Carnavales
de Altsasu |
Enrique
Zelaia |
Una de las manifestaciones lúdicas más
importantes del extenso calendario festivo alsasuarra es el Carnaval, el
cual ocupa tradicionalmente tres fechas: comienza el domingo anterior al
miércoles de ceniza con lo que se llama "Carnaval Txikito";
continúa el martes con el denominado "Momotxorren Eguna"
y ya dentro del ciclo cuaresmal, finaliza el sábado siguiente con
el "Día de Piñata".
En estas celebraciones carnavalescas convergen dos corrientes culturales
claramente diferenciadas. Por una parte, está el componente rural,
como exponente de manifestaciones tradicionales del mundo antiguo, (martes
de carnaval) y por otra aflora el componente urbano, relacionado con respuestas
pertenecientes a la modernidad (Día de la Piñata).
Del "Carnaval Txikito" (dedicado a los más pequeños)
poco reseñable se puede destacar; y el "Día de la Piñata",-a
excepción de la fecha- carece de singularidad, exponiéndose
no más de lo que en otros lugares pueda uno encontrar. Por tanto,
este comentario se centrará en el "Momotxorroen eguna",
"Martes de carnaval" o " Carnaval rural".
Diferentes personajes y comparsas se funden en un conjunto armónico,
conservando y exponiendo las esencias recogidas de un pasado carnavalesco
tradicional, cuyas formas, movimiento, y expresiones se repiten año
tras año de forma indefectible. La siembra, la boda, el bautizo,
las Maskaritas, el Juantramposo y otros personajes, entre los que se incluye
"El Akerra" y su multitud de brujas, (de reciente
incorporación) dan al acto carnavalesco una inusitada atracción.
Pero aparte de los citados, vamos a destacar y centrarnos en los personajes
más importantes del carnaval rural alsasuarra como son los "Momotxorroak".
Ellos son los auténticos protagonistas de la fiesta, constituyéndose
en una de las figuras más impresionantes del Carnaval rural vasco.
Representan una especie totémica cuya imagen expone la siguiente
indumentaria:
Enormes cuernos embutidos en un cestillo conforman el casquete que cubre
la cabeza. La parte frontal se ve protegida por un "ipuruko" del
que cuelga abundante crin de caballo que oculta un rostro. Un gran "narru"
cubre el dorso desde la cornamenta, sujeto a la cintura con cencerros. El
resto del vestuario se completa con camisola blanca, pantalón de
mahón con "zatak" y calcetines blancos de "ardila"
sobre la parte inferior del pantalón. Portan una "sarda"
de madera y tanto el rostro como los brazos se impregnan con roja sangre
de animales sacrificados.
Personajes monstruoso que acosan una y mil veces a todo lo que se les ponga
por delante, bramando su fuerza ancestral, como arrancados de un ritual
prehistórico cuyo simbolismo resulta difícil de concretar
con exactitud.
Para unos, la crin de caballo tiene un sentido purificador y a su vez de
efecto ahuyentador de malos espíritus. A la sarda se le atribuían
poderes fertilizantes, por lo cual y azuzándose con él a las
muchachas casaderas se garantizaba numerosa prole. Con los cencerros se
despertaba la naturaleza dormida en su fase invernal, viéndose reforzados
a su vez los efectos del crin contra espíritus malignos. La sangre
podría simbolizar la ofrenda sacrifical.
Para otros, todos estos signos externos pertenecen a la vieja nomenclatura
totémica, (lo cual personalmente comparto), con sus primordiales
cultos cinegéticos transferidos a las paredes de las cavernas. Imagen
terrorífica y feroz, como fiel reflejo de acciones que en otro tiempo
fueron utilizadas como medida de subsistencia ante la precariedad existencial,
superada únicamente por los fuertes.
En cualquier caso, lo que se representa únicamente como signo de
expresión lúdica y originalidad coreográfica, pertenece
tanto a representaciones simbólicas, como a rituales y dialécticas
paganas que aluden a fuerzas y comportamientos de índole sagrado,
o a respuestas arcanas próximas a conductas primitivas muy difíciles
de ser interpretadas con una mentalidad contemporánea.
Enrique Zelaia, músico. |
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