La comunicación local, y ustedes que
se dedican a ello lo saben mejor que yo, tiene unas características
y se desarrolla en unas circunstancias que la hacen especialmente vulnerable
a determinados abusos y tentaciones alejadas de lo que dicta la deontología
profesional. Puesto que esas características y esas circunstancias
no sólo son inamovibles, sino que son precisamente lo que la definen,
de lo que se trata es de reflexionar acerca de cuáles son y de qué
modo se presentan las presiones que reciben los periodistas de los medios
locales y acerca de qué es lo que se puede hacer para mitigar, que
no evitar, lo cual me parece imposible, las dificultades inherentes a ellos.
Los problemas éticos que afrontan los medios locales no son diferentes
de los que afrontan los nacionales. Tampoco deberán serlo las respuestas
que se deban dar. Sin embargo, algunos de esos problemas se presentan con
especial intensidad en el caso de los medios locales. Sucede así
que algunos de los puntos fuertes de la comunicación local son, al
mismo tiempo, sus principales debilidades desde un punto de vista deontológico.
Empezaré con el aspecto que más y mejor caracteriza a la información
local: la cercanía o proximidad geográfica y, por lo tanto,
como consecuencia de ella, también emocional. La cercanía
es lo que define a la comunicación local y, por eso, al mismo tiempo,
la baza principal que la diferencia de lo que pueden aportar los medios
de comunicación de ámbito nacional. Esa cercanía geográfica
y emocional es la que despierta el interés de los lectores, o de
los oyentes, o de los telespectadores locales por los medios de comunicación
de su localidad. Pero, al mismo tiempo, esa cercanía dificulta la
ya de por sí difícil competencia y, además, corre el
riesgo de generar presiones y dependencia. Vayamos por partes.
A no ser que estemos en una situación en la que seamos el único
medio de comunicación que opera en un territorio -lo cual, y aunque
egoístamente nos evitaría más de un quebradero de cabeza,
pensando en el necesario pluralismo informativo no creo que sea lo mejor-
tendremos que competir con otros medios. Esa competencia, lógicamente,
será mayor cuanto menor sea el ámbito geográfico en
el que nos movamos y cuantos más medios de comunicación operen
en él. Así, tendremos que competir por el mismo público,
pero también por los mismos temas, por las mismas fuentes, y por
la misma publicidad. Hasta aquí nada distinto a lo que sucede a nivel
nacional, si no fuera porque cuanto menor es el espacio geográfico
en el que nos desenvolvamos, el número de personas que componen la
audiencia, el número de temas, el número de fuentes y el número
de anunciantes potenciales es menor. Y a mayor competencia, mayores riesgos
de sufrir presiones... y mayores tentaciones de caer en ellas.
Por otra parte, aunque no tiene por qué ser así necesariamente,
es difícil evitar que la cercanía, a su vez, no genere situaciones
de dependencia, que cuanto más profundas sean corren el riesgo de
traducirse en presiones a los informadores, presiones que serán más
directas y se producirán con mayor intensidad cuanto mayor sea la
cercanía con los grupos o individuos interesados en presionarles,
que serán más difíciles de resistir cuanta mayor competencia
tengamos.
Pero, ¿por qué hay tanta gente interesada en presionarnos?
Dicen Steele, Black y Barney en su libro Doing ethics in journalism
que la distribución de la información, que es la tarea encomendada
tácitamente por la sociedad a los periodistas, es una redistribución
de poder. Quienes detentan el poder en una comunidad son conscientes de
la fuerza y el impacto de los medios colectivos en la sociedad, fuerza e
impacto que por lo general es mayor en las comunidades locales. De ahí
que el periodista suela estar enfrentado con los individuos y con los grupos
interesados en retener su poder y, a ser posible, en incrementarlo. Para
ello, por lo general adoptan dos políticas de información
aparentemente opuestas: controlar la información que difunden acerca
de ellos mismos, o retener lo que no les interesa que se difunda ... porque
les podría hacer perder poder. De todas formas, que la información
tenga efectos poderosos, que sin duda los tiene, y muchos, no quiere decir
que la naturaleza de la información sea la de un poder al estilo
de los tres poderes clásicos: ejecutivo, legislativo y judicial,
sino la de un derecho de todos y cada uno de los ciudadanos y para los informadores,
además, un deber.
¿De parte de quiénes reciben presiones
los informadores? Para responder a esta pregunta, voy a tomar los resultados
de una encuesta a periodistas de diversos medios de comunicación
que se llevó a cabo entre mayo y diciembre de 1997, dentro de un
proyecto de investigación de la Universidad de Navarra sobre la profesión
periodística en España(1). En dicha
encuesta se preguntó lo siguiente: al seleccionar y tratar las noticias,
¿cree que su medio está condicionado o limitado por: los políticos;
los anunciantes; la propia empresa? Estas fueron las respuestas:
1: nada; 6: mucho
1: nada; 6: mucho
1: nada; 6: mucho
Veamos a continuación de qué forma se pueden manifestar las
presiones por parte de los tres grupos mencionados:
POLITICOS: es frecuente que los políticos se llenen la
boca hablando de las bondades de la independencia de los informadores y
de la necesidad de la libertad de información en una sociedad democrática.
