Vivimos en la sociedad de la
imagen. Lo que no aparece en imágenes no existe:
sin fotos sangrientas no hay asesinato, sin
imágenes de vídeo ninguna nave espacial ha
llegado a Marte, sin televisión no se ha jugado
ningún partido de fútbol. También en la ciencia (y
no sólo en su divulgación) las imágenes cobran
una cada vez mayor importancia. Y, cómo no, en
las ciencias naturales: las imágenes (sobre todo
fotos), además de tratarse de un instrumento
importante, se han convertido en imprescindibles
para la divulgación de nuestro trabajo. Las
fotos aéreas son fundamentales para examinar la
vegetación; las imágenes-satélite para la
gestión del entorno y los Sistema Geográficos
de Información se utilizan todos los días; los
sistemas automáticos para el tratamiento de la
imagen están cada vez más extendidos en las
investigaciones histológicas; e incluso en los
campos más clásicos, como por ejemplo para
censar los animales indómitos, se trabaja con
fotos. De modo que las imágenes resultan
imprescindibles a la hora de dar a conocer los
resultados del trabajo: en los congresos, en los
informes, en las publicaciones científicas, en
los libros de texto
las fotos aparecen en
todas partes. Y es que quien haya intentado
describir su campo de investigación a un
extranjero percibe mejor que nadie la verdad
contenida en el refrán de que una imagen vale
más que mil palabras.
Al ser científico
y autor de fotografías (pero no fotógrafo), me
han pedido que escriba un artículo bajo el
título de La Naturaleza en Fotos. Pero mi
objetivo no es instruir a nadie en la
fotografía, porque en eso tengo más por
aprender que por enseñar. Lo que me gustaría es
debatir sobre el papel que las fotos (y otro tipo
de imágenes) pueden desempeñar en las ciencias
naturales.
La imagen normal
está supeditada a los criterios estéticos, y,
aunque en menor medida, tienen su importancia en
la ciencia. Por ejemplo, siendo la finalidad
principal de los congresos promover las
relaciones interpersonales, las comunicaciones
científicas habrían de dirigirse en esa
dirección: necesitamos textos breves y fáciles
para presentar nuestro trabajo, así como
títulos atractivos, pero también espectaculares
imágenes que llamen la atención del asistente
en medio de unas cuantas aburridas conferencias.
Sin embargo, la estética no debe distanciarnos
del fin esencial, es decir, de ofrecer una
información concreta y correcta (aun cuando la
fotografía informatizada nos da la oportunidad
de hacer todo tipo de trucos). De modo que el
fotógrafo científico de la naturaleza debe
seguir el acercamiento del periodista: el
objetivo primordial de sus imágenes ha de ser
mostrar del modo más claro posible lo que está
aconteciendo; no captar bellas imágenes.
Evidentemente, es
más fácil decirlo que hacerlo, porque para que
una simple foto exponga una idea abstracta se
necesitan una técnica y un ojo muy buenos. Aquí
el fotógrafo no tiene que olvidar la norma de
los viejos fotógrafos: cuanto más simple sea el
mensaje de una imagen, con más facilidad se
entiende, y más atrae. Así pues, resulta mucho
más provechoso poner tres o cuatro fotos de gran
impacto visual una junto a la otra, que una sola
compleja que reúna todos los elementos de las
demás. Esto, por descontado, condiciona
totalmente el material y las técnicas que se
vayan a emplear.
Por lo tanto, es
básico saber de antemano cuál es la idea que se
desea manifestar, y a través de qué elementos
se puede reflejar la misma, no yendo sin más al
monte y sacando fotos (a pesar de que esto lo
hagamos todos). Por otra parte, puesto que soy
uno de esos que siempre llevan la cámara encima,
he aprendido lo siguiente: que de ese modo se
obtienen unas cuantas fotos buenas, pero que las
sacadas mientras trabajas en el monte son casi
siempre muy malas. De modo que es mucho mejor
"perder" de vez en cuando un día
haciendo fotos, sin otro propósito, y no confiar
demasiado en las fotos que has ido sacando a todo
correr mientras muestreabas. Dicho de otro modo,
las fotos, para que cumplan su función, han de
ser "hechas", y no "sacadas".
Otra norma a tener
en cuenta por los fotógrafos es ésta: sacar
fotos no significa reflejar los objetos, sino
atrapar la luz. Por ejemplo, quien esté
investigando diversos bosques, a la hora de
exponer sus resultados en una conferencia debe
pensar en qué se diferencias éstos y qué
elementos pueden poner de relieve esa
distinción: ¿Es uno más complejo que otro?
¿Más escabroso? ¿Más húmedo? Una vez
habiendo dando con la clave, tiene que elegir el
punto de vista (cámara, objetivo, ángulo
)
que mejor lo refleje, pero, además, la apropiada
estación del año, el tiempo adecuado, y la
película que mejor se ajuste a ello, por
ejemplo. Porque la idea que dan una foto sacada
en un día lluvioso y otra hecha a pleno sol no
es la misma. Así que deberemos buscar la luz
más propicia para reflejar nuestra idea, y
elegir nuestro material en base a ello.
El profundizar en
la fotografía enseña otra cosa: la foto no es
"objetiva"; no es reflejo exacto de la
naturaleza. Lo recogido por la foto cambia
completamente en función de los elementos que
incluímos en ella, de los que dejamos fuera, de
la óptica, del sistema de iluminación, de las
película empleadas y de los demás factores
materiales. Si no, que cada uno vea lo bonitas
que son las postales de su pueblo, y que pruebe a
sacar una así. Pronto se dará cuenta de la
cantidad de elementos feos que el fotógrafo ha
dejado fuera para que no le estropearan la imagen
que deseaba obtener, y cómo ha tenido que elegir
la perspectiva y el día oportunos. Trasladando
esto a la fotografía científica, nos enseña
claramente que las fotos se hacen con la cabeza,
y no con la cámara. Puede que alguien piense que
esta opción es demasiada para un científico,
puesto que pone en duda la objetividad y la
imparcialidad. Pero toda la ciencia tiene el
mismo problema, porque nuestras observaciones
están sujetas a las ideas que hemos
preconcebido, y las investigaciones propuestas y
los caminos que se siguen dependen opciones
totalmente subjetivas. Los filósofos de la
ciencia han debatido mucho sobre esta cuestión,
pero no han hallado ninguna solución. Hemos de
aceptar, sin más, que la ciencia no es un mero
acto objetivo.
Todo esto no tiene
por qué preocuparnos. La ciencia es asombrosa, y
la mayor singularidad del ser humano es la
curiosidad. También la naturaleza es asombrosa,
y las ciencias naturales nos brindan la
oportunidad de calmar un poco (nunca para saciar)
nuestra curiosidad trabajando sobre algo que es
asombroso. Además, tenemos ocasión de
fusionarlo con imágenes (al menos, más que los
matemáticos), y esa combinación (del saber y
del encanto de la imagen) nos llena a nosotros,
primates visuales y comunicadores compulsivos,
casi más que ninguna otra cosa. ¡Que sigamos
por mucho tiempo en este camino!
Arturo Elosegi,
Doctor en Biología y profesor de Ecología en la
UPV/EHU |