Junio es una magnífica temporada
para andar por el monte. La lluvia de abril y la templanza del
sol de mayo regeneran nuestros campos y bosques que durante el
lánguido invierno han permanecido en silencio: los árboles
se visten con sus hojas, los prados se llenan de los colores
de las flores, los bichos zumban alborotando las orillas de los
riachuelos... La primavera está a rebosar, el verano a
las puertas, y los pájaros ya están aquí,
de regreso de los invernaderos y procreando nuevas crías.
Pero hay un ave que, en el tiempo en que los demás hacen
su camada, prepara sus maletas antes de San Juanes y realiza
el viaje de regreso a África: el cuco. ¿Cómo
puede hacer eso? Pues dejando sus huevos a otro pájaro.
El cuco pone sus huevos en el nido de otro y sus crías
serán alimentadas por sus padres adoptivos, mientras los
auténticos permanecen de vacaciones. Pero, ¿cómo
se las arregla el cuco para dejar sus huevos a unos padres adoptivos?
¿Y cómo no se dan cuenta los pajarillos de que
el huevo que tienen en su nido pertenece a una cría de
cuco? Intentemos, si bien someramente, darle una breve explicación.
El cuco es una especie migratoria
que pasa el periodo estival en el norte de Europa y Asia, y el
invierno en el sur de África y Asia. Los que nos visitan
en el País Vasco viven durante el invierno en África,
en países tan exóticos como Zaire, Ghana o Gambia.
Sin embargo, para tener sus crías prefieren subir arriba.
Así, tras efectuar un viaje superior a los 5.000 km, los
primeros llegan en torno a marzo a España y Portugal,
en abril al País Vasco, y aquéllos que tienen que
realizar el viaje más largo necesitan un mes más
para llegar a Noruega y Finlandia. El charlatán cuco no
aguardará demasiado tiempo para acreditar que ya está
entre nosotros. El macho empieza a llenar nuestros bosques con
sus conocidas melodías nada más llegar, haciéndole
así saber a la hembra que ya está preparado para
la fecundación. Con un canto tan característico
como el suyo, no es de extrañar el nombre que se le ha
concedido en la mayoría de las lenguas: kukua en euskara,
cuckoo en inglés, cucut en catalán, cuco en castellano,
coucou en francés... Todos ellos son nombres que imitan
el sonido de su canto.
En
lo referente al aspecto, casi todos tienen el color de la pizarra,
si bien en ocasiones la hembra es rojiza. La parte del vientre
está llena de rayas blanquecinas que la atraviesan de
izquierda a derecha. Tiene una larga cola, y es fácil
de identificarlo cuando se encuentra en una rama, pues parece
que estuviera tomando el sol, con el vientre apoyado en la rama,
la cabeza echada para atrás y la cola mirando hacia arriba.
Nos permite escuchar a menudo su conocido "cu-cu",
pero el cuco, que vive entre 10-12 años, al ser bastante
tímido, se suele dejar ver en pocas ocasiones. Dada esa
timidez, jamás lo veremos en los alrededores del pueblo.
Sin embargo, a medida que nos alejamos de él, se le puede
encontrar en cualquier lugar, ya que no es de los que requieren
mucho en cuestiones de vegetación, y puede comer casi
cualquier cosa, principalmente insectos. Por ejemplo, es de los
únicos que pueden comer el coco de pino que tanto ha proliferado
en estos últimos años. Sin concederle la más
mínima importancia al venenoso vello de las citadas orugas,
las traga una tras otra, como si del más refinado manjar
de "la nueva cocina vasca" se tratara.
A pesar de que en el País
Vasco hay una sola especie, tiene muchos parientes por todo el
mundo, formando junto con 150 especies el grupo de los Cuculiformes.
Además, la mayoría tiene una misma característica:
son parásitos de otros pájaros. Es decir, que la
hembra cuco no construye ningún nido, ni cuida de sus
crías, y pone sus huevos en los nidos ajenos: en los de
las lavanderas, acentores, currucas... Así, se ha podido
constatar que nuestro cuco es capaz de ser parásito ¡de
cien especies diferentes!
Pero esa actitud no es de ningún
modo casual; no piensen que deja sus huevos en cualquier sitio
y de cualquier modo. El cuco lo tiene todo calculado. En mayo
la hembra cuco empieza, con sus huevos ya fecundados, a vigilar
las idas y venidas de los pájaros de alrededor. Salvo
excepciones, cada hembra vigila la especie que fue su madrastra.
Es decir, el cuco que creció en una familia de petirrojos
suele vigilar las hembras petirrojo, y los nacidos entre alcaudones,
las hembras alcadones. Vigila más de un nido, y en cuanto
el propietario del mismo lo abandona por un momento, el cuco
entra, pone un huevo, y cogiendo otro del nido, huye rápidamente.
Repite la misma acción unas 10-15 veces. Pero aún
hay más, y es lo más maravilloso: en función
de la especie que importuna, ¡el tamaño y color
del huevo que pone varían! Pequeño y verde si pone
en el nido del bisbita, rojo y algo mayor en el del colirrojo,
blanquísimo en el del zarcero... El cuco es una de las
aves más asombrosas, sin lugar a dudas. No obstante, lo
declarado suscita unas cuantas preguntas: ¿cómo
es que el pájaro hospedero no se percata del cambio? ¿Cómo
puede el cuco cambiar el aspecto de su huevo? Y, los hospederos,
¿aprenden con el paso de los años a reconocer los
huevos ajenos? Tratemos de responder brevemente a estas cuestiones.
