Cuando
haciéndose eco de la sabiduría de Cesare Pavese, Oteiza se atrevió
a decir qué desgraciados son los artistas que les toca ensayar sus
experiencias en un momento en el que no se les necesita, no nos
estaba mirando a todos nosotros. La suya era una imprecación, una
sacudida deses-perada y angustiosa, al ver cómo en una sociedad
llena de poder, en la que se esperaba un renacimiento inevitable,
las ideas no cayeron en tierra buena, sino donde las cizañas azuzan
y así nos va. El país avanza de noche, cuando los que mandan
están dormidos. El libro que hoy nos ofrece, "Jorge Oteiza,
esteta y mitologizador vasco", un libro convergente, porque en él
se exponen variadas formas de entender a Oteiza, creo que debe ser
el comienzo de una nueva etapa de encuentro con el poeta de Orio,
con el poeta de todos los lugares del mundo donde "poéticamente
habita el hombre". Es esta una conjunción sinfónica, que viene de
otro primer encuentro, convocado en esta misma sala, con el mismo
título, y promovido por los jóvenes investigadores de nuestra joven
Universidad Vasca, aquí, de Zorroaga. No creo que esto que estamos
haciendo deba ser un necesario homenaje a Oteiza, y sí una renovación
de afecto intelectual y humano. Estamos llenando Euskadi de homenajes
y no tenemos tiempo para hacer análisis, introducciones criticas,
aportaciones discursivas sobre la obra y el pensamiento de nuestros
mejores pensadores y pensadoras. El referente cultural que nos vendrá
en un futuro joven nos pedirá más "Introducciones criticas al pensamiento
de..." y menos "Homenajes a...", porque los homenajes a excluyen,
a priori, cualquier planteamiento critico. Así, por tanto, bueno
es que este libro, de pronto, no se titule "homenaje a" y tenga
el título que tiene. En el título hay un adjetivo que no sólo califica,
sino que determina, como decimos los de Gili Gaya, al nombre. Se
trata de un vocablo algo forzado, como es el de "mitologizador".
Pero, si reparamos, es suficientemente expresivo. Oteiza no es un
mitificador, sino un mitologizador, un sabio que entrelaza las conexiones
míticas de la existencia, de la cultura. Un literato (por literatura
y literadura) que aprueba o reprueba los entresijos de toda intertextualidad,
como ahora se dice. Oteiza es el narrador de la existencia que nos
ha facilitado la gran experiencia de podemos encontrar con Hegel
en Zarautz, a la esquina de una tasca o a la puerta de un batzoki.
Cierto es que la existencia es algo más que un problema de definición,
y, acaso, la filosofía no sea otra cosa que una trampa del lenguaje,
pero leyendo a Oteiza todo esto se aclara. Porque donde Jorge Oteiza
habita, habita el lenguaje. Y el lenguaje es la casa del ser.
Oteiza, más necesario que nunca, se nos aparece hoy como la conciencia
que nos avisa de todo un equivocado camino. Los mensajes de Oteiza
han sido muchos, a lo largo de su camino; los ha expresado en muchas
ocasiones y a través de soportes múltiples, pero sobre éstos, sobrecubriéndolos,
esta su noción y acción poéticas. No puede explicarse ya Oteiza
si no es desde, en, para, por, según, sin, sobre, trans la poesía.
Y dentro de la poesía, en su noción del silencio. La noción y la
acción. Porque no es el suyo un silencio amorfo, monocorde, melifluo,
quieto, quedo, sino pluriforme, plurimorfo, fluorescente y abierto.
