| Cuando todo denota que se han cumplido
 cuatrocientos años desde el fallecimiento de Esteban Garibay,
 parece ser que su espíritu retorna con fuerza, y que un
 par de libros recién publicados vienen a engrosar y mejorar
 lo escrito y declarado durante siglos sobre su persona. Gracias
 a la buena voluntad y excelente eficacia del Ayuntamiento de
 Mondragón, nos han llegado a las manos el fenomenal trabajo
 de investigación de Jose Angel Achon y el hermoso libro
 "El acero de Mondragón
 en la época de Garibay", de Jose Antonio Azpiazu.
 Un regalo verdaderamente inmejorable para celebrar la efeméride
 del cronista real del siglo XVI. Enhorabuena a todos. Acostumbrado como estoy desde
 siempre a Garibay, más por el nombre que por el hombre,
 durante años he tratado de conservar la afición
 que él y su tiempo me han marcado, si bien la mayoría
 de las veces he tenido unas referencias bastante mediocres. Pero,
 afortunadamente, diría que estamos rellenando, y bien,
 los huecos que han existido durante siglos, y hay que subrayar
 que, gracias a los ensayos como los del par de historiadores
 arriba mencionados, podemos localizar cada vez mejor el contexto
 histórico de ese gran mondragonés. La mejor referencia de la que
 disponíamos en torno al cronista era la biografía
 redactada por Fausto Arozena sobre Garibay, que el Ayuntamiento
 mandó publicar en 1960, con motivo del 700 aniversario
 de la villa de Mondragón. Elaborada modélicamente,
 lo cual se ha de agradecer al maestro Arozena, se trató
 de la primera aproximación seria hacia el personaje de
 Esteban Garibay Zamalloa. Al hilo de esas celebraciones, he de
 señalar que aquel año se produjo un interesante
 salto cualitativo en el viejo y por entonces pequeño Mondragón,
 al inaugurarse el monumento dedicado a Garibay. Al parecer, estábamos
 habituados a la estatua realista de Pedro Viteri, y cuando, al
 tiempo de dar el nombre del cronista a una calle, colocaron aquel
 progresista y rompedor monumento del arquitecto Olaran, podemos
 aseverar que en Mondragón tuvo lugar una pequeña
 revolución, al interpretarse aquella aportación
 artística como algo distinto del mundo hasta entonces
 conocido. El monumento continúa en el mismo lugar y apenas
 nadie le hace caso, clara señal de que supuestamente se
 ha identificado con el entorno. De este modo, Garibay, hombre
 considerado en ocasiones y en determinados círculos conservador,
 se convirtió en 1960 en su pueblo natal, e involuntariamente,
 en ejemplo de modernidad. Doce años más tarde,
 en 1972 para ser exactos, un gran estudioso de la antropología
 vasca nos ofreció una bella e interesantísima aportación
 sobre la figura de Garibay, que nos ayudaría sobre todo
 a entender mejor las líneas generales de la sociedad vasca
 de su época. Me refiero, claro está, a Julio Caro
 Baroja y a su libro "Los vascos y la historia a través
 de Garibay". Caro Baroja manejó la figura y obra
 de Garibay de un modo gentil y cariñoso, lo cual es de
 agradecer. Rasgo evidente, sin lugar a dudas, del respeto que
 el hombre de Vera tuvo para con el mondragonés. En mi interior erigí uno
 de mis observatorios de los siglos XV y XVI sobre esos dos citados
 pilares. Ideal para aprovechar de forma adecuada la perspectiva
 que el paso del tiempo debilita. Y es que la lectura de la historia
 puede provocar notables errores, en función del resultado
 al que se quiere llegar y de la protección y seguridad
 a los que aspira el historiador. También en el caso que
 nos ocupa se nota ese fenómeno, porque, por ejemplo, no
 son iguales el "auténtico mondragonés"
 Garibay de los comienzos y el Garibay "universal" que
 buscaba los favores de Felipe II en Toledo. En muchos casos,
 dependiendo de la necesidad, la historia es así. Y, según
 apuntan todas las apariencias, Garibay inclinó demasiado
 la cerviz ante quien podía ayudarle a colmar sus intereses
 personales. Claro que eso no significa que
 Garibay anduviera inmerso en falsedades, ni que hubiera cambiado
 el eje principal de la historia. Primero, porque no tenía
 la suficiente capacidad como para hacerlo. Y, segundo, porque
 lo que más recalcan las críticas más severas
 recaídas sobre Garibay es la falta de sentido crítico
 del mondragonés. Y eso no se trata, forzosamente, de oponerse
 a la historia, sino de no coincidir con los acontecimientos y
 cauces del pasado. Que son dos cosas diferentes. Pero la crítica
 sacudió violentamente a Garibay, en especial una vez fallecido
 el mondragonés, cuando ya no tenía ocasión
 de defenderse. Eso no dice nada bueno sobre los críticos.
 Y relativiza, claro está, lo que imputaron a Garibay. Para contextualizar mejor el
 origen de las críticas, hay otra interrogante que me he
 hecho muchas veces: con el objeto de que podamos entender mejor
 la razón de los dardos lanzados contra Garibay, ¿no
 se debería tener en cuenta su propósito de formar
 una especie de grupo de presión a favor de los vascos,
 y en especial de los guipuzcoanos en el tiempo en que permaneció
 en la corte, principalmente junto al donostiarra Juan de Idiakez?
 En los breves años que estuvo junto al rey, el cronista
 llegó a tener la osadía de solicitar estatus de
 reino para Gipuzkoa, y, es mera suposición, me temo que
 ciertos cortesanos no acogieron con ningún agrado aquella
 idea de Garibay. Fue alcalde de Mondragón,
 a pesar de trabajar al servicio de su pueblo natal sobre todo
 desde la lejanía, ya que desde su juventud recorrió
 el mundo, llevado por su afición a la historiografía.
 Quiso construir un colegio de jesuitas en Mondragón, siendo
 el dinero de Juan de Araoz, pero no pudiendo llevar a buen puerto
 el proyecto, recurrió a los franciscanos. Éstos
 dieron su consentimiento a la oferta, y desde entonces el convento
 de San Francisco ha sido una viva realidad en Mondragón.
 Todos los jóvenes del pueblo hemos pasado alguna que otra
 vez por encima de la inscripción existente sobre el suelo
 de la iglesia franciscana, precisamente aquélla que manifestaba
 que en ese lugar reposaba el cuerpo de Garibay. Aun cuando la
 fecha de nacimiento del cronista está debidamente documentada,
 nada sabemos sobre el día y lugar de su muerte. Siempre que paso frente a la
 casa en la que nació el cronista de Felipe II, me viene
 a la memoria la historia de su alma, y me pregunto cómo
 se sentirá entre nosotros el espíritu errante del
 famoso viajero e historiador, ilustrado, famoso, humilde, trabajador
 y buen mondragonés. El alma que, al igual que Dios también
 el diablo rechazó, andará seguramente arriba y
 abajo por Erdiko Kale, Iturriotz y Arrabal de Maala, en busca
 del lugar para su descanso definitivo. Y estoy seguro de que
 mientras lee gustoso los trabajos de investigación que
 sobre él realizan los nuevos historiadores, se sentirá
 más protegido de las críticas negativas que ha
 tenido que soportar siglos. Poco a poco se está haciendo
 justicia a Esteban Garibay Zamalloa, quien jamás renunció
 a su pueblo natal.
 Josemari
 Velez de Mendizabal, escritor
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