pero con el correr
del siglo sería el comercio quien se convertíría
en trampolín para el crecimiento económico de muchos
de aquellos inmigrantes. Comercio que englobaba desde rentables
acopios de mercaderías por una provincia desprovista de
caminos y trenes hasta 1875/80, hasta establecimientos multifacéticos
que ofrecían una infinidad de productos, créditos,
servicios de caja de ahorros, etcétera. La constante,
como se ve, era un paisaje en construcción y un Estado
que, dedicado a pacificar el territorio, no atendía los
mínimos servicios. Los vascos supieron aprovechar esa
coyuntura.
 Comida de una euskal festa
en Macachin.
El flujo contínuo de inmigrantes
presentaba, a su vez, una infinidad de oportunidades no menos
excepcionales. El desborde poblacional (y por ende habitacional)
en esos pueblos nuevos demandaba en el corto o mediano plazo
el servicio de horneros, albañiles, herreros y carpinteros,
pero en forma urgente el subalquiler de piezas o la apertura
de improvisadas y modestas fondas que brindaran techo y comida
a un número creciente de hombres solteros. Como parte
del mismo proceso aumentaba y se demandaba cierta diversidad
en el consumo de alimentos (muchos chancheros, lecheros, queseros,
quinteros y panaderos vascos lo aprovecharían) y otros
elementos indispensables para la vida cotidiana. Esto explica
que aquí fueran indispensables oficios en decadencia en
una Europa crecientemente industrializada, como son los zapateros,
alpargateros, hojalateros, entre otros. Por su parte, las pocas
mujeres vascas que llegaban con sus hermanos y maridos, como
aquellas que eran mandadas a llamar por novios o parientes, encontraban
instantáneamente trabajo como domésticas, planchadoras
o lavanderas. No obstante, esas mujeres jugarían un rol
protagónico (aunque anónimo) en muchos de los oficios
que hoy se asocian a los vascos; tal el caso de la lechería,
el comercio, las fondas y hotelería.
Pero aunque los pueblos brindaran
oportunidades ilimitadas, en buena parte de la provincia muchos
vascos lograron progresar en la ganadería, principalmente
como cabañeros. Es frecuente, a partir de entonces, observar
el nacimiento y progreso de varios Haras y Cabañas de
renombre nacional e internacional en manos de euskaldunes. Al
interior de aquellos campos, cuya actividad principal era mejorar
las razas de ganado, los vascos solían complementar su
producción con agricultura y lechería.
En lo que respecta a lo estrictamente
económico podemos afirmar que muchos euskaldunes que no
llegaron a poseer bienes de capital importantes, contaron oportunamente
con la poseción de oficios altamente rentables -nada extravagantes
pero sí muy sacrificados- que seguramente les permitió
sobrellevar una vida más digna e independiente que las
que les deparaba su aldea en Euskalerría. Si hasta 1870
fueron preferentemente pastores y poceros, a partir de entonces
serán alambradores. Como dijimos, otras actividades -menos
explosivas pero no menos rentables en el largo plazo-, se insinuaban
desde 1850/60 también como predominantemente vascas, por
ejemplo la lechería y en menor medida las fondas.
En términos generales,
los vascos tuvieron un retorno de menos del 50%. Pero sería
muy simplista concluir (aunque estamos convencidos que la mayoría
progresó) acerca de éxitos o fracasos teniendo
en cuenta el número de euskaldunes que se asentó
definitivamente en la pampa. Quedarse no era signo inequívoco
de éxito como volver no lo era de rotundo fracaso. Más
allá del abanico de posibilidades que se abría
a lo largo de la vida (casamiento con una lugareña, hijos;
adquisición de propiedades; accidentes, entre otras),
el régimen de herencia del caserío en Euskalerría
(mayorazgo) hacía que un buen número de inmigrantes
vascos partieran con el convencimiento de que su status de segundones
no les permitiría volver, más allá de la
suerte corrida en América.