Sin embargo, en la práctica, esos mismos políticos entienden
que los únicos periodistas responsables son los que apoyan la causa
que ellos defienden.
De un modo u otro, suele suceder que los líderes de la comunidad
esperan que los medios locales apoyen sus iniciativas y que les traten con
respeto. Si consideran que la información que se difunde no es favorable
a sus intereses, surgen las suspicacias: que si los periodistas no trabajan
bien, que si dan una versión sesgada o tergiversada de sus ideas
o de sus palabras, o, en definitiva, que detrás de toda información
que no les favorece, hay algo oscuro, una especie de conspiración
contra el poder.
En este intento de control de la información
por parte de los políticos, Carlos Soria habla de medidas duras y
medidas blandas(2). Entre las primeras se encuentran
aquellas que tienen el respaldo del Derecho o de las prácticas administrativas
y que a lo largo de la Historia han adoptado la forma de censura previa,
secuestro administrativo de medios, normas fiscales discriminatorias, interpretaciones
extensivas y aleatorias de las leyes que rigen los secretos oficiales, sanciones
administrativas, concesiones arbitrarias para radio y televisión,
etc. Pero más peligrosas por más sutiles y seductoras son
las medidas de presión blandas, medidas que incluso es posible que
los periodistas ni tan siquiera puedan advertir (aunque también podría
suceder que no las quieran advertir porque no les interesa): petición
o intercambio de favores, políticos y personales más o menos
inocentes; dádivas, regalos y un tratamiento "demasiado"
afectuoso, que lleva a perder el sentido de la realidad, a hacer olvidar
a los periodistas cuál es su misión, a llevarles a perder
el tiempo que deberían dedicar a informar en otras cuestiones que
poco o nada tienen que ver con la información, a las omisiones informativas
y a la autocensura por temor a molestar a los poderosos y, por lo tanto,
a perder sus simpatías; el sistema de premios y tratos de favor "a
los dóciles" y castigos "a los malos"; el periodismo
de declaraciones y de anécdotas, de acciones políticas aparentes
y superficiales, pero no de las acciones reales y a largo plazo; las llamadas
telefónicas con sugerencias acerca del modo de tratar una información;
el lanzamiento de globos sonda; o iniciar el peligroso juego de las filtraciones,
en el que a veces los periodistas entran sin ser conscientes de que las
primicias y las filtraciones interesan, pero no a cualquier precio, puesto
que son un arma de doble filo que crea dependencia y adición.
Especial atención merece lo que se ha venido en llamar la información
dirigida o excesivamente facilitada: uno de los problemas a los que se enfrenta
hoy día el informador es la abundancia de información que
recibe. Las instituciones tienen el deber de informar acerca de sus actividades,
y en este sentido ha de ser bienvenida la información que procede
de ellas. Sin embargo, los problemas pueden surgir cuando los informadores
se dedican a acudir a las innumerables ruedas de prensa que se convocan
a diario, o a leer las innumerables notas de prensa o a emplear los cada
vez más video news releases que se reciben en las redacciones. El
riesgo está en que los informadores pierdan, además del tiempo
que podrían dedicar a investigar otras informaciones de mayor interés,
el hábito de buscar, contrastar y elaborar información personalmente.
Y esos problemas se producen con más frecuencia cuantos menos recursos
económicos, de personal y de tiempo tengamos. Asimismo, la accesibilidad
y disponibilidad de las fuentes, puede provocar, a veces, dependencia, cuando
el informador se siente excesivamente cómodo y confía demasiado
en una sola fuente o en número reducido de ellas. Así, informaciones
que deberían ser elaboradas contando con la colaboración de
varias fuentes, terminan siéndolo sólo por una y/o siempre
por la misma. Y, además, esa dependencia, ese excesivo acudir a la
misma fuente, puede generar una peligrosa amistad que no siempre es lo más
conveniente para un periodista...
En la encuesta que he mencionado anteriormente, se preguntó a los
informadores acerca de su grado de acuerdo o desacuerdo con la siguiente
frase: la selección informativa está más determinada
por las convocatorias oficiales o institucionales que por la propia iniciativa
de jefes y redactores. Estas fueron las respuestas:
1: desacuerdo; 6: acuerdo
Esa información dirigida o excesivamente facilitada a la que me refería
antes suele proceder de los gabinetes de comunicación, si bien, a
juzgar por las respuestas de los informadores, las presiones de instituciones,
empresas y organismos no tienen demasiada importancia en su trabajo.
