La Madre del Cordero. El
exitazo del Guggenheim se asienta en el milagro de haberlo construido.
Los asuntos públicos e históricos más dignos
de asombro no suelen ser fórmulas aplicadas por imitación,
sino milagros de espontaneidad propia.
Con las cuatro o cinco personas
que pillo al año para hablar de ideas, empleando sonidos
más elaborados que el lenguaje gutural de Atapuerta, solemos
lamentar, tímidamente, la falta de espíritu
actual en Navarra, producto de imperativos legales y administraciones
disuasorias, vamos, que en Euskadi al menos hay tribalismo oficial,
se promocionan cineastas, motoristas, montañeros, navegantes,
escritores y artistas, mientras en Navarra, tan potente en empleo
y en personal dueño de sus destinos, no sale sponsor ni
del cepillo de las limosnas y a Indurain por churro le dejaron
salir de Navarra para probar el Tour.
Varios conocidos pamploneses
hacían la mili en Capitanía- monumento nacional,
Palacio de los Reyes de Navarra, alto entre la catedral y el
Arga- en 1973. De pronto el edificio desapareció de la
mente ciudadana, se hundió y pudrió, fue paraje
de jeringa y sobredosis, de lagartos, hogueras, derrumbes y ortigas,
y hoy perece el ultimo de los doscientos castillos demolidos
por Cisneros en estado natural.
En cambio, y es lógico,
la catedral se ha remozado echando pipas, por valor de 500 millones
y hoy brilla con nueva y carnal policromía.
No es broma que en Pamplona mandaran
los obispos en solitario, y los reyes de Navarra no tuvieron
aquí palacio de su propiedad hasta el siglo XIV. Tardan
un poco más y se lo construyen en Francia. En otras ciudades
y villas en cambio tuvieron hasta diez castillos y palacios simultáneamente.
La Fiesta Madre. La extraña joya, nuestro edipo
histórico y el mayor juguete popular legado por los viejos
tiempos a la ciudad de Pamplona son los sanfermines.
Cuando paría la reina
se traían 40 toros entre caballistas para ser ajusticiados
en la plaza del castillo, y por el camino los mozos se metían
en el tropel a corretear, de lo cual vino la organización
formal de encierros.
En este siglo han muerto nueve
corredores. En el 45 un toro rompió el vallado en Telefónica
y junto a las taquillas de la plaza corneó de muerte a
una señora que pensaba irse a misa en cuanto pasaran los
toros. Desde entonces el vallado es doble y los tablones llevan
refuerzo siderúrgico.
Por cierto que la foto de esa
tragedia, con el toro borrado y la señora muerta en el
suelo, se empleó por la prensa euroamericana para mostrar
cómo la policía franquista abatía huelguistas
a tiros. (No tan pronto. No había industria...no podía
haber huelgas. Y señoras huelguistas con mantilla, pues
tampoco).
Para no ser menos, Paris-Match,
1ª revista ilustrada europea publicó en 1959, estupendas
páginas sanfermineras supertituladas LES VINGT-QUATRE
HEURES DE LA PEUR, que relataba con toda naturalidad cómo
los toros corrían libremente por las calles de Pamplona
24 horas seguidas sin descanso. Ya de paso informaba tambien
de que los pelotaris en el Euskal-Jai daban saltos de 40 metros.
No especificaba ni describía gran cosa tales disparates,
pero que nadie se extrañe, ahí está la OTAN
ahora haciendo cosas mucho más raras en primera fila y
casi nadie pregunta nada.
El Encierro Hoy. Así no es extraño que
unos japoneses (el propio año pasado y cuando quiera)
diez minutos antes del cohete en Santo Domingo nos preguntaran
tan serios y ajenos si los toros subían o bajaban, si
eran todos los días los mismos toros, y otras agudezas
similares.
Sólo los grandes divinos
del encierro post-moderno saben menos que aquellos enmochilados
nipones.
El
Encierro Antes. De siempre, el encierro era como bailar
en la plaza, algo común, alegre sin compromiso y conforme
al esqueleto de cada cual. Se corría con algunos metros
de seguridad como si cada toro quisiera matarte al primer descuido.
Cuando el toro iba a cebarse
en alguien caído o arrinconado, se llevaban de allí
al morlaco agarrándolo hasta de los cuernos, que es como
sujetar por las ruedas un tren en marcha.
Era un encierro cooperativo y
feliz y nadie compraba ni sus propias fotos, pero vino la presión
de masas, y ahora se corre en las astas sólo por
el video, sin dar paso a los nobles animales y golpeando a todo
el mundo para mayor ventaja. A la vanguardia del encierro sólo
le falta maquillarse.
