UN INSTANTE DE ETERNIDAD
Dentro de unos días una
determinada hora, sea del reloj de la Puerta del Sol de Madrid,
el del hotel de turno, o el de la casa de cada uno marcará
un instante eterno. Ese instante que hay que cuidar
ritualizándolo. Hay que tomar doce uvas, brindar, llevar
alguna ropa interior roja (moda de reciente introducción
entre nuestra gente joven) y besarse. Hay que ser féliz.
Todo esto se supone ayudará a que dicha felicidad quede
de forma permanente entre nosotros.
No importa que hayan sido los
gobernadores o papas los que por decreto hayan decidido como
se regula el calendario y el tiempo. No importa que en otras
latitudes sea antes, o después. Que el calendario no sea
igual para judios, musulmanes o budistas. E incluso rizando el
rizo ni que el reloj esté adelantado o atrasado.
Este ritual del instate eteno
no sólo se da en el momento del cambio de año.
A lo largo de la vida de los hombres actuales hay muchos otros
instantes eternos. Así por ejemplo en cada cumpleaños,
será el reloj a las 00.00 h. Del día en que nació
(supuestamente, ya que nunca se tomará en consideración
si se ha cambiado de hora por ser verano, o invierno, o si estamos
celebrándolo en la Península o en Canarias) a partir
del cual felicitamos a nuestro ser querido con un Felicidades
hoy por tu cumpleaños.
Instatntes eternos son cuando el sacerdote bautiza al niño.
Instantes eternos que obligan a la creación de
todo un ritual que nuestra sociedad obliga a cumplir: tal o cual
ropa, invitados, celebraciones y regalos. E igual ocurrirá
el día de la primera comunión, con la despedida
de soltero o soltera, realizando los rituales marcados en cada
tiempo de acuerodo con las modas del momento. Vendrá la
boda que de nuevo nos obliga a perpetuar nuevos instantes
eternos que hay que plasmar en foto y/o video par el recuerdo.
Y es que gracias a la fotografía
se han establecido mayor número de instantes eternos.
Si en un principio el momento cumbre podía ser cuando
el sacerdote decía: Yo es declaro marido y mujer.
O cuando el novío y la novía decían: Sí,
quiero. Hoy, sin que deje de ser ese momento uno de los más
importantes, han nacido otros intantes eternos.: lo son
cuando se dan el primer beso como casados, el partir la tarta,
el primer baile, etc.
Tampoco podemos olvidar que dentro
del cristianismo el creyente se salva o se condena si el instante
de su muerte está en gracia de Dios, o en pecado mortal.
Es un instante eterno.
Antaño eran los solsticios
los que marcaban esos instantes eternos. Cristianizado
el solsticio con la festividad de San Juan: Era creencia popular
que el amanecer de dicho día las aguas de las fuentes,
manantiales, ríos e incluso las de rocío tenían
propiedades curativas, por lo que el pueblo se mojaba con ellas
para prevenirse contra toda enfermedad cutánea. O curarse
si la padecía. El amanecer de dicho día era lo
que nosotros hemos bautizado como instantes etermos.
En los primeros años de
nuestra era se creía que Adán habría vivido
mil años, pero por su pecado murió antes, incluso
que la vida en el paraíso era de mil años. Que
en el año mil retornaría Cristo y se acabaría
el mundo. Esta creencia iniciada en el siglo II fue defendida
por personajes relevantes de la iglesia como San Paías
de Hierápolis, San Justino, San Ireneo, y otros. Tuvo
que ser la propia iglesia quien saliera al paso de la herejía
milenarista para condenarla y proclamar que lo que se indicaba
en la Biblia referido a los mil años era algo simbólico
solamente.
La entrada del año 2.000
ha creado entre otros un curioso fenómeno digno de destacar.
Por una parte mantenemos el ritual del instante enterno.
Amsterdam para el 31 de diciembre contará frente al Palacio
Real , en la Plaza de Dam con un reloj a 55m. de altura suspendido
de una grúa, formado por 45.000 bombiillas . Algunos ayuntamientos
de Holanda casarán por la noche a quien lo desee, previo
pago de 1.000 dólares. Se celebrarán macrofiestas
en mil lugares distintos y las cadenas de televisión preparan
espacios especiales.
Para ser los primeros (antropológicamente
unido a los conceptos de "mejor que", "más
que ") en entrar al nuevo año muchas personas gastarán
enormes fortunas en ir a las islas de Toraja, Fiji o Nueva Zelanda.
Incluso algunos celebrarán el cambio de año en
cruceros, globos, o en el Concorde. Todos con el sano fin de
buscar el instante eterno. Todo por celebrar el nuevo
milenio, aunque todos sepamos que el nuevo milenio empiza el
primer día del año 2001.
Junto a esto, nace un sentido
milenarista esta vez unido a las catástrofes que se provocarán
en el mundo por culapa de la informática (el mundo creencial
está en decadencia y se sustituye): ascensores que se
detendrán, ordenadores que perderán su memoria,
cajeros automáticos anulados, incluso se nos amenza con
que no funcionara la lavadora de casa. Miles de artículos,
entrevistas, e incluso programas y reprogramas para evtiar la
catástrofe de los tres ceritos. Me recuerda mocho a las
supersticiones de muchos países de Asia, en los que creen
que los números redondos traen mala suerte y por ello
jamás se regala nada, ni se inicia ningún viaje
en una fecha que termine en cero.
Y es que estemos en el siglo
II, o en el XX, el ser humano sigue siendo en elemento frágil
e inseguro. A pesar de estar rodeado de tecnologïa, su comportamiento
es el mismo. Y es que sólo es un ser humano, un maravilloso
ser humano (aunque a veces parezca que lo olvidamos).
Antxon Aguirre Sorondo, miembro de la sección de Antropología
de Eusko Ikaskuntza |