Resumen de la intervención en el acto académico,
titulado Lope de Aguirre y su época celebrado el pasado 29 de agosto
de 1998, en el Aula Magna de la antigua Universidad de Oñati, organizado
por Eusko Ikaskuntza e integrado en la 59 edición de la Quincena
Musical de Donostia.
Esta breve exposición quiere situar el contexto en el que se produce
la participación en las empresas imperiales de cientos de guipuzcoanos,
que, como Lope de Aguirre, se esforzaban en doradas quimeras, pero también
fundaban ciudades, guerreaban, misionaban y, sobre todo, llevaban cuentas
y levantaban escrituras.
La Monarquía hispánica, en la fase de madurez, afrontaba
entre otros varios problemas, tres que destacaría como esenciales:
el cuidado y vigilancia de ciertos puntos geográficos estratégicamente
vitales; la provisión de ciertos productos igualmente estratégicos
y la necesidad de cubrir con personal capaz los puestos de una creciente
(en número y complejidad) administración.
Por su parte Gipuzkoa se ha reconstruido sobre las cenizas de la vieja
sociedad banderiza, sustituyendo paulatinamente la vieja solidaridad de
sangre por la solidaridad jurídica que contempla el nuevo marco político
de la Provincia, basado en el complejo: Monarquía, Fuero, Hidalguía
universal. Los cimientos económicos sobre los que este complejo se
asienta intentan resolver un problema simple pero importante: como mantener
a una población muy crecida (unos 60 ó 65.000 habitantes)
sobre un pequeño territorio, reputado de "estéril"
(es decir, poco triguero), cuando la supervivencia descansa precisamente
en la tríada: trigo, manzana, ganado. La respuesta es varia y múltiple;
de una parte, la migración; de otra, la diversificación funcional
y profesional y la especialización. Así, sobre la renovada
red urbana, cuajada en las últimas centurias medievales, se yergue
a lo largo del siglo XVI una poderosa industria que se articula sobre dos
polos nodales: la construcción naval y el hierro. De Gipuzkoa, como
de otros territorios vascos, saldrán barcos, clavos, herramientas,
armas, etc. Igualmente, se potenciará la actividad comercial y portuaria.
Pero además, los guipuzcoanos destinarán buena parte de su
potencial laboral a los servicios administrativos. Es precisamente esta
última faceta la que nos ocupa y trataré ahora más
extensamente.
En resumen, Gipuzkoa y Euskal Herria en general, van a poder ofrecer
a la Monarquía algunos de los elementos estratégicos de los
que está necesitada: defensa de un territorio fronterizo con el reino
de Francia; barcos, armas, hierro y funcionarios. La Monarquía, por
su parte, ofrece a Gipuzkoa un vasto campo de participación económico-laboral:
mercados para sus productos, puestos en la administración, plazas
de soldados, expediciones, ¼ Se va a fraguar ahora un estereotipo
clásico a lo largo de toda la Edad Moderna: el del "vizcaíno"
(vasco) productor de hierro y secretario.
En Castilla se manifiesta la ausencia de una clase media, sólida,
respetable y trabajadora. Se menosprecia el comercio. Se cae en el señuelo
del dinero fácil de juros y censos. La burguesía se traiciona
como clase codiciando títulos de nobleza. Mientras que en Gipuzkoa
se forja una cierta burguesía funcionarial, alejada de las rentas
y del trabajo de la tierra, compuesta por lo general de hidalgos segundones,
marginados de los mayorazgos, que buscan otras formas de inserción
socio-laboral.
La Corte, con su progresivo aumento, se convierte desde Felipe II y sobre
todo a partir de Felipe III en un auténtico imán para la nobleza
endeudada o para los segundones con necesidad de medro. La Casa Real, acoge
a bastantes empleados y cargos. Por una parte hay que considerar que son
pocos para un imperio tan vasto, pero por otra son bastantes, si tenemos
en cuenta que la mayor parte se nutrían de sectores sociales y procedencias
geográficas reducidas, especialmente Castilla y la fachada atlántica.
En 1623, justo al inicio del reinado de Felipe IV, los funcionarios de la
Casa Real, es decir los responsables de las necesidades materiales de la
familia real, sobre todo rey y reina, eran unos 1.700 cortesanos: mayordomo
mayor (alimentación y alojamiento); camarero mayor y luego sumiller
de corps (servicio personal); caballerizo mayor (transporte); guardia real
(300 soldados de protección y 175 oficiales y criados para actividades
de caza); confesores, damas, meninas y desde luego, cronistas y escritores
para redactar textos laudatorios y construir la historia nacional. Algunos
de estos cargos tienen gran importancia política, por la proximidad
cotidiana al rey y poder tener ascendiente personal: confesor, sumiller,
caza,¼ Los validos (Lerma, Olivares) eran simultáneamente
sumilleres. Además de administrar estaba el otro ámbito que
se considera característico de la monarquía: juzgar. Así,
se produce a lo largo del siglo XVI un importante ascenso social de los
letrados.
Ahora bien, para poder insertarse en la administración era imprescindible
una base cultural. Para ser funcionario se precisaba formación, lo
que implicaba varios problemas: una inversión económica bastante
elevada; una predisposición mental y en el caso guipuzcoano, un salto
lingüístico. Sin desdeñar el esfuerzo suplementario que
supone el aprendizaje de dos nuevas lenguas (el latín y el castellano)
para los vascos que pretenden profesionalizarse en el mundo de las letras
y las cuentas, el mayor problema lo constituiría la disponibilidad
de una adecuada infraestructura educativa en toda la cadena: primaria, secundaria,
universidad. En el caso de Gipuzkoa, tienen importancia: la red de maestros
de primeras letras, pagados por ayuntamientos y particulares. Las escuelas
de gramática, con papel preponderante de franciscanos y sobre todo
de jesuitas. Algunos centros especialmente relevantes: la Universidad de
Oñati (fundada en 1545) y los Colegios de Jesuitas de Bergara (en
1593) y Azkoitia (1599). Por parte de los franciscanos se enseña
latín y humanidades en los de Arantzazu, Mondragón y Tolosa,
aunque con menor eficacia. Preceptores en Bergara y San Sebastián.
