La naturaleza en fotos
*
Traducción al español del original en euskera
Arturo Elosegi
Vivimos en la sociedad de la imagen. Lo que no aparece en imágenes no existe: sin fotos sangrientas no hay asesinato, sin imágenes de vídeo ninguna nave espacial ha llegado a Marte, sin televisión no se ha jugado ningún partido de fútbol.

También en la ciencia (y no sólo en su divulgación) las imágenes cobran una cada vez mayor importancia. Y, cómo no, en las ciencias naturales: las imágenes (sobre todo fotos), además de tratarse de un instrumento importante, se han convertido en imprescindibles para la divulgación de nuestro trabajo. Las fotos aéreas son fundamentales para examinar la vegetación; las imágenes-satélite para la gestión del entorno y los Sistema Geográficos de Información se utilizan todos los días; los sistemas automáticos para el tratamiento de la imagen están cada vez más extendidos en las investigaciones histológicas; e incluso en los campos más clásicos, como por ejemplo para censar los animales indómitos, se trabaja con fotos. De modo que las imágenes resultan imprescindibles a la hora de dar a conocer los resultados del trabajo: en los congresos, en los informes, en las publicaciones científicas, en los libros de texto… las fotos aparecen en todas partes. Y es que quien haya intentado describir su campo de investigación a un extranjero percibe mejor que nadie la verdad contenida en el refrán de que una imagen vale más que mil palabras.

Al ser científico y autor de fotografías (pero no fotógrafo), me han pedido que escriba un artículo bajo el título de La Naturaleza en Fotos. Pero mi objetivo no es instruir a nadie en la fotografía, porque en eso tengo más por aprender que por enseñar. Lo que me gustaría es debatir sobre el papel que las fotos (y otro tipo de imágenes) pueden desempeñar en las ciencias naturales.

La imagen normal está supeditada a los criterios estéticos, y, aunque en menor medida, tienen su importancia en la ciencia. Por ejemplo, siendo la finalidad principal de los congresos promover las relaciones interpersonales, las comunicaciones científicas habrían de dirigirse en esa dirección: necesitamos textos breves y fáciles para presentar nuestro trabajo, así como títulos atractivos, pero también espectaculares imágenes que llamen la atención del asistente en medio de unas cuantas aburridas conferencias. Sin embargo, la estética no debe distanciarnos del fin esencial, es decir, de ofrecer una información concreta y correcta (aun cuando la fotografía informatizada nos da la oportunidad de hacer todo tipo de trucos). De modo que el fotógrafo científico de la naturaleza debe seguir el acercamiento del periodista: el objetivo primordial de sus imágenes ha de ser mostrar del modo más claro posible lo que está aconteciendo; no captar bellas imágenes.

Evidentemente, es más fácil decirlo que hacerlo, porque para que una simple foto exponga una idea abstracta se necesitan una técnica y un ojo muy buenos. Aquí el fotógrafo no tiene que olvidar la norma de los viejos fotógrafos: cuanto más simple sea el mensaje de una imagen, con más facilidad se entiende, y más atrae. Así pues, resulta mucho más provechoso poner tres o cuatro fotos de gran impacto visual una junto a la otra, que una sola compleja que reúna todos los elementos de las demás. Esto, por descontado, condiciona totalmente el material y las técnicas que se vayan a emplear.

Por lo tanto, es básico saber de antemano cuál es la idea que se desea manifestar, y a través de qué elementos se puede reflejar la misma, no yendo sin más al monte y sacando fotos (a pesar de que esto lo hagamos todos). Por otra parte, puesto que soy uno de esos que siempre llevan la cámara encima, he aprendido lo siguiente: que de ese modo se obtienen unas cuantas fotos buenas, pero que las sacadas mientras trabajas en el monte son casi siempre muy malas. De modo que es mucho mejor "perder" de vez en cuando un día haciendo fotos, sin otro propósito, y no confiar demasiado en las fotos que has ido sacando a todo correr mientras muestreabas. Dicho de otro modo, las fotos, para que cumplan su función, han de ser "hechas", y no "sacadas".

Otra norma a tener en cuenta por los fotógrafos es ésta: sacar fotos no significa reflejar los objetos, sino atrapar la luz. Por ejemplo, quien esté investigando diversos bosques, a la hora de exponer sus resultados en una conferencia debe pensar en qué se diferencias éstos y qué elementos pueden poner de relieve esa distinción: ¿Es uno más complejo que otro? ¿Más escabroso? ¿Más húmedo? Una vez habiendo dando con la clave, tiene que elegir el punto de vista (cámara, objetivo, ángulo…) que mejor lo refleje, pero, además, la apropiada estación del año, el tiempo adecuado, y la película que mejor se ajuste a ello, por ejemplo. Porque la idea que dan una foto sacada en un día lluvioso y otra hecha a pleno sol no es la misma. Así que deberemos buscar la luz más propicia para reflejar nuestra idea, y elegir nuestro material en base a ello.

El profundizar en la fotografía enseña otra cosa: la foto no es "objetiva"; no es reflejo exacto de la naturaleza. Lo recogido por la foto cambia completamente en función de los elementos que incluímos en ella, de los que dejamos fuera, de la óptica, del sistema de iluminación, de las película empleadas y de los demás factores materiales. Si no, que cada uno vea lo bonitas que son las postales de su pueblo, y que pruebe a sacar una así. Pronto se dará cuenta de la cantidad de elementos feos que el fotógrafo ha dejado fuera para que no le estropearan la imagen que deseaba obtener, y cómo ha tenido que elegir la perspectiva y el día oportunos. Trasladando esto a la fotografía científica, nos enseña claramente que las fotos se hacen con la cabeza, y no con la cámara. Puede que alguien piense que esta opción es demasiada para un científico, puesto que pone en duda la objetividad y la imparcialidad. Pero toda la ciencia tiene el mismo problema, porque nuestras observaciones están sujetas a las ideas que hemos preconcebido, y las investigaciones propuestas y los caminos que se siguen dependen opciones totalmente subjetivas. Los filósofos de la ciencia han debatido mucho sobre esta cuestión, pero no han hallado ninguna solución. Hemos de aceptar, sin más, que la ciencia no es un mero acto objetivo.

Todo esto no tiene por qué preocuparnos. La ciencia es asombrosa, y la mayor singularidad del ser humano es la curiosidad. También la naturaleza es asombrosa, y las ciencias naturales nos brindan la oportunidad de calmar un poco (nunca para saciar) nuestra curiosidad trabajando sobre algo que es asombroso. Además, tenemos ocasión de fusionarlo con imágenes (al menos, más que los matemáticos), y esa combinación (del saber y del encanto de la imagen) nos llena a nosotros, primates visuales y comunicadores compulsivos, casi más que ninguna otra cosa. ¡Que sigamos por mucho tiempo en este camino!


Arturo Elosegi, Doctor en Biología y profesor de Ecología en la UPV/EHU
 


Dohaneko harpidetza | Suscripción gratuita | Abonnement gratuit |
Free subscription


Aurreko Aleak | Números anteriores | Numéros Précedents |
Previous issues


Kredituak | Créditos | Crédits | Credits

webmaster@euskonews.com

Copyright © Eusko Ikaskuntza
All rights reserved