Sonrisas y lágrimas |
Joseba Fiestras |
Cuando cuatro tarados (así nos
han calificado acertadamente muchos amigos) deciden liarse la
manta a la cabeza y dar rienda suelta a sus emociones, puede
suceder que una ciudad adicta al cine pero carente
de festivales, tenga de pronto un modesto certamen al que hincarle
el diente. Más o menos así nació el Festival
Internacional de Cine de Vitoria, una cita cinematográfica
aún frágil que pretende consolidarse pasito a pasito.
Dos ediciones han bastado para que muchos de los que empezaron
la organización de este evento hayan abandonado su puesto.
Y no es criticable, ¡ojo!,
es lógico y normal analizando el tremendo trabajo que
cuesta dar forma a una fantasía. Pero cuando esa fantasía
ya es una realidad, el amante del séptimo arte se congratula
al ver cómo los invitados te animan a continuar, se llevan
un grato recuerdo de tu tierra y, más egoístamente,
ganas algunos buenos amigos entre aquellos a quienes hasta hace
nada considerabas estrellas inalcanzables.
Y, ¿cómo nace un festival? Tras leer estas líneas
puede parecer que es una tarea más o menos sencilla, pero
les aseguro que el más preparado puede acabar en el manicomio.
Nace de la emoción, de la afición y del esfuerzo.
Unos amigos del cine se reúnen. Tras haber visitado otros
festivales y quedarse encantados con el ambiente allí
vivido, deciden que su ciudad merece algo parecido. Sin absurdas
pretensiones, optan por ayudar a nacer a un nuevo festival. Y
digo ayudar porque el festival nace solo, parece que
tenga vida propia. Comienzan las insistentes llamadas, las primeras
decepciones, las deprimentes negativas... Y, de pronto, un gran
actor decide aceptar un sincero homenaje. La sensación
de triunfo es absoluta. Y entonces chozas de nuevo con la temible
realidad: el dinero. Sí, la afición y las ganas
son fundamentales, pero el vil metal es imprescindible a la hora
de planear algo así. Necesitas acomodar a tus invitados,
agasajarles con las mejores comidas, brindarles tus mejores atenciones,
y eso... cuesta dinero.
Una vez llegado el momento de ejercer de pedigüeño,
empleas la mejor de tus sonrisas y, con mucho ánimo, te
diriges a las empresas más potentes de tu provincia pensando:
"¿Qué son para ellos un par de millones?".
Y son, lo que para todo el mundo, mucho dinero. Y encuentras
desconfianza, recelo y muchas negativas. Pero, entre las muchas
visitas realizadas, también recibes apoyo y alguna que
otra inyección económica (bastante modestas, todo
hay que decirlo).
Una vez que tienes solventado un mínimo presupuesto y
cuentas con un par de ilustres visitantes, la cosa ya no tiene
marcha atrás. Y es en este momento cuando el recién
nacido comienza a dar sus primeros pasos por sí solo.
Porque tú tienes previstos un par de días de festival.
Quieres que el inicio sea humilde y austero (no tienes más
remedio, las pesetas mandan), y es entonces cuando comienzas
a recibir llamadas interesadas en proyectar un ciclo en versión
original, otro de películas latinoamericanas, otro de
largometrajes infantiles en euskera... Y las ofertas alguna
de ellas son irrechazables. Y lo que iban a ser dos días
de homenaje a un gran intérprete, pasan a convertirse
en cinco jornadas de auténtica locura. Porque el presupuesto
que existía sigue siendo el mismo y hay que empezar a
ahorrar por todas las esquinas.
El primer Festival Internacional de Cine de Vitoria se celebró
en mayo de 1999. Fue una auténtica locura. Pero aquella
enajenación transitoria salió bien, demasiado bien.