1: poca; 6: mucha
Entre los relaciones públicas y los informadores se da una situación
de dependencia mutua. Las relaciones públicas necesitan a los medios
para difundir las informaciones de las respectivas instituciones u organizaciones
para las que trabajan, pero también los medios necesitan a las relaciones
públicas, pues, además de que constituyen el origen de muchos
de los contenidos con los que llenar páginas y espacios (lo cual
es especialmente útil cuando hay escasez de temas, o cuando no hay
suficiente personal, o suficiente tiempo, o suficientes medios para cubrir
la actualidad), resultan imprescindibles para confirmar o contrastar las
informaciones.
LA PROPIA EMPRESA: el trabajo informativo tiene una gran carga
intelectual y moral, es un trabajo que involucra la dimensión moral
del profesional. Por una parte, el informador ha de actuar en conciencia
y ha de responder personalmente de sus actuaciones y de sus omisiones. Pero
al mismo tiempo, el informador no está solo, sino que trabaja dentro
de una empresa informativa, vinculado a una organización que tiene
una serie de valores, unos modos de trabajar determinados, una jerarquía
y unas normas que hay que respetar. En este sentido, otro foco de presiones
a las que el informador debe hacer frente pueden provenir de su misma empresa,
cuando lo que le dictan su conciencia personal y la deontología profesional
no coincide con la ideología del medio o con lo que el medio le pide
que haga o que no haga, que publique o que omita. Además, la propia
empresa puede influir en la selección y tratamiento de las noticias
en el sentido de omitir aquellas informaciones que sean perjudiciales para
sus intereses, situación que se complica cuanto mayor sea el número
de accionistas. Las presiones por parte de la empresa pueden ser de intensidad
muy diversa y, aunque no sea lo más frecuente, bien podrían
llevar al informador a plantearse la necesidad de abandonar su puesto de
trabajo. Ahora bien, si la situación laboral es ya de por sí
complicada en la profesión informativa en general, todavía
lo es más en los núcleos pequeños en los que, además
de que las posibilidades de ser contratado por otro medio son también
pequeñas, todavía lo son más si el periodista que abandona
un medio queda tildado como "problemático". Y ya se sabe
que un sitio pequeño todo se sabe. De ahí que, en este sentido,
las presiones explícitas o implícitas que pueden sufrir los
comunicadores locales por parte las empresas en las que trabajan, también
corren el riesgo, una vez más, de ser grandes.
ANUNCIANTES: se ha dicho con razón que un periódico
se vende dos veces, una al lector y otra al anunciante. Y es que, del mismo
modo he dicho al referirme a la relación entre los informadores y
los relaciones públicas, entre la publicidad y los medios de comunicación
hay una situación de dependencia mutua. La Asociación de Anunciantes
Argentinos publicó en varios diarios de Buenos Aires un anuncio que
decía lo siguiente: "¿Se imagina este diario sin anuncios?
NO, no se lo imagine porque entoces no existiría". La publicidad
es esencial para el sostenimiento de los medios de comunicación.
Pero, del mismo modo, también los medios son necesarios para que
los anuncios publicitarios lleguen al público. Hasta el momento,
aunque el número de soportes capaces de contener mensajes publicitarios
aumenta constantemente, los medios de comunicación siguen siendo
la vía principal para lograrlo. Los anunciantes saben que los medios
crean mercado para el consumo publicitario y convierten a sus audiencias
en posibles compradores. Las empresas informativas, por su parte, saben
que sin la inversión publicitaria no podrían existir. Y no
sólo eso, sino que la independencia económica que les proporciona
los ingresos por publicidad les permite ser independientes de posibles presiones,
o al menos resistirlas mejor. Ahora bien: el que las informaciones y los
anuncios convivan en un mismo soporte y el que se necesiten mutuamente no
significa que sus papeles y competencias sean intercambiables. Los periodistas
tienen que informar. Los anunciantes tienen que persuadir al público
para que adquiera o contrate sus productos y servicios. Pero ni los informadores
tienen por qué hacer el papel de los publicitarios ni éstos
tienen que inmiscuirse en las tareas reservadas a los primeros. Por eso,
de ningún modo puede ser la publicidad la que dicte los contenidos
de los medios de comunicación, la que dicte lo que se publica y lo
que se omite o la que indique qué tratamiento se le debe dar a una
noticia en la que sus intereses se van a ver afectados. No
se puede confundir rentabilidad con justicia. Sin embargo, esas presiones,
ustedes lo saben bien, son reales. En 1992 se llevó a cabo una encuesta
entre 150 directores de diversos medios de Estados Unidos. Las respuestas
fueron las siguientes(3):
- el 89.8% dijo que sabía que los anunciantes intentaban influir
en el contenido de las noticias
- el 71.4% dijo que los anunciantes habían intentado matar historias
específicas
- el 89.1% dijo que los anunciantes habían retirado anuncios a