Oteiza, a través del verbo transparente, nos ha dejado, mostrándose
más generoso que lo que nuestros méritos merecen, un compendio de
nociones fundamentales sobre la creación y la filosofía. Estas están
recogidas fundamentalmente en sus libros. Están tan bien recogidas
que no es arriesgado decir que su historia son sus libros y el resto
de manifestaciones artísticas son las ramas de un árbol con más
sabia que un sabio. Pero, claro está, los libros no son libros hasta
que no se leen, porque, como nos ha dicho también Oteiza, la poesía
no es sólo "una toma de contacto con las zonas oscuras del yo" (Celaya),
sino que "lo que transforma un idioma en poesía es la necesidad
de que las palabras nazcan en el corazón del hombre". Que los verbos
se pronuncien, que el silencio se mastique. Se pronuncie el silencio.
Así es que el mayor homenaje que se le debe a Oteiza es el de leer
su obra. Tomar nota, subrayarlo con un lápiz amarillo, para hacer
reventar sus silencios. Pronunciar el silencio, porque toda la obra
de Oteiza es un pronunciamiento poético.
Cuando les estaba escribiendo estas líneas para ustedes, me comunican
que un bárbaro frío ha acabado con la vida de Antxon Ayestarán.
La coincidencia del juicio que Ayestarán tenía sobre Oteiza, a quien
calificó de genio, con lo que yo quisiera exponerles, no es sino
un ferviente reconocimiento a Ayestarán, cuya tarea en la formación
espiritual de este pueblo todos ustedes conocen. En el libro que
Pelay Orozco escribió sobre el Orfeón (1), Ayestarán dice: "Oteiza
es, lo creo al igual que tú, aunque con mucho menos conocimiento,
un genio auténtico. Mi genio es de los que sólo sirven para fabricar
un mal vinagre". Pero vamos a seguir viviendo. Y jurando, que nadie
saldrá de aquí sin haber hecho firme propósito de leer de una vez
por todas la última página de "Ejercicios espirituales en un túnel".
Eruditos, sabios y genios
Leyendo a Oteiza uno se apercibe de inmediato lo importante que
es tener ideas, pero, muy especialmente, ideas vivas. Porque, como
nos predijo Unamuno, las ideas no hay que tenerlas, sino vivirlas,
derrocharlas en una (1)festiva
borrachera creadora. Tener, pueden tener ideas muchas personas,
bien por préstamo, bien por hurto. Pero adecuar esas ideas a la
acción y ejecutoria personal, interior, eso es algo que esta dentro
de una categoría superior: dentro de una consecuencia. Quienes tienen
ideas, sobre todo si son prestadas, no son más allá de eruditos.
Sólo quienes poseen ideas, las practican y las viven, llegan a ser
con propiedad sabios. Si, por demás, esas ideas no las ha tenido
nunca nadie y quien las propone como invento se adelanta a su tiempo
y a su memoria histórica, es decir, son algo creado por quien las
pronuncia, ejecuta y respira, nos hallamos ante el genio.
La historia de este siglo ha sido poco generosa con Euskalherria
y en el reparto nos ha dejado en suerte, eso sí, dos pronunciamientos
de primer orden: Miguel de Unamuno y Jorge Oteiza. Unamuno
es el primer vasco que entra en la modernidad y Oteiza es el fervor,
la fiebre que completa esa modernidad y nos enlaza con la transmodemidad,
con la ultramodernidad. Cuando Menéndez y Pelayo cometió
el atrevimiento de referirse a la honrada poesía vascongada,
Unamuno le contestó de forma inmediata: "Yo me encargaré de deshonrarla".
Es decir: de rehacer, mejorar, remover y discutir aquella "honradez"
tan poco honrada. No se apercibió entonces Unamuno de que él era
precisamente el primer poeta vasco que enlaza con la modernidad.
Y es que Menéndez y Pelayo no conocía la literatura ni la cultura
vasca más allá de la bucólica de Antonio Trueba, que en su conjunto
nos propuso una Arcadia pestiña y bobalicona para Euskalherria.