José Luis López Vázquez se llevó
el primer reconocimiento gasteiztarra. Nos visitaron Benito Zambrano
(antes de que le hubiesen concedido apenas ningún premio
a su aclamada Solas); Xabier Elorriaga y Saturnino García,
grandes amigos del festival desde entonces; una encantadora Verónica
Forqué que aceptó la improvisada invitación
tan sólo tres días antes de que el certamen diera
comienzo; Javier Cámara demostrando que, además
de un gran actor, es una persona excelente; Félix Linares,
que aceptó con gusto un premio concedido por el público
alavés; y más nombres relacionados con todos los
aspectos de la compleja industria cinematográfica. Lo
crean o no, el presupuesto fue de tres millones de pesetas y...
¡¡¡no nos pasamos!!!
La primera prueba había surtido efecto. Pero no conviene
dormirse en los laureles, había que ir pensando en la
segunda edición. Para ella, la de este año, contábamos
con más ambición, con más ganas y... con
el mismo dinero. Teníamos que demostrar a los patrocinadores
que la inversión había sido rentable (ardua tarea
para esos cuatro tarados que a la hora de hablar
de dinero se vuelven tímidos, apocados y demasiado responsables).
Pero, como ya les digo
que un festival tiene vida propia, el de Vitoria siguió
creciendo moderadamente. Y surgieron nuevos retos y... la especialización.
Ya hay muchos festivales dedicados al cine en general, de modo
que el nuestro debía destacarse por algo. Tras muchas
preguntas, consejos recibidos y análisis documentados,
los Nuevos Realizadores llamaron a nuestra puerta. Hay infinidad
de largometrajes que, a pesar de estar listos para su estreno,
no encuentran una distribuidora que confíe en sus posibilidades.
Ellos merecían nuestra determinación y, después
de muchas consultas, el Festival Internacional de Cine de Vitoria
pasó a llevar un sugerente subtítulo: Nuevos Realizadores.
Y el segundo certamen gasteiztarra tomó cuerpo. Y creció
(¡vaya sí creció!). Y volvimos a volvernos
locos para evitar perder dinero. Y hasta vino Caiga quien caiga
para darnos publicidad a nivel estatal. Un triunfo que costó
sonrisas y lágrimas (y no exagero cuando les digo que
más de una lágrima desesperada corrió por
nuestras dolidas mejillas).
Nuevos amigos se acercaron a apoyarnos: Fernando Guillén
(el homenajeado del 2000); su hijo, Fernando Guillén Cuervo;
Manuel Alexandre, Jesús Guzmán, Conrado San Martín,
Alvaro de Luna y Txema Blasco (el gran amigo Txema Blasco), protagonistas
de Maestros, uno de los diez largometrajes a concurso (sí,
sí, han leído bien, diez largos de directores noveles
compitieron en Vitoria); Aitor Merino; Carlos Saura; Alex Angulo
(otro eterno amigo del festival); María Esteve y su querido
Alvaro Fernández Armero; Bingen
Mendizabal, Juanma Bajo Ulloa (otro alavés comprometido
con el certamen vasco); Alfonso Albacete y David Menkes, directores
premiados por el público; Mónica Molina, que vino
a cantar boleros; mi querido Angel Pavlosky; Juan y Medio, presentador
"oficial" del festival; Claudia Gravi y María
Kosty, protagonistas de Sueños en la mitad del mundo,
otra de las participantes en la sección oficial; Juan
Luis Galiardo, que vino a "poner a parir" al cine español;
Quique Camoiras; Mario Pardo... y muchos otros nombres que se
quedan grabados en el corazón de estos cuatro tarados.
Y hoy, varios meses después del desasosiego festivalero,
cuando me siento a escribir estas líneas, rememoro con
cierta añoranza aquellos días de mayo. Al rato,
cuando la cordura se cuela en mis pensamientos, recuerdo que
la cuenta atrás para la tercera edición ya ha comenzado.
Que debemos reunirnos de nuevo para comenzar a elucubrar nuevas
sorpresas, para afrontar un nuevo reto, para volver a divertirnos,
a enloquecer, a reír y a llorar. A fin de cuentas, eso
es el cine, sonrisas y lágrimas.
Joseba Fiestras, periodista y codirector del Festival de Cine
de Vitoria |
Euskonews
& Media 92.zbk (2000 / 9 / 22-29) |