Vestidos y Cosas. Las
gentes del oficio antiguamente se ponían la blusa de trabajo
y el pañuelo de sudar para sobrellevar mejor la fiesta,
y los señoritos seguían tan peripuestos. Las peñas
con blusa propia, pancarta, charanga y zona propia en los toros
apenas datan de los años 30 aunque por capricho del dirigismo
cultural local se adjudica el origen a unos castizos pamploneses
en el 40, los bombardeos alimenticios en sol surgen a mediados
de los cincuenta.
Por entonces, completada la masificación
absoluta de la fiesta, servían toretes afeitados, cebados
y pequeños, llegando a salir un toro cuyo peso rondaba
los 400 kilos, lo que provocó un serio conato de incendio
de la plaza y que las peñas no bajaran al ruedo al terminar
la microcorrida, saliendo por otras puertas, sin música
y a carteles enrollados.
La reacción de este punto
máximo de falsedad taurina (épocas Pedrés,
Jumillano, Aparicio, El Litri, Chamaco, El Cordobés ta
abar) alumbró en 1960 como remedio la feria del toro,
que ya es una cosica mucho más seria.
Inolvidable y Olvidado. Los
sanfer del 78, arrasados por la poli que disparó miles
de balas para castigar una pancarta paseada por el ruedo pidiendo
amnistía al final de la segunda feria, se suspendieron
porque además de muchos heridos un mozo fue asesinado
con rifle, los vallados ardieron y el centro de Pamplona parecía
Nueva York tras un nuevo gran apagón.
Aparte de dimisiones y ceses
oficiales estos sanfer 78 dejaron acreditada la feliz desmemoria
urbana y una inoperancia judicial, al archivar el caso sin reconocer
ni el lugar de los hechos, que para sí la quisiera Pinochet
esta temporada.
Famas y Personas. Los
sanfer agrarios que habían encandilado a Hemingway por
su alegría vital y su sencillez absoluta, volvieron a
seducir la curiosidad del mundo estadounidense en los años
50, cerca de los pactos Franco-norteamericanos, visitándonos
con alguna asiduidad el propio Ernest, Charlton Heston, Ava Gardner,
Deborah Kerr (inglesa ¿no?) y el opíparo Orson
Welles que ha dejado hora y pico de filmación sanferminera
no comercializada, incluída en temas españoles
y del Quijote bastante difícil de ver actualmente.
Pasada aquella fase mundana que
algunos conspicuos lamentan haber desaprovechado para la ciudad,
ahora mandan los mochileros, los excursionistas, la gente joven
no muy bien avenida con el vil metal, Pamplona se llena los puentes
y fines de semana de los sanfer y se vacía voluptuosamente
los demás días.
Orientaciones perdidas. Alguna
gente con luces quisiera que los sanfer tuvieran un respaldo
de festivales de música o teatro a la altura de su imagen
mundial en el plano del toro y de la calle, pero ese tren no
pasó por aquí ni parece posible rebus sic stantibus
(mientras las cosas sean como son, que el Arga no es de petróleo)
que nadie dé con la piedra mágica.
La estructura sagrada de los
sanfer es tan visible como un delfín jugando en su bañera,
pero cada vez la quiere ver menos gente, ni propia ni forana.
Se dicen palabras sin saber que
las cosas designan ni por qué, media Pamplona se va a
la playa harta de precios, de tomaduras de pelo, de disgustos,
ruidos o temores, y a unas cosas les falta organización
y a otras les sobra.
Lo negativo. La
autoridad constituida, esa fiera cebada a lo largo de la historia
que acecha al pueblo por todos los medios y no desfallece jamás,
asesta insidias, incentiva mentiras en torno a los sanfer, dispara
con frecuencia y cada año hay algún gran rotativo
nacional que con la terca fijeza de un gobernador civil se mete
con las fiestas, ora por vinosas, por ruidosas, por peligrosas
o porque matan a los toros con una espada y por lo visto en la
feria de San Isidro los matan por el procedimiento Kevorkian
de eutanasia feliz.
Mas nada importa. Una vez tirado
el chupinazo, si no escudriñas alguna balconada oficial,
un par de palcos de toros, y la prensa local entontecida en plan
jet persiguiendo políticos por el apartado para inflar
el periódico de gas sin oxígeno, el gentío
vive feliz por su cuenta y la autoridad se retrae un tanto de
acosar al pueblo.
Conclusión
de la Noticia. La independencia y feliz separación
entre ciudadano y autoridad, entre programa oficial y pueblo
menudo, todavía se mantiene y es la mayor muestra de valor
universal de los sanfer. Que seguirán siendo por mucho
tiempo un tentetieso de la curiosidad mundial para gentes de
ánimo impertérrito.
Los sanfer son nuestra destilación
colectiva de tiempos pasados, cuando se viajaba a pie o en mula,
y sin embargo el pueblo estaba más unido y la distancia
entre el Pirineo y el Ebro era mucho más corta que hoy.
Pero eso ¿a quién le importa? Iñaki Desormais,
escritor pamplonés |