Hemos de partir de la base
de que dedicarse a la edición de libros de
divulgación científica, con los vientos que
corren, es una apuesta militante en favor de la
cultura y de la calidad de pensamiento. Ya es un
paradigma aceptado en el mundo editorial que,
mientras las grandes multinacionales de la
edición se llevan casi toda la cuota de mercado
(a través de los best seller), los editores
pequeños que logran sobrevivir han de optar por
la calidad para, desgraciadamente, un sector de
lectores selectivo y minoritario. Para llevar a
la práctica esta labor con un mínimo de
garantias el editor ha de ser una persona culta,
y con gran fomación intelectual y científica.
En un mundo de profunda especialización, en el
que todo
profesional sabe cada vez más sobre aspectos
cada vez más restringidos de la realidad, la
apuesta por la divulgación científica es,
además, una apuesta por la democracia real, en
la medida en que por medio de la divulgación se
le abren al lector puertas de acceso a las claves
de la estructura de esta sociedad cada vez más
compleja y tecnificada. La información generará
conocimiento y el conocimiento, al final,
criterio. Y este criterio nos hace más libres a
la hora de opinar o decidir.En este sentido la
divulgación científica es un bien social.
Además la información científica habrá que
ofertarla en unas coordenadas
sintéticas, en cuanto a su metodología
expositiva; habrá de ser plural (es decir,
interdisciplinar) y su nivel habrá de ser
adecuado
(divulgativo) y atractivo (convenientemente
maquetado) para que no produzca rechazo. Todas
estas variables nos convierten al editor en un
pedagogo social.
Además, existe un problema muy importante en la
gestión editorial para que esta pueda llevarse
acabo con éxito, y es el problema económico.
Una pequeña editorial, como las que se dedican a
la divulgación científica, ha de minimizar
gastos y por ello el editor ha de ponerse al dia
en las nuevas tecnologías de edición
(tratamiento de textos, maquetación, diseño y
tratamiento de imágenes, Internet, etc., ...), e
incluso habrá de dominar ciertos niveles de
impresión (impresión digital para tiradas
pequeñas, por ejemplo). Esto supone que nuestro
editor ha de convertirse, si no en un experto,
sí en un técnico de nuevas tecnologías con un
cierto nivel de operatividad.
Pero con la obtención física de un buen libro
de divulgación no
acaba esta historia interminable. A ha llegado la
hora de venderlo y para ello hay que
promocionarlo, junto a una innumerable lista de
títulos que todos los meses copa las páginas de
los medios. Una buena promoción exige una gran
inversión económica que sólo está al alcance
de los trust editoriales. Mucha gente se pregunta
que por qué los buenos libros no se venden y los
malos libros sí. La respuesta es que los buenos
libros no se conocen y los malos sí. De eso se
encargan las multinacionales. Pero es que,
además, los canales monopolísticos no sólo
llegan a la producción sino también, y sobre
todo, a la distribución. Y llegados a este nivel
nuestro editor no puede hacer ya mucho más. Si
un buen libro sin promoción, por medio del boca
a boca, puede llegar a ser conocido, ocurre luego
que no hay forma de conseguirlo en ningún punto
de venta porque o no lo han distribuido, o si lo
han distribuido ha sido con muy pocos ejemplares
que se han vendido ya, y luego ya no se
restituye, o incluso en algunos casos ocurre que
ni siquiera se ha distribuido el libro. El
luchador de la cultura tendría que ser pues,
llegados a este punto, además de editor, un
gestor con poder, relaciones y dinero para poder
abordar esta fase en condiciones mínimamente
dignas.
Con la
distribución no acaba esta historia. Después de
distribuido, ahora el libro se ha de vender en el
punto de venta (normalmente la librería). Hoy
día estamos asistiendo, por lo que a Euskal
Herria se refiere, a una crisis estructural en el
sector de las librerías como puntos de venta. La
aparición de las grandes superficies, sin
control institucional están llevando a un
porcentaje cada vez más alto de comerciantes
(entre ellos a los libreros) al cierre del
negocio y al paro. Pero podríamos pensar, ¿no
se venderá ahora en las grandes superficies lo
que antes se vendía en las librerías? Pues no.
La pequeña librería, donde la atención
individualizada, el consejo cultural o la
consulta tranquila eran la práctica habitual,
ese lugar en el que había sitio para el lector
culto que buscaba calidad, ahora se ha
transformado, en las grandes superficies, en
locura de consumo y prisa para una elección de
lectura sin criterio ni ayuda. En las grandes
superficies sólo hay sitio para el best seller
anunciado ayer en la televisión. Las librerías
se vacían y los supermercados del yogurt-whisky
-precocinado-best seller copan ya todo el mercado
de consumo.
Y, al fin, para
convertir este problema de la edición en un
problema insoluble, hemos de recordar a los
editores que quieren en Euskal Herria vender la
divulgaciíon científica en euskara. En un
pueblo de tradición oral, sin tradición
científico-cultural, con una gran parte de la
población no alfabetizada y sin un mercado
mínimo con el que poder subsistir, debido a lo
limitado de la población (recordemos que el
número de lectores potenciales no llega a las
3.000 personas) ¿qué hacer? No queda otro
camino que recurrir a las instituciones y buscar
ayuda en forma de subvención, con todo lo que
ello implica. El pequeño editor todo- terreno se
nos convierte ahora en hombre político, tratando
de poder hacerse un sitio en la jungla de la
administración.
Ya tenemos pues el
retrato robot del editor de divulgación
científica en euskara. Perfil: Culto y con
formación científica,
pedagogo social y gestor económico, diplomado en
nuevas tecnologías y, además,
distribuidor-librero con capacidad para el debate
político. Si usted cumple todos estos requisitos
se puede aventurar a montar una editorial.
Siempre y cuando, claro está, esté dispuesto a
meter muchas-muchas horas sin cobrar un duro.
Alfontso Mtz.
Lizarduikoa, editor de divulgación científica
en euskara |