Navidad, la recreación de espacios, luces y tradiciones en la ciudad
Juan Antonio Rubio-Ardanaz

La cultura en general tiene mucho que ver con esa intervención con la que tratamos de controlar, reconvertir y sacarle frutos al medio en el que vivimos. En él, encontramos posibilidades y ponemos en marcha nuestras capacidades e inventiva. En este sentido, se ha argumentado que en el campo la relación entre la persona y su ámbito es más evidente y bastante a menudo la etnología que ha tratado de la vida rural, ha intentado recordarnos ese juego entre las personas y su medio. Juego que sigue los ciclos y las estaciones y que da como resultado configuraciones culturales, pautas, reglas, costumbres y tradiciones.

Precisamente, cuando el año termina y el otoño va quedando cada vez más atrás, perfilamos un tiempo al que le damos una importancia especial. Al reconfirmarnos en ese paso del tiempo, tratamos de recordarnos que los logros materiales hacen posible que el colectivo viva, que la comunidad, el grupo sigan adelante. Es así como organizamos la celebración navideña con sus distintas facetas, cuestión que sin embargo en nuestras ciudades parece como si estuviese más diluida que en el ámbito rural.

Sin embargo la ciudad se presenta como un lugar donde lo navideño se expande a una velocidad vertiginosa, haciendo su presencia de una manera viva y muy visible. Se trata de una festividad que incluso también toma como referente lo rural, pero ahora reconvertido y presentado en un escenario típicamente urbano. El día de Santo Tomás en Bilbao, anuncia casi oficialmente el inicio de las fiestas el 21 de diciembre. De niños, esta celebración se nos hacía por fin evidente, cuando al salir al recreo en el colegio que los Hermanos Maristas tenían en la Plaza Nueva, nos encontrábamos con un montón de tablones repartidos alrededor de su recinto. Tablones con los que se montaban los tenderetes y puestos en los que al día siguiente se exhibirían los productos genuinos de la navidad vizcaina procedentes del campo. Era día de exhibición, de concurso y de mercado público. Se completaba durante estas fechas con la venta de pavos en el Arenal y de otros productos, además del comercio de alimentos habitual de la ciudad. Lo campesino se hacía su espacio y aparecía simbólicamente revestido de calidad y especialidad.

Aunque el día 21 de diciembre parecía marcar un inicio, anteriormente ya se habían abierto en la calle Correo, en alguno de sus portales, las tiendas de turrón. Turrón de almendra y turrón de Jijona, –del duro y del blando–, dos elementos de un círculo que más tarde se abrirá, dejando entrar toda una gama de otros turrones postmodernos: como por ejemplo el de chocolate, a los que se suman otras elaboraciones propias de las pastelerías de la ciudad. Este acontecimiento, igual que el del mercado de Santo Tomás, únicos de las fechas que nos ocupan, siguen realizándose y por ejemplo hoy en día podemos comprar en algún piso de la parte vieja los turrones y mazapanes de Iváñez a la vez que los escaparates se llenan de estos o parecidos dulces.

La ocupación del espacio urbano también se realiza de una manera muy especial. Las luces de los árboles de la Gran Vía sustituían y lo siguen haciendo, a esas hojas ya caídas al llegar el invierno. Con la luz indicamos públicamente que aunque la vida duerma, ésta sigue latiente, brillando e iluminando las calles y el asfalto. De forma artificiosa, gracias a las argucias de la cultura urbana revestimos luminosamente un elemento natural como el árbol, que durante el resto del año suele pasar más o menos desapercibido. En la parte vieja de la ciudad, reinventada como Casco Viejo, se hará uso de este mismo recurso. Se encenderán un gran número de adornos colgantes a base de bombillas eléctricas de colores, con las que se llega a crear un ambiente distinto, especial. Ambiente considerado agradable que invita fundamentalmente a la compra y a la actividad comercial en la zona.

Entre las recreaciones de la navidad urbana, al mismo tiempo aparecen tradiciones cuyo referente en buena parte procede del exterior y generalmente del medio rural. Uno muy interesante es la "tradicional rifa del cerdo". Ésta surge con el fin de recaudar fondos para el orfanato y asilo municipal o Santa Casa de la Misericordia. La práctica que se remonta a 1831 y que se celebraba a mediados del mes de enero se trasladará a la época propiamente navideña: el día de Santo Tomás. Como se ve se centra en un recurso como el cerdo, presente típicamente en el caserío, pero que ahora es trasladado a la urbe. Tomó como base simbólica la figura de San Antón, que además de ser el patrón de los animales, a sus pies presenta un lechón. La tradición que se pierde con el tiempo, se vuelve a poner en práctica a partir de los años treinta. Durante una época, década de los sesenta y setenta, la figura del animal, siempre presente, sin embargo pasa a un segundo plano y en el sorteo junto a éste se introducen como premio electrodomésticos e incluso un automóvil, objetos como vemos más propios de esa cultura moderna característicamente ciudadana.

En 1981, la rifa desaparece con el cierre del orfanato municipal, cuyos niños se ocupaban de la venta de las papeletas para el sorteo. Finalmente la Asociación de Comerciantes del Mercado de la Ribera la restituye once años más tarde y toma como fecha la del santo originario, el 17 de enero. La tradición está nuevamente viva, siendo una manifestación cultural cuyas raíces se remontan al pasado pero que ahora hallan una nueva funcionalidad fundamentalmente de tipo comercial. Podemos comprobar hoy la presencia de Tiberio, nombre que recibe el animal, en el Mercado de la Ribera, o bien paseado en su carro con forma de jaula por los lugares supuestamente más concurridos los días festivos. Este desfile se acompaña de la música interpretada por los miembros del grupo o comparsa que actualmente vende las participaciones del sorteo.

Entre nuestras manifestaciones navideñas urbanas aparece otra muy importante en la actualidad, tanto por su incidencia como por su significado. Nos referimos a Olentzero, personaje mítico que anuncia el nacimiento de Jesucristo según la tradición de algunas zonas de Vasconia. El mito se formaliza ritualmente con el paseo del personaje, por las calles de la ciudad, cánticos y recaudación monetaria. Al final, Olentzero, en forma de muñeco, es pasto de las llamas en algún lugar céntrico. Todo esto acontece por la tarde el día de Nochebuena, en lugares como por ejemplo el céntrico barrio de Indautxu o el más periféricio y de clase social menos instalada, como Santutxu. Las parroquias y grupos de ocio y actividades culturales son las encargadas de de su realización, justificando en el fondo su propia razón de ser en un acto de identidad colectiva que tiene lugar públicamente.

Como hemos visto todos los actos referidos, típicos de esta época invernal, refuerzan la conciencia del colectivo urbano. Sirven en buena medida para la recreación de espacios, por medio de luces, celebraciones y actos tradicionales. De esta manera los habitantes de la urbe llegan a saber que es un tiempo especial, que nos recordamos los unos a los otros. Por medio de este inventario anual se toma conciencia de las posibilidades materiales que harán posible que el grupo pueda seguir existiendo como tal. Es así como celebramos conjuntamente y nos reconocemos poniendo en marcha tradiciones compartidas como las que hemos presentado.


Juan Antonio Rubio Ardanaz, Presidente de la sección de Antropología de Eusko Ikaskuntza


Euskonews & Media 59.zbk (1999 / 12 / 17-24)


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