Pocos
juegos hay más antiguos ni más simples que la pelota.
Bastan unas manos, un objeto que rebote y una pared para poder
jugar. Sirven todo tipo de paredes y en sentido estricto ni siquiera
es necesario que haya un rival. Dos manos, una pelota, una pared.
Hay lugares en los que ni siquiera se utiliza la pared, aunque
entonces hacen falta más manos. El juego está extendido
por medio mundo en modalidades que en ocasiones tienen un remoto
parecido. Es, por tanto, inútil especular sobre un posible
origen vasco de la pelota.
Nuestra pelota, la que más
conocemos, recibe el nombre de vasca y se asocia de forma indisoluble
con este país porque es aquí donde pervive como
en ningún otro lugar, donde se siente como algo propio
y vivo, donde su popularidad permite una explotación industrial
de algunas modalidades. Desde aquí se ha exportado allá
donde han emigrado los vascos. La pelota ha ido con ellos a América,
a Filipinas y si me apuran a puntos concretos de Almería
donde se desarrolla una afición a la mano que se alimenta
prácticamente de nada, de una emisión televisada
en la madrugada de los lunes.
Villabona no es un mundo. Es un pueblo guipuzcoano
más pequeño que grande, pero tiene un club de pelota,
el Behar Zana, que representa el universo más completo
que se conoce de la pelota. Prácticamente la totalidad
de las modalidades que se practican al norte y al sur del Bidasoa
subsisten en Villabona. De Iparralde han recogido la afición
a jugar en plaza libre, en esos preciosos frontones de una única
pared que son el centro de muchos pueblos, de muchas plazas del
norte, como los kioskos de la música lo han
sido en el sur. También juegan en trinquete, un frontón
reducido, con cuatro paredes, vocación de caja de cerillas
y lleno de trampas, que tiene su capital en Bayona con un maravilloso
trinquete de cristal. El escenario más popular en el resto
de Euskal Herria es el frontón corto, frontón de
36 metros, en el que se juega sobre todo a mano. Es la modalidad
reina. Sus estrellas son más populares que muchos jugadores
de fútbol y sus salarios no son como los de Ronaldo, pero
multiplican por cinco, por ocho o por diez los de un trabajador
especializado. Los frontones largos mantienen tres
modalidades profesionales, el remonte, la pala y la cesta punta.
Esta última fue la que con más facilidad se integró
en el resto del mundo.
A la pelota se juega con herramientas.
A veces esa herramienta es la mano desnuda, un feliz galicismo,
a veces una pala de madera, estrecha como las malas ideas y poderosa
como el pensamiento, a veces una cesta de mimbre. Sobre esas
bases caben todas las formas, todos los grosores, todos los efectos.
Si salimos de viaje encontraremos pelotas distintas, herramientas
distintas, canchas desiguales, rayas pintadas sobre la calle
y pelotas de todos los pesos y de todos los tamaños. La
pelota sigue siendo un deporte
artesanal que le une con los viejos tiempos, pero trabaja con
prisas para poder servirse de materiales sintéticos que
permitan abaratar los costos y ampliar horizontes a costa de
algunas tradiciones.
La pasión por la pelota
recuerda a la energía. Ni se crea ni se destruye, simplemente
se transforma. La mano profesional, la reina de las modalidades,
ha vivido (está inmersa) en una crisis profunda desde
que se abrió el conflicto empresarial en febrero de 1998.
El remonte, la pala y la cesta punta recuperan posiciones. Nuevas
generaciones de pelotaris dan vida a modalidades bellísimas
que han pasado malos momentos. La Federación Internacional
insiste en su propósito de extender la pelota por todo
el globo. El año pasado se jugó el Campeonato del
Mundo en México, el año que
viene se disputará una competición internacional
de menor rango en la isla Reunión, en pleno océano
Indico. Hasta allá llevaron los vascos de Iparralde su
pasión por la pelota.
Frontones, herramientas, pelotas... Y pelotaris.
cada modalidad tiene siempre una estrella que está por
encima de los demás, que es el número uno. En la
mano sigue en activo el pelotari más grande que ha existido,
Julián Retegui, natural del pueblecito navarro de Erasun
donde nació el 10 de octubre de 1954. Ha sido once veces
campeón manomanista y atesora a lo largo de su
carrera más de una veintena de txapelas en las distintas
modalidades de la mano.
La estrella emergente es la de Rubén
Beloki. Con sólo 25 años ya guarda en su colección
tres txapelas manomanistas. Nació en Burlada el 8 de agosto
de 1974. Es veinte años más joven que Julián.
Es el pelotari mejor pagado. Le sigue en ese capítulo
muy de cerca un delantero espectacular, el riojano Augusto Ibáñez
Sacristán, más conocido por Titín. A sus
treinta años ha sabido entretener y divertir al público
de todos los frontones.
El remonte tiene un número uno indiscutible.
Se llama Koteto Ezkurra y nació en Santesteban el 9 de
agosto de 1973. Campeón individual desde 1995, tan sólo
tiene una txapela por parejas. Su calidad le obliga a jugar con
zagueros inferiores para equilibrar la competición.
La cesta punta ha tenido durante
veinte años un auténtico ídolo en Katxin
Uriarte, delantero habilidoso y genial, natural de la localidad
vizcaína de Aulestia. Se ha retirado este verano tras
el Mundial disputado en Markina.
La pala tiene un número
uno pamplonés. Se llama Oskar Insausti y procede de las
modalidades de frontón corto. Fue campeón del mundo
de pala corta. Es un genio que tiene detractores en el frontón
Deportivo de Bilbao, auténtica catedral palista, porque
no es un palista nato. Esas críticas se reducen en la
medida en la que la pala corta se ha convertido en el semillero
de la pala larga. Los hombres de antaño que eran capaces
de abrir fuego a golpe de
leño han dejado paso a una generación de pelotaris
de gran capacidad técnica. Son otros tiempos. Fernando Becerril,
periodista de El Diario Vasco |