Según los principales vascólogos,
el euskera por el momento no está genéticamente
emparentado con ninguna otra lengua viva o muerta. Pero tal afirmación
no deriva de la falta de esfuerzo, pues las propuestas sobre
la procedencia y filiación del euskera existen ya desde
el siglo XVI. Desde dicha época en adelante se ha buscado
el parentesco del euskera en casi cualquier familia lingüística,
bien de Europa, bien de los otros continentes. Al ser la única
lengua no indoeuropea que se encuentra en Europa, el euskera
ha atraído tanto a los lingüistas más académicos
como a los entusiastas de las lenguas raras. Como consecuencia,
la producción historiográfica existente sobre este
tema es enorme.
Las teorías más
fantasiosas han tratado de establecer vínculos entre el
euskera y el minoico, el etrusco, el picto, el sumerio o el guanche.
Últimamente, sobre todo debido a las propuestas de Ruhlen,
han aparecido iniciativas que tienden a relacionar el euskera
con otras islas lingüísticas actuales, formando superfamilias
que agrupan a numerosas lenguas desconocidas. La adaptación
vasca de Ruhlen la ha realizado Martinez Lizarduikoa. De todos
modos, ha habido empresas en la vinculación del euskera
mucho más interesantes, tales como las que han intentado
relacionar
el euskera y el antiguo europeo o el indoeuropeo. Los idiomas
más empleados en el afán de emparentar el euskera
han sido: el euskera y las lenguas semíticas y camíticas,
desarrollada principalmente en los siglos anteriores; y el euskera
y las lenguas africanas durante el siglo XX. H. Schuchardt (en
la imagen), por ejemplo, relacionó el euskera y el beréber,
puesto que si el euskera era igual al ibérico, y si éste
provenía de África, el origen y los allegados del
euskera tenían que estar ahí. La tendencia de emparentar
el euskera con algunas o con la totalidad de las lenguas caucásicas
tiene lugar dentro de este último siglo. Los trabajos
realizados por los vascólogos más importantes en
torno a ese supuesto parentesco han tenido una mejor calidad
que cualquier otra comparación lingüística.
Pero Mitxelena, al estudiar el corpus de semejanza entre
dos lenguas y manifestar que la lista de palabras afines era
fruto de la casualidad, dio por zanjada la cuestión.
Para terminar, hay que mencionar
la ecuación que defiende la igualdad entre el euskera
y el ibérico. Uno de los primeros que trató de
establecer un vínculo entre ambos fue Poza (1587), bajo
la teoría del tubalismo o, mejor dicho, de la ideología
política. El tubalismo hay que considerarlo como una teoría
ideológica, dado que la oligarquía intelectual
vasca lo convirtió en el símbolo de una ideología
vasca con fines jurídicos y políticos. En el tubalismo
al euskera se le otorga la condición de lengua babilónica,
es decir, de una de las 72 lenguas que según el Génesis
surgió tras el caos de Babel y que Tubal, hijo de Jefat,
traería a la Península Ibérica. De este
modo, se fusionan dos tradiciones bíblicas; por un lado
la de las lenguas babélicas y por otra la tubálica.
A la teoría de Tubal que explica el poblamiento de la
península se le agrega además la ideología
del vascocantabrismo; es decir, de que las provincias
de Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, junto con los territorios
cántabros, fueron tierras invencibles que se enfrentaron
a la opresión romana.
A partir de mediados del siglo XX,
Caro Baroja bautizó la teoría
propuesta por W. v. Humboldt (1767-1835) -en la imagen- con el
nombre de vascoiberismo, denominación que posteriormente
obtendría un éxito absoluto. El vascoiberismo fue
en muchos aspectos prosélito del tubalismo, y al mismo
tiempo reformador. Lo que el vascoiberismo abstraía del
tubalismo en concepto de préstamo puede resumirse del
siguiente modo: por una parte el concepto de antigüedad,
tanto de la lengua como de la población, y por otra el
método, basado en la etimología de los antiguos
topónimos que ya venían siendo utilizados por los
apologistas del siglo XVI. El vascoiberismo reforma el tubalismo
en cuanto que niega la procedencia babélica del euskera,
y metodológicamente se asienta en el estudio comparativo,
pasando el análisis lingüístico sobre el euskera
del mito a las antepuertas de la ciencia.
