La explosión festiva del verano nos permite observar los numerosos
y recientes procesos de revitalización de fiestas, danzas, músicas
y otros elementos de la cultura tradicional. Esta fecunda creación
cultural plantea al investigador social diversas cuestiones en torno a la
innovación, la autenticidad, las fronteras culturales, así
como acerca del sentido actual de los conceptos folclore y tradición.
De la misma forma que no existe una respuesta única al por qué
de determinados rituales festivos ancestrales, o a cuál haya sido
su sentido, su significado, tampoco es fácil responder a ¿por
qué hoy se siguen celebrando? o bien, cuando el pueblo los olvidó
y parecían perdidos ¿por qué ahora se reinventan y
revitalizan?
En el campo de las danzas tradicionales, por ejemplo, las teorías
evolucionistas, la etnohistoria, o la literatura ponían de manifiesto
la relación de aquéllas con el ritual sagrado, o la acción
mágica sobre la naturaleza. Hoy, a sabiendas de que sus actuales
ejecutantes no esperan un efecto mágico, se adopta la justificación
argumental de que si bien ellos no creen en el poder sobrenatural, profiláctico
o protector de la danza que bailan, sí saben que sus antepasados
lo hacían, y por ello lo respetan y mantienen en su memoria. Y ello
con el fin de reforzar y mantener una tradición. Tradición
sobre la que va a descansar el carácter del grupo, su personalidad,
en suma, su identidad.
La convergencia de distintos vectores ha dado como resultado una decidida
acción reconstructora de la identidad basada en elementos tradicionales
entendidos como singulares o específicos frente a la presión
de la denominada cultura de masas, homogeneizante y despersonalizadora,
y frente a una identidad oficial que responde a los intereses y la ideología
de las clases dominantes. Todo ello en íntima relación con
los conceptos de identidad colectiva y culturas nacionales.
La identidad es significante de la diferencia específica, de lo
que subsiste y singulariza. Frente al individuo, cuya personalidad se teme
perecedera, se encuentra lo colectivo, que permanece. La identidad colectiva
es duradera y descansa en una amalgama de elementos jurídico-culturales.
En su determinación juegan un relevante papel los ciclos cívico-litúrgicos
que dramatizan o representan los valores y las actuaciones trascendentes.
En este contexto, junto a lengua, derecho, costumbres, creencias, valores,
símbolos, indumentaria, alimentación,.. el folclore integra
la estructura simbólica que define la identidad de un grupo humano.
En buena parte de las sociedades desarrolladas se advierte cómo,
por mor de la internacionalización de las pautas de producción,
distribución y consumo, a medida que nos uniformamos culturalmente
en los aspectos más básicos u ordinarios como los horarios
y calendarios, sistemas económicos, profesiones, hábitos,
diversiones, músicas, profesiones, hasta idioma, se inicia o acrecienta
un movimiento compensatorio que viene a reforzar las señas de identidad
características del grupo humano, del colectivo, del pueblo, de la
nación.
No es ajena a lo que decimos la formidable eclosión mundial la
música étnica para consumo de las sociedades posindustriales
en pleno auge de las culturas de fusión. Y de aquí el uso,
y frecuentemente abuso, del folclore como elemento para forjar, crear, o
incluso, inventar, una identidad colectiva. El folclore, un viejo y olvidado
cajón de sastre al que se acude hoy para reforzar la amenazada personalidad.
En nuestros días, folclore e identidad colectiva son conceptos
que viajan de la mano. Se vincula la evolución y consideración
de los rasgos culturales tradicionales a la personalidad colectiva del pueblo
al que pertenecen. De tal modo que un grupo humano, un pueblo, tiene personalidad
si está dotado de características intelectuales y afectivas
propias, si sus costumbres denotan una peculiar concepción de la
vida o del mundo, si siguen una línea de desenvolvimiento marcada
por las constantes de su historia, de su tradicional cultura, de sus ideales
colectivos y de sus sentimientos predominantes, aun admitiendo las influencias
uniformadoras de la ciencia y el progreso técnico. El concepto así
construido, puede diferir del jurídico-político y tiene sede
en la fiesta, ya que, recuérdese, la fiesta, como el derecho, puede
ser también un lenguaje, metalenguaje, de signos y símbolos
que nos habla de los fundamentos de una cultura.
En este contexto podemos valorar el incesante resurgir de formas de expresión
fundadas en tradiciones populares y asumidas como propias. Sorprendentemente,
muchas de estas formas exclusivas, constitutivas de la personalidad única
y singular, están inspiradas en las tradiciones casi idénticas
de las poblaciones próximas. En este proceso de construcción
o revitalización de fiestas y en su mantenimiento y evolución
constantes presentan especial interés las tensiones ideológicas,
consecuencia de la heterogeneidad del grupo social y de sus desequilibrios
internos, que se reproducen y dramatizan en la fiesta misma desde su concepción
hasta en la revisión de sus comportamientos rituales.
Vicepresidente de Eusko Ikaskuntza en Navarra |