causa de la publicación de determinadas noticias
- el 36.7% dijo que los anunciantes habían tenido éxito
y habían conseguido influir en la cobertura de las noticias
En la encuesta que vengo utilizando, se preguntó a los periodistas
que expresaran su acuerdo o desacuerdo con la siguiente afirmación:
en ocasiones se recomienda otorgar buen tratamiento a algunas empresas anunciantes
o disimular informaciones que pueden no gustar a esas empresas, con los
siguientes resultados:
1: desacuerdo; 6: acuerdo
Del mismo modo que hay medios que tienen sus criterios de aceptabilidad
de anuncios, creo que no hay ningún problema en que un anunciante,
excepto en el caso de las empresas públicas, no publique en un medio
de comunicación cuyos contenidos considera de poca calidad o perjudiciales
para sus intereses comerciales. Tiene todo el derecho a hacerlo. Y eso no
justifica que el medio actúe con resentimiento hacia la empresa que
no inserta publicidad. Pero de ahí a amenazar con la retirada de
publicidad si se publica algún artículo negativo para los
intereses del anunciante (como hizo la Mercedes-Benz en América del
Norte en 1993) o a solicitar, como hizo hace tan sólo un año
el grupo automovilístico Chrysler, que le avisasen por adelantado
de la publicación en sus páginas de "cualquier contenido
editorial que afecte a asuntos sexuales, políticos o sociales, o
cualquier editorial que pueda ser considerado como provocador u ofensivo",
hay una diferencia. Chrysler, además, exigía a las publicaciones
que enviasen "un sumario por escrito con los principales temas o artículos
que aparecerán en el número". Como se pueden imaginar,
la medida no sentó nada bien a los periodistas americanos, que se
unieron y acusaron a la empresa automovilística de pretender ejercer
censura utilizando como arma su abultado presupuesto publicitario. Debido
a las protestas de los informadores, la compañía dió
marcha atrás en su política publicitaria.
La publicidad y la información han de estar juntas en un mismo soporte,
pero no revueltas. Debe quedar claro, tanto desde el punto de vista del
diseño como del contenido, qué es información y qué
es publicidad. La redacción no debe hacer nunca publirreportajes;
al menos, hay que valorar seriamente las consecuencias a medio y a largo
plazo de hacerlo. Del mismo modo, los periodistas no tienen por qué
conseguir la pauta comercial de sus programas. Por
otra parte, tal vez rechazar cierta publicidad no es tan caro: según
publica Conrad Fink, el St. Joseph Gazette and News-Press, diario con una
tirada total de 60.000 ejemplares, hizo un cáculo de las pérdidas
que suponían rechazar publicidad: el resultado fue que sólo
representaba un 1% de los ingresos anuales (4). Además,
en caso de que sea necesario hacerlo, hay que valorar que la pérdida
que supone a corto plazo rechazar a un anunciante se verá recuperada
por el aumento de audiencia que a largo plazo supondrá mantener la
calidad y la credibilidad del producto. Y, como consecuencia,
un aumento en la audiencia o en la tirada atraerá a un mayor número
de anunciantes. Por el contrario, "si se deja que el público
considere que la prensa no es más que una empresa exclusivamente
comercial, perderá todo su poder moral"(5).
LOS CONFLICTOS DE INTERESES
Uno de los campos que más problemas puede plantear a los informadores
a la hora de resistir presiones externas es el de los conflictos de intereses.
En este sentido, los periodistas deben valorar la obligación que
tienen hacia el público de decir la verdad con el impacto y la posible
merma de independencia, real o aparente, que conlleva afiliarse a determinadas
causas u organizaciones, participar o involucrarse en ciertas actividades
privadas o públicas, la aceptación de un trato preferencial
con respecto al que se da al resto de los ciudadanos, el hecho de compaginar
la actividad informativa con otros empleos, especialmente si están
relacionados con asuntos de los que vayan a tener que informar, el círculo
de amistades con el que se relacionan, así como la aceptación
de invitaciones, regalos y viajes. Lo cierto es que éste es un asunto
espinoso, difícil de manejar, sobre el que hay diversas interpretaciones.
En el caso de los regalos, además de las normas internas de la empresa,
ha de ser el buen criterio ético del periodista quien decida si se
trata de un detalle o si constituye o puede constituir una insinuación
de soborno o de un tratamiento especialmente favorable. Hay obsequios que
pueden considerarse normales. Otros, sin embargo, exceden claramente los
límites de la cortesía, sobre todo si soy el único
periodista que lo recibe. Otras invitaciones serán el único
modo de obtener una información de interés para el público,
información que no obtendríamos en caso de no aceptar.
En los medios de comunicación locales, tal vez la manifestación
de los conflictos de intereses más difícil de manejar lo representa
las relaciones personales o de amistad que se pueden establecer entre el
informador y las fuentes o aquellos sujetos sobre los que tiene que informar.
