El paso del Antiguo al Nuevo Régimen en el alto valle del Urola y su zona de influencia
*
Traducción al español del original en euskera
Antonio Prada Santamaría

Con el fallecimiento de Fernando VII, el último Rey absolutista, se inició en las tierras españolas la batalla por definir políticamente el modo de vida que había de seguir este territorio en lo sucesivo, pero ese enfrentamiento no fue solamente político, sino que contendieron en el campo de batalla los defensores del Antiguo Régimen y los partidarios del Nuevo Régimen, los liberales.

Ya en los últimos años de su reinado, el propio Fernando VII pudo comprobar que el Infante don Carlos, valiéndose de la Ley Sálica, aspiraba a pasar por delante de los derechos sucesorios de la hija del Rey para ejercer su gobierno de forma absolutista. Por ello, y para defender de una forma nítida los intereses de su heredera directa al trono, el rey hubo de desmarcarse en esos últimos años de vida, a partir de 1830-31, de su pasado ferozmente absolutista para caer en brazos de los únicos defensores que podía tener en esos momentos Isabel, los liberales.

A finales de septiembre de 1833, con el fallecimiento de Fernando VII y con los liberales más descafeinados en el Gobierno, los partidarios de don Carlos se sublevaron en diferentes lugares de la monarquía, siendo especialmente fuertes sus posiciones en las tierras vascas, aquellas que mucho tenían que perder, políticamente hablando, de triunfar los liberales: estaba en juego para estas provincias y para el Reino de Navarra su propia foralidad, y para defenderla de los liberales, aquellos que siempre habían tendido a igualar a todas las tierras españolas, suprimiendo todo tipo de privilegios conservados del pasado, no dudaron gran parte de los gobernantes vascos y navarros en alinearse con don Carlos, quien ya desde su exilio en Portugal había jurado defender las peculiaridades forales.

Tan sólo las capitales de las provincias vascas y las zonas más ligadas al comercio (poblaciones costeras), deseaban salir del estrecho cerrazón que les imponían el resto de las poblaciones, pues estaban comprobando que, para sobrevivir, y dada la coyuntura económica europea y atlántica de los últimos años, necesitaban romper las estrechas ataduras que suponían, y valga para ello un solo ejemplo, las aduanas en el Ebro.

General ZumalakarregiUna vez comenzada la sublevación en Bilbao, y en Gipuzkoa en Oñati, partidas fundamentalmente irregulares, insuficientemente armadas y poco organizadas hubieron de hostigar al enemigo, un ejército de la monarquía más organizado, aunque en principio poco numeroso, hasta que el talento de Zumalakarregi organizó las partidas carlistas navarras hasta convertirlas en un verdadero ejército, y pudo conquistar el territorio navarro (salvo Pamplona), y dirigir sus miras, tras desechar el ataque a Madrid, hacia las provincias vascas, siendo particularmente importante en este intento la sorpresa de Deskarga, dada el 2 de junio de 1835 cuando, estando Zumalakarregi sitiando Ordizia, tropas liberales de al mando de Espartero, se vieron sorprendidas y derrotadas en Urretxu, cayendo seguidamente, Ordizia, Bergara, Tolosa y Durango.Hasta el final de la guerra, prácticamente la totalidad de Gipuzkoa (salvo San Sebastián), pasó a ser dominada por los carlistas.

La vida en estas tierras tras la conquista por los carlistas pasó a estar fuertemente influenciada por la guerra, y fundamentalmente por la represión que los dominantes ejercieron sobre la población: si bien al principio en 1833 los habitantes de estas tierras no veían mal a los carlistas, pues juraban defender la foralidad, la fuerte represión que experimentaron a partir de la toma del territorio por los carlistas: requisas de mozos para el ejército, dejando a numerosas familias sin los brazos que pudieran trabajar las tierras, las impresionantes peticiones que hacían prácticamente todos los días, y bajo amenaza de muerte a las autoridades municipales, de suministros, raciones, bagajes, etc., etc., hicieron que, para satisfacerlas, los municipios tuviesen que enajenar prácticamente todos los comunales en Zumarraga, Urretxu, Ezkio, etc. Todo ello hizo que un silencioso movimiento de protesta se adueñase de estas villas (en varias poblaciones no querían las personas ser designadas como Alcalde, pues ello sólo suponía problemas: se tuvo que recurrir a nombrar, "por la fuerza", Alcaldes por cuatro meses, e, incluso, por meses, cuando el Fuero establecía periodos anuales).