Con todo, a pesar del importante papel jugado por estos centros, especialmente
por la Universidad de Oñati, los guipuzcoanos se van a ver precisados
a buscar formación en otros lugares, con preceptores vitorianos o
burgaleses y desde luego acudiendo a las universidades de Alcalá,
Salamanca o Bolonia.
La lista de "plumíferos" y covachuelistas de origen
vasco en Madrid, Toledo, Valladolid, Sevilla, Perú o México,
empieza a hacerse interminable. Además, la fuerte solidaridad familiar
y de paisanaje, las redes clientelares establecidas entre los vascos, provocan
la transmisión de los cargos y oficios entre parientes y paisanos
con notable reiteración. Así, desde los Secretarios reales
(de 12 Secretarios del Consejo 5 son guipuzcoanos (los cuatro Idiaquez y
Antonio de Aroztegui) hasta los Regentes, Oidores, Corregidores, Fiscales
en Audiencias y Chancillerias, Criados del Rey, Contadores, Tesoreros, Veedores
generales ¼ amén de los considerados del servicio personal
del Rey: Cancilleres mayores, Factores de S.M., Intérpretes, Administradores
de rentas, Pajes, Ayudas de Cámara, ¼ En la relación
de guipuzcoanos al servicio de la Corona ofrecida por Lope de Isasti (completada
por Floranes) y que se refiere a los reinados de Carlos V, Felipe II y Felipe
III (hasta 1626), podemos contar hasta 332 funcionarios guipuzcoanos entre
los que destacan 50 abogados ("entre otros muchos que no ocurren á
la memoria"), sin citar, desde luego, los innumerables eclesiásticos
y militares.
Conviene fijarse en la procedencia de estos guipuzcoanos. Me parece destacable
que de los 332 solamente figuran 22 de San Sebastián, mientras que
aparecen muchísimos de Bergara, Tolosa y Azpeitia. Puede influir
el que siendo Donostia una ciudad esencialmente comercial se dedicasen sus
naturales más a esta salida profesional que a la burocracia, dejando
ésta a los linajes de la Provincia. El mayor peso de algunas villas
debería producirse, entre otras cosas, por el hecho de una mejor
infraestructura docente local.
Muchos de estos guipuzcoanos al servicio de la Corona ocuparon cargos
humildes y de poco brillo, pero una representación bastante nutrida
de ellos alcanzó puestos de consideración: los citados Idiaquez,
Martín de Arrese (de Bergara) al servicio de Felipe II como virrey
de Sicilia; Sancho López de Otalora, Oidor del Consejo Real y su
hermano Miguel, Presidente del Consejo de Indias. Esteban de Garibay, cronista
de Felipe II e historiador; que elabora lo que sería una historia
nacional de los reinos de España: "Los 40 libros del compendio
historial." 1571; los calígrafos, impulsores de una "letra
nacional" (junto a los vizcainos Joanes de Yciar y Pedro de Madariaga)
hermanos Felipe y Tomás de Zavala (naturales de Marín, Valle
de Leniz). Los intérpretes; como Francisco de Garmendi (de Zarautz)
intérprete de arábigo, turqueso y persiano y Juan Cruzate
(de San Sebastián), que sabía las lenguas tudesca, polaca,
rutena, italiana, flamenca, francesa, inglesa, latina, vasca y otras.
Dada la solidaridad familiar, ya citada, como es fácil de suponer,
aparecen sagas de servidores a la Corona, grupos de familiares desempeñando
cargos destacados; como por ejemplo: Domingo Martínez de Orbea, Caballero
de Santiago, Tesorero General del Emperador. Su hermano Juan, Regente y
Tesorero General de Aragón; su hija Dª Ana casa con el Conde
de Oñate, D. Pero López de Guevara. El tercer hermano, Martín,
teniente del General de las Galeras de España, D. Bernardino de Mendoza.
O el linaje bergarés de Olalde del que D. Martín Martínez
de Olalde fue Registrador y Chanciller de Carlos V; sus hijos fueron: D.
Andrés, Paje del Condestable de Castilla D. Iñigo Fernández
de Velasco. D. Jorge: Canciller y Registrador de Felipe II. El Dr. D. Juan:
Catedrático de Prima en la Universidad de Oñate, beneficiado
de Bergara y chantre de Guadix y Dª Maria: casada con otro miembro
de un rancio linaje bergarés: D. Miguel Ibañez de Recalde.
Entre la pléyade de guipuzcoanos afanados en desempeñar
cargos y empleos de a monarquía, hubo, como no podía ser de
otra forma, de todo: desde los que, como Lope de Aguirre, se sintieron incómodos,
engañados o utilizados en el papel que les había tocado jugar
y reaccionaron de formar más o menos crítica, hasta los apologistas
y constructores del sistema monárquico ("intelectuales orgánicos"
se les podría llamar en el siglo XX), como el caso paradigmático
de Esteban de Garibay.
Juan Madariaga Orbea, Profesor de la UNED de Bergara y profesor
de la Universidad Pública de Navarra |