Este tipo de conflictos pueden surgir cuando el periodista trabaja en un
área de tamaño reducido en la que puede ser relativamente
frecuente que el informador les conozca personalmente, o sea familia más
o menos cercana, o se cruce por la calle o incluso coincida en un bar o
en un banquete de boda con ellos. El columnista del
New York Times, William Safire, decía lo siguiente con motivo de
una invitación de Ronald Reagan para asistir a una pequeña
reunión en la Casa Blanca con otros 10 periodistas: "Como a
todo el mundo, me gustaría tomar algo con el presidente en el salón
oval. Pero el propósito de esta significativa y bien presentada invitación
no es social, sino política e influyente, y pienso que en el mundo
del periodismo político, tener buenas vallas hace tener buenos vecinos"(6). Aunque sea difícil, hay que saber distinguir
lo que es una relación de amistad y lo que es una relación
profesional. Hay que ser conscientes de que en un momento determinado, no
hacer tal distinción o no tenerla del todo clara puede tener sus
repercusiones en nuestra independencia y, por lo tanto, en nuestra libertad.
No resulta fácil escribir un artículo sobre asuntos en los
que hay que involucrar a algún amigo, o a alguien a quien debemos
un favor. De todas formas, la actitud contraria de excesiva distancia y
frialdad del periodista con las fuentes también puede ser contraproducente,
ya que puede no darles confianza para que se abran y faciliten la información
que necesita.
Cercano a los conflictos de intereses, otro gran problema para los periodistas
locales, sobre todo teniendo en cuenta que un rasgo peculiar es su enraizamiento,
participación e integración en la vida de la comunidad, y
que, en la línea de lo que propugna el periodismo cívico,
una de las funciones atribuidas a los medios locales es la de aglutinar
a la comunidad, contribuir a crear un sentido de identidad y ser un foro
en el que se debatan las cuestiones que interesan y afectan a las comunidades,
es establecer el grado adecuado de independencia con respecto a ésta,
de modo que al mismo tiempo que no estén desconectados de lo que
sucede, puedan tener la suficiente distancia para informar con la necesaria
objetividad. Para ello, hay que lograr que la comunidad entienda cuál
es la función, las posibilidades y los problemas de los medios locales
y que entienda que la única forma de servir sus intereses es actuando
con independencia. También en este sentido, hay que averiguar qué
es lo que interesa el público y hay que tenerlo en cuenta en las
decisiones informativas, pero lo que demanda el público no es el
criterio último para decidir lo que es noticia y lo que no lo es.
La función del periodismo no es satisfacer las demandas del público,
sino atender y cubrir sus necesidades informativas. Desde este punto de
vista, el periodista ha de ser independiente de la tiranía de los
índices de audiencia.
Estas fueron las respuestas de los informadores a la pregunta acerca de
qué importancia tienen estas limitaciones en su trabajo: la necesidad
de captar la atención de la audiencia:
ALGUNAS CLAVES PARA AFRONTAR LAS INEVITABLES PRESIONES
Según el título que ha sido asignado por los organizadores
a esta ponencia, yo tenía que hablar de soluciones, en concreto,
de "cómo evitar las presiones de la cercanía en el trabajo
de los informadores locales". Pues, a lo mejor les decepciono pero,
sinceramente, sólo se me ocurre una solución: apostar por
la calidad y la profesionalidad de nuestro trabajo. Un medio de comunicación
local no es un medio de segunda. A la información local se le debe
pedir la misma calidad y la misma profesionalidad que a los medios de comunicación
nacionales. Hay que desterrar toda idea que apoye o sugiera lo contrario.Y
para convencer de ello a las audiencias, a las fuentes y a los anunciantes,
primero tenemos que convencernos nosotros mismos. No podemos conformarnos
con la mediocridad, no podemos refugiarnos en la excusa de que somos un
medio local para justificar todos aquellos errores o todas aquellas ligerezas
que podamos evitar, sino que, sin perder de vista las circunstancias peculiares
en las que se desarrolla nuestro trabajo, tenemos que esforzarnos por hacer
las cosas siempre mejor. Probablemente pensarán: sí, pero
para eso hace falta dinero, hace falta tener los medios económicos,
de personal y materiales para hacerlo. No les diré que no, pero sí
que no se trata ni sólo ni principalmente de eso. Tal
vez estas tres frases les hagan pensar: "La calidad es más una
cuestión de imaginación que de grandes sueldos o costosos
equipos" (Jeanne Abbot) (7); "la calidad
depende básicamente del empeño de las personas por hacer cada
vez mejor su trabajoî (Alfonso Sánchez-Tabernero) (8); "la calidad informativa no está aliada con
las nuevas tecnologías, sino con la calidad humana de quienes las
han de pilotar" (José María Desantes) (9).
Un medio de comunicación no lo puede hacer cualquiera. Una cosa es
que todas las personas tengamos el derecho a acceder y a participar en los
medios de comunicación y que por eso sea nuestra obligación
facilitar las vías para ello, y otra cosa muy distinta que cualquier
persona pueda ejercer de profesional de la información. Porque para
ser profesional de la información hay que entender qué es
ser profesional y qué es la información.
