El cine vasco y el Festival de San Sebastián
Carlos Roldán Larreta

La edición de este año del Festival Internacional de Cine de San Sebastián celebra un feliz aniversario. Hace treinta años, durante el mes de julio de 1968, se estrenaba en el teatro Victoria Eugenia, sede del Festival, la película Ama Lur de Fernando Larruquert y Néstor Basterretxea, punto de partida del cine vasco moderno. La obra llevaba dos años luchando contra la censura franquista, que veía en ella la peligrosa huella del nacionalismo vasco. Pero los autores lograron al final sortear las dificultades y mostraron al mundo su poética visión del País Vasco. Cuentan las crónicas de la época que el recibimiento dispensado a Ama Lur en el Victoria Eugenia fue discreto, aunque sin embargo, en la sesión celebrada poco después en el cine Astoria, con un público más popular, la acogida fue realmente calurosa. Larruquert y Basterretxe cumplieron con dos de sus propósitos más importantes. Demostraron que era posible un cine sobre y desde el País Vasco con capacidad de interesar al público y denunciaron, engañando a la censura, la situación de represión que vivía Euskal Herria con el franquismo. Su otra gran empresa, la búsqueda de un lenguaje cinematográfico original vasco, quedó en un ambicioso proyecto que no tuvo continuidad.

En el cine vasco posterior a Ama Lur dejó de lado la vía estética y centró su labor en la militancia activa antifranquista. Este cine también tuvo acomodo en el Festival. Por ejemplo, en 1976 el certamen donostiarra acogió el largometraje de carácter experimental Axut (1977) de José María Zabala y en 1977 en el cine Astoria reunió una serie de cortos vascos, acto precursor de los maratones de cine vasco actuales, que daban una buena idea del cine que se estaba realizando en esos momentos en Euskadi.

Es en la década de los ochenta cuando el cine de Euskal Herria inicia su etapa más importante gracias a las subvenciones a fondo perdido concedidas por el Gobierno Vasco. La producción cinematográfica se profesionaliza intentando acabar con el voluntarismo típico de los setenta y busca sobre todo crear una serie de películas capaces de conectar con el público. La realidad política vasca o el reencuentro con la historia y culturas propias seguirán, de todos modos, teniendo una importancia capital en el contenido de los largometrajes realizados en esta etapa. La fuga de Segovia(1981) de Imanol Uribe inaugura con éxito esta nueva era del cine en el País Vasco. Y la del Festival de Donostia como escaparate de la producción cinematográfica vasca adquiere ahora todo su esplendor. Imanol Uribe elige el elegante decorado del Festival para presentarse en sociedad y logra el Premio de la Crítica Internacional. Lo mismo ocurrirá con otras importantes películas vascas de estos momentos. Es el caso de La Conquista de Albania de Alfonso Ungría y de Euskadi hors d`etat de Arthur Mac Caig, presentes en la edición de 1983. En cuanto a La Conquista de Albania, la película más cara hasta ese momento del cine vasco, cabe recordar que la exhibición llegó a retrasarse 24 horas, alterando el programa del Festival, para que el lehendakari Garaikoetxea pudiera asistir al estreno. La anécdota da una idea de la importancia que tiene el cine en esos momentos para el Gobierno Vasco. El momento culminante del cine vasco de los ochenta llega con el estreno de Tasio( 1984), de Montxo Armendariz, estrenada también en San Sebastián. Allí se hará con la concha de plata del Festival.

El caso es que el cine de Euskadi, a pesar de este prometedor inicio, entra en la segunda mitad de los ochenta en una crisis creativa de la que no se recuperará hasta llegar a la década de los noventa. En esta nueva etapa, el éxito alcanzado por cineastas de la vieja guardia como Uribe o Armendariz, unido al despliegue de buen cine desarrollado por una nueva generación de jóvenes cineastas vascos entre los que destacan Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa, Alex de la Iglesia o Enrique Urbizu, llevan a un resurgir del cine en Euskadi. El Festival de San Sebastián será de nuevo un testigo privilegiado de estos acontecimientos. En 1990 otorgará su máximo premio, la Concha de Oro, a Montxo Armendariz por Las Cartas de Alou. En 1991 será Juanma Bajo Ulloa quien logre el preciado galardón con su ópera prima Alas de mariposa. Imanol Uribe se hará con una Concha de Oro dos veces, en 1994 con Días contados y en 1996 con Bwana. No se puede dudar del triunfo del cine vasco en los noventa ni del peso que adquiere su presencia en el certamen donostiarra.

En la pasada edición del Festival Alex de la Iglesia presentaba ante la expectación general su Perdita Durango en una sesión especial celebrada en el velódromo de Anoeta. Su cine de acción salvaje poco tenía que ver con el lírico documental exhibido en 1968 por Larruquert y Basterretxea. Pero ambas películas, como tantas otras realizadas en los últimos tiempos por realizadores vascos, quedaron unidas para siempre a pesar de sus diferencias por el ánimo común de marchar a la busqueda del público partiendo de un mismo escenario común, el del Festival de Donostia, lugar de encuentro ineludible del cine de Euskadi.


Carlos Roldán es Doctor en Historia del Arte

 


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