En el verano de 1992 el escultor EDUARDO CHILLIDA (San Sebastián,
1924) ofreció una exposición antológica de su obra,
que era con toda propiedad la primera muestra antológica en su ciudad.
El Palacio de Miramar, sobre la bahía de La Concha, fue el escenario
de aquel discurso cultural que hacia posible contemplan con amplia visión
de conjunto, la escultura y pintura realizadas a través de su carrera
por un artista singular
El 12 de septiembre, en la víspera de la clausura de la exposición,
el escritor CARLOS AURTENETXE (San Sebastián, 1942) visitó
la muestra, haciendo un recorrido sereno, y deteniendo su paso y reflexión
en todas y cada una de las obras de Chillida. Como a otros muchos ciudadanos,
la exposición del Palacio de Miramar brindó a Aurtenetxe la
oportunidad de aplicar una mirada extensa e intensa sobre la obra de Chillida.
El poeta que visitó al escultor sintió la imperiosa necesidad
de pronunciarse sobre lo visto, sentido y experimentado a lo largo de aquella
sesión de encuentro con el lenguaje de un artista al que siempre
había querido conocer mejor.
Desde aquel momento, y a lo largo de apenas diez jornadas, Carlos Aurtenetxe
escribió los poemas, el poema, La casa del olvido, que, sin
pretenderlo formalmente se convertiría en parte de un diálogo
entre escultor y poeta, escritor y artista, cuyo proceso explica la simbiosis,
entrañamiento y disposición paralela de una expresión
contenida en imágenes, verbos y sensaciones. Eduardo Chillida conoció
La casa del olvido, sintiendo a su vez de inmediato que aquella voz
era una respuesta, una contestación, una invitación al diálogo
de un poeta vasco.
Otros poetas vascos, como Gabriel Celaya, han hecho discursos teóricos
sobre Chillida. También Celaya hace un retrato de la escultura vasca
en algunos poemas de su libro Buenos días, buenas noches.
Pero esta es la primera vez en la que ese diálogo es directo y se
corresponde con un pronunciamiento del propio Chillida, quien resuelve,
desde su lenguaje, aquella conversación entre dos sensibilidades,
realizando el conjunto de dibujos que hoy conforman La casa del olvido.
Después, hubo otros diálogos directos entre Chillida y Aurtenetxe
donde se certificaba no sólo el carácter espontáneo,
sincero y ajeno a toda pretensión de ese diálogo creador,
sino una corriente de amistad estrecha y pronunciada.
Por todo ello, este no es un libro de poemas al que acompañan
unos dibujos de un artista, ni un libro artístico junto al que se
confunde una expresión poética, sino el libro en el que no
se puede disociar el lenguaje verbal del imaginario, dado que todo él
es la expresión sólida y solidaria de dos miradas unidas en
un mismo lenguaje y dos lenguajes formales que expresan una misma realidad
creativa. |