Ser profesional no es cualquier cosa. Ser profesional implica ejercer de
modo habitual una actividad que preste un servicio a la sociedad en la que
está instaurada. La profesión no es algo de lo que yo me sirvo,
sino que lo que me legitima como profesional es, precisamente, la fidelidad
a un servicio determinado. En este sentido, el profesional se compromete
a perseguir las metas de la profesión que ha elegido ejercitar. Ser
profesional exige lealtad hacia la profesión elegida y preservarla
de todo intento de manipulación. Ser profesional exige identificarse
con los fines de la profesión. Además, ser profesional implica
ser competente en aquello que al abrazar una determinada profesión
hemos dicho tácita, pero públicamente, que sabemos hacer.
Por lo tanto, para ser profesional de la información hay que saber
qué es la información, cómo se hace la información,
cuál es la finalidad de la información. Por eso, no pueden
ser los comerciales, ni los escritores, ni los economistas, ni los sociólogos
ni cualesquiera otros que desconozcan qué es la información
y que no se identifiquen con los fines de la profesión informativa
los que hagan el periódico, los programas de radio o de televisión. Porque, además de la necesaria y específica
formación que se requiere, con palabras de Carlos Soria, ser periodista
es un modo de ser: "la personalidad propia de los informadores estriba
en su identificación con los fines de la información"
(10). Eso quiere decir que quien trabaje en un medio
de comunicación tendrá que compartir y perseguir los fines
de la información. En este sentido, ayudaría mucho distinguir
entre quienes defienden los fines propios del periodismo y quienes sólo
ven esta actividad como una forma de obtener beneficios económicos
o de obtener fama, o poder, quienes sólo ven esta actividad como
una forma de sacar provecho de ella.
Ser profesional de la información requiere entender la trascendencia
y la responsabilidad social que conlleva ejercer esta profesión,
pero no para jactarnos de nuestro poder, aunque tampoco para amilanarnos,
sino para ser conscientes de la importancia de hacer bien nuestro trabajo,
de las consecuencias que lo que hagamos y lo que dejemos de hacer va a tener
en la sociedad. Es muy distinto informar con la idea de que sobre nuestras
espaldas tenemos el compromiso de satisfacer un derecho que hacerlo con
la idea de que tenemos un poder.
Los medios de comunicación locales tienen que apostar por la calidad,
tanto en los contenidos como en la forma. Según tengo entendido,
gran parte de las ponencias de estas jornadas han estado dedicadas a la
calidad, a cómo lograr la calidad de los productos informativos.
Por eso, probablemente poco puede ser lo que aporte yo en este punto. De
todas formas, sí que me gustaría llamar la atención
acerca de una idea que suele dejarse en el tintero: cuando se habla de calidad
de un medio de comunicación, con frecuencia se refiere sólo
a la calidad técnica, de diseño del producto. Sin duda, eso
forma parte de la calidad. Pero la calidad exigible a un medio de comunicación
no es sólo eso. La calidad exigible a un medio de comunicación
está referida también a los contenidos que se ofrecen y a
los métodos que hemos utilizado para conseguirlos. La calidad exigible
a un medio de comunicación es técnica, intelectual y moral.
El empeño por ofrecer calidad tiene mucho que ver con el respeto
al público. Es muy distinto concebir la audiencia como una masa amorfa,
inculta y manipulable que como un conjunto de personas individuales a las
que tenemos que servir con nuestro trabajo, porque al hacerles llegar la
información, simplemente, estamos dándoles aquello que es
suyo. Los lectores, los oyentes y los telespectadores son los principales
destinatarios de los medios de comunicación; la satisfacción
del derecho a la información su razón de ser. Además,
hay que satisfacer a las fuentes y a los anunciantes, hay que hacer lo que
esté en nuestras manos para favorecer sus intereses, pero sin olvidar
que los lectores han de estar siempre al principio, no al final. Las empresas
informativas están llamadas a rendir cuentas no sólo a sus
accionistas y propietarios sino, sobre todo, a la audiencia.
Un modo de evitar y al mismo tiempo de afrontar las presiones externas e
internas de los medios de comunicación es la formulación y
la sincera vivencia de una ética informativa única y común
a todos los que integran la empresa: propietarios, accionistas, editores,
directores, gerentes y miembros de la redacción. Una forma de concretar
esa ética unitaria es la formulación de principios editoriales
y éticos conocidos y compartidos por todos, que inspiren la labor
informativa diaria, los contenidos informativos, el estilo ético
de la organización y las prácticas cotidianas de dicho medio.
Tales principios, además de afectar a todos
y ser idénticos para todos, para que sean operativos deberán
ser concretos, claros, comprometidos, expresos y revisables periódicamente.
"Mediante ellos -dice Hugo Aznar- la empresa configura una determinada
identidad de su oferta y consiguientemente produce en los demás -dentro
y fuera del medio- unas determinadas expectativas acerca del medio en cuestión"
(11).