El vascoiberismo del siglo XX
ha tenido todo tipo de representantes; locos (Cejador
de Frauca), los de aspecto serio (P. Beltran, D. Fletcher,...),
pero todos han quedado sobradamente superados gracias a los trabajos
de los investigadores críticos (Mitxelena, Tovar, Caro
Baroja, Untermann). No obstante, de 1985 en adelante, y por causas
aún sin esclarecer, el vascoiberismo que nunca ha sido
del todo postergado vuelve a hacer su aparición renovado,
de la mano de los siguientes autores: Edelmio Zamanillo
-Lectura y traducción de la lengua de los iberos
(1988)-, Roman del Cerro -El desciframiento de la lengua
ibérica (1990) y El origen ibérico de la
lengua vasca (...) (1993)- y Jorge Alonso. Detengámonos
pues en cada uno de ellos.
Zamanillo, más que un autor vascoiberista,
es un grecófilo. Partiendo del bilingüismo de Cogul,
y adaptando el signario de Gómez Moreno, llega a la siguiente
conclusión: al principio el euskera y el ibérico
estaban unidos, y el nivel de desarrollo de esta lengua ancestral
es comparable al del griego antiguo. Pero como consecuencia de
la colonización griega, dicha unidad se hizo trizas y
emergieron dos ramas distintas: una del euskera, y otra del ibérico.
De este modo, el ibérico resultaría de la relación
entre el euskera y el griego. Esta hipótesis en torno
a la evolución de las mencionadas lenguas estaría
basada en el estudio de diversos textos: el bronce de Botorrita,
los esgrafiados de las cerámicas de Liria, la inscripción
de Cabeço das Fraguas, Yatova,... Es decir, que ha reunido
textos que comprenden lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas
para decir algo sobre éstas últimas. Dejando de
lado los miles de errores lingüísticos e históricos,
el intento de Zamanillo por relacionar el griego y el ibérico
no es gratuito, dado que la finalidad del autor se orienta a
la equiparación del mundo ibérico con la cultura
más civilizada de aquel momento histórico, es decir,
la helénica, para elevarla a su mismo nivel. Zamanillo
sostiene que todas las expresiones culturales de la península
tienen sistemáticamente carácter griego. Por una
parte, en el nivel lingüístico, el ibérico
y el euskera están emparentados con el griego; por otra
parte, en el nivel de la organización política,
parece ser que existe una organización griega similar
al kleros; los ibéricos tienen el carácter
"democrático" que se dice es propio de los griegos,
y en el nivel religioso se puede hablar de un Olimpo ibérico.
Por lo tanto, los íberos, los habitantes de España,
están tan evolucionados como los griegos; con lo cual
la cultura desarrollada en España en la antigüedad
sería igualmente avanzada y grande en tanto en cuanto
se asemejara a la griega. Así, el vínculo existente
entre el ibérico y el euskera no es sino un asunto colateral
que sirve para fundamentar la unidad original de España.
Esa antigua España unida vivió su plenitud hasta
la llegada de los romanos.
Las dos obras de Roman del
Cerro han tenido gran repercusión en diversos diarios,
a pesar de que contienen un gran número de errores. Lo
cierto es que su teoría vascoiberista está mejor
planteada que la de los otros tres autores, pero aun y todo sus
propuestas se pueden rechazar sin ningún problema. No
es Roman del Cerro el único que ha reivindicado el vascoiberismo
en Valencia. Aquéllos que han defendido el valencianismo,
es decir, quienes que mantienen que la lengua de Valencia no
tiene nada que ver con el catalán, han trabajado sobre
el vascoiberismo para demostrar esa diferencia -los ejemplos
más claros son P. Beltrán y D. Fletcher-.