J. H. Swynnerton fue unos de
los primeros que a principios de siglo comenzó a investigar
las cuestiones relativas a los cucos. Y enseguida se dio cuenta
de que mientras unas especies eran capaces de reconocer huevos
ajenos, otras jamás se percataban. Además, incluso
dentro de una misma especie, algunos eran más rápidos
que otros a la hora de conocer los huevos de cuco. Cuando un
cuco les dejaba un huevo, lo rompían enseguida. Pero,
¿cómo y por qué? Todo ello se puede explicar
mediante un curioso e interesante proceso que se da en la naturaleza:
la coevolución. Es decir, una característica de
una especie influye en otra característica de una segunda
especie, y esta segunda, a su vez, modifica la característica
de la primera (Dawking & Krebs, 1979). Así, sucesivamente,
la pareja parásito-hospedero evoluciona una en contra
de la otra, pero conjuntamente. ¿Difícil de entender?
No tanto; mostrémoslo con otro ejemplo.
Pongamos la pareja cuco-petirrojo.
Las hembras cuco dejan sus huevos en los nidos de muchos petirrojos.
Entre todos éstos, al tener unos menos capacidad que otros
para reconocer los huevos de cuco, al ser más torpes en
esa tarea, criarán sólo crías de cuco. Nunca
tendrán crías propias, descendencia, y sus "mediocres"
genes desaparecerán de la populación. Por consiguiente,
aumentará el número de petirrojos más inteligentes
que saben reconocer los huevos de cuco. De este modo, los petirrojos
darán un paso hacia adelante dentro de esta pequeña
lucha contra los cucos. Pero, al mismo tiempo, a medida que la
capacidad de diferenciación de los petirrojos aumenta,
también incrementa el mimetismo entre los cucos. Los que
ponen cualquier clase de huevos se encontrarán con dificultades
para engañar a los petirrojos. Con lo cual, los huevos
de los cucos torpes no crecerán, y sólo tendrán
ocasión de engañar al hospedero aquellos cucos
que pongan huevos muy parecidos a los de los petirrojos. Y así
una y otra vez: mientras los petirrojos aprenden a reconocer
los diferentes huevos, los cucos mejoran el mimetismo de sus
huevos. Ambos evolucionan conjuntamente y en contraposición.
Así, las especies que el cuco no importuna (como por ejemplo
los vencejos), no han desarrollado ningún mecanismo de
diferenciación, y cualquier objeto del tamaño de
un huevo que pusiéramos en su nido lo considerarían
como huevo (Soler, 1990). Sin embargo, las especies a quien los
cucos importunan desde antaño actúan con cada vez
más prudencia en el momento de verificar que los huevos
que se encuentran en su nido son o no suyos (Briskie et al, 1992).
Como consecuencia de este largo y complejo proceso, a través
de los siglos los cucos han ido especializándose, y hoy
en día contamos con distintos "linajes" de cucos,
cada uno de los cuales se ha especializado en imitar los huevos
de un determinado hospedero.
De todos modos, ¿en qué
medida es aprendida y en qué medida es genética
esa capacidad que muestran los hospederos para reconocer los
huevos ajenos? Hasta hace poco se pensaba que era del todo genética
(Rothstein, 1990); que el responsable de la diferenciación
era una mutación. No obstante, varias investigaciones
desarrolladas con córvidos nos han demostrado que la respuesta
puede ser aprendida. Sirva como ejemplo la investigación
que Nakamura (1990) ha realizado con la mica azul (Cyanopica
cyana), recientemente aparecida en Japón. Esta especie
es nueva en Japón, y en un principio el cuco lo importunaba
fácilmente. Pero, en muy poco tiempo, las micas aprendieron
a reconocer los huevos ajenos. El cambio se produjo súbitamente;
demasiado repentinamente para deberse a motivos genéticos.
Otras investigaciones similares han demostrado lo mismo (Soler
et al, 1994). Así pues, parece que la capacidad para reconocer
huevos ajenos está genéticamente determinada, pero
que se trata de un proceso que los pájaros hospederos
en alguna medida aprenden.
Aun y todo, son muchas las dudas
que nos quedan por esclarecer en este cuento, y por cada avance
que se da nos surgen nuevas preguntas que quedan sin respuesta.
Lo que está claro es lo siguiente: que de algún
modo u otro, las hembras cuco consiguen año tras año
engañar a algún pajarillo y dejarle su cría.
Es lo único que la hembra cuco hace para la procreación
(y el macho aún menos). Lo restante compete a la cría.
Generalmente nacen antes que sus compañeros de nido, y
en breve la ciega cría de 3 gramos comienza a "limpiar"
el nido. Nada más nacer se convierte en un frío
y duro asesino: valiéndose del trasero, echa del nido
los restantes huevos o crías recién nacidas, hasta
quedar sólo él. Hay que decir que lo hace impulsado
por un consistente motivo: si quiere crecer bien, necesita de
toda la atención de sus padres, y no puede compartir su
alimento con otras 10 bocas hambrientas. O mata a los demás
o muere él; debe hacer una elección. Una vez teniendo
para sí tanto el nido como la total atención de
los padres, la joven cría crece vigorosamente. En pocos
días es más grande que sus padrastros, y, bajo
la sorprendida mirada de los pájaros que lo han alimentado,
suele tener que trasladarse del nido a la rama del árbol,
si no quiere que el nido que hasta entonces ha sido su hogar
se desplome. Las crías permanecen con nosotros hasta septiembre.
Los mayores, sin embargo, al no tener que criar ninguna cría,
pronto cogerán sus vacaciones. Si lo queréis ver
alguno de estos días, caminad atentamente e id al bosque
hasta julio. ¡Ah! Y no olvidéis llevar los bolsillos
repletos de dinero, porque ya sabéis lo que dice el proverbio:
que quien lleva dinero encima al escuchar el canto del cuco,
dispondrá de él durante todo el año. Asier Sarasua, Biólogo |