Por una parte, tener unos principios éticos sólidos y darlos
a conocer es un primer paso para sentar las reglas del juego con los que
tengan la tentación de manipularnos. Por el contrario, variar nuestras
condiciones según el interlocutor con el que nos relacionemos o ser
incoherentes con lo que proclamamos llevará inevitablemente a perder
la capacidad de resistir. Por otra parte, la falta de una ética unitaria,
común para todos los estamentos de la empresa informativa, llevará
también inevitablemente a que se instale un ambiente de malestar
y de frustración que se traducirá en incomunicación,
enfrentamientos internos y desidia a la hora de llevar a cabo nuestro trabajo.
Otro mecanismo útil para evitar presiones, especialmente las que
provienen de dentro del medio, es la promulgación de estatutos de
redacción, es decir, acuerdos privados entre los tres sectores principales
de cada empresa periodística concreta: redacción, dirección
y propietarios, en los que se regulan las relaciones profesionales entre
sí y se fijan los ámbitos de responsabilidad y los derechos
y deberes de cada uno. Así, cuestiones como el reconocimiento de
la objeción de conciencia, del secreto profesional, de las dimensiones
morales del derecho de autor, del derecho de la redacción, a través
del comité que la representa, a exponer públicamente su postura
ante la audiencia en caso de discrepar con las decisiones del medio, el
hecho de que la opinión de la redacción, si bien de modo consultivo
y no vinculante, será tenida en cuenta en los nombramientos y destituciones
de los cargos directivos, representan cierta seguridad para el periodista
a la hora de llevar a cabo su trabajo.
Junto con los estatutos de redacción como mecanismo de autorregulación
interno, puede ser útil también la puesta en marcha de otras
fórmulas, como pueden ser la creación de un ombudsman que
además de estrechar la comunicación con el público
y resolver las quejas que le planteen los miembros de la audiencia, tenga
como misión llevar a cabo una crítica interna del desempeño
profesional con vistas a procurar que se trabaje dentro de los estándares
éticos que se hayan adoptado para, de ese modo, mejorar la calidad
de las informaciones controlando su exactitud, justicia y equilibrio; la
formación a nivel colectivo de un consejo de prensa o un organismo
similar encargado de crear un marco deontológico adecuado para el
ejercicio de la profesión informativa; la adopción de guías
o directrices de actuación en áreas informativas concretas,
como pueden ser, por ejemplo, en la información económica,
una de las que más presiones sufre; o con respecto a la admisión
de anuncios; o la promulgación de un código deontológico.
Con respecto a estos últimos, se ha dicho que los códigos
deontológicos ofrecen una importante utilidad a la hora de prevenir
las presiones externas e internas que sufren los informadores, en el sentido
de que "si el profesional tiene que enfrentarse de modo individual
a los poderes que le presionan, es difícil que pueda hacer valer
su criterio. Pero puede tener más éxito
si su posición está avalada por el código de conducta
del conjunto de la profesión y si éste prohíbe, por
ejemplo, el tipo de acción que está siendo presionado para
realizar"(12) y se ha afirmado incluso que
ìproteger la integridad profesional de los periodistas frente a las
presiones externasî es una de las dos funciones más comunes
de los códigos deontológicos.
Con respecto a la relación entre los informadores y los anunciantes
y gabinetes de prensa, tales relaciones han de estas regidas por el entendimiento,
la independencia y la cooperación. Es normal e inevitable que entre
unos y otros haya tensión, pero también es necesario un ejercicio
de comprensión por cada una de las partes de cuáles son las
circunstancias en las que se desarrollan sus respectivos trabajos. El objetivo
común de todos ellos es la contribución a la creación
de una sociedad informada, el nexo de unión es la información.
Por eso, no creo que sea inteligente adoptar una actitud de confrontación
o rechazo. Con respecto a la publicidad, pienso que el medio debe velar
también por los intereses de los anunciantes, pero sin que eso suponga
renunciar a su independencia y a su trabajo de buscar la verdad. En el caso
de las relaciones públicas, la información que procede de
los gabinetes de comunicación es una fuente, otra más, pero
nunca la única. Es una fuente, como todas, abiertamente interesada.
Por eso, habrá que pensar, en primer lugar, si la información
que nos llega tiene verdadero interés para nuestro público.
Si es así, habrá que poner en marcha el mecanismo habitual
de tratamiento de una información: comprobar su veracidad, contrastarla
con otras fuentes, aplicar el sentido crítico y relatar la información
de la forma más imparcial que nos sea posible.
"Inicialmente se debe otorgar buena voluntad al informante -dice Alfonso
Nieto-. Pero dar crédito a la buena fe no exime de verificar si ésta
existe"(13). Esta es la actitud de los periodistas
españoles cuando reciben una nota de prensa de un organismo oficial.