Incluso en la demografía influyó la guerra: la natalidad disminuyó durante la dominación carlista, y fundamentalmente en 1835 y 1836, la celebración de bodas también disminuyó de forma importante.

La represión se acentuó contra las personas que más influencia pudieran tener sobre la población en general: por un lado contra los secretarios de los Ayuntamientos, y por otro lado, y es interesante esto, contra los propios clérigos de las poblaciones: en Zumarraga el propio vicario huyó ante la llegada de los carlistas, y un beneficiado fue confinado en otras poblaciones durante años. En Urretxu también ocurrió algo parecido. Quizás tuviera que ver en esta postura la no existencia en estas poblaciones de fenómenos desamortizadores, aunque me inclino por ver una historia personal en esas personas fuertemente liberal (es curioso este fenómeno).

Prueba de la gran represión que hubo, fue la instalación por los carlistas, a partir de 1836, de una Comisaría de Vigilancia Pública en Zumarraga-Urretxu.

El final de la guerra para esta provincia llegó con el convenio firmado el 31 de agosto de 1839. Maroto, estando en Zumarraga y Urretxu en los días previos, aseguró en un discurso que tanto esta tierra como los militares carlistas estaban sufriendo un gran desastre económico, pues esta tierra era prácticamente la única que sostenía a los carlistas y así lo había hecho durante los seis años anteriores, siendo, por lo demás, una de las tierras más pobres de la monarquía, estando fuertemente esquilmada. Maroto veía que el final para los carlistas iba a venir más temprano que tarde.

También supuso ese final bélico la inserción, en un primerísimo momento, de las provincias vascas en la legislación general de la monarquía, desapareciendo una buena parte por efecto de la Constitución liberal progresista de 1837, pero con la Ley de 25 de octubre de 1839, se respetaron los Fueros, dejando salva la unidad constitucional de la monarquía (difícil dilema).

Hubo de ser una sublevación incruenta protagonizada por la Diputación en octubre de 1841 la que hizo decretar a Espartero un fin, también momentáneo del gigantesco aparato legal de la foralidad, el cual se pudo recomponer en buena parte tras la caída del Regente en 1844.

Los vascos no se mostraron a partir de octubre de 1833 como carlistas, tal y como han señalado muchos historiadores, sino como meros defensores de una foralidad atacada por los liberales. El paso del antiguo...Cuando en 1836, y estando ya en el gobierno, los carlistas pusieron en práctica una economía de guerra, los guipuzcoanos y vascos abjuraron de todo el apoyo popular que pudieron tener los carlistas en un primer momento.

En fin, se analizan en esta obra todos los aspectos sobre los que pudo influir la guerra en la población de esta zona durante esta etapa clave de la historia: sociales, económicos (también las haciendas municipales), los servicios: carreteras, correos, sanidad, educación, prensa, fiestas; institucionales, los aspectos electorales, los empleos públicos, la iglesia, las acciones bélicas, la organización del ejército, etc., etc.


Antonio Prada, Doctor en Historia
Ilustraciones: Enciclopedia Auñamendi


Euskonews & Media 46.zbk (1999 / 9 / 17-24)


Dohaneko harpidetza | Suscripción gratuita | Abonnement gratuit |
Free subscription


Aurreko Aleak | Números anteriores | Numéros Précedents |
Previous issues


Kredituak | Créditos | Crédits | Credits

Eusko Ikaskuntzaren Web Orria

webmaster@euskonews.com

Copyright © Eusko Ikaskuntza
All rights reserved