La historia, tristemente, se repite en las expresiones culturales
vascas de ahora mismo. Y Oteiza lo sabe. Hoy se habla del nuevo
cine vasco, de cine vasco, pero de ese cine no se ha hecho una lectura
en profundidad, un análisis ideológico, estetico-ético; en definitiva:
una crítica. Sólo Oteiza ha dicho, al menos yo le he oído decir,
que ese cine es Antonio Tueba; que no ha pasado de la arcadia truebeña;
que ese cine está equivocado de siglo, aunque guste mucho y, por
tanto, se le aplauda a rabiar, en las inauguraciones oficiales.
Nos podrá contundir a todos, pero eso no se le escapa a Oteiza.
Ya en su libro "Androcanto y sigo" (1954) Oteiza clamaba para que
nuestra universidad fuera universidad, y advertía de la necesidad
imperiosa de que los niños vascos de ahora no siguieran naciendo
en otro siglo anterior. Veamos, en consecuencia:
Pusiste Señor un árbol
hermoso como un rostro en la falda del Aloña
lo miraban un carpintero y un pintor
yo bajaba del Urbía
donde nuestros padres obraron misteriosamente en tu presencia
que yo comprobaría en la ciudad
al cabo de un tiempo
donde una universidad tenía parada su máquina
y desde entonces todos los niños nacen aquí en el siglo 17.
Aunque "Androcanto y sigo" no tuvo en aquel momento un eco, no
ya entre la crítica o en otras esferas sociales, sino entre los
propios creadores vascos, el libro es en sí mismo definitivo. Cuanto
Oteiza propone en "Teomaquias" (1986) surge ya en embrión inconfundible
en "Androcanto y sigo". Y, ciertamente, el lenguaje, la propuesta
semántica de Oteiza ha ido calando entre los creadores. Si cito
a Gabriel Aresti no citamos a todos, pero justo es decir
que ya en Aresti se convoca buena parte de la propuesta cultural
de Oteiza. La consecuencia de esa asunción cultural ha tenido otras
manifestaciones. No parece en vano, sino profundamente meditada,
la afirmación del también poeta Juan Mari Lekuona:"La existencia
del pensamiento de Oteiza libera a la poesía vasca de cualquier
complejo de inferioridad". Lekuona, quien ha iniciado el estudio
de la poética de Oteiza, fundamentalmente a partir de "Quosque tandem!",reconoce
la evidencia y clarividencia del análisis de Oteiza, al conjugar
en un mismo verbo bertsolarismo, poesía popular y estilo vasco.
Oteiza, que es nuestra más feliz deshonra unamuniana, ya
se encargó de "Androcanto y sigo", es decir, en 1954, de referirse
de forma elusiva y alusiva, o lo que es igual, con el silencio,
de dar fe de que "poeta es el hombre que se recupera y se usa entero
en su lenguaje", como luego nos advierte (1965), cuando escribe
el prólogo al libro de poemas, nunca publicado, que iba a ser una
antología de Gabriel Aresti, Otsalar, Mikel Lasa y Joxe Azurmendi
(2). En este prólogo,
donde se condensan otras sabias lecciones, Oteiza, interrelacionando
la creación poética de los cuatro poetas, se lamenta de la oscuridad
que se percibe en el ambiente y del poco eco que sus propuestas
para un renacimiento cultural habían tenido. Hoy Oteiza camina acaso
con no menos desesperación, desesperanza o angustia. Pero, como
él mismo había escrito en "Androcanto y sigo",recogiendo una página
de lo que llamó una especie irregular de Diario del escultor
(3), "renovar la angustia
es renovar la inteligencia del hombre y su creador". Ese diario,
escrito exactamente el 19 de junio de 1948, en Buenos Aires, registra
también lo siguiente: "La angustia crece, evoluciona, busca como
un gran río darse en nuestras manos hasta acabar. Como un gran río
desesperado, porque es el desequilibrio entre la vida y la muerte,
entre el hombre y Dios. No hay angustia verdadera en la angustia
de hoy en equilibrio, que no llega a las manos, que se queda y pudre
y hasta se mercantiliza. De la angustia verdadera no queda nada
en las manos verdaderas. Si no tengo mas inteligencia de la vida
eterna que Unamuno, debo tener su misma desesperación; entonces
esta desesperación de Unamuno no es en mí verdadera, porque quiere
decir que no se ha movido. ¿Y cómo el gran río de la angustia ha
podido permanecerquieto?". Julio Caro Baroja, para citar
a una persona por quien Oteiza siente profundo respeto, ha escrito
precisamente ayer: "Don Miguel (Unamuno) poseía una vitalidad enorme
y esta vitalidad le llevaba a situaciones de angustia, que originan
gran parte de su obra funda-mental" (4).
