Durante los últimos años, asistimos cada mes de Septiembre
a un hecho singular en nuestras costas. Gran parte de los arrantzales vascos
dedican no poco esfuerzo y tiempo a la incesante tarea de recoger algas
de las playas y fondos marinos, que luego secan al sol durante una temporada,
para ser más tarde vendidas en masa a diversas empresas productoras
de cosméticos y otros productos confeccionados a base de estos líquenes.
Este hecho singular es tan sólo un pequeño botón
de muestra acerca de las dificultades que vienen padeciendo nuestros pescadores
para subsistir mediante el único desarrollo de sus actividades pesqueras
tradicionales.
Durante años los vascos hemos vivido de cara al mar, cuando no
nos hemos alimentado del mismo. Nuestros más lejanos antepasados
fueros ilustres marinos y osados cazadores de ballenas en Terranova donde
aún residen bastantes descendientes de aquellos pescadores pioneros.
Hace menos tiempo la flota bacaladera vasca también navegaba en
parejas hasta aguas más frías en busca de capturas provechosas.
Los viajes eran largos y penosos, hasta el punto que durante el invierno
los marineros se afanaban sin descanso con sus picos y martillos en acabar
con las masas de hielo que se abrazaban como lapas a los obenques de los
buques. Aquella flota que buscaba el bacalao en Terranova contaba a pricipios
de siglo con casi 200 buques sólo en Pasajes, de los que hoy a penas
restan 15 o 20. Esta temporada sin ir más lejos, y sobre todo debido
a la escasez de bancos, la pesca del bacalao ha sido vedada para la flota
de la península de forma taxativa.
De este modo, la flota vasca sobrevive gracias a la captura artesanal
de la anchoa y el bonito fundamentalmente, en sus dos respectivas temporadas
anuales. Entre la especie mencionada en segundo término, la tasa
de capturas no levanta el vuelo desde la nefasta aparición de las
flotas de deriva surcando el Golfo de Bizkaia.
Existen asimismo estudios científicos que demuestran la disminución
progresiva de los recursos pesqueros, y entre quienes viven de ello, el
descenso de las capturas en el Golfo de Bizkaia resulta algo incuestionable.
Mientras tanto, no dejan de sorprendernos las constantes apariciones en
la costa cantábrica de ejemplares de ballenas o rorquales varados
en nuestras playas, así como la de algún extrañísimo
ejemplar de una de las tortugas de mayor tamaño del planeta. También
entre los navegantes puede constatarse la variación anormal sufrida
por los vientos en estas zonas, hasta parámetros de fuerzas muy bajas
o escasez en determinadas épocas, con una más que preocupante
permanencia en el tiempo de tales déficits.
Hace no más de doce o catorce años, en los muelles exteriores
del pequeño puerto de nuestra querida Donosti, y en épocas
veraniegas era fácil encontrar durante la noche docenas de pescadores
apostados con sus cañas, al acecho de los Txitxarros que en grandes
bandadas entraban en la bahía, atraidos por las luces de paseos,
faros y murallas circundantes. Siendo niños y con sólo dos
pequeñas cañas, nuestro día menos fructífero
no bajaba de unas 120 piezas de Txitxarros entre las dos cañas. De
intentarlo uno de estos veranos, nunca llegaríamos a 10 unidades
entre los dos.
En cuanto al tema de las ballenas y rorquales aparecidos aleatoriamente
en nuestras y en otras costas más lejanas, algunos biólogos
aducen al respecto que sus muertes se deben a la ingestión de plásticos,
volantas etc. Sin embargo, otros explican la facilidad con que estos ejemplares
pueden desorientarse, agotarse y perder el rumbo hasta aparecer varados
en la costa. Sin duda en este fenómeno pueden haber influido aspectos
relacionados con el cambio climático (aumento del nivel del mar,
de su temperatura, lluvias torrenciales, huracanes más frecuentes,
etc). En mi opinión, y sin ser las anteriores aportaciones ciertamente
empíricas, sino más bien derivadas de la mera sabiduría
popular, parece cuando menos que existen indicios notables sobre la salvaje
expoliación de nuestros recursos marinos, cuya causa está
relacionada de forma directa con diversas e indiscriminadas actividades
humanas, que necesariamente estamos obligados a controlar y reducir.
De mi amistad con algún ilustre arrantzale hondarribitarra surgió
el interés por un campo apasionante para cualquiera, y más
si cabe para un grumetillo aficionado que aprendió tanto del mar
como de maestros menos salados. Tampoco es menos cierto que la visión
real de una volanta repleta de sus capturas heridas, resulta poco recomendable
para cualquier persona medianamente razonable. Son las heridas del cetéceo
como llagas propias hendidas en su tersa carne la que avisa de su lenta
muerte ulterior en las playas.
Sirvan pues hoy estas líneas de breve pero honda reflexión;
de deseo de cambio futuro y de agradecimiento y homenaje a nuestros y a
todos los arrantzales que se dejan la vida en la mar, a cambio del pan y
la sal que corre por sus venas.
Si el Derecho ha de regir nuestra convivencia y sus leyes quieren ser
justas; he aquí una inmejorable ocasión para demostrarle al
futuro que la razón y el sentido a veces también se imponen
a las barbaries desarrollistas.
"Quod tibi non nocet et alteri prodest ad id obligatus est"
Xabier Ezeizabarrena Sáenz, Abogado |