Un breve recorrido por la historia de la pesca en el
País Vasco
Juan Gracia Cárcamo

Los primeros vestigios sobre la historia pesquera del País Vasco son arqueológicos. En efecto, se han encontrado abundantes restos del intenso marisqueo realizado durante el Paleolítico en yacimientos que han sido excavados en diferentes cuevas de nuestro territorio. Además, y si creemos de forma confiada en lo que escriben algunos arqueólogos, se aprecian representaciones iconográficas de pescados como gallos, lenguados, etc... en diversas pinturas rupestres del País Vasco, lo que sería el primer indicio de actividad pesquera en nuestras costas. A nivel también arqueológico -aunque ya en relación con la antigüedad clásica- se han conservado restos romanos de unas instalaciones de salazón de pescado en la localidad labortana de Ghetary.

Los documentos más antiguos sobre las pesquerías realizadas por los vascos remontan a la Edad Media. De forma nada casual, las primeras y más abundantes alusiones medievales a la actividad pesquera se refieren a las ballenas. Aunque hoy pueda parecer increíble, las costas vascongadas eran visitadas cada año en la etapa invernal por cetáceos, pertenecientes a la especie Eubalena Glacialis, de modo que, una vez entrado el otoño, se acercaban a nuestras latitudes. No hay tan frecuentes alusiones a otros pescados, pero se mencionan ya los besugos y sardinas de Bermeo en fuentes literarias como el Libro del Buen Amor . Al margen de testimonios literarios, son nombradas otras especies -como merluza, etc...-en ciertos documentos como, por ejemplo, en las ordenanzas de las primeras Cofradías pesqueras, datadas en la Baja Edad Media, o también en diversos manuscritos de esa época relativos a diversas localidades costeras del País.

En el siglo XVI tuvo lugar un cambio que resultó trascendental para la historia pesquera de Vasconia. De esa forma, aparecen a partir de 1530 las primeras referencias a las grandes pesquerías trasatlánticas. Estas fueron efectuadas primero en Terranova y luego, ya en el siglo XVII, en otras zonas como Islandia, las islas Spiztberg, etc... Las pesquerías trasatlánticas supusieron que anualmente un número no precisamente pequeño de grandes y considerables embarcaciones vascas -galeones y carabelas que transportaban en su seno las pequeñas pinazas pesqueras- se dirigieran en la primavera hacia las costas de Terranova. Iban allí para realizar su campaña de pesca, de manera que permanecían en esas latitudes, en busca de ballenas y bacalao, hasta el Otoño, siendo así que entonces regresaban a nuestras costas. Estos viajes trasatlánticos implicaron notables ganancias económicas, con lo que se ha podido decir por algunos historiadores que aquellas constituyeron, en los siglos XVI y XVII, la segunda actividad no agraria del País Vasco. Por tanto, habrían sido superadas sólo por las actividades siderúrgicas en cuanto las actividades que no eran agrícolas.

En esos negocios tomaron parte prósperos comerciantes de Donostia, Bilbao y Baiona. Pero si las ganancias de esos viajes trasatlánticos llegaban a ser importantísimas, también implicaban unos riesgos muy acentuados. Así, no era infrecuente que los barcos balleneros y bacaladeros intentaran prolongar su actividad durante el Otoño, quedando algunos de ellos atrapados en ocasiones por tempranos hielos que se adelantaban a los habituales rigores invernales. Tampoco era raro que esos galeones, cuando volvían ya hacia las costas europeas, fueran abordados por corsarios. Esto significaba, como en el caso anterior, unas enormes pérdidas que únicamente podían ser compensadas mediante los bien consolidados seguros marítimos que se contrataban al enviar una embarcación a Terranova.

Lo mucho que sabemos sobre las pesquerías realizadas en Terranova contrasta con lo poco que se ha publicado sobre la actividad pesquera en el litoral vasco durante los siglos XVI y XVII. Si conocemos que aquella atravesó por una difícil situación en los finales del siglo XVI, de manera que, presumiblemente, en el siglo XVII se remontaría esa crisis. Sabemos también que la actividad pesquera se basaba en dos grandes campañas o costeras: la invernal, correspondiente al besugo, y la estival que se centraba en el atún. Al margen de ello, se pescaban también grandes cantidades de merluza y congrio. Hay también referencias a otros capturas de menor importancia como las de sardinas, jibiones, etc...