La cuestión social
Respecto a lo social, los vascos,
al igual que la mayoría de los inmigrantes tempranos que
buscaron asentarse al interior de la provincia, alcanzaron rápidamente
el primer escalón hacia la asimilación con el resto
de la sociedad. Estaban, pensando en el paisaje improvisado y
lleno de carencias que comentábamos antes, obligados a
ello. Las actitudes étnicas pronto se veían opacadas
por obligaciones propias de otros
roles como vecino y cliente. Esto no impidió que la sociedad
y los propios vascos pudieran divisar una imagen de colectividad;
la que se conformó y mantuvo, atípicamente, sin
instituciones étnicas por medio. Bastaron la continuidad
de aspectos socioculturales en el nuevo lugar (deportes, vestimentas,
costumbres) y la iniciativa de varios euskaldunes (líderes)
destacados del resto. Como dijimos, los vascos no contaron con
instituciones propias, sino que compartieron Sociedades de Socorros
Mutuos y Bancos (antes de la prédica Aranista) con españoles
y en menor medida con franceses. Si su participación en
ellas fue minoritaria, sobre todo a nivel de pequeños
y medianos pueblos, se debió en parte a que los hoteles
de propietarios vascos (espacios claramente identificados con
lo euskaldún) y luego las casas de Remate y Agrícola-ganaderas,
suplieron varios de los servicios que aquellas Mutuales brindaban
(tanto económicos como sociales).
Pero los vascos eran inmigrantes
claramente diferenciables en aquella pampa acrisolada y pluralista
a la vez. No faltaron mecanismos de acercamiento entre euskaldunes
(desde casamientos, pasando por encuentros habituales, hasta
romerías o frontones), pero éstos no opusieron
ninguna resistencia a una integración rápida con
el conjunto de la sociedad. Todo lo contrario, los espacios sociales
en sus manos como almacenes, fondas y hoteles cumplían
la doble función de recrear un ambiente típicamente
euskaldún pero abierto al resto del espectro social. Inclusive
algunos aspectos de su bagaje cultural que inicialmente los distinguieron
(la ropa, luego los juegos) fueron adoptados masivamente por
los nativos. En cualquier pueblo bonaerense, vivir cerca de otros
vascos, testificar a un paisano iletrado, concurrir a pedir ayuda
a una Sociedad de Socorros Mútuos o contratar un paisano
no debieron ser actitudes que encendieran fobias a sus contemporáneos.
Por el contrario, testificar casamientos de cónyuges nativos,
participar en comisiones vecinales, adquirir y mejorar parcelas
y concurrir a la misma Iglesia que todo el pueblo, sí
serían vistas como actitudes de predisposición
al arraigo y la integración. En definitiva, al margen
de sus extrañas vestimentas y prácticas, eran cada
vez más vistos como unos `buenos vecinos´.
Mientras tanto, en un barrio
de la ciudad de Buenos Aires donde los roles de vecino y cliente
se ocultaban -se debilitaban- naturalmente en la masividad, es
factible entender que muchos euskaldunes adquiriesen un rol más
étnico, organizando -y concurriendo- al Centro Vasco Laurak
Bat, al Centro Vasco Francés o a cualquier otra institución
como el Centro Irunés, el Club Español, etcétera.
Se
podría concluir que si en la primer época (digamos
hasta 1880-90) los vascos "pudieron" -pese a participar
indistintamente de instituciones españolas y francesas-
presentar ciertos elementos que les otorgaban identidad propia,
luego de 1880 se fortalecerán ciertos espacios de sociabilidad
claramente identificados con este grupo que les terminó
de consolidar como colectividad. La fonda y el hotel de propietarios
vascos -y en forma más difusa los almacenes de Ramos Generales-
jugaron entre 1870 y 1930 un rol socioeconómico fundamental
en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires.
A partir de 1939/40 y luego de
un receso en el flujo migratorio desde 1920/25, llegará
una pequeña oleada de vascos huyendo al régimen
franquista. Esta se dirigirá prontamente hacia los sitios
donde residían otros euskaldunes y descendientes que los
acogerán económica, social y afectivamente. Los
hoteles vascos, ya por el mismo cese del flujo migratorio como
otros cambios sociales significativos, habían dejado de
presentarse como refugios culturales claramente étnicos.
Pese a que alojaron y sirvieron como centro de reunión
de los recién llegados durante parte de la década
del `40, pronto dieron paso a otros centros de sociabilidad vasca
que se mantendrían hasta nuestro días: las Euskal
Etxeas.
Marcelino Iriani
Zalakain, IEHS - UNICEN-Centro Vasco Gure Etxea. Tandil (Argentina) |