Prodigiosa trainera
Gorka Reizabal

Cada verano en el País Vasco, en Euskal Herria, la trainera obra un prodigio: reina sobre todos los deportes. Cierto es que las bicicletas son para el verano, pero aquí su hegemonía se extingue con el Tour de Francia, para dar paso a esa embarcación afilada y veloz propulsada por catorce hombres que llevan sobre sí todo el peso de saberse depositarios del honor de sus pueblos.

En Gipúzkoa incluso la cosa va más allá: el futbol, omnipresente, apabullante, opulento, debe de aguardar para reimplantar su imperio absolutista hasta que se entrega la Bandera de La Concha, postergado por una actividad amateur en lo económico pero más sacrificada en esfuerzo, dedicación y preperación durante todo el año que casi todos los deportes profesionales.

Esa es su grandeza esencial, difícilmente comprensible en este final de milenio. Porque con el remo no gana dinero nadie. Cada remero de la mejor trainera del Cantábrico no llegar a sumar ni medio millón de pesetas de ganancias limpias tras once meses de duro entrenamiento, dos de ellos de competición intensiva. En algún caso aislado de entrenador, se ha convertido en modus vivendi, pero con unos emolumentos irrisorios si se comparan con las cifras que se barajan en cualquier otra actividad deportiva. Para la televisión resulta una producción cara, que salvo excepciones, no ofrece audiencias que compensen del esfuerzo económico. Y ese factor no es precisamente un incentivo para la captación de patrocinadores -sponsors, según la jerga al uso-, que aportan modestas cantidades de dinero, en muchos casos con un ánimo más de mecenazgo benefactor que de buscar una verdadera rentabilidad publicitaria.

Por tanto, las tres patas de entramado deporte-televisión-publicidad son en el remo extremadamente frágiles. Y sin embargo, en clave fílmica felliniana podríamos exclamar sorprendidos: "…e la nave va."

Y eso que difícilmente podemos identificar esta actividad, hoy del todo sometida a los parámetros del moderno deporte, con aquella otra que la alumbró en la noche de los tiempos: la pesca y la lucha por la venta, que es la vida. Desde luego que a la trainera actual le viene de perlas esa expresión que vuelve a estar en boga -nunca mejor dicho- entre los políticos: no la reconoce ni la madre que la parió. Las traineras de fibra, buenas, bonitas y baratas, han acabado con todo vestigio de lo que fueron aquellas lanchas de pesca. La madera, que era nuestro último tablón de naúfragos en medio de la vorágine modernizadora, también ha desaparecido.

Bien es cierto que ya a comienzos de este siglo, cuando las regatas de La Concha comenzaron a tener la continuidad que las hizo tradición, las traineras pasaron a ser construídas exclusivamente para la competición deportiva, cual fue el caso de la célebre Golondrina, que en 1916 construyera en Mutriku Vicente Olazábal para la tripulación de Getaria. Y que los actuales constructores en fibra de carbono se ven obligados a respetar las medidas establecidas tiempo atrás como los doce metros de eslora máxima y los 200 kilos de peso mínimo.

Pero tal vez se haya ido demasiado lejos en un deporte que sobrevive y hasta crece en medio de tantos obstáculos gracias al peso de la tradición y a las pasiones que por ello despierta. No somos en absoluto partidarios de un rancio tradicionalismo a ultranza, pero determinadas modernidades nos empiezan a tocar la fibra.

El caso es que las Regatas de San Sebastián representan, de largo, la más antigua prueba deportiva vasca que ha llegado a nuestros días. Y lo han hecho con envidiable robustez, después de haber sufrido, allá por los años cincuenta, momentos críticos que hicieron peligrar la propia pervivencia de la actividad traineril -sólo tres participantes en 1957-; siendo así que hoy la eliminatoria previa se ha convertido en la más selectiva prueba de una temporada cada vez más cargada de competiciones cuando hace apenas cuatro décadas casi no había más regata de traineras que la de la Bandera de La Concha, precisamente.

Pero la trainera no es sólo vasca, ni mucho menos aunque históricamente y salvo pequeños paréntesis hayan sido los guipuzcoanos los grandes dominadores de la especialidad. Es por lo menos cantábrica y de un tiempo a esta parte, también cada vez más atlántica por la irrupción en la élite remera de las tripulaciones gallegas de las Rías Baixas y en especial, de la de Vigo. Meira y Tirán se van consolidando como serias amenazas para el dominio abrumador que Guipúzcoa ha impuesto casi siempre, ahora bajo el liderazgo de Orio y hasta hace bien poco, de las pasaitarras de San Juan y San Pedro.

Cantabria tuvo durante los cuarenta en Pedreña su punto culminante. Bizkaia conoció su mejor momento hace ahora dos décadas, justo en el engarce entre los setenta y los ochenta, con Santurtzi y Kaiku como dominadores. Pero nada volvió a ser igual para los vizcaínos. O mejor dicho las aguas volvieron a su cauce al recuperar Gipúzkoa el mando y en especial ahora en que Orio vuelve a estar en la cresta de la ola, una constante en la historia de las traineras, que terminan este siglo con mejor salud que lo empezaron, por extraño que pueda parecer, aun al precio de haber perdido parte de su esencia. Pero es que ya nada es como entonces. ¿O se imaginan a cinco traineras de las actuales capturando una ballena en la barra de Orio como sucedió el 14 de mayo de 1901 tal y como nos lo cuenta y canta todavía hoy Benito Lertxundi, oriotarra y amarillo hasta las cachas?


Gorka Reizabal, Autor de la serie de televisión Gora Arraunak (Historia del remo Vasco, TVE-País Vasco y DEIA, 1987) y del libro Santos Pasajes de Remo (Editado por la Junta del Puerto de Pasajes, 1989).


Euskonews & Media 45.zbk (1999 / 9 / 8-17)


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