Traineras de pesca en el puerto de Algorta.1899

La gran aventura de las pesquerías trasatlánticas de los vascos terminó de forma brusca a comienzos del siglo XVIII; en concreto, a partir del tratado de Utrecht. Desde entonces, esas pesquerías quedaron reservadas en la práctica a los barcos ingleses. Cambió, pues, de manos la hegemonía marítima en el Atlántico Norte. Esta había correspondido en el siglo XVI a la Corona de Castilla, saliendo con ello beneficiados los arrantzales vizcaínos y guipuzcoanos, y en el siglo XVII se había impuesto la hegemonía de Francia, resultando favorecidos entonces los pescadores labortanos. A consecuencia de aquel tratado de 1713 cada una de las tres provincias marítimas de Euskal Herria siguió una diferente trayectoria pesquera.

Fue en Gipuzkoa donde mayor declive experimentaron las pesquerías: fueron relegadas en favor de la aventura colonial, mucho más rentable económicamente, que estaba representada por la Compañía de Caracas. Cuando desapareció esta empresa privilegiada ya se había perdido gran parte de la antigua tradición pesquera, de manera que en la primera mitad del XIX abundan -salvo en Mutriku, donde persistió con gran vigor una fuerte tradición arrantzale- las referencias documentales relativas a cómo los pescadores guipuzcoanos compaginaban su actividad marítima con la agricultura. Esto último era impensable en Bizkaia, donde la segunda mitad del siglo XVIII presenció un resurgir notable del sector pesquero. Esto se advierte, por ejemplo, en la documentación de la época relativa a puertos como Lekeitio y Bermeo. En cualquier caso, desde finales del siglo XVIII y durante gran parte del siglo XIX, se sucedieron los conflictos bélicos que afectaron negativamente al sector pesquero en Bizkaia y Gipuzkoa.

En cuanto a Iparralde, la actividad extractiva se centró, tras la desaparición de las pesquerías de Terranova, en la pesca costera de sardina y otras especies, lo que estaba encaminado a su transformación en conserva. Apareció así un interesante sector que no sólo se abastecía de las capturas realizadas en Laburdi, sino que también importaba unas notables cantidades de pescado procedentes de las Provincias Vascongadas. Más tardíamente, ya en la segunda mitad del siglo XIX, se potenció también la industria conservera en Hegoalde, de manera que fue impulsada en no pocas ocasiones por conserveros italianos, que llegaron a nuestro territorio en busca de una materia prima barata y de excelente calidad. De cualquier forma, el desarrollo de las conserveras significó una mejora, aunque fuera leve, de la condición social de las poblaciones pesqueras al aumentar la oferta de trabajo para las mujeres e hijas de los arrantzales.


Pescadoras entregadas a la labor de salazón de pescado.

Para finales del siglo XIX la actividad pesquera se había transformado considerablemente en las costas vascas. Algunos de los cambios fueron positivos, como la introducción del vapor en las embarcaciones pesqueras. Esto comenzó de forma tímida con los barcos llamados Mamelenas, matriculados en Donostia a partir de las décadas finales de aquel siglo. En cualquier caso, lo anterior tomó gran impulso desde la catástrofe del gran naufragio ocurrido en 1912, en que falleció gran número de arrantzales. Ello provocó un clamor generalizado por la introducción de modernos pesqueros a vapor que eran, evidentemente, mucho más seguros que los tradicionales barcos a vela.

Sin embargo, otros cambios fueron negativos. En este sentido puede citarse la intensa sobrepesca, que determinó, ya a finales del siglo XIX, un abrupto declive en las capturas de la principal costera, la invernal del besugo. También caían progresivamente las cantidades relativas a otros pescados como la merluza. En realidad, la costera del verano, centrada en el atún, se convirtió desde fines del XIX en el núcleo de la actividad extractiva. Junto a ella, claro está, destacaban las capturas de especies como sardina, anchoa, etc..., de manera, que, como ya se ha apuntado arriba, estos pescados se dedicaban, en gran medida, a su transformación en conserva. Durante la primera mitad del siglo XX, prosiguieron los síntomas alarmantes de sobrepesca; a ello colaboraron muchas causas. Entre ellas se pueden citar las siguientes: la mayor capacidad extractiva de los barcos a vapor, las negativas consecuencias de que faenaran cerca de la costa los poderosos y modernos arrastreros, el empleo de artes perjudiciales como el bolinche (nombre con el que se designaba un tipo de redes) o el recurso a métodos nada ecológicos como la pesca a la ardora (así se llamaba a la actividad que se aprovechaba de la luminosidad nocturna de los cardúmenes para poder capturar grandes cantidades de pescado).


 
Vendedoras distribuyéndo pescado.
A pesar de la preocupación que, ya hacia la década de 1920, mostraban algunos expertos en torno al problema de la sobrepesca, los arrantzales se mostraron optimistas y confiados durante gran parte del siglo XX. Suponían que si desaparecía una especie de nuestras costas, como ocurrió con la sardina, ya se buscaría otro pescado (en este caso, la anchoa); así ocurrió en la segunda mitad del siglo XX. Se pensaba también que si en algún momento no se acercaba la anchoa a nuestras costas, ya se encontrarían otras zonas de pesca, aunque fuera en áreas lejanas. En realidad, desde 1927, año en que se creó la compañía PYSBE en Pasajes, ya se habían vuelto a dar las pesquerías vascas en los mares del Atlántico Norte.

