Desde la infancia conocíamos, por
tradición oral, la antigua existencia de torres de comunicación
telegráfica en diferentes y estratégicos altozanos
de nuestra región vasca, sin que se nos hubiera ocurrido
hacer ningún tipo de averiguación sobre el tema,
hasta que nuestro paisano y amigo el Dr. Francisco Etxeberria
nos lo indicó como el tema de interés para un pequeño
estudio.
El resultado de la investigación lo publicó la
Fundación José Miguel de Barandiarán en
su Anuario de Eusko Foklore, Tomo 34, de 1987, págs, 153-177.
A continuación damos un resumen del mismo.
Telegrafía
Resumiendo las definiciones que
dan para esta palabra los diccionarios Espasa y Larousse diremos
que, en un sentido muy amplio, la telegrafía puede abarcar
cualquier arte de transmitir señales visuales, acústicas
o gráficas de acuerdo con un código preestablecido,
ya sea utilizando un número reducido de significaciones,
ya una combinación de ellas que pueda dar lugar a un sistema
regular completo.
En este sentido la telegrafía
se remonta a tiempos prehistóricos, habiendo ideado cada
cultura sus propios sistemas, como la utilización de humaredas,
hogueras, etc. Nuestra "Txalaparta" no fué sino
una forma de telégrado acústico, al igual que las
salvas reglamentarias, la combinación de toques de campanas
en las iglesias, que nos advierten la felicidad o la desgracia
de una familia, y un sin fin de sistemas que a diario inventamos
para nuestros propios usos.
A esta telegrafía primitiva
siguió la que podríamos llamar telegrafía
óptica regular, la que permitía la transmisión
de noticias de sucesos no previstos, la predecesora de la telegrafía
actual.
Los romanos establecieron en
parte de su imperio una red telegráfica a base de torres
de señales luminosas, de las que puede verse un ejemplar
en los bajorrrelieves de la Columna Trajana, situadas en puntos
elevados, y cuyo número indica la importancia de dicha
red: 1197 en Italia, 1200 en las Galias, 306 en España
y 500 en Asia.
En la época moderna, durante
los siglos XVII y XVIII se intentaron diversos experimentos de
comunicación a distancia valiéndose de nuevos descubrimientos
científicos, entre otros la aplicación del anteojo
de larga vista en 1663, lo que permitió aumentar la rapidez
y la distancia entre las torres.
Al igual que por Europa, fueron
instalándose por España lineas de telégrafo
óptico entre algunas ciudades, que eran de exclusivo uso
militar, para transmitir noticias entre gobernadores y comandantes
de las plazas que abarcaban.
Así vemos que en 1835
se instaló en Vitoria una estación de telégrafo,
por señales de banderas y gallardetes, en la torre de
la antigua catedral de Santa María. Era la terminal de
la linea de Miranda de Ebro a Vitoria, que además empalmaba
por el puerto de Herrera con la de Villarcayo-Pamplona. La siguiente
estación estaba en Ariñez, también sobre
la torre de su iglesia.
Con objeto de conseguir lineas
de telégrafo de gran distancia y que pudieran transmitir
incluso de noche, en 1844 se abrió un concurso de ideas,
tras el que se adoptó el sistema propuesto por el ingeniero
guipuzcoano José María Mathé Aranguren,
quien dirigió las obras de telégrafo óptico
en la línea de Madrid a Irún, que fué la
primera en inaugurarse, con el primer telegrama que se transmitió
el día 2 de octubre de 1846. Hace hoy tan solo 153 años,
época de nuestros bisabuelos.
Los franceses, que disponían
ya de una línea telegráfica París-Bayonne,
la prolongaron hasta Behobie, y las crónicas de aquella
época apuntan como una gran marca, el telegrama que expedido
en París a las diez de la mañana llegaba a Madrid
a las cuatro de la tarde.
Aunque es de difícil compresión,
veamos la descripción que del mismo hace Madoz en su Diccionario
Geográfico: "Consiste en ocho barras de hierro, cuatro
de ellas de 19 pies de altura y las otras de 24, plantadas verticalmente
de cuatro en cuatro en los ángulos de dos cuadrados, el
uno exterior, cuyos lados son de 11 pies y el otro interior y
paralelo de 2, 2/3 pies de lado. Dentro del espacio que forman
las cuatro barras interiores, se pone también en el sentido
vertical por medio de un sencillo mecanismo, un cilindro hueco
o corona, llamado indicador, de 3 pies de diámetro y 58
pulgadas de altura, cuyas diversas posiciones con relación
a tres fajas que se proyectan horizontalmente sobre las barras
exteriores y cubren sus espacios intermedios dividiendo en tres
claros o secciones iguales la altura de la máquina, suministran
cuantos signos puedan ser necesarios para la transmisión
de toda clase de comunicaciones".
Entre Madrid e Irún se
levantaron 52 torres de piedra labrada, de tres plantas, sobre
las que se asentaba el mecanismo a partir de una altura de 10,5
metros. Aún hoy día podemos observar la única
torre que se conserva entera, y se halla en la ladera EN. de
la sierra de Urbasa, sobre la localidad navarra de Alsasua, y
es conocida con el nombre de "Basaluzeko torrea".
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"Basaluzeko
dorrea" - Alsasua. Plano de la torre e imagen actual |
Además de esta, de las 21 o 22 torres de esta línea
que se construyeron a su paso por Vasconia, aún pueden
verse las mitades inferiores de las de Quintanilla, Tolosa y
Andoain y restos de las ruinas de otras más.
Las 52 torres que había
entre Madrid e Irún, se repartían en la intrincada
geografía del trayecto, con una distancia media entre
ellas de 10 kilómetros.
En general las torres seguían
el trazado de la actual carretera N-1, al menos entre las ciudades
de Burgos e Irún.
Esta línea de telégrafo
óptico fue la última que se utilizó, ya
que en 1854 fué sustituida definitivamente por el telégrafo
eléctrico que se instaló en similar trazado.
Tras el abandono de las torres
por la autoridad militar, sus bien labrados esquinales, marcos
y dinteles fueron siendo aprovechados por los moradores cercanos
a cada torre para reconstruir y restaurar sus casas de labranza.
La de Ziordia fué derribada en el año 1956 para
utilizar sus sillares en la reconstrucción del frontón
de pelota.
En la época de Internet
y el Correo Electrónico en que nos hallamos, es curioso
recordar estos sistemas que se utilizaron en tiempos tan cercanos
como los de nuestros bisabuelos. El hombre avanza sin cesar y
también el siglo XXI será maravilloso.
José Zufiaurre
Goya, etnógrafo |