Vemos, por tanto, que las preocupaciones de Oteiza no son obsesiones
personales al margen de una concepción intelectual. La tradición
cultural -si entendemos por tradición el conjunto de préstamos que
en una relación, en un proceso afluyente e influyente, es decir,
renovador, se transmiten entre sí las mentes pensantes-, veremos
que, además de los citados, otros creadores vascos -por no referirnos
ahora a aquellos que se han decidido por las expresiones de la escultura-,
singularmente en la literatura escrita, han reparado en Oteiza.
Cuando Gabriel Celaya -autor: por otra parte de dos libros
de poemas,"Marea del silencio" (1935) y "Lo demás es silencio" (1952),
títulos que nos aportan por sí mismos suficientes resonancias-,
quiere interpretar el silencio en su poema "El silencio vasco",
de su libro "Baladas y decires vascos", cita a Oteiza:
"Estilo vasco quiere decir privación de un sentimiento (el
sentimiento trágico de la existencia) que ha sido curado en el proceso
artístico prehistórico elaborado con esa finalidad y concluido victoriosamente
en la nada-cromlech del Neolítico... Los cromlechs vascos son unas
pequeñas piedras que dibujan un círculo muy íntimo, muy pequeño,
de dos a cinco metros de diámetro, y que no tiene nada dentro".
Escuchemos a Celaya:
Pero a veces sale un loco,
y por eso escribo yo,
que al predicar el silencio,
doy el sí, diciendo no.
Es el círculo sagrado:
el de nuestro cromlech-sol;
es la magia del espacio
revivido en lo interior;
la escultura desde dentro
donde me siento el que soy,
la calma que todo mueve,
lo inmóvil de lo veloz.
¿Qué ha propuesto Oteiza durante toda su vida sino desocupar el
espacio, las dimensiones no asibles de los objetos, su vacío? Oteiza
es en buena medida la historia de sus silencios, la dimensión silente
de su creación. Así lo vieron y cantaron otros poetas vascos, como
Gabriel Aresti o Blas de Otero. Aresti dedicó a Oteiza
acaso el poema más largo que jamás compuso. Es el poema "Q"; de
"Harri eta Herri":
Porque Jorge de Oteiza no es un hombre,
porque Jorge de Oteiza es un superhombre;
en este último tiempo me han traído al pensamiento
de que él
es un
profeta.
Antiguamente
a los profetas
los mataban
a pedradas.
Hoy en día,
a desprecios,
a desamores
Y
a ostracismos.
Yo no sé cómo Jorge de Oteiza
ha aguantado
hasta el momento
tanto desprecio.
No sé cuando llegará el tiempo en que Euskadi se encuentre definitivamente
con el artista creador y se pongan en hora los relojes cordiales
(del corazón). El propio Oteiza lo dejó dicho en su libro sobre
la megalítica americana y lo reprodujo en Quosque tandem (59): "Desgraciados
los artistas que por inercia se dan en épocas en que ya no se les
necesita". Pero a Oteiza le necesitamos, porque creadores de esta
especie no se reproducen en xerigrafía. Con Aresti, y desde su poema
"Q", digamos la verdad a Oteiza:
El canto del ruiseñor
llena
mi alma
de paz.