Se les dió tres posibilidades: suele contrastar esa información
con otras fuentes; lo edita para ajustarlo al espacio o al tiempo de que
dispone; desconfía por sistema de su contenido:
Creo que de lo que se trata es de ser conscientes de cuáles son los
principales problemas éticos que se pueden producir en la relación
entre los periodistas y los relaciones públicas y de estar alerta
para procurar evitarlos. Las fuentes saben cuáles son las debilidades
de los informadores, cuáles son los puntos flacos (pasividad, rutina,
comodidad, pereza, falta de medios), y, lógicamente, es por ahí
por donde intentan atacarnos. La única forma de que se nos respete
es alcanzar el prestigio moral que nos corresponde. Para ello, hace falta
que el profesional adquiera grandes dosis de coraje y que tenga asumida
individual y voluntariamente la responsabilidad ética. Ahora bien:
para ello también es necesario que las condiciones laborales en las
que desarrolle su trabajo sean adecuadas. Y en ello, es la empresa la que
tiene la responsabilidad de pagar bien a sus empleados y de asegurarles
unas condiciones económicas dignas. En caso contrario, no es difícil
entender que la resistencia de los periodistas ante posibles presiones externas
sea menor.
No resistir las diversas formas de presión supone una merma de la
independencia profesional, uno de los principios fundamentales de la tarea
informativa. Ser independientes, junto con la máxima de decir la
verdad, minimizar el daño y ser responsable son los criterios que
según la Sociedad Profesional de Periodistas de Estados Unidos guían
a los informadores. La independencia es indispensable para que el periodista
pueda llevar a cabo su misión de buscar la verdad y transmitírsela
a la audiencia. Además, con palabras de Carlos Soria en este mismo
foro, "la credibilidad en la comunicación local no es sólo
un valor estimable. Es, sencillamente, ser o no ser". Y tener o no
credibilidad está íntimamente ligado a al capacidad del periodista
y del medio de resistir a las presiones, de ser independiente, de que la
audiencia nos perciba así. Es decir, nos estamos jugando nuestra
propia identidad y nuestra propia continuidad.
Cuando el periodismo tiene que sortear las presiones y conflictos que se
le plantean, el periodista debe recordar que el periodismo es mucho más
que un negocio. Ser profesional de la información implica asumir
que la información no es ganar dinero a cualquier precio. El comportamiento
ético tiene su precio, no es barato. Pero también tiene su
recompensa: incremento de la independencia, de la confianza y de la credibilidad.
Ser ético no es fácil, mucho menos en un medio de comunicación
local. Pero se puede ser ético. Tal vez sea ese el reto que los medios
de comunicación locales tengan que perseguir ahora.
NOTAS
- El investigador principal del proyecto
es José Javier Sánchez Aranda. El resto de los investigadores
son: Mª José Canel, Roberto Rodríguez, Toni Piqué,
Inmaculada Higueras y David Weaver. La encuesta se hizo sobre una muestra
de 1000 profesionalesn de los tres medios de comunicación tradicionales.
El número de respuestas obtenidas fue de 294, lo que representa
un 29%. El cuestionario constaba de diversas preguntas acerca de cuestiones
relacionadas con distintas facetas de la profesión periodística,
entre ellas la que interesa en esta ponencia.
- Véase SORIA, C., La hora
de la ética informativa, Barcelona, 1991, pp. 23-27.
- Cfr. FINK, C., Media Ethics, Needham
Heights, Massachussets, 1995, p. 178
- IBIDEM, p. 179.
- PULITZER, cit. por GOLDSTEIN, T.
(ed.) en Killing the messenger. 100 years of media criticism, New York,
1985, p. 196.
- Cit. por SEIB, P. AND FITZPATRICK,
K., Journalism Ethics, Fort Worth, etc. 1997, p. 102..
- Cit. por SORIA, C., El laberinto
informativo: una salida ética, Pamplona, 1998, p. 224.
- SANCHEZ-TABERNERO, A., Reflexiones
sobre gestión de la calidad en empresas de comunicación,
en "Comunicación y Sociedad", vol. X, nº 2, p. 229.
- DESANTES GUANTER, J. M.,
El futuro de los profesionales de la información, Concepción
(Chile), 1992, p. 74.
- SORIA, C., La crisis de identidad
de los informadores, Barcelona, 1989, p. 52.
- AZNAR, H., El compromiso ético
de las empresas de comunicación: la función de los principios
editoriales, en "Comunicación y estudios universitarios",
nº 6, p. 121.
- AZNAR, H., El debate en torno
a la utilidad de los códigos deontológicos del periodismo,
en "Análisis", 20, 1997, p. 130.
- NIETO, A., Cartas e un empresario
de la información, Pamplona, 1987, p. 37.
Cristina López Mañero, Nafarroako Unibertsitateko
irakaslea.
Txosten hau Herri Komunikabideei buruz 1998ko azaroan
Arrasaten egin ziren III. Jardunaldietan aurkeztu zen.
Txostena, ARKOren, Arrasateko Komunikabideak elkartearen, baimenarekin kaleratu
dugu. |