La cultura en general tiene mucho que
ver con esa intervención con la que tratamos de controlar,
reconvertir y sacarle frutos al medio en el que vivimos. En él,
encontramos posibilidades y ponemos en marcha nuestras capacidades
e inventiva. En este sentido, se ha argumentado que en el campo
la relación entre la persona y su ámbito es más
evidente y bastante a menudo la etnología que ha tratado
de la vida rural, ha intentado recordarnos ese juego entre las
personas y su medio. Juego que sigue los ciclos y las estaciones
y que da como resultado configuraciones culturales, pautas, reglas,
costumbres y tradiciones.
Precisamente, cuando el año
termina y el otoño va quedando cada vez más atrás,
perfilamos un tiempo al que le damos una importancia especial.
Al reconfirmarnos en ese paso del tiempo, tratamos de recordarnos
que los logros materiales hacen posible que el colectivo viva,
que la comunidad, el grupo sigan adelante. Es así como
organizamos la celebración navideña con sus distintas
facetas, cuestión que sin embargo en nuestras ciudades
parece como si estuviese más diluida que en el ámbito
rural.
Sin embargo la ciudad se presenta
como un lugar donde lo navideño se expande a una velocidad
vertiginosa, haciendo su presencia de una manera viva y muy visible.
Se trata de una festividad que incluso también toma como
referente lo rural, pero ahora reconvertido y presentado en un
escenario típicamente urbano. El día de Santo Tomás
en Bilbao, anuncia casi oficialmente el inicio de las fiestas
el 21 de diciembre. De niños, esta celebración
se nos hacía por fin evidente, cuando al salir al recreo
en el colegio que los Hermanos Maristas tenían
en la Plaza Nueva, nos encontrábamos con un montón
de tablones repartidos alrededor de su recinto. Tablones con
los que se montaban los tenderetes y puestos en los que al día
siguiente se exhibirían los productos genuinos de la navidad
vizcaina procedentes del campo. Era día de exhibición,
de concurso y de mercado público. Se completaba durante
estas fechas con la venta de pavos en el Arenal y de otros productos,
además del comercio de alimentos habitual de la ciudad.
Lo campesino se hacía su espacio y aparecía simbólicamente
revestido de calidad y especialidad.
Aunque el día 21 de diciembre
parecía marcar un inicio, anteriormente ya se habían
abierto en la calle Correo, en alguno de sus portales, las tiendas
de turrón. Turrón de almendra y turrón de
Jijona, del duro y del blando, dos elementos de un
círculo que más tarde se abrirá, dejando
entrar toda una gama de otros turrones postmodernos: como por
ejemplo el de chocolate, a los que se suman otras elaboraciones
propias de las pastelerías de la ciudad. Este acontecimiento,
igual que el del mercado de Santo Tomás, únicos
de las fechas que nos ocupan, siguen realizándose y por
ejemplo hoy en día podemos comprar en algún piso
de la parte vieja los turrones y mazapanes de Iváñez
a la vez que los escaparates se llenan de estos o parecidos
dulces.
La ocupación del espacio
urbano también se realiza de una manera muy especial.
Las luces de los árboles de la Gran Vía sustituían
y lo siguen haciendo, a esas hojas ya caídas al llegar
el invierno. Con la luz indicamos públicamente que aunque
la vida duerma, ésta sigue latiente, brillando e iluminando
las calles y el asfalto. De forma artificiosa, gracias a las
argucias de la cultura urbana revestimos luminosamente un elemento
natural como el árbol, que durante el resto del año
suele pasar más o menos desapercibido. En la parte vieja
de la ciudad, reinventada como Casco Viejo, se hará
uso de este mismo recurso. Se encenderán un gran número
de adornos colgantes a base de bombillas eléctricas de
colores, con las que se llega a crear un ambiente distinto, especial.
Ambiente considerado agradable que invita fundamentalmente a
la compra y a la actividad comercial en la zona.
Entre las recreaciones de la
navidad urbana, al mismo tiempo aparecen tradiciones cuyo referente
en buena parte procede del exterior y generalmente del medio
rural. Uno muy interesante es la "tradicional rifa del cerdo".
Ésta surge con el fin de recaudar fondos para el orfanato
y asilo municipal o Santa Casa de la Misericordia. La
práctica que se remonta a 1831 y que se celebraba a mediados
del mes de enero se trasladará a la época propiamente
navideña: el día de Santo Tomás. Como se
ve se centra en un recurso como el cerdo, presente típicamente
en el caserío, pero que ahora es trasladado a la urbe.
Tomó como base simbólica la figura de San Antón,
que además de ser el patrón de los animales, a
sus pies presenta un lechón. La tradición que se
pierde con el tiempo, se vuelve a poner en práctica a
partir de los años treinta. Durante una época,
década de los sesenta y setenta, la figura del animal,
siempre presente, sin embargo pasa a un segundo plano y en el
sorteo junto a éste se introducen como premio electrodomésticos
e incluso un automóvil, objetos como vemos más
propios de esa cultura moderna característicamente ciudadana.
En 1981, la rifa desaparece con
el cierre del orfanato municipal, cuyos niños se ocupaban
de la venta de las papeletas para el sorteo. Finalmente la Asociación
de Comerciantes del Mercado de la Ribera la restituye once
años más tarde y toma como fecha la del santo originario,
el 17 de enero. La tradición está nuevamente viva,
siendo una manifestación cultural cuyas raíces
se remontan al pasado pero que ahora hallan una nueva funcionalidad
fundamentalmente de tipo comercial. Podemos comprobar hoy la
presencia de Tiberio, nombre que recibe el animal, en
el Mercado de la Ribera, o bien paseado en su carro con
forma de jaula por los lugares supuestamente más concurridos
los días festivos. Este desfile se acompaña de
la música interpretada por los miembros del grupo o comparsa
que actualmente vende las participaciones del sorteo.
Entre nuestras manifestaciones
navideñas urbanas aparece otra muy importante en la actualidad,
tanto por su incidencia como por su significado. Nos referimos
a Olentzero, personaje mítico que anuncia el nacimiento
de Jesucristo según la tradición de algunas zonas
de Vasconia. El mito se formaliza ritualmente con el paseo del
personaje, por las calles de la ciudad, cánticos
y recaudación monetaria. Al final, Olentzero, en forma
de muñeco, es pasto de las llamas en algún lugar
céntrico. Todo esto acontece por la tarde el día
de Nochebuena, en lugares como por ejemplo el céntrico
barrio de Indautxu o el más periféricio y de clase
social menos instalada, como Santutxu. Las parroquias y grupos
de ocio y actividades culturales son las encargadas de de su
realización, justificando en el fondo su propia razón
de ser en un acto de identidad colectiva que tiene lugar públicamente.
Como hemos visto todos los actos
referidos, típicos de esta época invernal, refuerzan
la conciencia del colectivo urbano. Sirven en buena medida para
la recreación de espacios, por medio de luces, celebraciones
y actos tradicionales. De esta manera los habitantes de la urbe
llegan a saber que es un tiempo especial, que nos recordamos
los unos a los otros. Por medio de este inventario anual se toma
conciencia de las posibilidades materiales que harán posible
que el grupo pueda seguir existiendo como tal. Es así
como celebramos conjuntamente y nos reconocemos poniendo en marcha
tradiciones compartidas como las que hemos presentado.
Juan Antonio
Rubio Ardanaz, Presidente de la sección de Antropología
de Eusko Ikaskuntza |