Sobre el
 futuro del libro  Traducción al español del
 original en euskera |  
 Muchas veces te dicen:
 "habla sobre la relación de la literatura y
 la escultura", "hazme un artículo
 sobre la literatura y el cine", "habla
 sobre la literatura y...". Sobre cualquier
 cosa; me da igual. Porque una de las cosas que
 verdaderamente me preocupan, ahora que estamos
 con todo esto, es el futuro de la literatura y de
 los libros. Así que el tema que me pongan junto
 a ello no tiene para mí demasiada importancia.
 Yo mismo tengo una actitud totalmente distante y
 ocupo un lugar completamente inapreciable en el
 mundo de la cultura. Quiero decir que no poseo
 información privilegiada, que no sé lo que se
 cuece en las editoriales occidentales más
 importantes, que no tengo ni idea de hasta dónde
 nos llevará la revolución que llegará con la
 técnica. Soy un fósil, y si tuviera veinte
 años menos y viera un macarra como yo, vaya si
 reiría a cuenta de ese desgraciado, al igual que
 solía hacer cuando contaba con veinte años
 menos cada vez que veía un elemento casposo. Lo
 que pasa es que el elemento apartado, el trasto
 entorpecedor, el zopenco, ahora soy yo. Pero, a
 pesar de estar tan apartado, de ser tan
 entorpecedor, secundario y prescindible, a pesar
 de no enterarme de nada, al menos veo con
 claridad que el mundo del libro, tal como lo
 hemos conocido hasta hoy, va a desaparecer, a
 decaer, y nosotros con él. No sé de dónde
 vendrán los tiros, no sé si tendremos alguna
 oportunidad para recomponerlo, y eso me tiene
 preocupado. 
 Luego deberíamos abordar la siguiente cuestión:
 cuando hablo del libro como lo hemos conocido
 hasta ahora, me refiero a él como objeto de un
 consumo masivo que se observa en todas las casas,
 desgraciadamente, como si fuera un artículo de
 primera necesidad, y que además tiene una
 absoluta aprobación y bendición de la sociedad.
 Ha terminado. Las grandes literaturas
 castellanas, alemanas, inglesas y francesas se
 están quejando. Paulatinamente, el mercado se
 les agota, aunque el trozo de tarta que les queda
 por partir es todavía grande, porque sus
 mercados son enormes. De todos modos, poco a poco
 conocerán nuevas estrategias, restricciones y
 profundos cambios. De ser así, ¿qué ocurrirá
 con el pequeño, frágil, no formado y silvestre
 mercado vasco? No hace falta ser demasiado listo
 para percatarse de que todo el deterioro que
 padecerán las mayores literaturas
 internacionales las vamos a padecer nosotros
 bastante antes y por duplicado. Somos unos mil
 lectores, de la envergadura de una pequeña y
 perdida tribu de África o de Amazonia; los
 chavales del colegio -nuestra esperanza blanca-
 pasan de nosotros. Me temo que dentro de poco las
 editoriales empezarán a desaparecer, las tiradas
 a reducirse, el número de títulos a disminuir,
 y los pseudoescritores a dedicarnos a la
 agricultura biológica. Sí, señoras y señores,
 tengo la sensación de que hemos llegado tarde;
 es tarde para nosotros. Cada vez somos más los
 que nos parecemos a los caseros que viven
 perdidos en el monte, pegados a una vieja radio,
 ignorando la existencia de la televisión, del
 ordenador o de Internet. Hablo en serio, no creo
 que esos caseros a los que miramos con
 paternalismo tengan un papel más insignificante
 que nosotros en lo que se refiere a la cultura
 mundial. 
 No es el caso de la literatura. La literatura
 cambiará de material, de medios de difusión y
 demás superficialidades, pero perdurará lo
 mismo que los hombres y mujeres del tipo que ya
 conocemos. La literatura pertenece al aspecto
 más oscuro del instinto de la persona, y nunca
 desaparecerá, en tanto en cuanto no nos
 convirtamos en robots, clones o vete a saber
 qué. La base del pensamiento occidental vino de
 mano de los griegos. Podemos conocer el teatro de
 Esquilo o Sofocles, o no. Podemos saber, o no,
 que hubo un poeta y narrador llamado Homero.
 Podemos creer o no que Aristóteles y Platón
 existieron. Da exactamente lo mismo. Los
 conozcamos o no, tenemos las mismas ideas,
 actitudes, poses, pareceres, creencias, miedos
 que los que inventaron; andamos por sus
 derroteros, los imitamos en todos, aunque nos
 creamos muy originales y singulares, necios de
 nosotros. Luego, cuando vemos "Cayo
 Largo", "La jungla de asfalto" o
 alguno de esos clásicos del cine, si alguien nos
 dice que al fin y al cabo ahí se repite la
 Antígona o que fue Eurípides quien inventó ese
 argumento, no le creemos, pensamos que nos está
 tomando el pelo. Pero es cierto, es así. Quiero
 decir que mientras el ser humano sea ser humano,
 aun creando la sociedad más ágrafa y
 analfabeta, siempre existirán
 Eurípides-Sofocles-Esquilo y demás, así como
 alguna persona que conozca la obra de quienes han
 creado todo el complejo intelectual del mundo -o
 de quienes hayan dejando constancia del mismo-,
 y, si obedece a quienes ostentan el poder, esa
 persona ocupará un lugar privilegiado en la
 sociedad, mientras que si arremete contra los
 poderosos conocerá la prisión, la tortura y la
 muerte. Así que la literatura perdurará. Otra
 cosa es cómo, en manos de qué élite estará,
 cuánto se leerá. A saber qué producto de
 consumo inventará la industria para contentar a
 los trabajadores y a la gente. Pero si en una
 sociedad analfabeta nos bombardean con telefilmes
 -por mencionar algún producto completamente
 normal del mundo actual-, no dudéis de que
 detrás estarán siempre los guionistas, y que
 éstos tendrán entradas para todas las fuentes
 -es decir, para la literatura- de las historias.
 Pero claro, si empezamos a hablar sobre los
 sistemas de dominación sobre el pueblo, de la
 expansión del conocimiento y de la
 democratización de la sabiduría, la cosa se
 complica. 
 Allá ellos, la gente no quiere leer; qué le
 vamos a hacer. 
 Marinero que navega por las aguas de Internet, te
 suplico que me facilites la pócima que cure mi
 malestar. 
 Jon Alonso 
 Fotografía: Aitor Bayo/Euskal Kultura Gaur. Liburuaren mundua (Joan Mari Torrealdai) |  
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