Las estadísticas disponibles muestran que, durante el lapso de tiempo que transcurre desde 1900 a la actualidad, ha habido, en varias etapas, un ritmo decreciente en la evolución de las capturas por unidad de producción pesquera. La inconsciencia que se generaba por la despreocupación de los pescadores de aquella época hizo que sólo crecieran significativamente las capturas durante un breve periodo del siglo XX: el que va desde 1939 a 1945. Esto es, únicamente crecen las capturas tras la Guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial, que impidieron el normal desarrollo de las actividades marítimas, por lo que se dio una masiva extracción de pescado durante el decenio de 1950. No importaba mucho que, en algunos años de la década de 1960, las capturas de anchoa fueran tan cuantiosas que el mercado no podía absorberlas y que las Cofradías tuvieran que declarar días de bandera -en los que ningún barco podía salir a pescar-para que no se saturara la oferta. Tampoco importaba que el bonito capturado en las costas cercanas fuera cada vez menor.
Bonitera de Ondarroa.

Y ello en función del olvido de ecológicos métodos tradicionales -así, el llamado currican que había implicado la pesca con caña y con un anzuelo que llevaba mazorcas de maíz- por otros mucho más intensivos como el del cebo vivo, que suponía un gran aumento de las capturas de bonito al utilizar como carnada a la anchoílla o especies parecidas. De este modo, los pescadores vizcaínos decidieron prolongar las capturas de bonito, más allá del verano en otras áreas, como Canarias y Africa occidental, ante lo antieconómico que habría sido dedicar embarcaciones tan grandes a obtener unas reducidas cantidades de besugo.

Los pescadores vascos cayeron así en una trampa paradójica que les fue tendida por el desarrollismo franquista. Esta trampa se sintetizaba en la Ley de Renovación de la Flota Pesquera, a comienzos de la década de los 60, que determinó una desquiciada carrera entre los arrantzales por utilizar los aparentemente ventajosos préstamos monetarios concedidos entonces, a fin de ver quién construía barcos más grandes y potentes y con más medios (sonar, radar, etc...). Las consecuencias de aquel crecimiento antiecológico, que estaba en las antípodas del desarrollo sostenible, se pagaron mucho después. En realidad, parecía que nadie había advertido lo absurdo que un Estado del tamaño de España tuviera entonces la tercera flota pesquera del mundo, tras Japón y Rusia, o lo desproporcionado que resultaba el que Bizkaia y Gipuzkoa tuvieran más barcos pesqueros que Gran Bretaña y Alemania.

El final de esta historia es bien conocido. Cuando, a finales de la década de los 70, la mayoría de los Estados del mundo declararon privativas para sus embarcaciones nacionales las aguas territoriales contenidas en las 200 millas se produjo una gran catástrofe. De este modo, la inmensa mayoría de las capturas realizadas por los arrantzales vascongados, que se realizaban en otros países, se encontraron con gravísimos problemas. Sin embargo, los pescadores vascos no se desanimaron y, así, en los años 80 pusieron sus esperanzas en la entrada de España dentro de la Unión Europea, pensando que ésta les dejaría grandes zonas para efectuar su actividad extractiva. Lamentablemente para aquellos, las autoridades europeas no estaban dispuestas a admitir grandes capturas, al contrario de lo que aspiraban los arrantzales vascongados. Pero esto ya no pertenece al pasado, pues corresponde a la más estricta actualidad. De este modo, terminamos este breve recorrido histórico por la pesca vasca que nos ha llevado desde la Prehistoria hasta nuestros días. Queda, pues, abierta la inevitable incertidumbre que nos depara la incógnita de un futuro que, evidentemente, no está escrito.

Para saber más:

Se puede consultar la breve bibliografía contenida en GRACIA CÁRCAMO, J.: "La civilización pesquera", en VV. AA., Los vascos: Gran Atlas de Historia de Euskal, Editorial Lur, Donostia, 1995 o la amplia relación de artículos y libros que aparece contenida en GRACIA CÁRCAMO, J.: "El sector pesquero en la historia del País Vasco: esbozo de los conocimientos actuales y problemas abiertos a la futura investigación historiográfica", en la revista Itsas Memoria- Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, nº1, Museo Naval- Untzi Museoa, Donostia, 1996, p. 209-214 



Juan Gracia Cárcamo, Dpto. de Historia Contemporánea, Facultad de CC. Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU
Fotografías: Auñamendi


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