Poco se puede decir sobre Jesús
Bergua, ya que su signario básico no proporciona
una lectura fidedigna; la cientificidad del método es
muy discutible, dado que mantiene que hacer las adaptaciones
necesarias a la hora de equiparar el euskera y el ibérico
es lícito; en el campo de la lingüística tampoco
acierta; emplea anacronismos -por ejemplo, la palabra España
provendría de la palabra .SPANE. -; etc. Los trabajos
de J. Bergua, más que una aportación, suponen un
perjuicio.
Jorge Alonso es el más productivo de los vascoiberistas.
En numerosas obras escritas ofrece una inusual perspectiva de
la península de la época prerromana. Al parecer,
ha conseguido descifrar el ibérico, el tarteso, el etrusco
y el minoico. El libro El origen de los vascos y otros pueblos
mediterráneos (1998), redactado junto con el catedrático
de la Universidad Complutense de Madrid Arnaiz Villena, es uno
de los más conocidos. Este trabajo en común puede
calificarse como una jugada brillante, ya que además de
vender muchos ejemplares y obtener una gran repercusión
en los diarios sin criterios críticos, puede considerarse
como un ensayo de amoldamiento de la tesis vascoiberista a los
tiempos "modernos". Como consecuencia de esa adaptación
del vascoiberismo, el binomio ibérico igual a vasco ha
tomado forma de trinidad, es decir, ibérico-tarteso igual
a euskera, igual a genes (haplotipos HLA). Arnaiz Villena, junto
con Cavalli Sforza, defiende que la relación entre las
lenguas se refleja de igual modo en los genes. Por el contrario,
P. Sims Williams indica que la reciprocidad entre la genética
y la lingüística está aún por demostrar.
En su opinión, todavía no se ha conseguido encontrar
las correlaciones regulares entre los genes y la lengua.
Por tanto, los vascoiberistas,
al no haber realizado ninguna aportación científica,
no tienen eco alguno en el nivel académico. La academia
no ha asumido los trabajos de estos autores por estar repletos
de errores y por carecer de valor. Para empezar, o no emplean
ningún método, o incluso valiéndose de alguno,
el método no prevé ningún discriminador,
con lo cual se posibilita otorgar a cualquier palabra ibérica
una equivalencia vasca. Unos muestran más una actitud
estereotipada que un método; cualquier cosa tiene
forma vasca, las palabras se descomponen de cualquier manera
para su prueba, y tienen todo tipo de absurda etimología.
Por otra parte, los vascoiberistas mencionados -a excepción
de Roman del Cerro- no son lingüistas de formación,
tan sólo aficionados autodidactas en el tema. Así,
su ignorancia los lleva a proclamar la carencia de sintaxis y
morfología tanto del euskera como del ibérico.
Por eso prueban la relación entre el euskera y el ibérico
únicamente en el nivel semántico. Pero incurriendo
en el error también ahí, por desconocer la lingüística
histórica del euskera, y por considerar las palabras latinas
o, lo que es peor, las prestadas del romance al euskera como
ibéricas castizas. En cualquier caso, nada de esto hubiera
sucedido si conocieran la bibliografía básica (Mitxelena,
Tovar, Untermann, De Hoz, Gorrochategui,...). Mas hay una salvedad,
porque "al menos" conocen los diccionarios vascos,
principalmente los de Azkue. Por tanto, las aportaciones del
vascoiberismo actual respecto al tema del euskera y el ibérico
resultan vanas desde cualquier perspectiva.
Casualmente, o puede que no, ningún
lingüista vasco importante defiende el vascoiberismo tras
las investigaciones de Mitxelena. Algunos pueden argumentar que
esta postura responde a causas políticas, pero ¡qué
lingüista vasco no desearía emparentar el euskera
con alguna otra lengua! Y es que la fuente de información
proveniente de la reestructuración interna empleada hasta
ahora es en todo caso limitada, y si el euskera guardara algún
tipo de relación con alguna lengua -incluso si se tratara
de una sola-, los lingüistas estarían bien contentos.
Sin embargo, el euskera sigue estando tan aislado como siempre,
y la única relación genética aceptable es
la del aquitano de hace 2000 años, por ahora el antepasado
más claro y único del euskera.
Karmele Artetxe
Sánchez, Licenciada en Historia y miembro de Eusko Ikaskuntza-Sociedad
de Estudios Vascos |