Cuando lo escucho
me nace
dentro
una placentera melodía.
No menos preciso es el encuentro con la melodía silente de Oteiza
que Blas de Otero nos brinda en el poema "Palabra en piedra", dedicado
a "Oteiza, en Aránzazu" 1977:
El vacío del centro
de la piedra,
círculo horizontal
prolongándose
por sí solo,
redondo
y pleno
todo,
lengua llameando,
izando
entre la piedra
cóncava,
cuchara de la palabra,
sílabas oleando,
ritmo
brizado en el silencio,
ahondando
en el cuenco de la mano
poderosa
de Oteiza (5).
Vemos, por tanto, cómo poetas como Celaya, Otero, Aresti han sabido
valorar la noción del silencio, del vacío, "la presencia de la ausencia",
como el propio Oteiza ha dicho, en Oteiza. No debe extrañar a nadie
esta asimilación cultural, ya que Oteiza, en 1960 dejó pronunciada
en Lima acaso la mejor interpretación poética que nunca se haya
hecho de César Vallejo, precisamente sobre "la poética de la ausencia".Añadamos
a esto que fue Oteiza quien le
invitó a Otero a conocer y leer a Vallejo.
Y si estos nuestros poetas han sabido asumir esta noción y proposición
cultural, no es fácil entender que nuestra universidad, nuestras
ikastolas, cualquier centro de decisión sobre la conciencia colectiva,
no acabe por encontrarse definitivamente con el poeta. Tenemos muestras
de que esto es así y él lo sabe. Cuando un nuevo poeta, como Carlos
Aurtenetxe, compone su libro "Caja de silencio",esta respondiendo
al eco del mensaje parabólico de Oteiza. Y si hablamos de "caja",podemos
hablar de "armario" y, si de armario,"ventana" ("El armario y la
ventana" es el libro definitivo del pensamiento de Oteiza, que ahora
está en proceso), y si decimos "ventana", hablamos del espacio por
donde a Jorge Oteiza se le escapó, arrebatado por un viento brujo,
el texto de la intervención que hoy iba a pronunciar aquí el poeta.
Pero no es un simple rapto: a buen seguro que el gesto no es más
que un nuevo guiño, señal de humo, mensaje que Oteiza nos manda,
en lenguaje parabólico, para que tomemos nota y, si nos decidimos,
vayamos con él a salvarnos.
Nos llevará a sus espacios sonoros. Allí, allá, podremos no morir
del todo. Simplemente, nos habremos traspuesto, con Mallarme, con
Hegel. Cambiaremos de domicilio.
(1)
Orfeón donostiarra. Su historia. Bere kondaira (1897-1978).
Donostia, 1980, Caja de Ahorros Municipal, Sociedad Guipuzcoana de
Ediciones y Publicaciones, pág. 322
(2) El prólogo fue publicado
posteriormente en "Ejercicios espirituales en un túnel", "Hordago",
Donostia, 1984, 2.ª edición, págs. 19 y ss.
(3) El texto está recogido
a su vez en Oteiza. Su vida, su obra, su pensamiento, su palabra,
de Miguel Pelay Orozco. La Grao Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1978;
págs. 572 y ss.
(4) "Miguel de Unamuno,
mi recuerdo personal". Diario "Navarra Hoy", págs. 44 y 45, 21 de
diciembre 1986
(5) "Poesía con nombres".
Incluido en "Expresión y reunión". Alianza Editorial, Madrid, 1981
(*)
Texto íntegro de la intervención en la Sala de Cultura de la Caja
de Ahorros Municipal de San Sebastián (22-12-86), con motivo de
la presentación del libro "Oteiza, esteta y mitologizador vasco".
Félix Maraña,
autor de la obra Jorge Oteiza: elogio del descontento
Publicado originalmente en RIEV, v. 33, 1988, pp. 45-53. |