La mayor parte de lo que se ha escrito
sobre las ciudades se ha hecho prescindiendo del análisis
del sujeto que producía el conocimiento, y se ha dado
por sentado que éste era un sujeto cognoscente universal
y transparente. Por eso, el acceso al conocimiento por parte
de los colectivos que históricamente han estado excluidos
de la producción sistemática de conocimiento no
puede quedar limitado a una simple ocupación de los puestos
docentes. En el siglo pasado, y en éste, ha habido importantísimas
producciones intelectuales dimanadas de la consciencia de que
una sola clase social no podía hablar en representación
de todas. En este fin de siglo le toca a las mujeres un acceso
generalizado a la consciencia colectiva, a la posibilidad (por
primera vez en la historia) de re-pensar o re-crear la cultura
desde su propia experiencia histórica, que ha sido y sigue
siendo todavía muy diferente a la de los varones.
En urbanismo y en arquitectura
pueden adoptarse perspectivas intelectuales muy diferentes: lo
que hay es sólo una parte muy pequeña
de lo que podría haber habido. La altura del ojo del observador
marca el punto de fuga, el centro de la visión: pero ni
el lenguaje ni el ojo son capaces de superponer fácilmente
perspectivas contrarias, porque la imagen se deforma y los paisajes
devienen, como las figuras de Escher, rompecabezas imposibles.
¿Desde qué perspectiva se ha, o hemos, construido
la ciudad, la casa, la fábrica y el parque?
La ordenación o jerarquía de los espacios solo
puede hacerse, como decía Heidegger, si se conoce el modo
en que se va a vivir dentro. El arquitecto no puede limitarse
a los materiales y a las formas. Cuando proyecta, subordina su
obra a un sentido, incluso cuando no es consciente de ello. En
todas las construcciones hay un sentido implícito, una
idea generatriz a la que debe servir el espacio.
Hay muy pocas publicaciones sobre
la ciudad y la arquitectura hechas desde la perspectiva
de las mujeres, y en eso estamos todos de acuerdo. Pero casi
nadie repara en que las publicaciones que sí hay,
a las que acudimos para formarnos o entendernos y para adoptar
decisiones, han sido escritas desde la perspectiva de los
varones, incluso la mayoría de las que definen las
relaciones entre la ciudad y las mujeres. Para equilibrar perspectivas,
no basta que las mujeres y otros grupos sociales tradicionalmente
excluidos- razonen y transfieran sus experiencias sobre sí
mismos, sino que han de hacerlo sobre los otros y sobre
el conjunto. En ese sentido, cualquier aportación
desde las perspectivas innovadoras es al mismo tiempo un avance
y una aspiración fustrada; porque, por comparación
con el complejo edificio de las ideas ya tratadas, de los millones
de experiencias "otras" que han filtrado y les dieron
la base experiencial para transformarse conceptualmente, los
esfuerzos por filtrar y conceptualizar las experiencias nuevas
son muy modestos, muy insuficientes. Intelectualmente, la apuesta
conlleva inevitablemente el desgarro de saberse parte de una
cultura construida sobre experiencias ajenas y de carecer al
mismo tiempo de elementos suficientes para construir la propia,
y fundirla.
María Ángeles Durán, Catedrática
de Sociología.Profesora de investigación en el
Consejo Superior de Investigaciones Científicas |