Preso de los temores

Traducción al español del original en euskera
Un amigo me confesaba que cada vez que robaba un libro, disco o lo que fuera en la feria de Durango, pasaba una vergüenza espantosa y no disimulable. Su actitud era un tanto morbosa, no entendía cómo aquel acto ideológicamente correcto (volver a repartir entre el pueblo llano las plusvalías que unos pocos consiguen en torno a la cultura vasca) podía hacerle sentir como un ladrón, impostor y miserable (por poner un ejemplo, se acerca a una larga cola en Zabaltzen, se simula que está mirando, por si acaso sin mostrar demasiado interés, se coge un ejemplar, y cuando el vendedor está despistado, al bolsillo). En otras palabras; que mientras que robar en grandes almacenes como El Corte Inglés, Eroski, Pryca, etc. le producía un inmenso placer, hacerlo en la feria de Durango (que también es un hipermercado; de ahí la denominación de feria) le suponía enfrentarse a unas tremendas contradicciones.

Mi amigo examinó la hendidura que había surgido en sus firmes bases ideológicas con una dedicación y atención próximas a la neurosis, llegando a las siguientes conclusiones:

1. Lo de Durango tiene más que ver con la religión que con la cultura. ¿Quién no sentiría una punzada en su conciencia al haber robado del pequeño limosnero situado a los pies de cualquier santo? Así se explican los reparos que robar en Durango le producía a mi amigo. Es una procesión anual, haciendo las veces de haber aclarado un gran misterio.

2. Filosofaba diciendo que nadie arrancaría de las manos y frente a frente a un niño de Somalia la ayuda internacional recién llegada por avión; seguramente le quedarían grabados en su mente sus grandes ojos, su gesto al quitarle el tazón de arroz de las manos y su silenciosa maldición. Entonces, ¿cómo robar el sustento a la sufrida y llorosa Cultura Vasca, que vive en los graves albores de la pobreza? (Aunque, como siempre, sólo unos pocos viven así).

3. A pesar de que mi amigo es un individualista empedernido, tuvo que reconocer que la presión social también es importante. Sólo había una cosa peor, más vergonzosa y despreciable que decir "este año no he ido a Durango", y era confesar que "he robado un disco en Durango". Aquéllos que hasta entonces te susurraban al oído que eras "un modelo a seguir como promotor de la cultura vasca" te acusarían de ser uno de los miembros más mezquinos de la Humanidad.

4. Pero mi amigo no era de esos que se conforman con unas cuantas explicaciones, y no se quedó tranquilo hasta haber hecho una última reflexión para completar su conjunto de argumentos; robar en Durango suponía un ataque directo contra su básica euskaldunización, porque cada vez que robaba algo en la feria se sentía más "español", como si fuera un peligroso mercenario enviado por el imperialismo para aniquilar la cultura vasca, venido a perjudicar a la supuesta casa común de los vascos.

Decía que estas cuatro razones explicarían y aclararían su extraña actitud. Por lo menos, a diferencia de los últimos meses, mi amigo estuvo en paz, o eso es lo que creía, porque una pesadilla lo despertó a medianoche sudando; él era el Olentzero, que andaba por los concurridos pasillos de la feria buscando regalos, había gente a montones y él abría camino como podía con su enorme saco, los niños se le acercaban, los mayores le seguían con la mirada, caminaba entre miles de músicas y conversaciones en voz alta; de repente aparecieron unos agentes de seguridad que le resultaban conocidos, se trataba de Mari Karmen Garmendia y Takolo, Pirrutx eta Porrotx; antes de que pudiera decir nada lo pusieron contra la pared, abrieron su saco y mira por dónde los regalos se convirtieron en libros y discos: el nº 267 de Oskorri, el cuento porno de Txirri, Mirri eta Txiribiton, las versiones tecno de las viejas canciones de Benito Lertxundi, la colección de envoltorios de chocolatinas que Bernardo Atxaga envió desde América a un amigo, el calendario en CD rom donde aparecen los bertsolaris más de moda en bañador... todos los éxitos de la feria, robados. Entonces lo ataron con cadenas, como suele hacerse con todos los malhechores peligrosos, y lo llevaron a un amplio cuarto; era una habitación con mucha luz, de grandes ventanas, pero de repente unas pesadas cortinas de acero ahogaron toda la luz, y unas luces rojas y amarillas fluorescentes empezaron a iluminar los rincones sin cesar; luego se escuchó el sonido de una sirena, muy fuerte, como mil gritos descomunales capaces de romper los tímpanos, los ladridos de perros, las pisadas de unas botas militares que se acercaban a toda prisa, y unos disparos cada vez más cercanos, y él no podía hacer nada; cree que tuvo ocasión de charlar un rato con la muerte... antes de que la angustia o el sofoco lo despertaran.
Evidentemente, mi amigo no ha vuelto a ir a la feria de Durango. Pero si tienes intención de robar, recuerda que no es lo mismo robar a grandes que a pequeños, y que todo esto no ha sido más que pura ficción.
Que aproveche.


Andoni Tolosa, "Morau".
Fotografía: Aitor Bayo/Euskal Kultura Gaur. Liburuaren mundua (Joan Mari Torrealdai)


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